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Fecundación fraudulenta

Episodio 27

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Sábado, 17 de junio de 1989

—¡Alicia!, ¡qué grata sorpresa!, creí que no te vería nunca más... ¿Recibiste la carta que te mandé?, espero que no te haya molestado. Te la envié porque no tenía otra forma de comunicarme con vos. No me animé a presentarme en tu casa; sé que a tus padres no les habría gustado que un hombre ya maduro te estuviera buscando.

Roberto atendió a Alicia en su estudio, hacía más de un mes que no la veía, su ausencia le había dejado un sabor amargo ya que la muchacha lo había impresionado mucho. Cuando comprendió que ella no deseaba verlo, se entristeció, pero ahora, imprevistamente, había vuelto sin aviso alguno.

—Sí, Roberto, recibí tu carta, lamento no haberme comunicado con vos, estaba indecisa, aunque tenía ganas de llamarte.

—¿Y por qué no lo hiciste, Alicia?, te estaba esperando, vos lo sabés...

Ella no podía decirle la verdad, que Álvez se lo había prohibido, que la había amenazado, presionándola para que jamás volviera a verlo, optó por utilizar argumentos obvios que también tenían mucho de cierto.

—Mirá, Roberto, comprendeme, tengo veinticinco años, me sentía muy intimidada. Vos sos un hombre hecho, tenés mucha experiencia, a tu lado me siento muy poca cosa.

—¡Qué me estás diciendo, querida! ¡Qué tendría que decir yo entonces! Pensé que me considerabas un caduco indeseable. Me costó aceptar esa realidad, pero tuve que reconocer que es absolutamente lógica. Comprendo que hayas dudado, no podía ser de otra manera.

—No fue como vos pensás, yo quería verte, pero tenía como temor... Lo nuestro fue demasiado rápido, supongo que no debés tener una buena imagen de mí, pensarás que soy una mujer fácil, te aseguro que no es así.

—No he pensado eso, simplemente te he recordado, me hiciste muy feliz. Deseaba repetirlo, tan sólo eso. No se me ocurrió criticarte, no soy quien para hacerlo, estoy muy contento de que hayas venido... Decime, Alicia, ¿qué te hizo cambiar de opinión?, ¿por qué querés verme ahora y antes no?

—El tiempo, Roberto, tengo más claras las ideas. Al principio creí que con unos pocos días superaría la situación, luego debí aceptar que seguía extrañándote. Además me pareció muy desconsiderado desaparecer así; vos te portaste bien conmigo, merecías una respuesta, una explicación.

—Es lo único que te interesa, ¿darme una explicación?

—No seas así, Roberto —dijo Alicia sonrojándose—, me hacés sentir incómoda. Esto no me resulta sencillo, ¿estás molesto conmigo?

—Está bien, disculpame, no tengo derecho a exigirte nada. Lo que pasa es que me encariñé; es común que los hombres de mi edad se entusiasmen con chicas tiernas y hermosas como vos. ¿Te gustaría que fuéramos a cenar?, podríamos hablar más tranquilos, sin compromiso alguno de tu parte, por supuesto.

—Eso es lo que quisiera, conversar con vos, me gusta mucho hacerlo, me hace bien, ¿seguro que no tenés problema?

—Ninguno Alicia, sólo que voy a tratar de no hacerme ilusiones, seguramente desaparecerás de nuevo.

—No pienso hacerlo, Roberto, a menos que me lo pidas.

—Me parece difícil que lo haga, chiquita, me gustás demasiado...

—Eso será hasta que me conozcas; luego verás que soy una mujer sin atractivos, ni siquiera ideología política tengo.

—¿Eso te parece criticable?, para mí es una señal de inteligencia.

—No comprendo Roberto, ¿por qué lo decís?

—Muy simple, querida, ¿no sabías que las ideologías son obra de impostores? Decime, ¿no te hubiera resultado más fácil adoptar la de tus padres?, ¿o la de cualquier otro? Estas doctrinas tan categóricas que pululan por doquier tienen éxito porque hacen innecesario reflexionar. Los mediocres recitan lo aprendido, sin atreverse a discutirlo, ni se preocupan por entenderlo. Cuando quieren ganar una discusión, sencillamente vociferan que lo que ellos afirman, antes lo postuló Marx, o Perón, o el líder de turno. La mediocridad no ofrece respuestas; la inteligencia, sí, discute, pelea, controvierte, niega, critica. Como verás, no es censurable que carezcas de ideologías; eso hasta puede enaltecerte.

—Estás equivocado, Roberto, vos tratás de halagarme. No tengo ideas propias ni ajenas, soy un desastre, no estoy capacitada para opinar de nada.

—No es lo que me estás demostrando ahora, fijate de qué manera analizás la situación. Tenés la valentía de censurarte, estás persiguiendo la verdad. Que no tengas una concepción determinada sobre algunos temas puede significar que sos seria, responsable. El mundo está lleno de infelices que opinan sobre todo sin saber nada. Durante el aprendizaje, es natural no poder tener una postura asumida. Así debería ser en la mayoría de los casos, tendríamos que cuestionárnoslo todo. Vos no estás mimetizada con el medio, tenés una personalidad propia, llena de dulzura. No estás contaminada por la sociedad, no en lo fundamental. Afrontás las circunstancias con una óptica muy particular, no le pedís a nadie que te preste sus ideas. Lo importante es tu ternura, tus sentimientos, tu bondad. Creo en ella, la presiento, ¿me dejás darte un abrazo?, tengo una gran ansiedad por sentirte cerca de mí.

Se estrecharon afectuosamente, él beso su cuello con delicadeza.

—Bienvenida, Alicia —murmuró Roberto al oído de la joven.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónDiciembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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