https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
54/87
AnteriorÍndiceSiguiente

Fecundación fraudulenta

Episodio 53

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande
BUENOS AIRES
Vier­nes, 29 de di­ciem­bre de 1989, a las 21 h

Exac­ta­men­te a las vein­tiu­na, Ro­ber­to Burán es­ta­ba lla­man­do en el por­te­ro eléc­tri­co del es­tu­dio Ba­rei­lles; a los pocos mi­nu­tos, Rocío bajó dis­pues­ta a salir. Si­guien­do su con­se­jo, fue­ron a un pe­que­ño pero aco­ge­dor res­tau­ran­te, si­tua­do en el ba­rrio de San Telmo. Rocío es­ta­ba im­pe­ca­ble y se­duc­to­ra; como era su cos­tum­bre, se había ves­ti­do con sen­ci­llez, con un li­viano con­jun­to blan­co, de ancha po­lle­ra y san­da­lias cla­ras, una fina ca­de­na de oro al cue­llo y aros muy sim­ples, con una di­mi­nu­ta perla.

Burán se sin­tió feliz de estar allí en com­pa­ñía de tan es­plén­di­da mujer: era una sen­sa­ción inusi­ta­da, la con­jun­ción de in­te­li­gen­cia, cul­tu­ra, buen gusto y una res­plan­de­cien­te be­lle­za. Él se había ves­ti­do de sport: jeans, una ca­mi­sa ce­les­te, mo­ca­si­nes ma­rro­nes y una del­ga­da cam­pe­ra de ga­mu­za color café.

Había muy pocas mesas; el vo­lu­men de la mú­si­ca, ape­nas au­di­ble, les per­mi­tía con­ver­sar ame­na­men­te, luz de velas, copas de cris­tal, era un sitio para es­co­gi­dos. Ella habló pri­me­ro:

—Este res­tau­ran­te es mi pre­fe­ri­do, doc­tor, desde mi ado­les­cen­cia... Hacía dos años que no venía, no ha cam­bia­do nada, sigue sien­do muy ín­ti­mo, está lleno de re­cuer­dos...

—Me ale­gra que le guste. Verla bien me hace feliz. Es bueno estar aquí, com­par­tien­do estos mo­men­tos con usted, le agra­dez­co que haya sa­li­do con­mi­go.

—¿Por qué?

—Por­que me re­con­for­ta mucho; esta tarde fue di­fí­cil para mí, no que­ría estar solo. Ade­más su com­pa­ñía es muy grata. Estoy muy agra­de­ci­do: su padre y usted, me ayu­da­ron a ver las cosas con más cla­ri­dad.

—No tiene nada que agra­de­cer, es nues­tro tra­ba­jo.

—Sí, doc­to­ra, es ver­dad, pero hay mu­chas for­mas de pres­tar ser­vi­cios... Us­te­des lo hi­cie­ron con mucha hu­ma­ni­dad y de­li­ca­de­za. Créa­me, na­rrar mi his­to­ria no me re­sul­ta fácil, es como ex­hi­bir un cer­ti­fi­ca­do de es­tu­pi­dez, qui­zás me­re­ci­do. Pero ya está hecho; no gano nada tor­tu­rán­do­me con el pa­sa­do, pen­san­do en mis erro­res. ¿Quie­re que le diga una cosa, doc­to­ra?, no sé si me va a creer, pero le ase­gu­ro que digo la ver­dad... Si tu­vie­ra que vol­ver a vivir una si­tua­ción se­me­jan­te, no va­ci­la­ría ni un se­gun­do, re­in­ci­di­ría. Por su­pues­to, sin re­pe­tir cier­tos de­ta­lles...

—Ima­gino cuá­les son —dijo Rocío rien­do jo­vial­men­te—, usted debe tener cui­da­do, doc­tor, es un hom­bre rico y des­pier­ta mu­chos ape­ti­tos, debe tomar más pre­cau­cio­nes que otros.

—No lo ig­no­ro, pero, ¿sabe lo que pasa?, a mi edad, quie­ro dis­fru­tar cada ins­tan­te, pa­la­dear­lo, sen­tir­lo trans­cu­rrir. La con­cien­cia de la fu­ga­ci­dad del tiem­po, de la cer­ca­nía de la muer­te, de la de­cre­pi­tud, es do­lo­ro­sa...

—Pero Burán ¡usted está ha­blan­do como si fuera un viejo!, ¿no le pa­re­ce que está exa­ge­ran­do?, aún tiene mu­chos años por de­lan­te...

—No, doc­to­ra, no hablo como un viejo. Hablo como un hom­bre de cin­cuen­ta años que no está tan lejos de serlo. En reali­dad nunca lo es­tu­ve, ni cuan­do era joven, lo malo es que lo he com­pren­di­do tarde. Ahora tengo la con­vic­ción de que todo es mo­men­tá­neo, pa­sa­je­ro, cada irre­pe­ti­ble mo­men­to... ¡Cuán­to tiem­po per­di­do, doc­to­ra! De­be­rían en­se­ñar­nos desde la in­fan­cia a re­go­ci­jar­nos con cada mi­nu­to, a va­lo­rar los afec­tos. El goce, la fe­li­ci­dad, ten­drían que ser ob­je­ti­vos fun­da­men­ta­les... Si apren­dié­ra­mos esto, no lle­ga­ría­mos a la ma­du­rez ig­no­rán­do­lo todo, ni sin­tién­do­nos fríos, muer­tos por den­tro.

Rocío se es­tre­me­ció al es­cu­char esas pa­la­bras...

«¡Dios mío!, es como si me es­tu­vie­ra des­cri­bien­do», pensó, «este hom­bre per­ci­be que he lle­ga­do a los trein­ta y cinco años sin haber vi­vi­do. Es como lo va­ti­ci­nó mi que­ri­do Se­bas­tián, tenía razón que con el tiem­po me daría cuen­ta de que las opor­tu­ni­da­des no se re­pi­ten, que me do­le­ría haber huido del amor. Burán se queja, ¿qué ten­dría que decir yo?, él por lo menos tiene un pa­sa­do apa­sio­nan­te, mu­chas cosas que re­cor­dar. Yo, en cam­bio, no tengo casi nada, sólo algún ro­man­ce ado­les­cen­te, mi largo y frus­tra­do no­viaz­go con Her­nán... No quise com­pro­me­ter­me emo­cio­nal­men­te, le temí al apa­sio­na­mien­to, dejé de sen­tir, ¿por qué no le hice caso a Se­bas­tián? Perdí la oca­sión de amar­lo.»

Rocío Ba­rei­lles sin­tió la cer­ti­dum­bre de ha­ber­se equi­vo­ca­do, de haber des­per­di­cia­do su exis­ten­cia... Sus ojos se nu­bla­ron. Ro­ber­to la notó ex­tra­ña, es­tu­vo ten­ta­do de tu­tear­la, pero pre­fi­rió no ha­cer­lo. Le pre­gun­tó:

—¿No se sien­te bien?, ¿puedo ayu­dar­la en algo?

—No, gra­cias doc­tor, es sólo una leve in­dis­po­si­ción, un li­ge­ro dolor de ca­be­za, ya se me pa­sa­rá. Pe­di­ré una as­pi­ri­na, no se preo­cu­pe, estoy bien.

—Como quie­ra, pero si se sien­te mal no va­ci­le en de­cír­me­lo, puedo lle­var­la de re­gre­so cuan­do lo desee.

Ella es­ta­ba sen­si­bi­li­za­da, como si su alma es­tu­vie­ra a flor de piel; pese a su tur­ba­ción, a su vergüenza, sen­tir­se do­mi­na­da por im­pul­sos pu­ra­men­te emo­cio­na­les le re­sul­ta­ba ex­ci­tan­te.

54/87
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónEnero 2001
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n101-54
Opiniones de los lectores RSS
Su opinión
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)