https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Poesía Trasluz
1/5
Siguiente

El poeta y su doble

I

José Antonio Sainz
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink
LOS OBJETOS GUARDADOS EN UN CAJÓN,
abierto en el silencio
una tarde cualquiera,
pero tan inmensamente lenta
como la tarde de un abandono.
El polvo. Las formas.
Los colores y el tacto.
El olvido casi absoluto,
porque los ojos
se deslizaban sobre ellos
sin ninguna intención,
igual que a menudo sobre el mundo.
El sol, blanco en los visillos,
oro aún templado su ternura.
El murmullo ahogado de una televisión.
Un ladrido continuo.
Piar de gorriones.
El cajón que ofrece
los objetos del pasado,
el pasado mismo,
en una tarde
en que nos reencontramos
con el mismo sobresalto agridulce
con que nos sorprende una canción antigua.
¿Qué pensaba entonces?
Cada cosa es el fruto de un designio.
Una caja de chinchetas para una despedida,
una agenda sin memoria,
un mechero con el nombre de un restaurante,
un cuaderno vacío de tapas duras.
Lo único que perdura, tal vez,
sea la capacidad de los símbolos
—no del todo generosa—
y la alquimia falsa del pensamiento.
Los gorriones.
El perro fuera.
Las nuevas voces de los niños.
Fuera.
El aire de la casa,
en suspensión serena
sin voces,
sin el roce de pisadas,
casi ni él se mueve
para no despertar el instante.
Ni eternidad
ni memoria.
Cierra el cajón,
con cuidado, sin ruido,
y regresa
—no sé si distinto o idéntico al de antes—,
despacio,
con el paso consciente y silencioso
de la tinta de los versos.
LA CIUDAD NO TIENE CAMINOS
que entren en el campo.
Sólo carreteras estrechas,
de firme con baches
y cunetas melladas,
carreteras que entretienen los pasos
alrededor de infinitas parcelas amuralladas,
de solares y huertos,
de casas achacosas y anodinas.
La ciudad te echa siempre sobre ella
o te obliga a recorrer en coche
kilómetros extraños y tensos
hacia itinerarios prefijados
para contemplar el mar
por paseos de aceras levantadas,
entre apartamentos y bungalows.
La ciudad te atrapa.
Dirige los pasos, las miradas.
El mar, la tierra,
las playas vírgenes,
los bosques,
el cielo,
todo
administrado,
santificado,
como la mixtificación de lo real,
como la vitrina de una isla consumada.
Este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Rodrigo Caro
ALGUIEN CAMINA,
como un exiliado romántico,
entre la sucesión de casas de tres alturas
y descubre de pronto,
entre falsos portales londinenses,
uno de los muchos edificios inacabados.
La ciudad muestra entonces su verdadera esencia,
su vocación de ruina prefabricada,
de monumentos sin cronología
erigidos en conmemoración de los deseos malogrados,
de la quiebra especulativa de la realidad.
La ciudad entera,
un limbo transparente
de la devastación y el silencio futuro.
LOS INVIERNOS LE LLENABAN DE ANGUSTIA.
El tiempo, su luz escamoteada sin ninguna razón,
el frío que le empujaba
cada vez contra rincones más pequeños,
el sopor, después de comer,
que se disolvía cuando ya era casi la noche
y había que encender las luces del cuarto.
              El último invierno, en cambio,
apenas se dio cuenta
de que pasara sobre él.
Hablaba de literatura
—sin demasiada convicción—
a las nuevas generaciones
—aún menos entusiasmadas—;
contemplaba por los ventanales
la noche reciente y ya oscura,
o admiraba fugazmente
—los segundos que se tardan en recorrer un pasillo—
ese color insuperable
con que trafican el sol, las nubes, el mar,
las coordenadas geográficas y el aire fino y húmedo.
Sin mucha convicción.
Y así pasó el invierno.
Y llegó, de pronto, regalada,
la luz y la primavera.
Y se le embriagaron, sin querer,
con su licor amargo y dulce,
extensos espacios
recién deforestados en su conciencia.
HABLAR DE LOS SENTIMIENTOS,
con el rigor que evita
los falsos sentimentalismos románticos,
la simplificación contemporánea y ñoña,
resulta tan difícil,
tan insólito,
podría decirse que hasta inapropiado.
Hablar, comunicarlos
sin afán exhibicionista,
sólo como mero intercambio de información,
aunque no sea un mero intercambio de información,
que se pretende a la vez neutro e incondicional,
igual que todo.
Quizá sea otro tropiezo de la razón
y de esa dificultad de encontrar la salida
del laberinto inacabado
en que hemos convertido,
difusos, imprevisibles, idiotas, retóricos,
los sentimientos.
LA POESÍA ES UN ACTO DE FE.
Inconcreto, sin dogmas
y casi sin liturgia.
Tal vez por eso le resulta trabajoso
levantarse temprano
y escribir unos versos,
con el sabor de sueño aún en la boca
que nos recuerda la tierra,
el hecho elemental de existir.
Luego,
el día, las alturas del sol,
el ir y venir hacia ningún lado,
una recóndita razón que se le escapa
le mueve hacia un pensamiento sutil
y estalla en los labios hipotéticos
una cadencia de palabras.
Entonces,
contrito y emocionado,
en un acto supremo de fe,
sin siquiera saber su objeto,
sin esperar más que repetir el tributo,
una mano desgarra signos sobre el papel.
A VECES RECIBE CARTAS
que antes le hubieran alimentado el ego,
pero que ya nada le dicen.
Hace años,
hubiese dado cualquier cosa por esas palabras.
Pero, ahora,
sabe que su destino
es vivir todo a destiempo,
el decorado soberbio de unas calles estrechas y blancas,
de un acantilado, de una cima rota sobre un valle rotundo.
Qué bien le hubiese hecho
antes
a su espíritu.
Pero ahora...
Ni siquiera las cosas propias de su edad
le parecen apropiadas para él.
Todo debió vivirlo, aprisa, muy aprisa,
en el pasado.
Lee siempre varias veces esas cartas,
hasta casi saberlas de memoria,
como un poema que nunca aprendió.
Después las guarda todas juntas
—la novela espontánea de un desacierto—,
y compone la pose,
amarga, exasperada, dolida e indiferente,
del que sabe que pronto se ha de abandonar.
UN PASEO EN SILENCIO.
Sin despegar los labios.
Clava alfileres
que le salpican,
que no puede
dejar de clavar por más que quiera
hasta ver la sangre de su triunfo.
Es ridícula
esa mezquindad,
ese escozor de las venas
que le viene algunos días
de no sabe qué rincón podrido.
El deseo,
la tarde convertida ya en oscuridad,
el tiempo, que le borrará con su silencio,
el rencor con que da otro paso.
SUELE PERDER EL TIEMPO,
las tardes y noches enteras,
consultando datos demográficos que no necesita,
mapas de carreteras
que le dan las distancias que no ha de recorrer.
Esquiva el sueño
para ni siquiera mirar por la ventana,
como un fantasma con vocación de vate,
o leer un libro.
En un arranque atemperado
puede que escriba, que se relea
y pierda el tiempo de otro modo,
demorándose en un pasado que ya no le importa,
soñando un futuro que no le aguarda.
1/5
Siguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©José Antonio Sainz, 2007
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónJulio 2007
Colección RSSTrasluz
Permalinkhttps://badosa.com/p179
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)