El martes 16 de noviembre, un día después de la audiencia, nuestros amigos se encontraron en un confortable café vecino a los bosques de Palermo, a la vista de frondosos árboles que filtraban armoniosamente los rayos de sol de la tarde. El Zaragozano tomó la palabra:
—Os debo dar una buena noticia mis queridos Clara y Pedro. Sentaos cómodos que os comentaré las novedades. Los teutones interesados en adquirir los dos inmuebles que le compráramos a La Campana Mágica S.A. están de parabienes. Saben que el juez rechazó el pedido del síndico, que no pudo lograr el voto de la mayoría simple de los acreedores quirografarios. Consideran que es imposible que la Cámara pueda revocar esta sentencia tan claramente fundada en la ley aplicable. Lo cierto es que la sindicatura no podrá ahora promover acciones de ineficacia concursal, lo que significa que las ventas han quedado incólumes. Por ende, somos legítimos propietarios de dos valiosos inmuebles y estamos en condiciones de venderlos a los inversores alemanes. ¿Qué os parece?
Clara respondió con entusiasmo:
—¡Buenísimo, Zaragozano! Les comunico que el viernes pasado me recibí de contadora, así que el dinero me va a venir muy bien para evolucionar en mi profesión. ¿Cómo sigue la película?
—¡Coño! Me había olvidado de felicitaros, chavala. Sin duda alguna seréis una eficiente profesional, que condiciones no os faltan y agallas de sobra las tenéis. Bienvenido sea el dinero que recibiréis que no será poco, bien enterada estáis de ello. Me place que hayamos logrado satisfacer el deseo de tus abuelos; querían lo mejor para vos y lo han conseguido.
Pedro intervino:
—Perdoná que te interrumpa, padrino. Te felicito Clara, me extraña que no me hayas dicho que te habías recibido. Me alegro mucho de que hayas cerrado una etapa de tu vida, te deseo lo mejor.
—Disculpame. Lo que pasa es que no quise molestarte. Como vos no querés verme mucho, me pareció que era mejor no decirte nada; igual te ibas a enterar.
—Dejalo así, Clara, no tiene importancia. Contanos padrino, ¿hablaste con los germanos?
—Este zaragozano no pierde tiempo en gillipollerías, ni deja de apretar el gatillo cuando la presa está en la mira. Me puse en contacto con el gerente general de la empresa, le dije que tenía otro ofrecimiento y les dí una semana para responder si mantenían la oferta de comprar en seis millones de dólares, libres de todo gasto. A las ocho horas tenía el sí en un correo electrónico. Es más, quieren confirmar la operación en forma inmediata para asegurarse de no perder la oportunidad. En noventa días escrituraríamos. Os aconsejo que os proveáis de adecuadas sacas porque pronto tendréis más euros que los que cabrían en vuestros escuálidos bolsillos.
Clara siguió demostrando su beneplácito:
—¡Qué emoción, Zaragozano! ¿Cuánta guita nos tocaría? Decímelo que estoy ansiosa. Ya me veo haciendo un crucero por el Mediterráneo. Podré vivir como una bacana, me cuesta imaginarlo.
—Pues comenzad a regocijaros, chavala que lo que este zaragozano os cuenta es la purísima verdad. De ahora en adelante, seréis una señorita acomodada, que si obrarais prudentemente, podríais vivir sin problema económico alguno. Ya que tenéis las habilidades que se requieren para generar ingresos genuinos, el dinero que recibiríais de esta operatoria sería algo así como un complemento para que tuvierais asegurada una buena vida, que bien la merecéis, ¡qué joder! Os aclaro para que no tengáis ninguna duda, que la ganancia neta de nuestro emprendimiento, la estimo en cinco millones de dólares. Un millón de dólares queda afectado para cubrir todos los gastos que hemos tenido y los de algunas secuelas que se podrían presentar. En consecuencia, mi inestimable Clara habréis de percibir nada menos que quinientos mil dólares y vos, mi querido ahijado, percibiréis un millón quinientos mil. Vuestros problemas económicos se habrán terminado. ¡Enhorabuena mis polluelos!
—Padrino, perdoná que te interrumpa. Necesito decirles algo.
Clara había aprendido a conocer a Pedro. No en vano habían compartido tantas circunstancias anómalas. Tomándose el cabello de la nuca, dijo:
—¡Sonamos! Cuando Pedro habla en ese tono, es que algo gordo está por ocurrir. Ya me parecía demasiado bueno lo que estaba pasando. ¿Cuál es la pálida que nos querés transmitir? Estoy preparada para el garrotazo, ¡dale!
—No te preocupes Clara, que a vos no te afectará para nada mi decisión. Es muy sencillo: he resuelto que del millón quinientos mil que me toca, solamente me quedaré con doscientos mil dólares. Es lo que me hubiera correspondido en concepto de honorarios. El resto se lo entregaré a los acreedores quirografarios de la Campana Mágica S.A. Con ese millón trescientos mil dólares, cancelaré todas las deudas de los proveedores, lo que significa que les pagaré a los antiguos amigos de Paolo. Sobrarán unos cuantos miles que serán para Angelina, para asegurarle un buen pasar en sus últimos años. Lo he pensado mucho. Mi decisión es absolutamente irrevocable. Es más, desde que la tomé estoy durmiendo de nuevo normalmente.
—¡Joder! ¡Que sois un gilipollas de antología, cachafaz! Que no habéis aprendido ni una puta migaja de este zaragozano aunque mucho se ha empeñado en enseñaros a vivir, ¡recontrarecoño! Que no ha servido de nada que os convenciera para que intervinierais en este negocio que veo que estáis dilapidando los duros que con esfuerzo habéis conseguido ganar, incluso arriesgando vuestro propio pellejo. ¿Es que no podéis pensar? Sois iluso, poco previsor, en demasía desagradecido con este zaragozano. Lo estáis privando de ganancias que le hubieran sido propias, que os las ha reconocido sólo para ayudaros. Ahora postuláis que entregaréis estos fondos con tanto sacrificio obtenidos, a esa codiciosa jauría de acreedores que no se merece ni el más mínimo agradecimiento de vuestra parte. ¿Acaso no os habéis enterado de lo mal que han hablado de Paolo y de vos? Esos miserables verán que les cae del cielo como el maná, dinero que no les corresponde legalmente. Os lo puedo asegurar, no tendrán para Paolo más que unos segundos de recuerdo, lo sepultarán en el pasado para nunca recordarlo. ¿Pensáis acaso que obrando de esta manera os reconciliáis con alguna rara divinidad?, ¿creéis tal vez que las puertas del cielo se abrirán para vos, que vuestro ingreso al paraíso será recibido con elevados sones de trompetas celestiales y de cantos corales de santos? ¡No esperéis tal agasajo! ¡No seáis botarate, por Dios! Nadie os regalará una mierda, os lo aseguro. Cuando necesitéis dinero, todas las manos se cerrarán a tu paso. En ese instante recordaréis seguro que por ser un portentoso gilipollas habréis desaprovechado una excepcional oportunidad de vivir holgadamente, sin dependencia alguna y ofreciéndole a tu descendencia una base de sustentación para su desarrollo. Me irrita casi hasta el síncope que no hayáis aprendido un carajo de mis consejos. Me sorprendéis con vuestra necedad, con vuestra ridícula moralina. Os juro que apenas puedo contener las ganas de propinaros un soberano patadón en el medio del culo, pero no me guardaré de deciros; entendedlo bien, que nunca jamás, o sea en ningún momento de toda mi puta y zaragozana vida, os ayudaré de nuevo. No es bueno ofrecer oportunidades a quienes ni las agradecen ni las aprovechan.
—Comprendo que te enojes, padrino. Sé que te interesa que yo tenga un buen patrimonio. No puedo actuar de otra manera, creémelo. Toda la vida he sostenido unos pocos principios, convencido de que eran buenos, creyendo sinceramente que respetándolos es posible vivir con más dignidad. He seguido los pasos de filósofos que he admirado y de vidas ejemplares que he tratado de imitar. No puedo ahora de un plumazo, borrar todo lo que consideré bueno de la vida, venderme por unos euros aunque resulte muy tentador apropiármelos. ¿Cómo podría ahora contradecirme? Entré en este negocio porque si no lo hacía condenaba a Paolo y a Angelina a la miseria. Tenía una deuda de honor con ellos, no lo podía permitir. Siempre postulé que la honestidad es una virtud que conduce a la sabiduría. ¿Cómo podría degradar mi propia esencia, todo lo que defendí siempre como primordial, la doctrina de mis padres, la de mis abuelos, la de Bertrand Russell?
—¡Por Dios! No seáis recontra reboludo, ahijado mío. No os comparéis con Russell ni por un instante. Ese putañero galés descendía de familia noble, su abuelo fue dos veces primer ministro de la reina Victoria, no se tenía que preocupar por su pasar económico. Vuestra familia fue pobre e inmigrante, sois insignificante para este mundo, debéis protegeros de la adversidad. Sólo con dinero lo conseguiréis. ¿No comprendéis lo que os digo? ¿Acaso no veis que una ocasión como ésta no se ha de repetir? Mirad a vuestro alrededor: políticos corruptos que todo lo contaminan, que se enriquecen a la vista del pueblo, que adquieren tierras, cobran coimas por las obras públicas, negocian deudas del Estado con acreedores extranjeros percibiendo siderales comisiones, demagogos que se llenan la boca con frases halagüeñas para el populacho, estafadores consuetudinarios que se las tiran de grandes personajes... todo un circo.
Pedro se acomodó en su silla, no se sentía cómodo. Defendía una postura que sabía iba a disgustar al Zaragozano. Quiso ser firme para evitar que tratara de convencerlo.
—Aunque tal vez en cierta forma tengas razón padrino, no cambiaré de opinión. Si los abuelos de Clara no hubieran necesitado mi ayuda, jamás habría aceptado ser cómplice de una defraudación. Lo hice porque no tenía opción. No me arrepiento de haber priorizado la lealtad que Angelina y Paolo esperaban de mí. Fue la oportunidad de reconocerles lo que hicieron por mi familia. Que haya aceptado intervenir, que obtuviéramos el resultado que buscáramos, no significa que me deba convertir en un tramposo. Me gusta la plata como a todos pero no la necesito tanto como para destruir mi amor propio. Obtener dinero es fácil si tenés los prejuicios adormecidos. Mil veces podría haberle hecho firmar a gente que confía en mí su sentencia de muerte, haber inventado créditos, quedarme con plata ajena. Mi orgullo tiene un precio muy alto. Puedo ganarme la vida sin ser un estafador, aunque a veces como asesor letrado pueda perjudicar a terceros en beneficio de mis clientes. No me importa que vos lucres, Zaragozano, ni tampoco Clara. Yo no quiero una utilidad de esta naturaleza. Reconozco que mi postura es discutible, no tengo empacho en embolsarme lo que considero me corresponde por honorarios, pero sólo eso. No me quedaré ni con un peso más.
Clara salió de su silencio:
—Me hacés sentir mal, como si fuera una ladrona. Igual, no me has convencido, te lo aviso. No pienso despegarme ni de un solo billetito. Esos quinientos mil dólares no me los saca nadie. Me van a tener que operar para extraérmelos. No tengo por qué sentirme mal, te lo aclaro: es guita que en cierta forma ganaron mis abuelos rompiéndose el alma durante décadas. Soy su única heredera, así que bienvenida sea, voy a tratar de disfrutarla. Comprendo que vos pienses distinto y que hagas lo que te parezca justo, pero no seguiré tu camino.
—Está bien, Clara. Tu situación es distinta por todo lo que decís. Lo reitero: jamás habría hecho algo semejante si no hubiera sido por ayudar a tus abuelos. Ni siquiera lo habría pensado. La profesión podría permitirme utilizar muchas artimañas para joder a la gente y ganar dinero. No me interesa hacerlo. Vivo bien, no me falta nada, espero ganar un prestigio razonable en mi carrera, mejorar mi calidad de vida... Para eso no tengo necesidad de estafar a nadie, aunque se me caigan las lágrimas por renunciar a tanta plata.
El Zaragozano se había quedado como paralizado en un rincón. Estaba muy incómodo, enfurecido con su protegido. Se sentía abochornado. Al denostar la maniobra realizada, implícitamente lo estaba ofendiendo. Además, hervía de cólera porque uno de los motivos que lo había llevado a participar del negocio ilícito con la Campana Mágica S.A., había sido mejorar la fortuna de su apadrinado. Habló quedamente, conteniéndose con gran esfuerzo:
—¡No dejáis de sorprenderme, Pedro, por Dios! Escuchadme, reflexionad: sabéis perfectamente que los acreedores quirografarios no habrían cobrado ni un céntimo si el concurso preventivo se hubiera hecho normalmente. ¿De qué mierda me estáis hablando? ¡A nadie habéis robado! Sucede simplemente que el dinero que iba al Fisco, ahora irá a tus bolsillos. Estará mejor cautelado, tenedlo por cierto. Sabéis que el Estado dilapida los fondos que recauda, los utiliza para financiar oscuras campañas, para retribuir a funcionarios corruptos. Si el único perjudicado es el Gobierno, ¿por qué os preocupa tanto birlarles unos duros a estos sátrapas malversadores de fondos? ¡Quedaos con vuestros dólares, joder! No os arrepentiréis. Haced con ellos beneficencia, si os place. Procurad ser vos el benefactor. Las monedas que se encuentren en las arcas de los burócratas serán despilfarradas o malgastadas. Sabéis que es así. No esperéis otra cosa; no al menos en nuestro país.
—Padrino, sé que hace muchos años que mantenés dos comedores escolares de cien chicos cada uno. Alicia me lo contó poco antes de morirse. Luego pude corroborarlo personalmente. Sos un buen tipo a pesar de que nunca te jactás de tus buenas obras. Tal vez esté equivocado. Tu forma de pensar es distinta a la mía. Creo que las normas hay que cumplirlas, que las comunidades respetuosas de la ley son las más felices. Si todos la cumplieran, andaría mejor nuestra sociedad. Sé que hay delincuentes, que hemos sufrido muchos años de gobiernos corruptos con funcionarios que sólo piensan en enriquecerse, pero... ¿cómo combatirlos?, ¿acaso imitándolos? ¿Cómo le enseñaría a mi hijo qué es lo que considero justo si estuviera violando las mismas reglas que postulo? No cambiaré el mundo, ni pretendo hacerlo. Al menos conservaré el amor propio de saber que no he sido cómplice.
¡Que me quemen las brasas del infierno durante toda la eternidad, coño! ¡No puedo soportar tu necia cantinela, sucia de moralina de segunda! Merecéis ser esclavo de los hijos de puta que controlan el mundo. No habéis advertido que sois una mera marioneta para ellos. Mientras miráis un idílico horizonte, ellos lo saquean todo y se cagan de risa de tipejos como vos. Me duele llegar a esta conclusión, ahijado mío, pero sois un badulaque, contradictorio e hipócrita. Si tan sucio está el dinero que hemos ganado, ¿por qué retenéis jugosos honorarios por un trabajo que consideráis tan deleznable? Yendo más allá aún, ¿no deberíais denunciar penalmente a este zaragozano, así como a vuestra bella Clara e incluso incriminaros a vos mismo y marchar estoicamente a la cárcel? ¿Qué autoridad os ha concedido la extraña prerrogativa de establecer las normas morales, de indicar cuál es el ámbito de la ilicitud a tu antojo? Si pregonáis la honestidad, deberíais ser honesto en todo. No postular tan ligeramente como lo hacéis, que sacarle el dinero al Fisco y dárselo a los acreedores quirografarios es lícito.
Es cierto, Zaragozano. Al participar de esta operatoria acepté ser parte de una defraudación. No lo hice para lucrar, no al menos directamente. No me estoy haciendo el santo, ni quiero aparecer como un moralista. Sólo quiero hacer lo máximo posible para sentirme mejor conmigo mismo. Considero que me he ganado los doscientos mil dólares asesorando a las personas que hicieron fortuna con la operatoria, a los cuales considero mis clientes. Sólo hasta ese límite lo considero aceptable. Más allá, no. Estaría lucrando mucho más. Eso sólo podría ser factible porque estaría defraudando a terceros. Ya sé que es una hipocresía pero me siento obligado a distinguir entre lo que es retribución de mi trabajo como abogado y lo que sería el fruto directo de una estafa al Fisco. No tengo una justificación real para fundamentar que mi pensamiento es adecuado; es más, no creo que exista ninguna. A mí me sirve, obrando así me siento tranquilo, al menos mucho más que si me quedara con todo. Jamás te denunciaría a vos, Zaragozano; tampoco a Clara. Los quiero mucho a los dos. Si hiciera algo semejante me consideraría un gran hijo de puta. Lo único que quiero es sentir que no me vendo por unas monedas. Repito: si quisiera hacer guita estafando gente me resultaría muy sencillo. Hay muchas personas que confían en mí. Quiero conservar el respeto que me he ganado. Tal vez con el tiempo me arrepentiré, pero hoy debo actuar como siento que lo debo hacer. Que los políticos hijos de puta sigan robando. Quiero estar claramente en la otra orilla y seguir criticándolos; no asimilarme a ellos.
—Mi pobre y necio ahijado... os equivocáis grosero, lamentaréis mucho este error. No estáis viendo la realidad. Si tenéis en cuenta que de las cien economías más grandes del mundo, más de la mitad son corporaciones privadas y no países, si lo pensáis un instante, avizoraréis sin dificultades cuál es la cruda verdad. ¿De qué leyes me estáis hablando? Los poderosos defienden sus intereses, mi cachorro. Te lo reitero, se cagan en la gente como vos que en definitiva, les hace el caldo gordo. Su fuerza les asegura protección. Por eso quienes se aposentan en el poder pueden ser abusivos. No importa que se trate de un militar populista, o de algún demagogo que sólo se quiera enriquecer. La élite que es dueña de casi toda la riqueza mundial gobierna indirectamente, a través de los políticos, de los dictadores de turno, de las personas que como vos con estupidez pregonan la honestidad a ultranza, sin flexibilidad alguna y terminan siendo sus siervos.
—En esto le doy la razón al Zaragozano, Pedro. Nosotros utilizamos normas de la ley: ¿acaso no dijimos que teníamos derecho a utilizarlas? Con frecuencia las invoca una sarta de hijos de puta que se cagan de risa de todos. ¿Por qué no hacerlo nosotros?
El Zaragozano complementó el pensamiento de la joven:
—Siempre ha sido igual, ¿o creéis que Julio César habría admitido que alguien, por más admirable que fuera su gallardía, se hubiera opuesto al imperio romano? No lo dudéis, tal tolerancia jamás ha existido, no la habría tenido tampoco Alejandro Magno, ni Gengis Khan, ni la aparente puritana reina Victoria. En fin, si prestáis atención veréis que siempre ha sido que alguien ha mandado y que otros han obedecido. Creedme: aquel que detenta el poder, inexorablemente lo ejerce. ¿Creéis que las crueles civilizaciones que en general han existido en la Tierra eran gobernadas por libres pensadores caritativos? Sabéis que no ha sido así. En materia de crueldad los hombres han sido muy imaginativos. Si por un instante dudarais de estos dichos, recordad La Santa Inquisición, la esclavitud que aún persiste disimulada, los campos nazis de concentración o las bombas nucleares de Hiroshima y de Nagasaki. No lo dudéis ni por un instante: tal vez en la actualidad el poder no esté al desnudo como lo estaba en manos de Alejandro pero en el fondo, hay grupos que hacen lo que les viene en gana, sin reconocer los límites que en general los mortales reconocen. Vosotros no podréis hacer nada para impedirlo, perded toda esperanza, mis queridos. Ellos, de una o de otra manera se cagan en el resto de la humanidad, son inteligentes y maquiavélicos, todo lo prevén por anticipado, nada dejan librado al azar... Así y todo, a veces estos capitostes se equivocan porque existen circunstancias realmente imprevisibles o porque la ambición desmedida, a veces los lleva demasiado lejos.
—Está bien, padrino. Aún cuando el mundo sea como vos lo describís, ¿por qué habría de cambiar mi decisión? No niego que existan intereses predominantes, no discuto que los poderosos se maten de risa de los débiles, no pongo en duda que siempre ha sido así, ¿pero por qué habría de venderles mi alma?, ¿por qué engrosaría sus filas perdiendo mi dignidad?, ¿por qué renunciaría a vivir de otra manera? Es sabido que nuestros gobernantes son animalitos muy codiciosos que aman entrañablemente al poder y que abusan de él. Pero esto, ¿significa acaso que debería renunciar a cambiar las cosas? ¿Debería renunciar a respetar las leyes, a luchar contra los funcionarios corruptos? No hablo de convertirme en guerrillero, no soy tan idiota. Sé muy bien que las únicas revoluciones triunfantes son las que se van imponiendo culturalmente a lo largo del tiempo. Es sabido que la democracia parece poco democrática, que los que realmente tienen el poder generalmente están ocultos para engañar a los incautos como nosotros, que los medios de difusión silencian lo importante a menos que toquen sus intereses vitales ya que en general dicen y hacen lo que sus patrones les dictan... el «pan y circo» de la antigua Roma es nada, comparado con lo que sucede ahora. La democracia no es la solución de todos los males. En los hechos, si se la desvirtúa, puede llegar a ser en muchos aspectos tan cruel como una tiranía, pero si se respeta lo que tiene de esencial, resulta preferible a cualquier otra forma de gobierno. Si bien no asegura que un gobierno sea bueno, sólo a través de ella se puede lograr que la transición en el poder se concrete sin acudir a medios violentos. Este avance no es poca cosa: durante la mayor parte del desarrollo de la humanidad se han cambiado los gobiernos a patadas en el culo. Lo dicho significa que no aceptaré lucrar por violar las normas legales, ni renunciaré a los pocos principios en los cuales asiento mi dignidad e incluyo a los que la Constitución Nacional contempla. Quiero un mundo en el cual el dogmatismo sea erradicado, un mundo en el cual se limite el crecimiento descontrolado de la natalidad, en el cual se establezca una autoridad central que asegure la paz y una equilibrada distribución de la riqueza. No puedo renunciar a tal utopía y si no soy coherente con aquello a lo cual aspiro, habré desperdiciado mi efímera existencia dejando de lado los conceptos que quisiera que mi hijo defienda cuando ya no esté en esta tierra.
Clara hizo un último esfuerzo. Con sus dos manos apretó los brazos de Pedro; mirándolo a los ojos le suplicó:
—Dejate de joder, Pedro. No regales un millón trescientos mil dólares, por favor. De sólo pensarlo me dan ganas de llorar. Hacelos puré viajando, asegurale el futuro a tu hijo, no seas tan ingenuo, te vas a arrepentir... ¿Por qué no esperás un poco para tomar la decisión? Dejá pasar unos meses, después lo resolvés. ¿Qué apuro tenés? ¿Acaso te está corriendo alguien? Nadie se va a enterar, sólo nosotros tres lo sabremos.
—Me basta con saberlo yo, no me tientes Clara. Si espero demasiado, sé que me quedaré con el dinero, me sentiré mal, como prostituido. Quiero ser mínimamente respetable.
—Este zaragozano no seguirá gastando energía y tiempo en convenceros, Pedro. Haced lo que mierda se os antoje. En la puta vida volveré a ofreceros negocio alguno. Os deseo suerte. Como veréis, se nos ha hecho muy tarde. En diez minutos tengo un compromiso privado. En pocos días os llamaré para pulir definitivamente los números y entregaros lo que os corresponde. ¿Alguno de vosotros necesita que lo acerque? Tengo el auto en el garaje de la esquina.
—Por mí no, Zaragozano. No tengo apuro. Debo encontrarme con Julio recién a las nueve de la noche, así que voy a aprovechar para dar un paseo por el Bosque. La tarde está preciosa, soñaré con los viajes que voy a realizar con el dinero que me toque. Llevalo a Pedro que anda a pie.
—No gracias. Prefiero caminar. No tengo nada que hacer. ¿Querés que vayamos juntos, Clara?
—Buenísimo Pedro. Vamos a sentarnos al lado de esa fuente. Mirá qué hermosa es, hagamos de cuenta que estamos en otro país.
—Salieron del café, sólo se aislarían del mundo por algunos minutos. Sin embargo, la idea de poder disfrutar el aire compartido los embriagaba de felicidad. Ninguno se atrevía a confesárselo al otro. Se sentaron en un banco de madera muy próximo a la fuente. El agua cristalina fluía desde unas estatuas situadas en el centro. La humedad había conformado un círculo de intenso verdor en sus contornos. Parecía que se encontraban en el claro de un bosque, por más que estaban en una zona urbana. Experimentaron una situación encantada, mágicamente transportados a otro mundo, sólo accesible para ellos. Clara se sentía liviana como una pluma. La ligera brisa podría transportarla en cualquier momento. Cada segundo era placentero, estaban solos en un espacio privado, inabordable para los terceros. Pese al hechizante paréntesis, su inderogable compromiso con Julio le impedía traspasar los límites que se había impuesto.
Pedro no pensaba igual, ya que le dijo:
—Estuve meditando mucho sobre nosotros, Clara. No te asustes, no me voy a propasar. Tuve un impulso casi irrefrenable de acariciar tu mano; ya lo deseché, quedate tranquila.
—Está bien, Pedro. No quiero cometer errores. Odio la traición. Si hiciera algo que estuviera mal, me arrepentiría, tendría que confesándoselo a Julio. No quisiera herirlo. Además yo sufriría mucho también. No somos merecedores de eso.
—Te comprendo. No sé cuánto vas a durar así... tu relación con Julio me da que pensar. No es que quiera extralimitarme. Lo que pasa es que quiero tenerte cerca, me enternecés demasiado. Te quiero mucho, no puedo controlar este sentimiento. Me imagino que pensás que sólo quiero gozar con vos, sacarte el jugo y luego desecharte como si fueras un objeto en desuso, inservible para mis fines. Si pensaras así, te equivocarías de cabo a rabo. Me importás como persona, no me permitiría hacerte daño. Sucede que lo que siento es bueno, no tengo hacia vos sentimientos egoístas, quiero que seas feliz, que estés contenta, que nada malo te suceda. No sos para mí sólo un objeto que me puede proporcionar placer: quiero que lo tengas claro. Otra cosa sería si me dijeras que soy un tiro al aire, que lo que hoy siento por vos, mañana ya no lo sentiré. En eso tal vez podrías tener razón. Reconozco que soy voluble pero no malintencionado, ¿entendés cuál es la diferencia? Espero que lo comprendas. Este último tiempo me has tratado mal, como si mi único objetivo fuera acostarme con vos, saciar mi apetito sexual y desaparecer de inmediato. Para nada es así.
—Decí la verdad, Pedro, sos un conquistador. Para vos soy una mina más a la cual te gustaría poseer. Ya me lo demostraste hace muchos años. ¿Por qué debería ser diferente ahora? Vos estuviste enamorado de Mariela. Después de ella, nunca más volviste a querer, estás más seco que un cactus, ¿qué podrías brindarme? Lo que te gustaría sería revolcarte un poco conmigo.
—Pensalo bien, Clara, no vayas contra tus sentimientos. Son hechos, un dato de la realidad, no los podés ignorar. Para mí es bueno lo que nos pasa, sentimos una mutua atracción, disfrutamos al estar juntos, ¿por qué suponés que la sexualidad entre nosotros sería algo ruinoso? Nos deleitaría, tendríamos sensaciones inolvidables, un regocijo digno de ser vivido...
—No me estás respetando, Pedro. Sólo pensás en vos.
—Está bien, Clara, tu relación con Julio es más importante de lo que supongo. Respeto que así sea. Me tengo que ir. Hasta pronto.
Clara siguió caminando sola. La tarde ya no le parecía tan hermosa...
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Fecha de publicación | Enero 2013 |
Colección | Narrativas globales |
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