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Las canciones del paraíso

Selección

Manuel Bernal Romero
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Quiero inundaros de limones amarillos y silencio.
Dejad sobre la boca el beso intacto y pulcro,
imaginad que en la arboleda tiritan los cantos
fugaces de los pájaros.
Alzad las alas
cual fuerais de cristal y fuego.
La casa es un sueño humano de palabras,
estancia abierta a las almas doradas de las sílfides,
diminuto universo al que de tarde en tarde
los hombres llegan y la inundo de sonrisas.
Nunca huele a pólvora.
La azucena silvestre comparte habitación con la sangre,
la yedra es hueco verde en la frente.
La casa es un sueño humano,
un jardín de huesos con piel celeste
donde el néctar de la fruta es pecho
redondo, alcoba.
Algún instante es
sabor intacto de la escarcha hundiéndose en la lengua
ebria de silencio.
Pero a veces duele en sus ventanas
un tacto húmedo de lágrimas. En sus muros
se dibujan esfinges de neón y las hormigas
deletrean nombres extraños sin sentido.
Calle.
La luna es un sueño de alas anónimas,
un estanque gris.
Calla
ahora que el tiempo redondo finge
una sonrisa, la herida semidesnuda de las palabras.
Todo ha de ser silencio puro y de agua,
nada ha de doler sobre la carne de la noche.
Callo.
El sur de las voces, las neuronas cansadas,
los labios, la embriaguez de la luna.
La manzana es dulce sobre los labios de Eva.
Una mirada promete la espalda
con palmeras, duendes y sonrisas.
La boca sobre el sur vibrando y anegada
del néctar de las nubes.
Sobre los dedos intacto y tímido (ligerísimo)
casi turbio un arco iris.
Entre las cañas la luna.
ANUNCIO PARA EL AMIGO QUE REGALA ASESINATOS
Arlequín de aires, trupe de nubes.
La voz cae de los andamios humanos caparazón abajo.
Gris, gris, gris...
A veces duele la comunicación inconclusa.
Sólo sabes regalarme asesinatos.
Duele tu dolor fingido.
Y es magia tu voz de imágenes
edulcoradas en disfraces de cola.
Trupe de nubes, ¿a que no eres nadie?
Si no fuera por la luz que a días desnudo
y desmenuzo en las tardes...
FICCIÓN
(Era como el paraíso...)
El cuerpo de encaje,
las libélulas adornando, guirnaldas de alas y brillos,
redondo de pechos en adolescencia dulce
picoteada de gorriones
(como las uvas...)
y caídas en lo efímero.
La alforja de los silencios,
la duna de los deseos suave y ocre
llenando las manos, los brazos,
los balcones sintiendo cerquísima
el tacto moldeado y limpio de la cadera.
Escalera de fuegos. El ombligo era un pozo al sur
de lo infinito. Desnuda la boca se repiten los labios.
(No fueron uvas...)
La habitación se torna caja de heridas.
Dagas ensangrentadas en el cáliz de las rosas
resucitan del polen dormido
sobre el lienzo de los ojos. Queda
intacto el aire, elixir de sueños.
(Adán posa desnudo para un anuncio de modas.)
La ventana se ha llenado de viento.
Para cuando el viento te lleve mi luz
sobre lo versátil de tu cuerpo desnudo
y dejes
sobre la ventana de los ojos mi ausencia intacta
quiero
ahora que deshojo el tiempo
regalarme tu presencia de hierbas y suspiros
rodeados
de los brazos que he querido
hundir en tu cintura.
Cuando el viento me dibuje junto a ti
espero dejes el espacio necesario
para amar.
Acá, derrotado y en silencio
pienso
en la levedad de las miradas y los besos,
en la fragilidad de las montañas, en la tersura del agua.
Duerme el pensamiento en mis sombras.
Redonda y blanca, repaso tu última estancia.
Sigues, como si estuvieras aún y de nuevo
rozando la piel que me ciñe.
Sobre el levante perdura el amor, el arco redondo de la luna.
¿Recuerdas cuando mirábamos las sonrisas de los niños,
la juventud era desnudez y las calles
la libertad del paraíso?
Murió. Nunca hubo sueños ni amantes.
Lo hicimos todo
amalgama para sonreír sin el destiempo que quisimos.
Jugamos a recitar de memoria eslóganes,
preceptos sagrados de escritura dulce e impregnante.
Imaginamos en los bloque-dormitorios
púlpitos
para la ineludible destreza de las parábolas
truncadas de las antenas: coroneles y sonrisas,
paisajes lejanos.
Hubo un tiempo... —dijimos—
y a posterior apenas quedó para seguir
siendo.
HUMANO Y DE SUEÑOS...
El viento se tendió sobre la cama y erizó
las sábanas que esperaban tu cuerpo.
La montaña vino a la ventana
como la palabra misma
de una tarde; difuminada, gélida, de nubes
que siquiera
hicieron una pausa —aún diminuta— en los cristales.
El campo
verde de laderas y edredones.
Enmudecido todo
hería la soledad, las paredes
apenas daban para limitar mi presencia de silencio y fuga.
Nada cambió,
tan sólo (inmenso de cristales) ensordeció paisajes
el chapoteo
delirante y frenético del agua. Pausa.
La lluvia
dibujó ríos que me miraron.
Nadie viajó por el camino; lejanas, inmutables
quedaban para la humedad y lo gris
cigüeñas y campanarios.
Después no estuve.
Los ojos te desnudan en la tarde: el cielo es azul.
Los labios se desbordan entre las grietas
de tus ropas. El tiempo es redondo y resbala
sobre la piel como los dedos
que salpican los instantes. El beso escapa.
(Abrazo la luna reflejada sobre los
escaparates de unos grandes almacenes.)
Gira sobre el primor y la presura,
tiembla sobre el vello rizado de la noche.
La cintura te nota cercana, presencia del aire, y tus dedos
ciñen los pliegues de la camisa. La carne espera
el tacto frágil de tu cuerpo sembrado de humedad.
Sonrisas,
pequeñísimas criaturas picotean sobre tus senos.
(Botellas de anís se han convertido
en monos que desean felicidad.)
Estabas desnuda aunque apenas pudimos compartirnos.
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Copyright ©Manuel Bernal Romero, 2006
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Fecha de publicaciónSeptiembre 2006
Colección RSSTrasluz
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