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Fecundación fraudulenta

Episodio 73

Ricardo Ludovico Gulminelli
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—Creo que sé dónde guarda Esteban la muestra de semen de Burán.

Tanto Alicia como Fernando acusaron el impacto; con esa prueba, la situación podía cambiar radicalmente.

—¿Dónde está? —demandó ansiosamente él.

—No estoy totalmente segura, pero me parece que la guarda en un departamento que alquila. Lo averigüé por casualidad, él estaba hablando por teléfono con Juana Artigas, le decía a ella que no se preocupara, que nadie sabía de ese inmueble. Agregó algo que en ese momento no entendí, dijo que «estaban bien fríos y seguros». Ahora supongo que se refería a los espermatozoides.

—¿Sabés dónde queda el departamento? —preguntó Alicia.

—Sí, gracias a una facturación de expensas comunes, vi una en el consultorio, ¿les puede servir?

—Maravillosamente —dijo él—, mire, Estela, si conseguimos el esperma, le regalo tres mil dólares más, independientemente del resultado. Pero falta algo, lo más importante. Está dispuesta a declararlo todo, ¿no? Su testimonio es vital para nosotros.

—¿No es suficiente con los datos que les proveo?, le tengo terror a Esteban...

Alicia intervino:

—Estela, pensá que él igual se enteraría, sospecharía de vos, finalmente se daría cuenta de todo. Creo que te conviene enfrentarlo directamente.

Él agregó:

—No te pedimos que mientas, por el contrario, te rogamos que digas nada más que la verdad. Obviamente no podrás decir que te damos plata, eso sería absurdo. No solamente te perjudicarías vos patrimonialmente, sino que descalificarías tu testimonio. Te escucho, ¿estás dispuesta?

—Tengo mucho miedo, no sé qué hacer...

—Escúcheme, Estela, con diez mil dólares usted comenzará una nueva vida, recuerde que serán trece mil si conseguimos el semen. Independientemente del resultado del juicio, piense en ese chico, en darle la posibilidad de una vida honesta. No permita que Juana y Esteban se burlen de Roberto Burán, y de usted.

—Bueno, que sea lo que Dios quiera, correré el riesgo, ¿qué debo hacer?

Fernando explicó:

—Escuche, el lunes a la mañana, la espero en el estudio del doctor Adolfo Bernard. Es un íntimo amigo, aquí tiene su tarjeta con la dirección. Allí redactaremos la denuncia penal, solicitando una orden de allanamiento en el consultorio de Álvez y en su departamento, usted debe suscribirla. En el mismo acto, le haremos entrega de diez mil dólares, contra su firma, ¿está de acuerdo?

—Sí —respondió ella.

—Perfecto —siguió Fernando—, tome estos cien dólares para que mañana le prepare un almuerzo especial a su madre. Y una última recomendación: no comente esto con nadie, sin excepciones, ¿comprendido? Cualquier filtración nos arruinaría el plan; piense que también está su futuro en juego. Ha sido un verdadero gusto conocerla, le aseguro que no se va a arrepentir nunca de habernos ayudado. Sabremos ser agradecidos, no lo dude...

Estela Cáceres se retiró rápidamente mirando a su alrededor; se tranquilizó al comprobar que, de las escasas personas que había en la confitería, ninguna le resultaba conocida.

Fernando llevó a Alicia hasta su casa, ambos estaban esperanzados, llenos de entusiasmo, veían una alentadora luz al final del camino. Antes de despedirse de ella, Fernando le manifestó:

—Alicia, muchas gracias por todo, Roberto se va a alegrar mucho al saber lo que estás haciendo.

—Él se merece esto y mucho más, hasta ahora sólo le he traído problemas. Lo menos que puedo hacer es tratar de solucionárselos, ¿no te parece que es mi obligación?

—¿Estás dispuesta a confesar toda la verdad ante el juez?, ¿no te importa desacreditarte?

—Nada, te soy sincera. No me importa en lo más mínimo lo que piensen los demás, sí lo que pienso yo. Ya no soporto el sentimiento de culpa, tengo que hacer algo rápido, si no, me voy a enfermar. Mabel comparte mi decisión, declarará todo sin importarle las consecuencias, nada grave puede pasarnos... Mamá tendrá que comprenderlo y, si no lo comprende, no me interesa. Cambiando de tema, decime: ¿cómo está Roberto?, ¿está saliendo con alguien?

Fernando sabía que con Rocío algo pasaba, aunque ignoraba que Roberto y ella ya habían intimado. Juzgó prudente no decir nada, no tenía sentido herir a Alicia. Por otra parte, conocía la psicología femenina y no deseaba arriesgarse a que ella cambiara de opinión. Lo más conveniente era que sus sentimientos hacia Roberto permanecieran estables. Le contestó:

—No, no sale con nadie, está muy solo, ya tendrán oportunidad de reencontrarse. Hay que esperar un poco, circunstancias más propicias, yo sé que él te quiere...

Alicia abrió la puerta del auto de Fernando y desde la calle dijo:

—Aunque no me quiera, deseo lo mejor para él, no me dores la píldora...

Se inclinó dándole un beso en la mejilla a Fernando.

—Chau —dijo ella saludándolo con su mano derecha.

—Chau... —respondió él.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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