Como siempre, es un gusto leer a Sorrentino, su manera de plantar comportamientos de niño o de loco en los escenarios de la formalidad y el tedio. Hasta hay algo de sadismo cuando "el irritador" impide que el hombre del maletín se extienda placenteramente en la enumeración inútil de las calles. Me agradó la lucidez que demuestra en ese punto "el irritador", y cómo comprende al instante la satisfacción que esa criatura mecánica y laboriosa encontrará en semejante ejercicio de exactitud. Esa agudeza me pareció lo mejor del cuento, dos líneas capaces de explicar los mundos opuestos en que se mueven los personajes.
La verdad es que desconocía la cuentística de Fernando Sorrentino. He leído este cuento que nada tiene que envidiarle a las creaciones de Borges y he quedado profundamente atrapado por sus metáforas. Ha descrito perfectamente una situación que no pierde en sus palabras un poco del humor latinoamericano. Es un gran autor que yo acabo de descubrir en este cuento y que tiene una prolífica obra literaria, símbolo de una vida dedicada al mundo de la palabra como aire fundamental de sus dilemas cotidianos. Fernando Sorrentino es uno de esos escritores que los integrantes de mi generación encuentran inesperadamente en sus vidas por azares artísticos y logran que nosotros, que estamos sumergidos en un mundo digitalizado, exclamemos con asombro y respeto: ¡Qué gran narrador! ¿Cómo puede haber cometido el peor de los pecados?: ¡No haber leído nunca a Fernando Sorrentino!