Tenía frente a mí el plano de Manhattan que tú me regalaste. Me entretenía recorriendo las bien trazadas líneas amarillas que representan las calles de la ciudad, tratando de seguir el rastro imaginario de tus pasos, intentando, sin conseguirlo, desentrañar la trama imposible que tu perfume había ido tejiendo por las esquinas de la Gran Manzana... Tan pronto creía adivinarlo prendido a la ajada tapicería de un taxi que hacía su rutinario recorrido por la zona más oscura del Bronx, tan pronto lo encontraba entre la confluencia de la calle Essex con Houston, donde hay un precioso escaparate de la firma Rolex, con decenas de lujosísimos relojes que sólo a base de titánicos esfuerzos consiguen marchar en sincronía.
Y allí estabas, imaginaba, mirando distraídamente los relojes cuando caíste en la cuenta de la hora. Dios mío, pensaste, pero si ya son las dos.
Yo nada sé, pero puedo imaginarte vagando desde primera hora de la mañana sin rumbo fijo por las calles frías de Manhattan, incapaz de esperar en casa de tu amiga a que llegase el momento en que deberías salir de casa, buscar un taxi y llegar al restaurante donde estaba previsto que se desarrollara la cita que habías concertado para almorzar.
Antes de las nueve pasaste frente al Guggenheim, puedo imaginar. Pensaste si entrar o no. Sabías que allí estaba expuesto lo mejor de Schielle. No sé si lo conoces, pero si no fuese así deberías saber que pronto se convertirá en tu pintor favorito. Pensaste si entrar o no, pero finalmente decidiste que sería mejor dar un tranquilo paseo por Central Park. Con sumo acierto razonaste que la viveza y espontaneidad de los espectáculos al aire libre le sentarían a tu ánimo, sumamente excitado desde que habías concertado esa cita para almorzar, bastante mejor que la mortecina luz de las enormes salas donde se exhibía lo más exquisito del expresionismo alemán.
Entre escupidores de fuego, cuartetos de cuerda multiétnicos y parejas de locas enamoradas dejaste que el tiempo que te separaba de las dos de la tarde se deslizara blandamente, como la trucha de las manos de un niño, y se escurriera y se perdiese por los desagües de la melancolía.
A las doce y cinco pensaste que te sentaría bien un viático caliente (no hay que olvidar que estamos en pleno invierno, por eso el parque no está todo lo animado que cabría esperar). Buscaste uno de esos puestos ambulantes que se ven en las series de policías de Nueva York. Pediste un café y encendiste un cigarro. El hombre que comía palomitas de maíz al otro lado de la barra no había dejado de observarte desde que llegaste, y a pesar de que le dabas la espalda sentías su mirada recorriéndote de arriba abajo, como si fuera la mano pulposa y tibia de la lluvia cayendo innecesariamente sobre la superficie del océano.
Pagaste y con paso decidido buscaste una salida de ese microcosmos verde y helado. En la calle 72 oías tus pasos como si tuvieran eco. No entendías dónde se había metido todo el mundo de repente. Era la hora del almuerzo y los comercios tenían echada la cancela. Tenías un presentimiento que hacía latir tu corazón aceleradamente. (Si aplico el oído a la blanda cartulina del plano todavía puedo escuchar el eco de esos latidos atrapados entre los uniformes bloques de oficinas de la zona.) Sólo tenías que volver la vista atrás para desechar los temores o confirmar la sospecha. Yo no lo vi, pero puedo imaginar lo que sentiste cuando al volver el rostro descubriste al tipo siguiéndote a una distancia de unos diez metros.
Echaste a correr como una loca calle abajo. Cuando viste aparecer el taxi te lanzaste sobre el asfalto, y no te importó que a consecuencia del brusco frenazo el taxista pretendiera cobrarse la posible rotura de las pastillas doblándote el precio de la carrera.
Sólo entonces, desde la seguridad del automóvil en marcha te fijaste en la enorme maleta roja que arrastraba el tipo aquel, que se había quedado gritando palabras incomprensibles mientras señalaba la maleta... Esa maleta, pensabas, ¿de qué me suena a mí esa maleta?
Otra víctima de sus encantos, pienso, mientras me enciendo un cigarrillo con desgana. Y con parecida parsimonia me levanto de la silla con la intención de prepararme un whisky. En el plato está sonando Machito con su orquesta. El sonido no es bueno, porque la grabación es del 51, en el Birdland Club de N.Y.
Sobre la mesa el plano espera. La perfecta geometría de las líneas y rectángulos, que representaban calles y manzanas respectivamente, parecían querer atraparme, reclamando toda mi atención, y me obligaban a concentrar la vista en un punto imaginario de la Quinta Avenida, donde tu taxi en mitad de un infernal atasco se afana por llevarte a tu destino. Pero otra vez levanto la vista del plano, porque en este preciso momento la trompeta de Sweet Edison que abre la Afrocuban Jazz Suite, ataca y culebrea entre las congas y el cadencioso contrabajo. Y cuando la orquesta cambia de repente a ritmo de mambo, Charlie Parker sabe que es su oportunidad para lucirse esa noche, tan jodida porque no ha podido pillar ni un gramo de mierda y el whisky no le calma el dolor con que los hierros oxidados del tiempo y la memoria trepanan su estómago.
El humo del cigarrillo, casi extinguido, se mete en mis ojos y me devuelve de nuevo a la realidad (?), entonces caigo en la cuenta de que el taxi debe de haberte dejado ya en el lugar de la cita. Cojo la lupa y busco Allen Street, a la altura del número 12.
En el restaurante apenas hay gente, una pareja discute acaloradamente en una mesa del fondo, el camarero está de espaldas y no te ha visto llegar. La cita era a las dos, para almorzar. Faltan veinte minutos. Decides hacer tiempo paseando por las calles del barrio. Sabes que entre estas cuatro manzanas, en el East Side, se cuecen algunas de las tendencias artísticas más vanguardistas de nuestro tiempo. Aquí tienen sus atelieres pintores de los que todos hablarán dentro de cinco o diez años; aquí ensayan los grupos que sonarán muy pronto en todas las emisoras del mundo.
Lo único que puedes escuchar es un ruido sordo muy parecido al silencio. Un viento helado sopla desde el cercano río. Qué extraño todo, te dices, qué extraño. Intentas recordar cuándo y cómo saliste esta mañana de casa de tu amiga, el absurdo itinerario que han seguido tus pasos, el hombre de la maleta, la carrera y el miedo que has sentido, la cita para almorzar con alguien que no conoces, o que simplemente no recuerdas. Tan irreal todo... como en los sueños. Te estás haciendo todas estas preguntas frente a un lujosísimo escaparate de la casa Rolex, entre las calles Essex y Houston cuando de repente reparas en la hora. ¡Dios mío, pero si ya son las dos!, piensas, y echas a correr. El restaurante no está lejos.
El disco de Machito ha llegado a su fin y mi vaso está vacío. Cambio el disco (John Coltrane, My favorite things), abro el mueble bar y descubro horrorizado que la botella de W. agoniza. Me pongo los zapatos y con desgana infinita salgo a la calle. Es domingo, y las tiendas están cerradas. Camino, de manera casi mecánica, como un zombi, calle arriba. Cuando caigo en la cuenta de que llevo más de diez minutos andando sin encontrar un bar ya es demasiado tarde. Hostia puta, me digo, ¿será posible?, ¡me he perdido en mi propio barrio!
Pero no es cierto que éste sea mi barrio. Los edificios son inmensos y las calles demasiado anchas. No sé dónde estoy, para decirlo de una vez. Intento retroceder sobre mis pasos, encontrar el portal de mi casa. Imposible. No hay coches. Ningún alma. Un frío horrible sopla desde no sé qué región del infierno. Hay un silencio de película.
De repente encuentro abierto un establecimiento, un restaurante, parece, o una casa de comidas. Agotado, me siento en una mesa y espero a que llegue el camarero, que sirve vino a una pareja, en la mesa del fondo. Un individuo con un traje negro mira su reloj sentado en un taburete, en la barra. Parece esperar a alguien. Son las dos y cinco. A sus pies descansa una enorme maleta roja, puedo imaginar... Entonces apareces.
Copyright © | Juan Carlos Cizaña, 1996 |
---|---|
Por el mismo autor | No hay más obras en Badosa.com |
Fecha de publicación | Julio 1997 |
Colección | Fabulaciones |
Permalink | https://badosa.com/n024 |
Surreal y enteramente descriptivo, se siente el detalle de las calles y el viento frío que circula por las calles de Nueva York. Encantador.
Creo que tu cuento -como llamamos en México a la narrativa corta- es excelente preludio para un texto más extenso. Como lector, encuentro personajes y una trama esbozados apenas, en espera de consolidarse. Buen estilo. Felicidades.
Mi opinión acerca de este relato es que es muy interesante: cómo cambiar de ciudad es perderte en un instante porque no es lo mismo saber que desde chico estás ubicado y un cambio es algo que parece simple, pero no, porque te tienes que acoplar.
Soy extranjera y leí el relato corto El plano de Nueva York de Juan Carlos Cizaña en mis clases de español. Me gustó mucho su estilo de escribir, de crear una atmósfera un poco irreal y misteriosa con indicios y símbolos. Después de leer he tenido que pensar mucho sobre esta historia. Me gustaría muchísimo entrar en contacto con el escritor para preguntarle si tengo razón con mis suposiciones. Por desgracia escribe bajo seudónimo, pero quizá otros lectores que hayan leído este relato puedan escribirme sus impresiones. A lo mejor vosotros tenéis una explicación para las preguntas que se me han ocurrido: me gustaría saber si la maleta roja significa una parte del pasado de la chica, que quiere olvidar. Quisiera preguntar cómo la chica pudo concertar una cita tan excitante con alguien al parecer desconocido, que tiene que conocerla muy bien a ella (él tiene esta maleta roja) y del que ella tiene mucho miedo al verlo. Me gustaría enterarme de lo que unía al narrador con la chica, quizá una relación amorosa infeliz de la que resulta "(...) el dolor con que los hierros oxidados del tiempo y la memoria trepanan su estómago".
Como podéis ver, tengo muchas preguntas. ¡Me alegraría mucho una respuesta!
Me encanta, es muy fresco y tiene un estilo encantador. Me gusta el gótico y el romance.
Yo también escribo algo, pero después de leer los anteriores comentarios pienso que: o no tengo ni pajorera idea de literatura o no me siento impresionado por esta hitoria al no haber visitado Nueva York. No es mi intención desmerecer a nadie, ¡Dios me libre!, pero mi opinión sincera es que esta barbacoa carece de leña, carne y aceite. Perdón por mi ignorancia suprema.
El propio autor me leyó una vez esta preciosa historia, y la experiencia fue muy bonita, sobre todo teniendo en cuenta que ha estado en Nueva York tantas veces como yo misma. El autor dejó el relato abierto a cada uno y la respuesta a la pregunta de Suzanne realmente es ¿la maleta roja es el pasado de la chica?
Es sincera, bien desarrollada aunque irreal, muy descriptiva, pues te transporta a la ciudad de NY tan sólo con abrir su plano. Sinceramente considero que éste podría ser uno de los cometidos del autor, salirse un poco de la “Realidad tan oprímete en la que vivimos e invitarnos a pasear por un momento por la Gran Manzana”... muy probablemente y ésta sea una de sus ciudades preferidas, pues la describe bien, y lo deja ver en dos cuartillas y varias calles...
Querida Susanne, yo creo que la cita que tiene la protagonista del relato es con EL RELATOR de la historia. Yo creo que la chica y el relator tienen una cita y como éste llegó antes a ese sitio se puso a descifrar que estaría haciendo ese hombre con esa maleta roja. De allí es que él imagina toda esta historia. Pero nada más lejos está de haberle sucedido en realidad. No te hagas tantas preguntas.
Queridos lectores: antes de nada, gracias por serlo, por haber leído con tanta atención este relato que escribí hace 14 años (se dice pronto), cuando soñaba con ser escritor. Y perdón por no haberos contestado antes, he estado tan ocupado reescribiendo mi propia vida... Vosotros habeis colmado mis sueños con vuestra lectura-reescritura.
Gracias Ativa, Gabriel, Deyanira, Julieta, Mariví, Betsy, Alba, por vuestros elogiosos comentarios. Incluso Antonio, gracias por el tuyo que lo es menos pero también necesario.
Y especialmente gracias a Susanne. No puedes imaginarte la ilusión que me hizo saber que este humilde relato es materia de trabajo en tus clases de español... Uff, qué subidón, para alguien que también se dedica a la enseñanza.
El relato surgió de un mapa de Nueva York que una amiga me regaló. Nunca he estado en N.Y. pero mientras escribía la historia iba situando a mis personajes en distintos lugares del mapa y el propio mapa me sugería situaciones y me planteaba la trama, simplemente me dejé llevar. Me encanta todo lo que os ha sugerido. Ojalá pudiera daros más algún día.
Gracias finalmente a Badosa por su fantástico trabajo de apoyo a los noveles escritores.
Nos leemos, un abrazo
Creo que esta lectura, aunque es corta, deja un millón de interrogantes, lo cual causa en todo lector querer saber más de la historia, más de los personajes, conocer si solamente fue una imaginación del autor o si vivió alguna experiencia parecida, por qué escogió Nueva York como escenario, etc. Me da gusto ver cómo tiene ese tipo de cualidad en su forma de narrar, dejar al lector sediento de un poco más. ¡Ciao!
Susanne: Creo que de todas las personas que han expresado su opinión, eres la más honesta, al igual que tú yo tengo una buena cantidad de preguntas sobre lo que el escritor desea comunicar, sin embargo la gran mayoría alaba la obra y en mi opinión sin haber entendido nada. El estilo es excelente, su narrativa me gusta y es excelente en su forma de describir las cosas, no creo que su intención la del autor sea simplemente hacer una descripción de Nueva York, porque esa hermosa ciudad es muchoa más que lo que ha descrito.
Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:
Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)
Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).
Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.
Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías
Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.
Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.
Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.