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Fecundación fraudulenta

Episodio 72

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Fernando se levantó rápidamente para saludar a la recién llegada. Estela Cáceres estaba muy bien vestida, él trató de ser amable con ella.

—Mucho gusto, señorita Cáceres; yo soy Fernando Ridenti, siéntese por favor. ¿Qué desea tomar?

—Gracias, un café por favor, puede llamarme Estela.

Luego de ordenar tres cafés, Fernando prosiguió:

—Estela, usted sabe bien lo que le está pasando a Roberto Burán... Quédese tranquila que lo que aquí conversemos queda entre nosotros. Nadie más se va a enterar, a menos que usted expresamente lo autorice. La necesitamos, se va a cometer una injusticia irreparable, a menos que hagamos algo... Usted es nuestra única esperanza...

—Me enteré de lo que está sucediendo —acotó Estela—. Alicia me contó los detalles, algo ya sabía... Es horrible, yo tengo miedo porque Álvez es capaz de vengarse, de hacerme daño. Estoy aterrada, si se entera de que estamos hablando, podría matarme. Soy sincera, vos lo sabés, Alicia, yo sentía por Esteban Álvez una especial atracción, en cierta forma, todavía me atrae. Pero ahora, lo que más siento es pánico, quisiera desaparecer de la ciudad. Últimamente está como loco, debe de ser por el juicio. Se lo ve nervioso, de mal carácter, me trata despóticamente, hace unos días casi me golpea. Está peor que nunca, yo creo que es capaz de hacer cualquier cosa.

—Escúcheme, Estela —expresó Ridenti—, necesitamos su colaboración, la única forma que usted tiene de estar segura es desenmascarando tanto a Álvez como a Juana.

El rostro de Estela Cáceres, se ensombreció.

—Esa mujer es siniestra, lo tiene embrujado, siempre se burló de mí...

—Cuando ella tenga dinero se burlará más —dijo Fernando—. Tendrá una vida de bonanza gracias a Roberto Burán. Arruinará la vida del chico, ¿usted lo permitirá?

—Yo no tengo nada que ver —contestó defendiéndose Estela Cáceres—. No me pida cosas que no puedo hacer. Acepté venir porque Alicia me lo imploró, pero le dije claramente que no me arriesgaría a declarar: al final la víctima sería yo.

—¿Por qué la víctima? —cuestionó Fernando.

—Porque me quedaría sin trabajo, y quién sabe lo que me haría Esteban; de alguna manera se tomaría revancha, de eso estoy segura.

—Pero Estela —exclamó Alicia—, ¿cómo podés seguir trabajando con él?, no te entiendo.

—Mantengo a mi mamá, ella está muy enferma, no puedo darme el lujo de quedar desocupada. He tratado de conseguir otro trabajo, pero es muy difícil... La crisis es total, no se consigue nada. No puedo renunciar hasta que no tenga algo seguro.

—Escúcheme, Estela, si solucionara su problema económico, ¿colaboraría? Por favor, no lo tome a mal, no estoy intentando sobornarla; simplemente le ofrezco compensar los perjuicios que tendría por ayudarnos. Es lógico que así sea. Si colaborara con nosotros estaríamos eternamente agradecidos y haría una maravillosa obra de bien. Es más, si tenemos éxito en nuestro planteo, si logramos sacarle el niño a Juana, no tendrá más apuros de dinero... Se lo prometo...

—Está bien, le agradezco la oferta, no estoy en condiciones de rechazarla, pero, ¿cómo puedo saber si le sacarán al chico?, ¿y si no lo logran?, ¿qué pasará mientras tanto? A mamá no le puedo decir que espere para comer, ni tampoco a mi estómago, ni al dueño del departamento cuando me reclame el alquiler. No estoy en condiciones de arriesgarlo todo, lo siento...

—Espere, Estela, no se apresure. Si declara, le aseguraremos tranquilidad económica, ¿cuántos dólares gana por mes en el consultorio?

—Más o menos ciento veinte —dijo Estela Cáceres—. Apenas me alcanzan para subsistir. Los sueldos están por el piso...

—Bueno, yo estoy dispuesto a anticiparle una suma considerable, ¿qué le parecen diez mil dólares?

Estela Cáceres enmudeció, no lo podía creer: eso representaba para ella casi siete años de trabajo.

Fernando Ridenti se había salido de su estilo; normalmente hubiera regateado, aunque más no fuera por simple placer, pero en esta ocasión no podía permitirse fallar, lo que estaba en juego no tenía precio. Estela balbuceó:

—¿En serio?, ¿usted me daría esa cantidad? Así la cosa cambia... ¿Y sería un anticipo?, ¿habría más dinero después?

—Mire, Estela, soy sincero con usted, necesitamos su ayuda y la compensaremos bien. Si logramos sacarle el chico a Juana, habrá diez mil dólares más. Comprometo mi honor en ello, Roberto Burán también lo hará. Usted sabe que él es un hombre de fortuna, yo también, no faltaremos a nuestra palabra. Incluso tendrá en nosotros aliados incondicionales y permanentes, jamás le faltará trabajo. Pero debe colaborar sin limitaciones, la información tiene que ser útil. Si no lo es, no vale la pena que perdamos tiempo y esfuerzo. Es razonable, ¿no?

A esta altura de la reunión, Estela Cáceres estaba alterada; su ambición se despertó al comprender que tenía la posibilidad de mejorar su vida.

«Me están ofreciendo catorce años de sueldos por hacer algo que es justo», pensó. «Podría evitar que Juanita logre estafar al doctor Burán, que se enriquezca ilícitamente. Esa perra no se merece otra cosa que la cárcel. Será agradable esta venganza: nunca más se burlará de mí. En cuanto a Esteban, debo aceptar que yo no soy nada para él, lo mejor que me puede pasar es no verlo más. Debo pensar en mí, en mamá...»

—¿Qué piensa, Estela?, espero su respuesta —acotó Fernando.

—Yo aceptaría —expresó la secretaria dirigiéndose a Alicia y tomando su mano—. ¿Pero vos me asegurás que cumplirán lo que el señor Ridenti me promete?

—No tengo ninguna duda —respondió Alicia—, podés quedarte absolutamente tranquila... Respondo tanto por Fernando como por Roberto, ambos son hombres de bien. Te agradecería tanto que nos ayudaras... Si lo hacés, seré siempre tu amiga incondicional, te lo juro.

Fernando fue al grano.

—Decime, Estela, ¿qué es lo que sabés?, explicámelo concretamente. Algo me dijo Alicia de una carta que ella escribió, ¿te enteraste de eso?

—No, eso lo sé porque me lo contó ella, yo no había escuchado lo de la carta. En realidad, fue muy poco lo que pude oír, pero creo que suficiente. Hay dos cosas fundamentales, Álvez guarda toda la documentación en una caja fuerte, tras un viejo cuadro. Yo sé donde está la llave, es más, tengo un duplicado.

—¿Cómo lo sacaste? —preguntó Fernando.

—Una tarde que Esteban había salido, hace unos días... Él había viajado a Villa Gessell, aproveche para sacar una copia. Alicia ya había hablado conmigo y pensé que podría ser útil.

—¿Abriste la caja? —interrogó Alicia.

—No, no me animé, pero si tiene algo tuyo debe de estar allí. Te lo digo porque cada vez que le dan un papel de importancia, se apresura a esconderlo en ese lugar.

—Es muy poco —manifestó Fernando—, con eso no nos alcanza. Necesitamos más, algo que se refiera a la defraudación. Usted dijo que había dos cosas de trascendencia, ¿cuál es la otra?

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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