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Fecundación fraudulenta

Episodio 69

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Roberto prosiguió:

—Seamos sinceros ¿Qué tenemos que perder? Después actuaremos con total libertad... Entonces, ¿por qué no conocer todos los datos?, ¿no te parece?

—Estoy desacostumbrada, Roberto; no me hagas correr demasiado rápido, me puedo caer, resultar lastimada.

—¿Me detengo entonces?, ¿eso es lo que querés?

—No, seguí, perdoname, Roberto: lo que pasa es que me aturdo fácilmente. No estoy preparada para enfrentar estas situaciones, pero no quiero engañarte... Hoy me voy a permitir actuar con total franqueza, por no haberlo hecho antes, es que me he aislado del mundo, me he convertido en un témpano.

—No digas eso Rocío, si vos sos un témpano, yo soy una supernova.

—No es cierto, he vivido equivocada. Hace años, ni siquiera hubiera comenzado esta conversación... No me habría dado permiso para mostrar mis debilidades, mis dudas. Prioricé mi desarrollo profesional por sobre todo; quise imitar a mi padre, ser una jurista de renombre, que me valoraran por mí misma. Dejé en el camino muchas cosas... La mejor gente, la que privilegiaba las cosas realmente importantes, me parecía extraña. Yo estaba en la competencia, en la superación. Las poquísimas oportunidades que tuve de vivir el amor, de disfrutar un afecto sincero, de darlo, las perdí... Creí que tendría otras, pero no fue así. La vida te brinda pocas ocasiones de vibrar, de sentir profundamente, hay que saber aprovecharlas en el momento exacto. Yo preferí «cuidarme». Se me fue la mano, tanto, que se me formó una coraza: ahora no sé cómo sacármela. No te imaginás, Roberto, cómo me arrepiento, ¡cuántas cosas podría haber aprendido! Tuvieron que pasar tantos años para que me diera cuenta, me dan ganas de llorar... No quiero cometer los mismos errores, necesito que me alientes, no tengas reparos, no dejes que me retraiga...

—Sería hermoso ayudarte, pero no quiero ser egoísta con vos, ni que te sientas confundida, no deseo ocultarte nada, de hecho no lo hago.

—No te preocupes, Roberto. Sé que estás enamorado de Alicia, no pienses que soy ciega...

—¿Cómo podés estar segura de que la quiero?

—Me parece, no creo equivocarme...

—Y por vos Rocío, ¿qué suponés que siento?

—Afecto, amistad, quizás algo de atracción, no sé... ¿Por qué no me lo decís?, ¿acaso no estamos sincerándonos?

—Tenés razón, no sé qué siento, pero es muy lindo... Al principio, cuando recién te conocí, no pensaba demasiado en vos. Pero con el tiempo, comenzó a pasarme algo raro, empezaste a invadir mis sueños... No sólo eso; antes de dormirme, tenía como necesidad de recordarte, te representaba mentalmente, te veía hablando conmigo, abrazándome... ¿Pero sabés qué es lo más extraño?

—No, ¿qué es? —dijo Rocío avergonzada pero feliz.

—No tenía ensoñaciones sexuales con vos, es notable, esto es lo que más me sorprendió. En mis sueños disfrutaba tu companía, tu presencia... Y esto es lo que me sucede en la realidad, estar a tu lado es maravilloso, me llena el pecho de emociones...

Ella sonrió con algo de tristeza, y dijo:

—Muchas gracias. Quiere decir que te atraigo tanto como una tabla de planchar, siempre es reconfortante saber que una es sensual.

—Estás equivocada, me atraés mucho, sino fuera así, tampoco estaría tan bien con vos, tan motivado... ¿Sabés lo que sucede? Lo que pasa es que no tomé suficiente confianza, no me distendí, estoy todavía como en guardia, temeroso. Yo soy tímido, bueno, lo soy bastante, especialmente con vos, porque te quiero mucho y sos importante para mí.

—Disimulás bien tu timidez —dijo Rocío.

—Te juro que lo que digo es verdad —aseguró él.

—¿Por quién lo jurás, por Dios?

—Parece que no me creés, Rocío, ¿te parece que miento?

—No, te creo; sería muy tonto de tu parte mentirme, no tenés ninguna necesidad. Lo que me decís me complace, y me asusta: tengo miedo de perder el equilibrio. Ya te lo dije, estoy desacostumbrada, en este sentido soy como una quinceañera. Me siento sin ninguna experiencia, la que tenía, la he olvidado... Como ves, no tengo remedio...

—¿A qué llamás perder el equilibrio?, ¿a enamorarte?

—Sí, y a sufrir, te repito que tengo mucho miedo, mi vacío afectivo es muy grande. Pero por otra parte, por pensar así, por culpa de mis temores, dejé de vivir. No sé qué hacer...

—Rocío, yo no voy a presionarte, aunque tengo ganas de hacerlo.

—Yo también de que lo hagas, aunque después sufra, valdrá la pena. No puedo dejar de vivir por pánico, necesito tener un poco de calor en el alma: es absurdo pretender que todo sea perfecto.

—Dame tu mano, Rocío, está tibia, es hermoso el contacto con vos, lo deseaba...

Sus manos se estrecharon dulce, tiernamente. Ella se sorprendía a sí misma. Jamás pensó que tan pronto, tan impensadamente, se acercaría a Roberto, pero allí estaba, tocándolo, intimando con él. No era difícil predecir el futuro inmediato, no le desagradaba...

—Roberto, estoy decidida, regalémonos esta noche, ya no soy una niña, tengo mis vivencias. No pensemos en otra cosa que no sea el presente, en el hoy. Dejemos de lado los sentimientos de culpa, el miedo a herirnos, no tenemos compromiso alguno. Si no te sentís preparado a actuar de este modo, que todo termine ya, me entendés, ¿no? No quiero que me veas como una posible víctima tuya, insisto, soy grandecita. Lo que me dañaría sería otra cosa, seguir siendo tan fría; ahora comprendo que la vida es algo en permanente cambio. Lo importante en ella es el viaje, no el destino. El secreto de la felicidad, está en cada una de las vueltas del camino, en los remansos del río, en los hermosos paisajes, ¿sabés que estoy haciendo ahora?

—Decímelo —dijo él, acariciándola con su mirada.

—Estoy deteniendo mi paso en un recodo del sendero, sin importarme dónde o cómo termina. Estoy dispuesta a disfrutar del amor, como lo estaría al escuchar el canto de los pájaros, o el sonido de la lluvia. Si los trinos cesan, si todo se hace silencio, estaré poblada de recuerdos. Eso, es mucho mejor que tener helada el alma; me convertí en una mujer de hielo porque no quise sufrir, no quise rebajarme a ser humana. Te dije que estaba en evolución, lo pensé muchísimo... Aunque te parezca mentira, vos me ayudaste; irónicamente también lo hizo Alicia... Ojalá pudiera ser más parecida a ella.

—Rocío, quiero besarte en los labios.

Se besaron suavemente, gozando ese contacto superficial que repercutía en sus más intimas fibras. A los diez minutos, estaban en la calle, tenían urgencia de soledad. Llegaron a la casa de Roberto, donde ingresaron sin pronunciar palabra. Rocío estaba casi paralizada, le resultaba difícil creer que era ella, la protagonista de esa escena de amor. Tenía algo de temor, de vergüenza, después de todo, apenas conocía a ese hombre. Al comprender que esos pensamientos congelaban sus afectos, se decidió a desecharlos; de allí en más solamente sentiría, se dejaría llevar por sus impulsos...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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