Durante mucho tiempo me dediqué a la observación con paciencia de pescador. Anotaba, registraba, medía, comparaba. Mi intención era la de llegar a confirmar o modificar, según el más escrupuloso método científico, la hipótesis inicial.
La institución que me subvencionaba estaba muy interesada en el resultado final de mis trabajos. Ellos venían cada poco tiempo a preguntarme, yo les enviaba informes con regularidad y ellos me los devolvían con nuevas cuestiones que yo a mi vez integraba en mi investigación.
A diferencia de otras instituciones, ellos nunca me negaron recursos, dinero ni apoyo material. Mis colegas me envidiaban. Yo mismo me daba envidia, si me veía a mí mismo con cierta distancia, como si yo fuera otro (eso no es problema para mí: soy un científico).
Mi único problema apareció con el tiempo, y estaba muy relacionado con el tiempo, precisamente, si entendemos que el tiempo es como una flecha bien dirigida que debe ir a parar a algún sitio (eso tampoco es problema para mí: soy un científico bien orientado).
La perplejidad —que no me molesta mientras sea una sobria costumbre, un moderado hábito de asombrarse, y no un vicio— me empezó a inquietar cuando me di cuenta de que a cada nuevo descubrimiento mío ellos respondían con una nueva pregunta. Cada vez que yo, honradamente, daba por terminada mi investigación, ellos la reiniciaban con nuevos objetivos, nuevas metas, a veces absurdas o infantiles, como si quisieran prolongar mi estudio indefinidamente, y sólo por gusto, porque sí, porque no querían que se acabara aquel amor eterno entre el científico y su institución protectora.
Poco a poco —lo confieso— me fui percatando de que el objeto de la investigación era yo: mis reacciones, mis entusiasmos, mis decepciones.
Cada vez que yo les comunicaba mis avances, que yo creía importantes, ellos anotaban sus observaciones sobre mis estados de ánimo. Es posible que ellos mismos me hayan facilitado los descubrimientos que llegué a hacer, así como me han impedido que llegara a hacer otros, sólo con el fin de estudiar mi frágil psicología.
¿Qué debo hacer ahora? ¿Renunciar? ¿Denunciar?
Durante mucho tiempo lo estuve dudando. Por una parte me vencía la indignación. Por otra parte vivía bien, tenía dinero y no me faltaba prestigio.
Ahora ya sé lo que voy a hacer. Seguiré observando. Seguiré anotando (soy un científico que no sabe ser otra cosa).
Por una parte, soy consciente de no ser más que una rana para ellos. Por otra parte, una rana que se sabe manipulada ya es algo más que una rana.
A partir de ahora, mi campo de estudio es infinito: además de mis viejos objetos de investigación me incluye a mí, incluye a los que me estudian a mí, e incluirá algún día —no puedo pensarlo sin sentir un frisson d´horreur— un punto central desde el que todos los observadores son observados por alguien que a su vez es observado...
Copyright © | Miguel Ibáñez de la Cuesta, 2001 |
---|---|
Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Agosto 2001 |
Colección | Fabulaciones |
Permalink | https://badosa.com/n122 |
Según lo veo, es una forma aplicada de colocar la aceptación del complemento que cada ser representa para los otros, sólo que tomando plena conciencia de ello.
Me ha dejado un buen sabor de Chianti en los labios, pero tal vez no me guste tanto su final borgiano. Esa ambigüedad de ser rana-científico o científico-rana es muy sugerente, pero no contundente. Aun así, me gusta su precisión, su economía de lenguaje.
Me gusta mucho ese tipo de literatura, un buen cuento corto refleja la sabiduría y destreza de un escritor... La rana sabia y Hacia la obra total son dos puertos extremos de la vida que causan incertidumbre, pero es preferible vivir en la respuesta infinita que poseer la verdad (si existe) y morir.
Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:
Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)
Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).
Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.
Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías
Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.
Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.
Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.