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Fecundación fraudulenta

Episodio 45

Ricardo Ludovico Gulminelli
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—¡Ah!, ¿ya me quieren ver muerto?

—Le ruego que no sea irónico doctor, le estoy hablando con el mayor respeto. Simplemente le hago un detalle de los ingredientes legales que tiene el problema, usted después haga lo que quiera... Permítame que le explique la posición de mi mandante, no me parece inadecuada, por el contrario, creo que es justa.

Roberto suspiró profundamente, estaba obligado a continuar escuchando, quería saber qué buscaban Álvez y Juana.

«Debo controlarme», pensó, «¡cómo desearía atrapar a este minúsculo tacaño y destruirlo a golpes! Es un reptil, pero si le hago algo me denunciará, no me conviene, debo tener paciencia, más adelante veré...»

—Bien, Burán, ese legítimo derecho que tiene la criatura por usted engendrada tiene un valor significativo. No puede pretender que renuncie a su condición de heredero sin que se lo compense de algún modo.

—Con mucho dinero, ¿no es verdad? —preguntó Roberto con el rostro encendido.

—No tanto en proporción a su patrimonio, doctor Burán; usted tiene una fortuna estimada como mínimo en seis millones de dólares. Arreglar todo el «paquete», le costaría un millón doscientos mil... Creo que es una oferta tentadora, yo le aconsejo que la acepte. Casi le podría asegurar que después le resultará más onerosa cualquier transacción. Si llegáramos a una conciliación, podríamos suscribir paralelamente los contradocumentos que usted requiera, por supuesto sin comprometer a ninguna de las partes. Incluso podría establecerse alguna garantía a su favor, previendo que en el futuro se produjera un nuevo reclamo. Esto me lo sugirió mi misma representada; demuestra su sana voluntad de terminar aquí el asunto. Créame, Burán, no tiene alternativa. En la actualidad existen procedimientos infalibles para determinar la paternidad. Las pruebas genéticas son tan precisas como una huella digital. No tiene escape, debe aceptar la responsabilidad que le toca.

—Le repito, Allegri, que no tuve jamás relaciones sexuales con su clienta, no estoy dispuesto a dejarme extorsionar. Me ha decepcionado usted como abogado; con el pretexto de cumplir celosamente su deber profesional, no tiene ningún reparo en amparar a dos estafadores. Por lo menos tendría que haberse tomado la molestia de indagar un poco más a su mandante, antes de rechazar tan de plano mi explicación. Abogados como usted mancillan nuestra profesión. A todos nos gusta ganar dinero, pero hay diversas formas de hacerlo; para usted cualquiera es válida.

—¡No le permito...!

—¡Sí que me permite!, ¡cállese y escuche! Me obligan a defenderme y lo haré, pero le voy a dar un consejo, no se olvide de que éste es un asunto personal y de que conmigo no se juega. En primer lugar, una advertencia que deseo le haga llegar a la inmundicia de sus clientes. Si algo me llegara a pasar, a mí o a mi hija, que se aguanten lo que venga. He tomado ya mis precauciones. Dígale a Álvez...

—¡Ya le dije que no lo conozco! —interrumpió Allegri— ¡No le voy a permitir...!

—¡Sí que me va a permitir!, ¡usted me va a escuchar hasta el final!, si no lo hace lo voy a cagar a trompadas, ¡gran hijo de una mala puta! No crea que les va a salir gratis extorsionarme, jugar con mi sangre...

Allegri se puso pálido, temblando, paralizado por el terror.

—Repito, dígale a Álvez y a Juana que si algo me llega a suceder a mí o a Julieta las siguientes víctimas van a ser ellos... Y usted cuídese, no juegue con fuego. Voy a utilizar parte del dinero que ellos quieren sacarme para asegurarme una venganza por si me pasa algo. Puedo asegurarle que si atentan de algún modo contra mi vida, no tendrán mucho tiempo para arrepentirse. Esto dígaselo con pelos y señales. No olvide nada porque voy a cumplir todo lo que he dicho, me va la vida en ello. Por otra parte, aclárele a sus asesorados que jamás, escuche ¡jamás!, voy a transigir con ellos. No pacto con la mierda, la tiro al inodoro. Mi dignidad no se subasta, si pierdo será en la lucha. Pero le aclaro que voy a liquidar todo mi patrimonio, no les va a quedar ni un céntimo que disfrutar, que se olviden de mi sucesión. Conseguir la cuota de alimentos que reclaman les va a costar mucho esfuerzo. Otra cosa: que tengan mucho cuidado con las reiteraciones, si llega a aparecer otro supuesto hijo mío, no tendré piedad con ellos. Estos delincuentes van a aprender a conocer los límites.

Allegri escuchaba sin emitir palabra, petrificado; temía una reacción violenta de Roberto, débil y respetuosamente acotó:

—Pero, doctor Burán, ¡no se ponga así!, ¡comprenda mi situación!, usted también es abogado, tenemos que vivir... No tengo nada contra usted, al contrario, ¿no comprende que estoy cumpliendo un deber?, no me juzgue mal, después de todo le estoy ofreciendo un acuerdo razonable...

—¿Usted llama razonable a un convenio que convalida una defraudación? ¿No entiende que esta gente no ha vacilado en traer ilícitamente un chico al mundo, sólo para enriquecerse? ¡Nunca podría confiar en ellos, sería ingenuo suponer que estos delincuentes van a cambiar! El día de mañana, son capaces de repetir esta historia; el niño puede presentarse en cualquier momento impugnando la paternidad del que lo inscribiera como padre, y reclamando mi reconocimiento. La acción es imprescriptible, tiene toda la vida para demandar.

—Como usted quiera Burán, yo no pretendo obligarlo a nada, simplemente le expreso mi opinión.

—Su opinión es despreciable...

—Entonces, le pido humildemente que se retire; no tenemos más que hablar. Nos veremos en los estrados judiciales, que la justicia decida quién tiene razón.

—No me venga a mí con ese verso, Allegri, ¿de qué justicia me está hablando? Usted bien sabe que me encuentro indefenso, en la imposibilidad de probar que no tuve relaciones con Juana. Yo esperaba de usted menos hipocresía, más honestidad.

—Nuestro orden jurídico le brinda todas las posibilidades, úselas Burán. Yo creo que en la magistratura está la última reserva de la poca honestidad que aún existe en este país... No hay otro medio civilizado de resolver los conflictos.

—Puede ser —dijo Roberto algo más calmado—, ya veremos... Deberé confiar en los jueces, no tengo otro camino. Pero ¡mucho cuidado!, no traspasen los límites de mi paciencia. Me voy, le pido que no se olvide de dar mi mensaje a sus clientes.

Allegri lo saludó atentamente y, para aflojar la tensión que se había generado, se esforzaba por hacerle entender que sólo cumplía con su deber al representar a Juana Artigas. Estaba dispuesto como fuera, a seguir en el caso; había pactado un veinte por ciento de los honorarios con su clienta. Si tenía éxito en el juicio o lo transaba adecuadamente, le tocarían doscientos cuarenta mil dólares. Si triunfaba, tendría además, derecho a cobrarle los honorarios a Burán. Era sin duda el asunto de su vida, aunque podía ser también el de su muerte...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónEnero 2001
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n101-46
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