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Fecundación fraudulenta

Episodio 26

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Lunes, 8 de mayo de 1989

El primer rostro que vieron al llegar al consultorio de Álvez fue el de Estela Cáceres; se mostraba sonriente y afectuosa, las atendió con una especial amabilidad. Sabía que Alicia era una víctima de Álvez, porque había escuchado una conversación entre ellos, sin que advirtieran su presencia. Estar segura de que la hermosa muchacha no era su competidora le permitía tratarla con cierta familiaridad. Después de todo, ella también sufría por culpa del ginecólogo que tanto la humillaba. Mabel estaba pálida, vacilante, sentía mareos y deseos de vomitar. Aterrada, confundida, llena de sentimientos de culpa, se torturaba sin piedad. Su espíritu se había quebrado, pero la idea de interrumpir su embarazo era cada vez más firme. No soportaba al ser que llevaba en sus entrañas; quería librarse de él urgentemente, nada podía disuadirla sobre el punto, necesitaba que todo volviera a ser como antes, vivir despreocupadamente.

Alicia había cumplido su prestación hacía varios días, entregándole a Álvez el semen de Burán con toda celeridad, siguiendo las instrucciones que se le impartieran. A las pocas horas de obtenerlo, lo había llevado al consultorio. Él se había puesto muy contento, lleno de entusiasmo. La muchacha temía que Álvez no cumpliera su promesa, que se negara a hacer el legrado, invocando cualquier excusa. Si eso hubiera sucedido, Alicia hubiera sido capaz hasta de matarlo. Por fortuna para ella y para su hermana, el ginecólogo estaba dispuesto a cumplimentar la promesa dada.

—Pasen, por favor —dijo Álvez, que repentinamente apareció a la puerta de su despacho—. Vos debés ser Mabel, ¿no es cierto?, mucho gusto. Tenés suerte querida, te voy a sacar del problema. No tengas miedo, todo está previsto. Tendrás una buena atención, un especialista colaborará en la anestesia. Para prevenir hemorragias te daré un remedio muy bueno que he recibido de Estados Unidos. Nada te pasará, he estudiado tus análisis bioquímicos, no es preocupante la situación. Podés quedarte tranquila, te lo digo con experiencia en el tema, ¿estamos?

—Sí, doctor, lo que usted diga, yo obedeceré —dijo la demudada Mabel.

—Así me gusta chiquita, vení, pasá al otro cuarto, allí está la camilla, ¿vos querés entrar, Alicia?

—¿Es necesario, doctor?, ¿tengo que ayudar en algo?

—En nada, te invito por si lo deseás vos o tu hermanita. ¿Qué pensás Mabel?, ¿querés que Alicia te acompañe?

—Hasta que me duerma, luego puede irse, no quiero que sufra viéndolo todo...

—Está bien —dijo Alicia—, entremos...

Una inyección rápidamente durmió a la niña. Alicia estaba descompuesta, se retiró inmediatamente.

A los veinte minutos, Mabel fue llevada por el mismo Álvez, hasta un cuarto vecino. Allí la recostó sobre una cama y la abrigaron con una manta; seguía profundamente dormida.

—Ya está, le hemos solucionado el «problema» a tu hermanita, ¿estás conforme ahora? Todo ha salido muy bien, no creo que se presenten inconvenientes. Ha coagulado a las mil maravillas, quedáte haciéndole compañía. Cuando se despierte, estará angustiada, fundamentalmente por los efectos del anestésico y por lo que vivió. Consolala, pero no dejes que se desespere demasiado; es mejor que la calmes, enérgicamente si es preciso. No te vayas hasta que no esté casi normal, aunque tengas que permanecer mucho tiempo aquí. No me molestan, no he citado a ninguna paciente. Hay dos cosas que quiero decirte, ambas son fundamentales. La primera: te repito que nadie debe saber lo que pactamos, ni lo que hiciste. Si faltas a tu palabra, resignate a que le envíe a tu padre la carta que me firmaste. Se horrorizaría al leerla, sería lamentable que tuviera otro infarto, ¿está?

—Sí, doctor —dijo Alicia, conteniendo la indignación.

—Bien, la segunda es una buena noticia, para vos; te la comento para que te tranquilices. ¿Sabés adónde fue a parar la muestra de esperma que me conseguiste?

—¿Adónde, doctor?

—Al inodoro, querida; mi clienta falleció antes de que pudiera realizar el análisis. De todos modos hicimos una buena obra, valió nuestra sana intención. Lamento que hayas tenido que realizar inútilmente la tarea. Igualmente, como observarás, estoy dispuesto a cumplir mi parte, aun sin beneficio alguno. Quizás tendrías que reconocérmelo, ser un poco más cariñosa conmigo, ¿no te parece?

Álvez acarició los cabellos de Alicia, era muy claro que deseaba poseerla. No se había conformado con utilizarla como señuelo, ahora pretendía algo para él. Pero ella ya no se sentía comprometida, Mabel ya estaba libre, sólo una cosa le preocupaba, el ginecólogo se había negado a devolverle la carta. Por eso, no le convenía disgustarse con él. Con educación pero secamente, le dijo:

—Doctor Álvez, perdóneme, no quisiera tener, por ahora, una relación con usted. Yo hice lo que prometí, he sufrido mucho, necesito tiempo para curar mis heridas. Me he degradado como mujer, como persona; quiero olvidar lo que sucedió, empezar de nuevo, ¿me comprende, doctor?

—Más o menos, creo que merezco una mejor respuesta de tu parte. En fin, dejémoslo así, a lo mejor tenés que volver antes de lo que imaginás. En ese caso, acordate de que todavía tenés una pequeña deuda. Otra cosa, ojito con acercarte a Burán, no te lo aconsejo, mejor que no me entere, ¿eh? En ese caso no dudaré en remitirle a tu papá la confesión que me firmaste, pensalo bien... Hacete a la idea de que este capítulo de tu vida, no existe. Yo no quiero tener problemas en el futuro, ¿entendido?

—Está bien, doctor.

—Bueno, linda, tu hermanita ya se está despertando. La próxima vez no tendrá tanta suerte, advertíselo. Cuando estén listas llamá a mi secretaria, ella te abrirá la puerta. Si querés un café, pedíselo. Te espero, algún día...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónNoviembre 2000
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