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Desorden de lunas

Selección II

Clara Díaz Pascual
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UN ROCE, BREVE, FUGITIVO,
como el ala de una mariposa
hizo arder el aire en un instante
entre tu cuerpo y el mío.
El universo se ocultó a mis ojos
y se encerró en un latido.
Tus miradas se volvieron mares
y sus olas mecieron mi destino.
Para siempre, un instante,
que ninguna muerte extinguirá,
mientras te ame.
SABER
que estás a mi lado
y me invocas
con miradas
que dejan tu alma en mi conciencia.
Y saber
de tus besos
en la intimidad de mi boca.
Y saber
de pensamientos
danzando entre nosotros
desnudos y ardientes,
sin decepciones.
Y saber
ser yo misma
la noche que envuelve tu reposo.
PENDIENTE
de la fe de tu sonrisa
recorrí gran parte del sendero
de júbilo
que me concedió la vida.
Después te perdí.
Nos perdimos.
Acaso sin remedio,
acaso, hasta la hora
en que la fe que alimenté
sin condiciones,
alcance a reanimar
el fuego
de nuestras ofrendas.
Mi amor cuida y alimenta,
entre tanto,
la tierra de tu recuerdo.
Pero si no fuera así,
si no volvieras,
si no llegara el día
en que al volver la cabeza
descubriera tu mirada
por encima de todas las miradas.
Si el silencio callara
las palabras para siempre,
tú estarás, amor,
también en mi silencio.
PORQUE TU VOZ DEJA UN SIGNO
innumerable y hondo
como cada caricia
en cada fracción de mi piel.
Hablo de un anhelo de briznas
de hierba azul
en mis manos y tus besos
y el aire.
Y amanecer en tu pelo.
De recorrer tu cuello y tu cintura
buscando ríos silvestres
de tu geografía.
Y mi mano, anclada en tu cintura.
De poner en tu pecho hojas
verdes y blancas
del árbol de sombra de mi orilla.
Tú y nadie más
y el invencible deseo de abrazarte sin tiempo.
De mis poemas sin título,
de versos, sólo en tu oído.
Dios mío, ¡cómo me miras!
Tu voz sin esquinas
riela en mi océano
que ya sólo se complace
en partituras de tu aliento.
QUÉ LARGA RESULTÓ LA ESPERA
y qué breve tu risa.
Pero qué increíble dulzura en las palabras
y qué honda tu huella en mis sentidos.
Todavía crecen en mí
las semillas de tus besos
y renacen tus risas como estrellas
al calor de mi recuerdo.
No hay mirada que alcance
a abatir el orgullo de mi sueño.
Ni siquiera este dolor insoportable,
me hará decir alguna vez,
que no te quiero.
ESA NOCHE, AMOR
me hablaste al oído y al instante,
tus palabras se instalaron por mi cuerpo.
Tan amantes, tan dulces,
que suspendieron el aire en un relámpago infinito.
Para la sed de mi ansia,
todo el rumor del mundo se convirtió en río
donde cantaba la tierra
desbordando
el cauce de mil vidas en mis venas.
Me hice reflejo en tus ojos,
estremecida en destellos,
breves
como latidos, ardientes,
como olas de fuego.
Asombraste mi boca
para hablarte, amor, de mi deseo.
Y en el único gesto posible,
sorprendidas,
las manos se me hicieron caricia.
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Copyright ©Clara Díaz Pascual, 1997-1998
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Fecha de publicaciónJulio 2000
Colección RSSSinéresis
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