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Fecundación fraudulenta

Episodio 48

Ricardo Ludovico Gulminelli
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—Bueno, antes de continuar, estimado colega, creo necesario que te informe cuáles van a ser mis pretensiones sobre honorarios. Yo prefiero hablar preliminar y sinceramente sobre el tema, ¿qué te parece?

—Lo considero razonable, es claro que no pienso que usted trabajará gratis. Además me interesa saber con exactitud sus exigencias, para establecer una vinculación sobre bases serias. ¿Cuánto piensa cobrarme, doctor?

—Antes de decírtelo, es fundamental que establezcamos sucintamente, qué tipo de prestaciones vos querés contratar. Yo estoy un poco de vuelta; a mi edad no estoy en condiciones de tomarme la molestia de viajar a Mar del Plata periódicamente. Vos sabés que es imposible atender un juicio a la distancia. En este sentido, quiero ser absolutamente honesto con vos. Si yo tuviera que hacer todo el trabajo, te costaría una enormidad. No te convendría, ya que mi intervención se justifica primordialmente por el enfoque que le pueda dar al asunto, por la estrategia a definir. En ese sentido, puedo estructurarte la defensa, darte ideas, aportarte antecedentes, en definitiva, aplicar toda mi experiencia. Excepcionalmente, podría viajar a Mar del Plata, pero no me comprometo. Tendrían que darse circunstancias muy especiales; no solamente la conveniencia de que me traslade, sino que tenga deseos de hacerlo. Te hablo claro, para que actúes con libertad. No quiero que en el futuro te ofendas conmigo, lo que haya asumido como compromiso, lo cumpliré, pero más allá no prometo nada, ¿está claro?

—Comprendo doctor Bareilles, usted se limitaría a dar asesoramiento, fijando los lineamientos básicos de nuestra actuación, la política a seguir en el proceso.

—Efectivamente, vos sos una persona muy capacitada, un profesor universitario. Con tu idoneidad y mi orientación, podés tener un brillante desempeño, no me caben dudas. Si querés un mayor apoyo, podés acudir a Federico Lizter, él es brillante.

—Sí, pero me gustaría que se encargara de la dirección en Mar del Plata alguien que no estuviera moralmente comprometido conmigo o con mi familia. Federico es un íntimo amigo, no quiero cargarle semejante responsabilidad a él solo. Sé que haría lo imposible, pero quizás colaboraría más eficaz y tranquilamente como observador, sin ir al choque directo con estos delincuentes.

—Bueno, Burán, podés elegir al que quieras, pensá en otro letrado de tu ciudad, a menos que...

—¿Decía, doctor Bareilles?

—No, simplemente pensaba en otra posibilidad... Mi hija menor, Rocío, es una talentosa abogada que hace doce años que ejerce la profesión. Asociada conmigo, se ha especializado también en derecho de familia. Le he confiado el manejo de numerosos juicios, que ha llevado impecablemente, inclusive algunas acciones de reconocimiento de filiación. Últimamente, ha adquirido una valiosa experiencia por su intervención en algunos resonantes casos de suma complejidad. Como sabrás, durante la represión militar, muchas jóvenes calificadas de subversivas dieron a luz antes de desaparecer. A veces, los bebés fueron entregados a parejas que deseaban adoptarlos. Los abuelos, gracias a la investigación exhaustiva y eficiente que algunos grupos han hecho, en muchas oportunidades encontraron a sus nietos y se han presentado para reclamar que se reconozca su verdadera filiación civil, fundamentalmente la legítima paternidad de sus hijos fallecidos. Mas allá del insoluble problema moral y familiar que esta situación genera, están en juego ingredientes jurídicos, que también se darán en su caso. Por ejemplo, la necesidad de realizar pruebas biológicas. Rocío se desenvuelve en este tipo de asuntos, como pez en el agua. Recientemente ha participado en varias jornadas que se celebraron sobre bioética, con relación a la incidencia de las nuevas formas de procreación en el campo jurídico. Ha estudiado el derecho comparado con relación a la inseminación artificial, a la fecundación in vitro y a sus derivaciones jurídicas. Son temas muy interesantes, tales como el de determinar la naturaleza de los embriones congelados, o si es lícito implantarlos en el útero de una mujer extraña.

—¿Usted piensa que sería conveniente su intervención, doctor?; yo haré lo que usted me aconseje. Federico Lizter me dijo que siguiera su opinión, que podía confiar plenamente en su capacidad y hombría de bien. Mi intuición me dice que mi amigo no se equivoca, lo que usted recomiende, yo lo aceptaré. Usted dirá cuánto pretende de honorarios...

—Le agradezco los conceptos, Roberto, también los de Litzer, tanta exageración no deja de satisfacer mi ego. Le diré lo mismo que le digo a mis clientes, si cometo errores, no va a ser a propósito. Ésa es la única garantía que le puedo dar... No es poca considerando lo mal que vienen los tiempos y la dudosa ética de muchos de nuestros colegas. Respecto a los honorarios, voy a definir el tema. No me basaré en el contenido económico del reclamo, que es sideral, ya que no sólo se está comprendiendo una alta cuota alimentaria durante veintiún años, sino también, eventualmente, su futura herencia. Sin embargo, tampoco puedo prescindir totalmente de este dato. Por el trabajo de encuadre jurídico, de asesoramiento general y determinación de la táctica a seguir, hasta el final del proceso, estimo mi remuneración en diez mil dólares. Si viajo a Mar del Plata en alguna oportunidad, por cualquier motivo vinculado al problema, lo facturaré aparte, previa estipulación del precio entre nosotros. ¿Está de acuerdo?

—Sí, doctor. ¿Y su hija?, ¿cuánto cobraría ella?

—Ah, sobre eso no puedo opinar; en primer lugar, ignoro si ella querrá aceptar la responsabilidad de llevar un Juicio en Mar del Plata. No sé si estará dispuesta a viajar allí regularmente ni qué tipo de prestaciones usted desea que cumpla.

Roberto se apresuró a contestar:

—Yo fundamentalmente quiero que esté en los momentos cruciales del proceso, los decisivos, especialmente en las audiencias que se realicen ante el juez.

—Bien, hagamos lo siguiente, ¿usted se quedaría algunas horas más en la capital?

—Vine exclusivamente para esto, todo mi tiempo está a disposición de este problema.

—Comprendo, entonces le sugiero que regrese mañana a las ocho horas. Yo tengo que encontrarme con mi hija hoy a las cinco de la tarde; le explicaré la situación y veremos qué nos responde.

—Usted perdonará, doctor —dijo Roberto levantándose—, quisiera formularle una sola pregunta: ¿ya tiene decidida alguna estrategia?, ¿alguna idea sobre cómo encarar el asunto?

Bareilles respondió suspendiendo el tuteo:

—Tranquilícese, colega, es demasiado pronto para emitir opinión. Tenemos mucho que profundizar todavía, vamos a darnos un poco de tiempo.

Ya con menos formalidad, prosiguió:

—No olvides, muchacho: entré en conocimiento de tu problema hace muy pocas horas, necesito meditarlo, digerirlo... Además, la conversación de esta tarde con mi hija, será muy útil. Tenemos una cosa a nuestro favor. Casualmente, ella también leyó la carta que me remitieras. Por lo tanto, está enterada de los detalles de este lamentable y singular caso, ¿nos vemos?

—Nos vemos —dijo Roberto despidiéndose.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónEnero 2001
Colección RSSNarrativas globales
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