El 9 de abril de 1948 Carlos Jáuregui Elicechea, mi padre, es un muchacho. Los tranvías gimen echados sobre sus reflejos incendiados. Llueve. La plebe borracha saquea los almacenes. La revolución también se embriagó y está durmiendo junto a un cadáver en la esquina. Su novia se perdió entre la multitud que llora a un mártir de pacotilla, un abogado vocinglero a quien el pueblo amaba. No la encontrará jamás. Jamás. Ni en las galerías del Cementerio Central donde cientos de muertos esperan con los ojos abiertos una madre o un amigo, ni en los hospitales, ni en el manicomio. Se perdió con su hijo en ciernes, mi hermano. Ya no escuchará emocionado su corazón nonato nunca más. Regresará mil veces a la boardilla en la que hicieron mil planes y se amaron; esperará con el alma desgarrada como el costillar abierto de una res colgada. Repasa mentalmente sin tregua los rostros de los corredores del cementerio. Teme haber olvidado algún recodo. Ya no es el muchacho que juega al billar mientras suspira un amor. La tragedia le ha preñado. Llueve.
Copyright © | Carlos Alberto Jáuregui Didyme-Dôme, 1996 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Febrero 1997 |
Colección | El tiempo recuperado |
Permalink | https://badosa.com/n016 |
Es verdaderamente impresionante cómo el autor describe una situación tan transcendental para un país, como Colombia, colocándolo en paralelo con una vivencia triste y cruel del protagonista. Sus palabras hacen que el lector, en unos segundos, viva momentos de la historia de un país que inicia su triste camino hacia la guerra sin sentido... ¡como son todas las guerras! Permítame felicitarlo y pedirle que siga escribiendo, para que algún día nos dé la oportunidad de conocer todos sus escritos y el fondo mágico que ellos tienen.
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