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Fecundación fraudulenta

Episodio 7

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Sábado, 22 de abril de 1989, a las 10 h

Juanita llegó al despacho del doctor Álvez sin que nadie se lo indicara. Era un territorio conocido para ella, su relación con él era antigua y muy especial. Cómplices naturales, su alianza había soportado el paso del tiempo.

Juanita no es una mujer bella, pero tiene encanto, es dominante por naturaleza y no le gusta que se contradigan sus opiniones. Desprecia la debilidad y, acostumbrada a opacar a los hombres, los maneja a voluntad con su enérgico carácter. Cuando se encuentra con un igual, colisiona frontalmente derivando hacia una inevitable ruptura. Álvez es la única excepción, con él se entiende. Juanita no puede someterlo. Eso la irrita pero a la vez la atrae en forma irresistible. A su modo lo ama profundamente aunque jamás se lo diría, él no lo precisa; hace mucho que lo ha intuido, puede percibirlo en cada uno de sus gestos, en sus palabras. Se ven discontinua pero frecuentemente, respetándose amplias zonas de privacidad. Su relación ha perdurado porque han sabido lograr un delicado equilibrio, matizado de sexo, de una pizca de sadomasoquismo y también de mucho afecto. Tienen una relación extraña, multifacética. Hace más de una década que son amantes, salvo por algunos espacios de distanciamiento, sin mayores cambios. Juanita es una típica descendiente de árabes: tiene una tez olivácea y cabellos lacios tan negros como sus vivaces ojos, mide un metro setenta de estatura, su cuerpo es armonioso sin ser llamativo. Tiene buenas caderas, pechos pequeños y, sobre todo, un hermoso par de piernas, pero lo más cautivante de Juana es su seducción. Su femenina agresividad sabe encauzarla tan bien como un dardo hacia sus presas masculinas. Gracias a su gran inteligencia, supera habitualmente a los hombres que se le acercan; experimentada, conoce las pasiones humanas. No tiene prejuicios ni es sensible; por el contrario, es dura como una roca, los hombres son para ella meros objetos que ha de utilizar. Sabe cómo atraerlos, finge apasionamiento cuando es necesario o ingenuidad cuando es conveniente. Por estas características, un analista podría calificarla de cruel, de egoísta o de maligna, aunque quizás estos calificativos sean demasiado severos para abarcar su tan compleja personalidad. Desde niña, se vio envuelta en un ambiente sórdido, asfixiante, fue esclava del autoritarismo paterno, que también oprimió a su madre. Debió forjar su carácter reaccionando ante esa dominante fuerza. Decidió manejarlo con inteligencia, maquiavélicamente, asumiendo la conducta adecuada para lograrlo, sin importar los medios. De esta manera consiguió hacer su vida soportable, renunciando a una buena cuota de su dignidad, hasta que a los dieciocho años se fue de su hogar. Desde su casa natal, en Buenos Aires, se trasladó a Mar del Plata, una especie de paraíso argentino. Siguió así su vida, progresando en lo laboral, su gran capacidad le aseguró buenos empleos. Hábil mecanógrafa, habla fluidamente inglés y programa computadoras, tiene don de gentes, sabe guardar secretos, colabora con sus empleadores en pequeños detalles de importancia. Ocasionalmente, se ha acostado con alguno de ellos porque le agradó hacerlo y porque, además, le convenía. Siempre obtiene alguna satisfacción de sus relaciones aunque su afectividad se encuentra adormecida, tal vez sepultada en algún recoveco de su lejana infancia. Tiene treinta y dos años, su reloj biológico le pide a gritos un hijo. Este pensamiento la acosa últimamente quitándole el sueño. Desea tener un bebé, pero quiere que su padre sea fuerte, lúcido, orgulloso y digno. Repudia a los hombres endebles y pobres de espíritu que cotidianamente trata. Busca a alguien respetable. Sabe que ser madre no sería sencillo: cuidar a un niño la limitaría en su trabajo y en su vida de relación; podría generarle inestabilidad. Ella siempre se ha defendido brillantemente sola: es fácil maniobrar así a los hombres, distinto es con una criatura a cuestas, complicado conseguir un buen trabajo o mantenerlo luego. Son difíciles de compatibilizar estos dos aspectos. Para ella resulta vital mantener su nivel de vida que sin ser suntuario es bueno. Tener un hijo le exigiría además contratar a alguna persona que la ayude en su crianza, de lo contrario no podría seguir trabajando. Juanita no tiene buenos amigos, ni tampoco amigas, con excepción de Silvia, su confidente desde la adolescencia. Sólo ella conoce los vericuetos de su mente y las amargas experiencias que vivió cuando era niña; la quiere de una manera especial, más que a su misma madre. A ella la compadece por su pusilanimidad, por la ignorancia y sumisión de la cual siempre hizo gala. Piensa que si hubiera sido distinta no habría sido tan infeliz. Dentro de este cuadro de situación, la relación con Álvez es uno de los pocos detalles luminosos que pueden destacarse. Divirtiéndose, simulando, han mantenido una relación subterránea, oculta a los ojos del mundo. Más de una vez, han compartido la mesa con la pareja ocasional de uno o de otra, fingiendo que los vinculaba una amistad carente de sexo. Para nada es así; gozan juntos en la cama; disimulan porque les place reírse del prójimo. Cada uno a su manera está provisto de una buena dosis de donjuanismo que los convierte en estafadores. Él siempre la ayudó, vinculándola, consiguiéndole trabajo, dándole dinero e interrumpiéndole tres embarazos no queridos, uno de ellos propio. Juanita Artigas le cuenta sus intimidades, satisface con él sus más bajos instintos, disfrutándolo. A él le encanta el apasionamiento que ella pone al entregarse. Es una mujer que carece de límites al hacer el amor. Hay cierto lazo maléfico entre ellos, un parentesco extraño casi tangible que les permite comunicarse con desparpajo, diciéndose, aceptándose todo.

—Juanita... Te pedí que vinieras por razones serias, aunque después te voy a hacer algunas cositas —dijo Álvez, dándole un beso en la boca—. Quiero proponerte un estupendo negocio. Para encararlo hace falta mucho valor. Se trata de un asunto gordo, quiero que lo pienses bien; sólo cuando estés completamente segura contéstame si aceptas o no. Lo que voy a decirte es un secreto: nadie más que nosotros debe saberlo, ¿comprendido?

—Me estás aburriendo, querido, ¡hablá más claro!, ¿no ves que me muero de curiosidad?

—Tranquila —dijo Álvez.

Estaba jugando con la ansiedad de ella.

—¡Dale che!, contáme de una vez que es lo que pasa!, te estás abusando de mí porque sabés que te quiero.

—Bueno —dijo él— pero tomaste conciencia de que la cosa es seria, ¿no?

—¡Sí!, ¡termínala Esteban!, vos sabés que podés contar conmigo. Supongo que me tendrás confianza, ¿o no es así?

—¿Me estás dorando la píldora? —dijo Álvez.

—¡Vamos, querido!, entre nosotros no corresponden tantos cabildeos, sabés quién soy, lo que te puedo dar, que te amo como sos, inteligente, sensual y también malo. En cierta forma soy tuya, así que no me vengas con vueltas, contámelo todo.

Juana se iba excitando mientras así hablaba. Se acercó al médico y comenzó a acariciarlo, le desprendió la camisa besándolo apasionadamente pero Álvez la apartó con delicadeza...

—Esperá, soltame, Juani —dijo él—, no te enojes, pero antes quiero hablarte. Ahora escuchá atentamente lo que te voy a decir, ¿estás dispuesta?

—Me dejaste temblando, malvado, pero trataré de escucharte.

Sonriendo, él se sentó tras el lujoso escritorio de su despacho, como para darle solemnidad a su retórica, manifestando:

—Bien, mirá, Juani, hasta hace poco yo tenía una buena situación económica, no me faltaba nada, pero ahora estoy con problemas. Así y todo, me doy una vida confortable, me gustan las mujeres, vos lo sabés y lo comprendés. Soy divorciado, mi hijo no me quiere mucho y tal vez tenga razón: he cometido numerosos errores en el pasado. Siendo sincero, debo reconocer que salvo alguna excepción no me arrepiento de nada de lo que hice; tal vez sí de lo que no hice. Estoy distanciado con Jorge y no sé cómo solucionar este problema; no soy el padre que necesita, he tratado de acercarme a él pero me rechaza, le cuesta relacionarse conmigo. Te confieso que eso me duele pero debo comprender que está en la adolescencia; pronto hará su vida independiente, lo que me parece lógico. En definitiva, que me estoy quedando solo y quiero vivir bien los años que me quedan, que no son tantos...

—Perdoname —dijo Juanita—, ¿qué es lo que pasa con tu situación económica?

—Yo diría que no es de lo mejor, Juani. Debo mucho dinero. Si sigo así tendré que vender el consultorio para pagarlo.

—Pero, ¿cómo llegaste a esto, Esteban?, vos ganás muy bien, no lo entiendo.

—Fundamentalmente por dos razones: la primera y principal es mi vieja afición por el juego; la segunda es el juicio que perdí hace dos años con tu antiguo amiguito Roberto Burán. Te acordás de él, ¿no?

—Sí, pensé que te habías recuperado de eso...

—No es tan fácil, Juanita, perdí un montón de plata. Y para mi desgracia seguí jugando... Como comprenderás, me molesta esta situación, sigo deseando darme la gran vida, hacer cosas hermosas. Esto significa viajar como un duque, tener un yate propio, navegar por el Mediterráneo, por el Caribe... En fin, vivir aventuras en serio, apartándome de la mediocridad que aquí tenemos; quiero más, mucho más, ¿entendés? Desentenderme del futuro sabiendo que lo viviré sin problemas económicos, sin necesidad de trabajar.

Juanita estaba sorprendida por esta repentina confesión de hastío y de ambición. Asintió con la cabeza sin pronunciar palabra. Él siguió hablando entusiasmado:

—Y bueno, que estoy cansado de jugarme el pellejo todos los días en esta profesión que me tiene saturado. Es demasiado riesgosa, vos lo sabés. Gano bien, no lo niego, cada aborto me compensa bastante, pero estoy saturado de andar haciendo equilibrio en la cuerda floja, un error significa la caída al vacío. Si bien me conduzco con precaución y sé trabajar, la tensión nerviosa es inevitable, estoy hastiado, Juanita... Por eso te digo, ¿sabés cuál es la salida?

Ella arriesgó:

—¿Dejar de hacer legrados?

Él soltó una carcajada.

—Pero no, Juani, no seas tontita, eso es lo que me da de comer. No, lo que necesito es hacer algo que me llene de plata, olvidarme de los problemas económicos. Algo que me permita vivir libremente, sin condicionamientos por el resto de mi vida.

—¡Qué vivo! —dijo ella—, ¿a quién no le gustaría eso?

—Pero yo he encontrado la forma —contestó Álvez—. Lo he pensado muy bien, me asesoré jurídicamente, pero te necesito. Solo no lo puedo hacer... Es preciso que tenga una aliada confiable decidida a todo, una mujer que sea incondicional conmigo. Únicamente vos reunís estas condiciones. Sé que no me traicionarías, hay demasiadas cosas entre nosotros. Además tendrás grandes beneficios gracias a mí. Claro, si entraras en el negocio tendrías que hacerme un testamento, por si te pasara algo...

Juanita alzó la voz sumamente molesta:

—¡Ya me cansaste!, o me decís ya lo que sea o me voy, ¡no juegues más conmigo! Si te pensás que soy una nena estás equivocado, ¡chau...!

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
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