https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
10/16
AnteriorÍndiceSiguiente

Ella sólo quería estar desnuda

Capítulo X

La revelación

Andrés Urrutia
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMontevideo, Prado

Al día siguiente Hernán no recibe ninguna llamada durante la mañana. Atiende a sus pacientes pendiente del teléfono y a eso de las once comienza a desesperarse. Se dice que no debe perder el control y se pregunta por qué debería perderlo. Entonces para no hacerlo, comienza a pensar en Julia.

Julia siempre aparece dibujada en su mente razonable y tranquila. Pero ve ahora que hay cosas que jamás podrá esperar de ella y vuelve a estar pendiente del teléfono. En el interín, no puede evitar retornar a sus especulaciones sobre el propósito de Mara. Otra vez piensa en que quizás éste no sea más que ejecutar algún tipo de venganza, algo trivial, como exhibirse por última vez, así atraerlo y luego rechazarlo. A fin de cuentas el abandonado tiende a buscar denodadamente el reencuentro para luego abandonar el último. Pero sabe también que es él quien así piensa y quien así procedería y que no necesariamente sería ése el comportamiento de Mara. Lo que le llama poderosamente la atención es la tríada de él, Julia y Mara descrita por ésta. Se vuelve consciente de que lo ha imaginado más de una vez y se pregunta si no participa de esa misma abominación psicológica que Mara nombra y se endilga. Ello lo mueve a pensar que tal vez tiene más afinidad con ella que con Julia.

En eso lo interrumpe una paciente excepcional en la guardia. Es una prostituta con la cara deshecha a golpes traída por la policía. Mientras realiza las primeras curaciones escucha la historia que cuenta llorando. Había sido golpeada por su hombre porque se hartó de la esclavitud a que la sometía y entonces se rebeló. Dice que hace un año regresó de Italia a donde la había mandado. Cuando llegó a aquel supuesto paraíso del oro la recluyeron en un hotel y le retiraron el pasaporte. Le indicaron la calle donde tenía que trabajar y de lo que ganaba apenas le dejaban para sus gastos diarios. Luego su primer contacto en Milán la vendió a otro fiolo, por lo que cambió de barrio y aumentó el horario. Este nuevo dueño tenía una tarifa especial con determinados clientes que manejaba personalmente. Eran los que no querían usar preservativo. Cuenta que al principio se negó aterrorizada. Entonces su dueño la encerró en una pieza bajo llave. Al rato escucha girar la cerradura y entran dos hombres que nunca había visto. Como no querían dejarle marcas para no estropearla empezaron pegándole en la cabeza, luego la amordazaron y le metieron una aguja bajo las uñas. Por último la ataron boca abajo en la cama y le introdujeron un grueso palo en el ano. Al día siguiente comenzó a atender a los clientes especiales. Dice que nunca se hizo un análisis y no sabe si está enferma. Hernán escucha la historia mientras lava y venda las heridas. Cuando termina, la prostituta se va acompañada por dos policías femeninas que tratan de convencerla de que estará protegida y que debe declarar la verdad para poder castigar al infame.

A la una recibe una llamada. Atiende y es Julia para saber si almorzará con ella. Inventa una excusa y al terminar la guardia sube al auto y recorre los treinta minutos que lo separan de la capital. Vuelve a sentarse en el mismo café del día anterior y pasa casi una hora vigilando las ventanas de la clínica. Siguen inmóviles y no encuentra ninguna pista, ningún indicio que le revele detrás de cual de ellas pueden también estarle mirando. Como no los hay se va y se tranquiliza pensando en que probablemente Aurora lo llame al día siguiente, aunque por un momento duda si no entrar a la clínica. No lo hace, más por temor a encontrarse con la familia de Mara y tener que enfrentarla, que por continuar un juego que le desconcierta. Y no quiere enfrentarla porque de ningún modo duda que él es el causante de un acto tan definitivo y desesperado como el suicidio, aunque éste quede en tentativa. No se le cruza por la cabeza que alguna otra fuera la causa y el juego epistolar en que se siente embarcado le oficia como confirmación. Sabe entonces que será explícitamente culpado y no quiere atravesar por ello.

Tres días más transcurren antes de que Aurora vuelva a llamar. Durante este lapso Hernán experimenta la dependencia porque aumenta su ansiedad. Durante los dos primeros días vuelve a tratar de encontrar algún atisbo de vida o movimiento tras las ventanas del vetusto edificio muerto, pero la situación no cambia. Al tercero, cuando se dispone a dar nuevo inicio a su rutinaria procesión, se produce el contacto y la nueva cita.

Esta vez Hernán y Aurora no cruzan más que las palabras necesarias. Ambos piensan que tienen poco o nada que decirse. Le entrega otro sobre y se va. Hernán piensa nuevamente en Mara y cómo y cuándo ejercerá su prerrogativa de recuperarla o si se desentenderá de la misma. Por ahora sólo quiere continuar con el juego. Mientras reflexiona en ello advierte que casi mecánicamente ha retornado al café y tiene ante sí la monótona hilera de ventanas. Una vez allí, lee.

Querido Hernán:

Estoy llegando al final de mi extensa confesión. Verás, siempre pensé que a lo largo de este último año alguna vez me llamarías y recomenzaríamos una historia de encuentros furtivos, me ocultarías y yo asumiría calladamente mi nuevo papel. Tal vez no lo hiciste porque no te di tiempo, pero deberás comprender mi ansiedad. En suma, te darás cuenta de que durante todo este tiempo continué a disposición y estoy ahora segura de que tú lo sabías.

Sin embargo debo confesar que al principio temí tu olvido, y fue ese temor lo que hizo que germinara en mí la idea de acabar con todo. Intenté eludir esa cada vez más perturbante proposición volviendo a regodearme en el placer de no ser usada y diciéndome que el hecho de que no ejercieras tus prerrogativas no significaba que hubiera dejado de pertenecerte. Mas fue tan contundente, tan sólido y sin fisuras ese no uso al que me vi sometida, que resultaba inevitable ya pensar en el completo olvido. Nunca antes los tiempos habían sido tan largos, ya que solías graduar mi desesperanza en días o meses pero jamás en años. Sólo podían estar ocurriendo dos cosas; o bien el referido olvido, o bien habías decidido intensificar esos espacios de sufrimiento a los que tan sabiamente me sometías.

Entiende que ahora se había adicionado un componente que antes no existía: la duda. Y siguiendo a mi naturaleza no pude sino elegir como certera la más desoladora de ambas opciones. De haber creído que sólo estabas postergando el utilizarme con el propósito de intensificar mi dolor lo hubiera soportado meditando en la recompensa.

Sumergida en tamaño error fue, como te dije, que tomó cuerpo la posibilidad de poner fin a ese vacío. Careciendo de todo sentido el continuar en ese limbo, el suicidio se descubría ante mí con la potencia de la esperanza. También admito, y no sin cierta vergüenza, que pasé mucho tiempo obnubilada con tan primitiva salida. Y así la califico pues no se te ocultará que la misma padece de falta de inventiva, pobre creatividad y facilismo. No, si la extraña química de mi cerebro estaba tan peculiarmente dotada para explorar los límites del sufrimiento, admitir una salida de esa índole aparecía por lo menos como indigno de ella.

Y me doy cuenta ahora de que mi cavilación fue correcta, de lo contrario no te habrías inquietado tanto durante los últimos días. Entonces sin descartar la idea del suicidio, debía dotarlo de algún matiz que lo hiciera diferente, un cierto grado de ingenio y un objetivo más sutil que el mero poner fin a una vida, porque a fin de cuentas las vidas van y vienen en este mundo. Descubrí que el mismo podía tener otra finalidad, y empecé a visualizarlo como una especie de medio para saber si te seguía siendo todavía necesario infligirme más dolor, o si por el contrario te habías liberado definitivamente de esa necesidad.

Veo con agrado que no ha sido así. Por cierto que para ello he debido frustrar un real intento de quitarme la vida. Autoeliminarse con fármacos requiere de dos cosas: exceso por un lado, y tiempo para que hagan su efecto por el otro. Así, decidí ingerir algo menos que lo necesario, pero aún me faltaba eliminar el otro factor de riesgo. Alguien debía encontrarme a tiempo. Te imaginarás ahora que a quien recurrí fue a Aurora. Te he dicho ya que su cooperación excedió largamente a la de un simple correo. No me costó demasiado convencerla, a fin de cuentas compartimos algunos genes.

Sí, ella presenció mi estudiada ingesta y aguardó el tiempo necesario hasta que me hallara inconsciente. Y hay que reconocer que mi pobre hermana cumplió su parte a la perfección. Nadie tuvo la más mínima duda, la más ínfima sospecha, acerca de que su hallazgo no fuera un hallazgo casual. Elegimos la hora en que nuestros padres están habitualmente ausentes y una hora antes de que Aurora culminara su horario de trabajo. «Gracias a Dios te habías pedido horas libres en la oficina», le dijo mamá. Por supuesto que sí, yo se lo había sugerido el día anterior.

Luego debía llegarte la noticia y una vez más Aurora fue una pieza clave en el plan. Aurora te lo contaría y tú podrías ignorarlo completamente. O podrías también sentir el temor de perderme definitivamente. Podías ponerte a temblar ante la sola perspectiva de que un objeto hecho a la medida de tus necesidades podía haberse perdido para siempre. Veo que mi hipótesis resultó acertada; lo supe desde esa ventana que tanto has buscado estos días. Deberás reconocerme que en esas circunstancias te habrás sentido desnudo y a mi merced.

Y ahora tú sabes que precisas de este pequeño monstruo y temes perderlo. Y yo sé también que puedo pulsar las cuerdas de tu necesidad, y el día que así no sea me quedará completar la obra que tan ingeniosamente dejé inconclusa. También sé que puedo volver a ejecutar mi acto cuantas veces lo considere necesario y nunca sabrás cuando será fingido y cuando podrá ser real. Por ahora, el mismo ha servido para que se alejara la duda que, según te he narrado, inclinara mi pensamiento hacia la posibilidad de un liso y llano olvido. Creo por lo tanto firmemente que no precisaré recurrir a ningún otro medio para hacerte recordar cuán patética y pobre te sería la vida si yo ya no existiera.


Siempre tuya,        
tu cosa

Luego de la revelación Hernán no puede sino estar confundido. Le sorprende a los extremos que pudo llegar la mente de Mara y su primera reacción es considerarla completamente loca. Claro que también le asalta la duda de si lo que le ha revelado es una historia real o si no ha sido el fruto de un cerebro trastornado luego de fracasar en su intento. Es por esa doble posibilidad que no llega a advertir si el juego en verdad ha terminado. Es también, por primera vez, consciente de que se encuentra a merced de Mara y alguien se encuentra a merced de otra persona cuando esa otra tiene la capacidad de causarle algún dolor. Sopesa entonces las opciones y comprende que en ese instante Mara tiene una mayor capacidad que Julia para provocarle sufrimiento. Resulta así inevitable que Hernán experimente un primer impulso de prescindir de Julia y recuperar su mundo con Mara. Pero a Hernán no le es fácil prescindir de las cosas que posee y enseguida abandona la idea. Eso es natural porque no se trató nada más que de un primer impulso. En efecto, Hernán tiene la capacidad de abandonar sólo si el abandono va acompañado de la certeza de que puede recuperar aquello que abandonó. Ése es su sentido de la voracidad: la sola posibilidad de una pérdida absoluta le aterra. Quizás por esa cualidad, por esa condición a la que está atado, nunca ha renunciado completamente a Mara y teme una separación de Julia. Intuye seguramente que a esta última no podrá recuperarla.

Todavía está sentado en el café. Se dice que ha llegado la hora y cruza hasta la clínica. Atraviesa la verja negra y el enorme jardín, pero no le permiten pasar más allá de recepción porque la visita no está autorizada y de nada vale que él también sea médico. Como es tarde decide volver y recorre la distancia que lo separa de su ciudad y su casa con la certeza de que no le importa verla ese día pues puede atraerla en cualquier momento.

10/16
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Andrés Urrutia, 1999
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónSeptiembre 2001
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n114-10
Opiniones de los lectores RSS
Su opinión
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)