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Cuatro lirios

La fórmula mágica

Fernando Sorrentino
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El sábado a la noche soñé con un hechicero. Estaba vestido como los hechiceros de los cuentos, con una túnica negra y un altísimo bonete puntiagudo. La túnica y el bonete estaban estampados con muchas medias lunas y estrellas plateadas. El hechicero era muy flaco, muy viejo, y tenía nariz muy huesuda y una barba muy larga y muy blanca. Pero lo importante es que, en sueños, me reveló los componentes de la fórmula mágica de la invisibilidad. Se ve que tengo estos sueños porque mi papá es farmacéutico, y yo estoy acostumbrado a las fórmulas.

Apenas me desperté, anoté todo en un papel y fui a buscar a mi amigo Marcelo, ya que quería compartir la experiencia con él. Nos encerramos en el laboratorio de la trastienda y pusimos en acción un ejército de tubos, probetas y alquitaras, y de unos a otros pasábamos ácidos y polvos y otras porquerías que allí abundaban y que no sé para qué pueden servir. Estábamos entusiasmados y en realidad ya no seguíamos la fórmula del hechicero y más bien nos dejábamos llevar por nuestra propia iniciativa, que consistía siempre en agregar más y más ingredientes, hasta que llenamos por completo un frasco enorme con un líquido negro, espeso, hirviente. Marcelo revolvió todo con una cuchara de madera y pasó una cantidad del líquido a un tubo de vidrio.

Entonces traje a mi perrito Lucas y, como se resistía de mil modos, tuve que obligarlo: le sujeté con fuerza el hocico y le hice tragar el contenido íntegro del tubo. El vidrio quemaba entre mis dedos y Lucas abría muy grandes los ojos. Cuando lo solté, el perro hizo una cosa rara, como una serie de toses o estornudos, y se quedó quieto, respirando apenas. Durante más de una hora Marcelo y yo lo observamos con atención, pero no ocurrió nada notable.

—Esta fórmula no sirve para perros —dije, al comprobar que Lucas había muerto.

—Bueno —contestó Marcelo—. Veamos si la fórmula del hechicero es buena para nosotros.

Volvimos a llenar el tubito dos veces y, primero yo, luego él, nos bebimos una buena porción de ese líquido negro y humeante. Por momentos parecía jarabe para la tos, por momentos parecía azufre o pólvora. Marcelo, como Lucas, se ahogó un poco y estornudó varias veces seguidas, pero a mí, en cambio, se me inundaron de lágrimas los ojos y sentí una llamarada de calor en la cara y en el estómago.

Con toda paciencia, esperamos una hora, y luego otra y otra hora. Como vimos que no nos sucedía nada, nos sentamos a mirar televisión y tuvimos que admitir que el hechicero se había burlado miserablemente de nosotros.

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Copyright ©Fernando Sorrentino, 1984
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Fecha de publicaciónDiciembre 2004
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