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Kensington Gardens

Capítulo IX

Marvel Bird

Xavier B. Fernández
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaLondres, Kensington Gardens

Lo que había pasado era lo siguiente:

Un mendigo al que llamaban Marvel Bird por su costumbre de adornarse el tiñoso sombrero con plumas de colores estaba acurrucado en un portal de Carnaby Street cuando Smee y Rob Mullins me secuestraron delante de sus propias narices. Nadie reparó en él, porque los homeless son tan invisibles como la basura que se acumula en los arcenes. Marvel Bird me conocía, más o menos, de cuando dormía en el metro y pedía limosna para mi bebé de trapo, y sabía que entonces iba con la banda de Peter, y que ésta estaba en buenas relaciones con los jamaicanos. Así que avisó a un jamaicano repartidor de pizzas que pasaba por allí montado en su motocicleta, el jamaicano localizó en seguida la furgoneta donde me llevaban y la siguió hasta aquel elegante edificio de Kensington. Miró hacia arriba, y a través de una de las grandes ventanas vio al capitán vestido de smoking, con su abrigo sobre los hombros como una capa y la zarpa de acero brillando por entre los pliegues de la misma. Tomó nota mental de la dirección y se fue con el cuento a Tiger Lily, quien a su vez avisó a Peter (así que yo tenía que estarle agradecida a aquella buscona negra) y entre todos urdieron un plan de rescate. Prince Capone III aportó el material: era un habitual de todas las manifestaciones y disturbios callejeros que se convocaban en Londres, y aprovechaba las cargas policiales para, gracias a sus seis pies y cien kilos de músculos color berenjena endurecidos por dos horas diarias de gimnasio —seis los sábados—, robar a sus atacantes botes de humo, máscaras antigás, cascos, balas de goma, porras y hasta un escudo de metacrilato, que exhibía en su casa como un trofeo. Con la colección de Prince Capone III se armaron los niños perdidos y un grupo de jamaicanos, que, capitaneados al alimón por Peter y Tiger Lily, aprovecharon la salida de los gángsters para entrar en el edificio y tomar posiciones en la sala de las antigüedades. Allí permanecieron ocultos entre las cajas de embalaje, hasta que el capitán, sus hombres y yo misma regresamos de Kensington Gardens. Fue una operación militar astuta y muy exitosa, aunque en nuestro bando hubo bajas, por supuesto. Tootles sangraba abundantemente por un corte en la mejilla que le había abierto la navaja de Starkey. Un jamaicano se había roto una mano, y otro murió atravesado por el estoque del capitán, que también había dejado heridos de diversa consideración a algunos otros. Pero Peter estaba muy contento. Había sido una gran batalla, y le había infligido una importante derrota a su viejo enemigo.

—Lástima que no hayamos llegado a encontrarnos frente a frente, el viejo James y yo —decía—. Le hubiese matado de una vez por todas.

Peter siempre había sido un bocazas. No dijo nada del jamaicano muerto. Ni se acordaba de él. Tampoco pareció turbarse mucho cuando nos dimos cuenta de otra baja: Tiger Lily, que había participado en el abordaje, no se encontraba entre nosotros.

—No importa —dijo Peter, cuando Prince Capone III se lo hizo notar—. Seguro que pronto tendremos noticias.

Y, en efecto, pronto tuvimos noticias. A la noche siguiente, una nota apareció clavada con un puñal en el tronco el Elfin Oak. El puñal lucía una calavera de plata grabada en sus cachas. Su hoja se había hundido profundamente en uno de los ojos de madera de uno de los rostros de elfo tallados en el tronco del viejo árbol. La nota decía: «Tengo a tu zorra negra en mi poder. Si la quieres, reúnete conmigo mañana por la noche en el embarcadero del lago.»

Y firmaba: «J».

Peter leyó la nota con atención. Al acabar, empuñó su navaja de resorte y desnudó su hoja con un chasquido. Miró atentamente la hoja de acero en estado de erección.

—Esta vez será él o yo —dijo, solemnemente.

Era terriblemente feliz. Se le notaba en la cara.

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Copyright ©Xavier B. Fernández, 1994
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
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