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El Mar de los Sargazos

Manuel Orestes Nieto
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaMar de los Sargazos
XI. AROMA DE EUCALIPTOS
En el Mar de los Sargazos no existen las estatuas.
Nunca fue necesario para su historia
recurrir a las imágenes de mármol en las plazas,
los parques
o las avenidas de la ciudad o los poblados.
Sus heroicidades
no necesitaron de los monumentos,
las estirpes,
el odio de los vencidos
o los estandartes de los triunfadores.
No es la memoria de las guerras,
el fratricidio,
los despojos.
La amarga destrucción
o el inexplicable derrumbe de lo acumulado.
Jamás el enconamiento de lo gratuito.
En una forma aún no conocida, todos los seres
que conviven en esta inmersión cilíndrica
tienen en sus mentes
el conjunto del paso de los tiempos.
Sólo les basta pensar en una época,
un hecho,
un instante,
para que lo acontecido se haga presente
en su más clara certidumbre.
Sin haber conocido a sus ancestros
son capaces
de saber de cada uno de sus días vividos,
como si el presente se conjugara con el pasado en un todo.
Tienen la capacidad de saberse incubados
y cómo fue su primer aliento al nacer.
Ciertamente no pueden conocer el porvenir;
pero también es verdad que no le temen.
El acto de morir no produce angustia.
En el Mar de los Sargazos no hay entierros:
cuando la vida cesa,
se diluye,
se mezcla en la salinidad
y se esparce en todas direcciones
con un inconfundible aroma de eucaliptos.
XII. EL OTOÑO ES UNA LEYENDA
Si este Mar
no es seco como la tierra,
si no se agrieta y está hecho de helechos flotantes,
sargazos,
musgos,
raíces sumergidas,
si este mundo es una húmeda placenta
y el grito no existe, entonces,
¿cómo es el otoño aquí?
Si no caen las hojas
y no hay viento, entonces,
¿cómo es?
¿Cómo se siente la estación de la desnudez?
Sí hay estaciones, sí hay otoños.
Pero también hay una leyenda
que cuenta que en el Mar de los Sargazos
sólo había primaveras
hasta que ocurrió el cataclismo
y aparecieron las demás estaciones.
Pero, ¿cómo es?
El otoño
llega por el lado del Mar de los Deshielos.
Viene moviendo el agua
y en la superficie son olas consecutivas que no cesan.
Todo se hace más turbio
y la luz que se desplaza
está como quebrada esa época del año.
Digamos que es un tiempo gris
y los habitantes del Mar están menos alegres,
como en la red de una tristeza.
Las langostas
se introducen en los riscos de las piedras
y salen poco a pasear.
Las ballenas y los delfines
más bien van arriba para divertirse
y no dejarse atrapar por la falta de ánimo.
El Consejo de los Espejos
usa gran parte del otoño para reunirse
y acordar los trabajos del año que vendrá.
En Sargonia
se prenden fogatas de amatistas
y es, precisamente, en la vida otoñal,
que surge con más energía la capacidad fosforescente
de la piel
de los innumerables ciudadanos
en sus nataciones nocturnas,
sus suaves deslizamientos
y sus conversaciones íntimas.
Al partir,
el otoño se dirige siempre hacia el este,
y todo el Mar de los Sargazos
le aplaude a su paso.
XIII. LOS SOLES ACUÁTICOS
Una vez cada cien años,
en el Mar de los Sargazos hay un día privilegiado
donde lo único importante
es un baño de luz que todo lo ocupa.
El agua
alcanza una sorprendente cristalinidad
y hasta en las profundidades más desconocidas
el resplandor
se cuela por entre todo lo que existe.
Al pasar un siglo exacto,
desde cada uno de los puntos cardinales
se introducen en el Mar cuatro Soles Acuáticos,
girando sobre sí mismos
como platos fantásticos,
desplazándose en un paseo de múltiples direcciones
y a distintos niveles de las aguas.
Algunas veces se detienen en un solo lugar,
con sus rayos luminosos,
su corpórea redondez,
su mágico centro.
Otras veces se encuentran dos soles
y pareciera que se convocaran en una danza,
saludándose en sus gravitaciones,
juntándose
y distanciándose en una perfecta armonía.
Entonces su luz se duplica
y los habitantes del Mar sienten
que toda esa insuperable luminosidad los invade,
como un éxtasis,
como un frenesí.
Durante las veinticuatro horas
que dura este fenómeno,
los sargazos que cubren el techo del Mar
sueltan por sus raíces flotantes
una inconmensurable cantidad de oxígeno;
burbujas
que en cascadas se diseminan de arriba a abajo.
Una suerte de lluvia interior,
transparente y total,
como si el Mar se reanimara
y fuera inyectado
con un alimento para todo el siglo venidero.
Los Soles Acuáticos
se van al aire.
No separados como siempre llegan,
sino juntos,
y al salir estallan millones de flores
en la superficie.
XIV. UN PEZ COLOR VIOLETA
Mucho tiempo atrás,
cuando en los caminos que conducen a Sargonia
ya estaban formados los jardines
como terrazas y balcones escalonados,
nació en el Mar de los Sargazos
un pez color violeta.
Un ser único,
poseído de un don especial:
le resultaba fácil en extremo plasmar por escrito
sus pensamientos y fantasías.
Le agradaba leer sus textos
y los regalaba a los habitantes
como lo más preciado que sabía hacer.
Su vida fue muy larga y mucho se le amó.
En el sendero del lado norte
de la ciudad
hay en roca tallada uno de sus textos,
como una especie de homenaje
o de recuerdo:
«Aquí estamos
incrustados en el asombro
y el vértigo.
Nacimos sin crujir
y nuestro horizonte
ha sido siempre la inmensidad.»
XV. AGUAS DEL PORVENIR
Cuando pasaron los milenios
por el Mar de los Sargazos,
todas las páginas de los Libros de la Memoria
estaban escritas,
todos los telescopios
habían repasado el fulgor de las estrellas
y su rebotar en la cima del océano,
todas las fronteras eran conocidas,
las lejanías habían perdido su novedad
y el temor
fue un sentimiento que desapareció con los siglos.
Todos los habitantes de este singular mundo
habían llegado a la adultez de sus especies,
al brillo de sus capacidades,
al lucimiento de sus cualidades
en un esplendor sin igual.
Por primera vez
una circunstancia desconcertante,
y no vivida se presentaba:
el Mar de los Sargazos
no cabía dentro de sus propios límites.
El impulso de su realidad
era un ensueño plasmado en cada cosa,
en cada habitante,
que aspiraba a transmitirse,
como si la necesidad de desbordarse
fuera una forma de un imparable destino.
Una belleza tal
que al lograr su máxima expansión de nobleza
debía rebasar, necesariamente,
la grande
y casi imperceptible campana de agua
que la contuvo
por el paso de las edades.
Este mundo preservado
no podía ser una pompa acuática solamente.
Su propia inmensidad era, sin duda,
un espectáculo de música,
color
y conquistas inverosímiles.
Y, entonces,
la fuerza de esta energía tan total
hizo que ocurrieran las Aguas del Porvenir:
El Mar de los Sargazos
rompió sus diques
y se vació el mar sobre los otros mares,
sobre todas las costas y confines.
Los sargazos
se desplazaron hacia playas intocadas.
Las olas,
con su vaporosidad y espuma,
se hicieron también habitantes,
y todos los ciudadanos del Mar
se concertaron
para alcanzar el aire,
comenzando
la más lúcida caminata
hacia los espacios
de la tierra.
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Copyright ©Manuel Orestes Nieto, 1996
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Fecha de publicaciónDiciembre 1998
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