Yo soy hijo del desencanto y de la espera. Aprendí desde niño a mirar el cielo, ofrendar la sangre en el altar y secar los corazones al sol y esparcir su polvo, esperando toda mi vida los vientos fríos. Por años las cosechas se han perdido una tras otra. Soy el único que queda. El pueblo se cansó de plegarias y de nosotros sus sacerdotes inútiles. Yo me escondí cobarde y escapé a la degollina general. Con mi miedo tembloroso vivo. Nadie sabe cómo me duelo de mi suerte.
Hoy se han ido los últimos habitantes. Los vi alejarse con sus petates cargados de un cansancio que anticipa nuestro sino. Ninguno miró atrás.
Esta tierra mágica que fue nuestro hogar ya no nos regala su pan. Las lluvias que anegan hasta el alma y luego este calor que parece venir del fondo de a tierra pudrieron los postes de las casas, las semillas en las eras y hasta la esperanza que ha tiempo huele a carroña. La selva crece, acecha, sabe que muy pronto yo también me iré.
De nada sirvieron los sacrificios de los últimos años. Esta ciudad es infierno húmedo en la boca de un viejo agonizante, respiración azogue de fiera en el cuello de su víctima, salitre muerte entre las visiones de una fiebre. Los templos abandonados quedarán como homenaje a dioses ingratos que no oyeron nuestra hambre. Yo moriré entre los fantasmas de esta plaza soñando el futuro, solo, acariciando la obsidiana sin el valor necesario. Subiré todos los días las escalinatas del templo a ofrecer un poco de sahumerio con la tenacidad de un viejo sacerdote al que sus dioses traicionaron, hasta que estas piernas se rindan.
Me gustaría morir al atardecer, cuando la brisa mueve las hojas de los árboles; morir junto al jaguar donde ofrecí el corazón de tantas vírgenes. Oigo su respiración agitada por el miedo que cabalga en las venas de los condenados; yo mismo ya lo siento; morir, morir y deshacer mi osamenta entre las hierbas que ya crecen en las piedras de este otrora majestuoso templo, envalentonadas por el olvido de los dioses y los hombres y el cansancio de este viejo sacacorazones sin fe.
Copyright © | Carlos Alberto Jáuregui Didyme-Dôme, 1998 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Marzo 1999 |
Colección | Fabulaciones |
Permalink | https://badosa.com/n055 |
He leído tu relato, Jáuregui, y me ha parecido tan sencillamente bonito, que no tengo más remedio que felicitarte por tu narrativa. Hay un fondo que me agrada, que me recuerda Nietzsche, en cuanto al tema del sacerdote y el trasfondo religioso. Más adelante sabrás por qué te digo esto. Debes tener algún recuerdo más, que preceda, o siga a éste. Seguro será una historia bella. Sigue subiendo escalinatas a tu templo de la literatura, que, al menos a algunos, nos agradará el sahumerio de tu forma de decir.
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