En 1423 el naturalista friso Bartlomew Kreins demostró que la única posibilidad de explicar semejanzas y diferencias entre el clavo de olor y la canela era considerando a ambas como subespecias de una especia originaria, de la cual provienen todas las demás.
Esta especia originaria debería tener en potencia todas las características que las especias hijas desarrollarían más adelante. Ser, al mismo tiempo, dulce, agria, fragante, salada, amarga, ácida, etc. Y debería ser oriunda de un rincón del Mundo que reuniera todas las características posibles: ser llano y montañoso, seco, cálido, húmedo, frío, ventoso y calmo.
Entusiasmado por sus descubrimientos, pasó el resto de sus días buscando ese lugar originario, que supuso el Paraíso terrenal.
Años más tarde, un emprendedor marino genovés —que leyó sus escritos de forma algo apresurada— se empeñó en buscar el lugar primigenio más allá del mar Océano, al oeste de toda tierra conocida.
Creyó encontrarlo en una isla del Trópico que, según el marino «olía de lejos a todo lo posible: lo que existe y lo que aún no ha sido creado».
Este aserto le costó la excomunión, ya que conmovía el relato bíblico según el cual todas las especias fueron creadas de una vez y para siempre por la Divina Providencia.
Murió desterrado en la isla caribeña, repitiendo a quien quisiera escuchar que «sin embargo, aquí nacen continuamente nuevas especias» (eppur nascent novum speciae).
Copyright © | Esteban Lijalad, 2002 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Junio 2003 |
Colección | Complicidades |
Permalink | https://badosa.com/n164 |
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