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La risa

Esteban Lijalad
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La cosa, el tema, la cuestión empezó bien y terminó mal. Recuerdo algo así como un destello creciente, un reflejo perlado que anticipó el filo de aquel cuchillo, acompañado por un silbido o zumbido o chillido que emitían al mismo tiempo la hoja atravesando el aire a enorme velocidad y la China que detrás del mostrador anticipaba el horror de la carótida cortada, la sangre explotando a chorros, las paredes ayer mismo limpiadas con lavandina volviendo a ensuciarse, esta vez con sangre de humano, carajo.

Empezó bien, digo, porque aquel cuchillo diestramente manejado era certero, firme, preciso. Pero quiso la suerte que el chillido de la China desmadrara tanta certeza. La mano, empujada por algún reflejo nervioso incontrolado, perdió la seguridad inicial, dudó, cambió de recorrido, los dedos aflojaron la presión, algo temblequeante se interpuso entre el facón y la carótida, impidiendo su encuentro final.

La punta pasó cerca del cogote de aquel desgraciado, y se perdió en el aire. Tras ella, la cuchilla, la mano, un brazo y todo el resto del cuerpo desdibujándose en una pose desarmada, trastabillando, resbalando, cayéndose, los codos mal clavados sobre las baldosas, mi sombrero rodando hasta apoyarse en la silla, mis rodillas golpeando lo duro y, entonces, la risa.

Primero, la de algún borracho que no falta, después la de mi compadre, la de la muchachada, la de la China, la risa, digo, hasta la del casi finado que saliendo del asombro de volver a vivir, celebraba mi derrota.

Sí, empezó bien, viera Usted qué lindo iba mi cuchillo, qué derechito.

Quévacer. Otra vez será.

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Copyright ©Esteban Lijalad, 2002
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Fecha de publicaciónAbril 2003
Colección RSSFabulaciones
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