Tomás Robredo no comprendió que el ser humano se mueve por el deseo, y que la amistad es, muchas veces, sólo un medio para alcanzarlos. En los Autos constaba que su amigo José Traitore (con el cual estaba claramente enemistado) lo invitó a la fiesta en el chalet propiedad del joven Luis Lañup; asimismo, se podía verificar por la declaración de Traitore que «Luis Lañup ofreció su casa para estar cerca de la novia de Tomás Robredo». Como ya habrá inferido el lector, el crimen se cierra por sí mismo sin necesidad de aditamento argumentativo alguno por mi parte. El padre de Robredo, enigmático, comentó para el periódico La Voz del Pueblo: «No pasa un día en que no piense en la muerte de mi hijo; en cierto sentido, mi hijo sigue con vida tras el rojo de las flores, que me recuerdan su sangre derramada. Su memoria traspasa la mía y la devora, la persigue, la absorbe. He llegado a pensar que mi memoria ya no es mía; que yo soy él.» Dos días después de esta declaración tan poética y metafísica, el padre de Tomás Robredo (o su sombra) mató a Lañup de un disparo en la nuca; su apellido concitaba claras sospechas de que el traidor a la vida de Robredo no fue Traitore, sino Lañup, según el invertido símbolo que le ofreció un espejo: puñal.
El padre de Robredo prepara en la cárcel la publicación de una obra en tres tomos sobre los símbolos, cuyo título será La Cábala y los puñales. No pasa un fin de semana en que no me hable de simbología. «La vida está invadida de símbolos, Mena», me susurra, «sólo hay que saber leerlos.» Hay veces que observa el cielo durante horas y luego proclama: «Acaba de morir un hombre justo en la Tierra; lo noto porque el viento ha cambiado la forma de esa nube.» De un tiempo a esta parte, está aprendiendo a apreciar el valor enigmático que guardan las pisadas de los hombres. Entiendo que la carencia de libertad, el gran símbolo que domina su vida ahora en la cárcel, le es desconocido, de ahí que su perturbada consciencia multiplique los símbolos externos ad libitum. De la lectura de esta narración me informó en su celda, lacónico mas certero, que presagiaba mi propia muerte a tenor de un par de sustantivos horrendos.
Copyright © | Ricardo Mena Cuevas, 2007 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Septiembre 2007 |
Colección | Fabulaciones |
Permalink | https://badosa.com/n288 |
Evidente imitador de Borges, ya ha calcado la frialdad de la exposición, la vaguedad del tema y la calmosa urbanidad de la sintaxis (más algún "aditamento" de pedantería jurídica que su maestro hubiera desaprobado). Sólo le resta imitarle en la imaginación y en el talento (cuya consecución es la gloria) para no quedar convertido en una caricatura aparatosa y circunstancial del ídolo y modelo de tantos y tantos escritores, casi todos anónimos, que no aciertan con su propia voz.
Sin duda coincido con la crítica anterior. Aún no he encontrado mi voz. Por eso, aún, necesito modelos, como hizo Shakespeare con Marlowe. Para publicar, además, mi voz no era escuchada. He tenido que "parecerme" a otros, para que me publicasen: es el precio del anonimato. Borges es bueno. Pero Shakespeare era mejor: él mismo tuvo que pasar por copiar a Marlowe para que sus obras se publicasen.
Es el precio de nacer: que alguien te dé la vida.
Los esfuerzos por apartarse de las referencias son justamente los que construyen el estilo. De todas formas, no nos volvamos locos con el tema de la "voz propia": ¿cuántos de los autores "consagrados" tienen un estilo singular que los defina? La literatura se basa en la tradición y, aunque pregone que habla del mundo, siempre se refiere a sí misma. Es una embustera maravillosa. Al fin y al cabo, todo es más o menos una copia o una variación leve de lo anterior.
El talento consiste en saber enmascarar eso con los aires de la novedad. En el fondo, el genio es mera apariencia, un copista más hábil que el resto, alguien que ha comprendido las reglas del asombro ajeno. Pero, igual que los demás, le debe su obra a los siglos pasados.
Mucho de razón veo en los comentarios sobre el escritor Mena, también él sabe defender su latifundio literario; del argot jurídico no está exenta su pluma, no en vano, es licenciado en derecho; yo renegaría de buscar la voz para ser oído o, en este caso, publicado, y emular la de Borges o la de otros maestros; pero también tiene razón el amigo Lisonje al decir que todos debemos nuestras obras a los siglos pasados. No obstante, creo que un escritor ha de mojarse, arriesgar hasta la médula, poner hasta el último aliento de su imaginación para enfrentarse a la tan temida crítica, para enfrentarse a las voces de los eruditos que todo lo cuestionan, para encontrarle oídos a su voz, a la suya, no la prestada.
Pero, mi querido amigo Ricardo, como bien dices tú en tus interpretaciones de la filosofía, ¿quién es quién para cuestionar ideas, en este caso voces de otros escritores, lo dicho, yo me quedaría con la mía propia, aunque proscrita de la ralea de literatos, bien pensantes y ruines ruiseñores que saben lisonjear, de igual modo que zaherir al que se les ponga en el camino, cuestión de gustos y de estilos: técnicas, sintaxis, estilo?
Mi propia opinión sobre Shakespeare de septiembre de 2007 debe considerarse obsoleta, a raíz del conocimiento que he obtenido de la teoría oxfordiana sobre la autoría del Bardo, de todo lo cual daré cumplida cuenta en mi libro "Ver, comienza" que saldrá este otoño de 2011 en la editorial "Alvaeno ediciones", para coincidir con la película sobre Edward de Vere producida por Columbia, Sony Pictures (www.belianis.es).
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