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Fecundación fraudulenta

Episodio 8

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

Ella se levantó como para irse; estaba realmente ofendida, especialmente porque no le había gustado la palabra «testamento». Creyó que implicaba una falta de confianza; eso la hacía enfermar, aunque estaba acostumbrada a perdonárselo todo. Álvez puso las manos sobre el escritorio, pronunciando con lentitud y claridad sus palabras:

—Esperá, no te pongas neurótica que ya vas a entender, voy a ser breve... La verdad es que el negocio que te voy a proponer no es trigo limpio, pero sí suculento, jugoso. Creeme que vale la pena.

—Al grano, querido —expresó impaciente Juanita.

—De acuerdo, vos sabés bien que muchas mujeres buscan un candidato con plata para casarse; esto no es ningún secreto. Algunas logran tener un hijo con un hombre adinerado: de esa manera consiguen una cuota alimentaria hasta la mayoría de edad del chico y se terminan así sus problemas económicos. Cuando son grandes, los hijos generalmente colaboran con su madre, lo que permite hacer más dilatado el lapso de bonanza, que a veces llega hasta la muerte de ella. Además, usufructuar los bienes de los menores puede ser rentable. Y bueno, dentro de este esquema, es claro que cuanto más dinero tenga la víctima, mejor.

—¿Qué me estás sugiriendo, Esteban...?

—¿Qué te parecería enganchar un boludito?

Juanita quedó como inmovilizada por la sorpresa; reaccionó violentamente:

—¿Querés decir que me encame con un millonario, para engendrar un hijo de él?, ¡estás totalmente loco!, ¿qué tenés en la cabeza? Jamás me degradaría así. Seguirle la corriente, acostarme con alguien que quizás me asquee, no, querido, sé que no soy una santa, pero no me sacrificaría de ese modo. No me dan ganas...

—No lo descartes tan fácilmente, querida —dijo él.

—Has ido demasiado lejos, Esteban. Para colmo, para quedar embarazada, difícilmente bastaría con tener una sola relación sexual. No me atrae la idea de tener varias con un extraño. Sinceramente no te entiendo... No sé cómo me podés pedir semejante cosa, que me haga preñar por un tipo que para vos es completamente desconocido, ¡sólo porque deseas llenarte de oro! Sabía que eras desalmado, pero no creí que tanto... Te agradezco la invitación, ya imaginarás dónde podés metértela.

—No te pongas así, Juanita, ¿no somos amigos, acaso? Me extraña que reacciones de esta manera... Escuchame, mi amor, te voy a confesar una debilidad... No solamente lo quiero hacer por dinero, sino también por venganza.

—¡Ah! —dijo ella como si la confesión de Álvez la hubiera calmado—, ahora voy entendiendo... A ver, explicame.

Él se reclinó en un sillón, tomándole a Juanita una mano le dijo:

—La víctima que he escogido casi me manda a la quiebra. Por culpa de ese desgraciado me perdí un negocio de cientos de miles de dólares. ¡Sí!, se trata de quien te estás imaginando, de tu apreciado Roberto Burán... No sé si recordarás que yo le había comprado a una viuda una enorme propiedad en el barrio Los Troncos de Mar del Plata. Era una mansión hermosa que no bajaba de cuatrocientos mil verdes, que compré por cien mil solamente. La mujer que me la vendió estaba necesitada porque debía afrontar muchas deudas, aproveché su situación y conseguí los cien mil. Escrituramos la propiedad sin problemas pero a los seis meses la vieja que me vendió quiso recomponer el precio de la operación. Su abogado era Burán. Este maldito alegó que había abusado de su clienta; lo negué rotundamente. Me iniciaron juicio, invocando que había existido en la compra el vicio de lesión y demostraron que existía desproporción entre el valor real y lo que yo había pagado. Acreditaron el estado de necesidad de la anciana, no sólo por el desequilibrio económico, sino con otras pruebas. Te la hago corta, perdí el pleito... La Cámara de Mar del Plata me condenó a pagar una compensación de doscientos mil dólares si quería salvar la casa. De otro modo tendría que dejar sin efecto la operación y se me reintegrarían los cien mil que puse, previa deducción de los honorarios. Finalmente, no sólo perdí el inmueble, sino los cien mil que había pagado. Era imposible aumentar el precio, cumplir con la exigencia de la Cámara: tuve que cubrir los gastos, pagarle a los abogados y al perito tasador. Un verdadero desastre, apenas pude recuperarme del golpe. Como ves, tengo motivos para odiarlo...

Juanita asintió comprensivamente.

—Sí, recuerdo que estabas muy preocupado, que el juicio iba mal, pero ¿te parece que el abogado tiene la culpa? Después de todo cumplió con su deber, ¿o no es así?

Álvez se puso serio; pensó un instante lo que iba a decir y comentó:

—No sé, creo que este cretino de Burán se pasó de vueltas. No quiso llegar a ningún acuerdo razonable, es un hijo de puta: lo quiero dañar como sea. Ahora tengo la oportunidad de tomarme una revancha, de recuperar lo que perdí por su culpa, incluso de salir ganancioso.

Juana Artigas lo miró amorosamente: era extraordinario cómo aquel hombre lograba conmoverla, realmente le gustaba estar de su lado. Pese a todo, Juanita dijo:

—Mirá, te comprendo, pero lamentablemente no estoy dispuesta a hacerlo.

Álvez, que la conocía demasiado, le preguntó irónicamente:

—¿Ni por un millón de dólares?

El disparo dio de lleno en el blanco, Juanita no supo qué decir, finalmente contestó vacilante:

—Bueno, no sé tanto, a ver, contame cómo es la cosa —y agregó bromeando—, ¿cuándo me tengo que acostar?

Inmediatamente aclaró:

—¡Ojo!, es un chiste, no creas que acepto.

Álvez sonrió levemente, ella no lo había defraudado. Siguió explicándole:

—Querida, vos sabés que Burán es un nuevo ricachón que recién a los cincuenta años tiene fortuna. Hace seis meses la heredó de su padre. Su viejo manejaba un patrimonio estimado por lo bajo en seis o siete millones de dólares, fundamentalmente campos. Recordarás que se separó de la madre de nuestro polluelo cuando éste era muy pequeño y se fue a vivir con otra mujer con la cual nunca tuvo hijos y que murió hace más de cuatro años. Nuestro futuro pichoncito es el único heredero que existe del señor Guillermo Burán, nadie más que él, ya que no tiene hermanos. De golpe, nuestro Robertito se vio premiado con un dineral que no creo sepa manejar; este estúpido no valora su riqueza.

—Está bien, Esteban, pero Roberto nunca estuvo mal: siempre vivió cómodamente, progresó en su profesión de abogado, creo que publicó algunos artículos interesantes.

—Es cierto, Juanita, incluso es profesor universitario, pero sin estridencias ni gran nivel económico. Digamos que se destaca del montón sin ser una estrella. Volviendo a lo esencial, parece que todo el dinero que le ha llovido del cielo no lo ha mareado, como si le sobrara, ¿no? Y esto, además de mis enormes deseos de venganza, es lo que ha despertado mi apetito, a mí no me sobraría ni un céntimo; es más, en realidad lo necesito urgentemente: es vital que pague rápido mis deudas. Te estoy ofreciendo que algo de esa fortuna sea tuya.

Juanita no podía creer lo que escuchaba, sólo atinó a decir:

—Esteban, ¿estás corriendo peligro?, ¿quiénes son tus acreedores?

—Preferiría no hablar de eso, Juani.

—Pero yo sí, quiero saberlo, si no me lo contás me borro.

—Está bien, son usureros: perdí plata en el casino, me enloquecí. Vos sabés como son estas cosas, fui un idiota, pero ahora no tengo salida. Tengo que devolverles el dinero como sea; puedo demorarlos un poco, no demasiado. El asunto de Burán puede, debe ser mi salvación, ¿me comprendés ahora?

—Sí, mi amor, haré todo lo posible por vos, aunque me pedís demasiado... ¿Qué es concretamente lo que querés?, ¿que tenga un hijo con él?

Álvez rápidamente contestó:

—Eso mismo.

Ya enganchada en el siniestro plan, Juanita pensó un momento y sugirió:

—Eso no sería tan difícil si fuera un desconocido, pero con Roberto sabés que se complica: me odia, no me dejará que me acerque a él. Me porté muy mal con él hace años, revelé secretos de su estudio causándole grandes problemas. Además, aun cuando pudiera acostarme con él una vez, ¿cómo estar segura de que me embarazaría?

—Por eso no te preocupes querida, yo me encargo.

—Está bien, Esteban, pero cuando pienso que debo tener un hijo con él, te juro que tiemblo.

—Mirá, chiquita, hablemos claro: vos me dijiste que tenías ganas de tener un hijo aunque fuera de soltera, sólo te asustaba la crianza y la manutención del chico. Bien, ya te solucioné el problema, ¿que más querés? Confío en vos, sé que no te dejarás presionar, que no me fallarás. Te estoy ofreciendo lo que vos tanto pedías: un hijo.

Juanita se ruborizó, muy raro en ella, musitando:

—Pero yo hablaba de un hijo tuyo...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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