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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXXXI

Un plan para robar la droga

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El jue­ves diez de fe­bre­ro a las 22, el Za­ra­go­zano se en­con­tró con el Co­mi­sa­rio Mayor José Ba­rrien­tos y con el Te­nien­te Gon­za­lo To­rres. Se en­te­ra­ron de que los nar­co­tra­fi­can­tes pla­nea­ban re­cu­pe­rar la co­caí­na de­po­si­ta­da en el juz­ga­do fe­de­ral de la ciu­dad de San Fran­cis­co. Era te­rri­to­rio pe­li­gro­so. Allí la tropa de Gan­dul­co tenía mucho poder. Hasta ese mo­men­to no se había po­di­do apo­de­rar de los es­tu­pe­fa­cien­tes por­que la pre­sión de los me­dios era cons­tan­te. Todos los que te­nían cier­ta in­je­ren­cia sobre el tema te­mían ser se­ña­la­dos por la pren­sa. Si la droga des­a­pa­re­cía, el es­cán­da­lo sería ma­yúscu­lo. Es­ta­ba en juego mucho di­ne­ro. El nar­co­tra­fi­can­te no se podía re­sig­nar a per­der cin­cuen­ta mi­llo­nes de dó­la­res. Si no les pa­ga­ba a los me­ji­ca­nos, sus días es­ta­rían con­ta­dos. Según la in­for­ma­ción re­ca­ba­da por Ba­rrien­tos, Gan­dul­co tenía pen­sa­do cam­biar la droga por ha­ri­na, en con­ni­ven­cia con fun­cio­na­rios del Juz­ga­do. Eli­mi­na­ría a todos los tes­ti­gos, salvo a quie­nes fue­ran po­li­cías. La cú­pu­la de la bo­nae­ren­se había sen­ten­cia­do que no ad­mi­ti­ría nue­vas bajas. Los cri­mi­na­les sa­bían que la droga debía vol­ver rá­pi­do a sus manos. Con el di­ne­ro que la misma re­pre­sen­ta­ba, po­drían aca­llar mu­chas voces. Si se des­truía o si se de­po­si­ta­ba «la blan­ca» en un lugar res­guar­da­do por gente no com­pro­me­ti­da con los nar­co­tra­fi­can­tes, era pro­ba­ble que jamás la re­cu­pe­ra­ran o que se la lle­va­ra otro grupo ma­fio­so.

Es­ta­ban en la ofi­ci­na de Ba­rrien­tos, en la Je­fa­tu­ra de la ciu­dad de La Plata. A esa hora no había ac­ti­vi­dad. Se sen­ta­ron en unos có­mo­dos si­llo­nes ta­pi­za­dos en cuero, cada uno con un vaso de whisky con hielo. El ros­tro del co­mi­sa­rio mayor, de­no­ta­ba preo­cu­pa­ción; ob­ser­van­do fi­ja­men­te a sus in­ter­lo­cu­to­res, dijo:

—Mirá, za­ri­to, con Gon­za­lo es­tu­vi­mos pen­san­do mucho en este qui­lom­bo. Lle­ga­mos a la con­clu­sión de que te­ne­mos que hacer algo rá­pi­do, no po­de­mos que­dar­nos quie­tos. De­be­mos im­pe­dir que estos hijos de puta se lle­ven la droga de­co­mi­sa­da. Si lo hacen, nos bo­le­tea­rán a todos. Vos y tus ami­gos están es­pe­cial­men­te en­gan­cha­dos, za­ri­to. Con no­so­tros qui­zás no se metan por­que somos canas, pero us­te­des son ci­vi­les. Yo sé cómo pien­sa este hijo de puta de Gan­dul­co. No se va a arries­gar a que anden suel­tas per­so­nas que lo pue­dan in­cri­mi­nar. Nos llegó un men­sa­je de un lu­gar­te­nien­te suyo ha­cién­do­nos saber que no ata­ca­rán a nin­gún ofi­cial de po­li­cía. Nos pi­die­ron dis­cul­pas por las ca­gadas que se man­da­ron; ase­gu­ra­ron que de ahora en más, no de­be­mos preo­cu­par­nos; se com­pro­me­tie­ron a no agre­dir a nin­gún ofi­cial de la bo­nae­ren­se. No con­fío en estos tu­rros, za­ri­to. Si re­cu­pe­ran la co­caí­na, usa­rán el di­ne­ro para com­prar las vo­lun­ta­des que ne­ce­si­ten y eli­mi­na­rán a todos los que les han hecho som­bra du­ran­te estos meses, in­clu­yen­do a Gon­za­lo y a mí. No me cabe duda, te­ne­mos que gol­pear pri­me­ro. Habrá que salir al cruce. Nues­tra mejor de­fen­sa será un con­tun­den­te ata­que. Si nos que­da­mos dor­mi­dos, nos acos­ta­rán para siem­pre.

Ba­rrien­tos con­ti­nuó su ex­pli­ca­ción:

—El am­bien­te está al­bo­ro­ta­do con el tema de la droga se­cues­tra­da. Es de­ma­sia­da guita. Por cin­cuen­ta mi­llo­nes de dó­la­res, estos hijos de puta son ca­pa­ces de cor­tar en tiras a su vieja. No es la pri­me­ra vez que se es­fu­man es­tu­pe­fa­cien­tes de los tri­bu­na­les o de los de­pó­si­tos adua­ne­ros. Todos los que están re­la­cio­na­dos con estos ne­go­cios su­cios pue­den estar in­vo­lu­cra­dos, in­clu­yen­do a la agen­cia del De­par­ta­men­to de Jus­ti­cia de los Es­ta­dos Uni­dos de­di­ca­da a la lucha con­tra las dro­gas. Ha­brás es­cu­cha­do co­men­ta­rios sobre la D.E.A.... Hace poco des­a­pa­re­ció un avión que es­ta­ba en el ae­ro­puer­to de Salta. La carga es­ta­ba bajo la vi­gi­lan­cia de agen­tes yan­quis, de una fis­ca­lía pe­rua­na y de la Gen­dar­me­ría Na­cio­nal. Había en la nave cien­to se­sen­ta kilos de co­caí­na que jamás lle­ga­ron al des­tino pla­ni­fi­ca­do.

—No te quepa duda, Za­ri­to, es­ta­mos de­ci­di­dos a eje­cu­tar un plan de­fi­ni­to­rio. Nos vamos a jugar el pe­lle­jo, no nos queda otra. Si per­de­mos el con­trol, nues­tras fa­mi­lias co­rre­rán ries­go; no po­de­mos per­mi­tir­lo. Te­ne­mos mu­chos alia­dos en la bo­nae­ren­se, pero son ca­gones, se cui­dan la piel. Nin­guno dará un paso al fren­te hasta que sien­ta que le están po­nien­do la punta del cu­chi­llo en el co­go­te. Si los nar­cos re­cu­pe­ran la droga, su poder se mul­ti­pli­ca­rá por mil. Ahora no quie­ren in­ver­tir guita por­que no tie­nen se­gu­ri­dad de sal­var la in­ver­sión; han per­di­do de­ma­sia­do. Si re­com­po­nen sus fon­dos, in­ver­ti­rán para ase­gu­rar su im­pu­ni­dad, ten­drán so­cios dis­pues­tos a mover in­fluen­cias po­lí­ti­cas. Si lo­gra­mos im­pe­dir que se lle­ven la blan­ca, que­da­rán ex­pues­tos y dé­bi­les. Nadie que­rrá aliar­se con ellos. No te­ne­mos op­ción, ¿en­ten­dis­te, Za­ri­to?

El Za­ra­go­zano miró a su viejo amigo con in­quie­tud. No lle­ga­ba a com­pren­der cuál sería su fun­ción. En lugar de con­tes­tar, pre­gun­tó:

—Per­do­nad­me, Pepe, ¿qué coño que­réis que en­tien­da? Ex­pli­cád­me­lo hom­bre, soy un hom­bre común, amigo mío... De­cid­me cla­ra­men­te lo que que­réis hacer: ¿ne­ce­si­táis que ponga di­ne­ro?

—De nin­gu­na ma­ne­ra, Za­ri­to, eso no será ne­ce­sa­rio. Lo que estoy su­gi­rien­do es que te­ne­mos que des­truir la droga antes de que los ma­fio­sos le metan mano. ¿Te ani­más a ju­gár­te­la con no­so­tros?

—¡Joder, que me ha­béis de­ja­do mudo! Si pen­sáis que este za­ra­go­zano os puede ser de uti­li­dad, con­tad con­mi­go. Os debo ad­ver­tir que no me tengo en tan alta es­ti­ma para estos me­nes­te­res po­li­cía­cos. No creáis que no va­lo­ro lo que ha­béis hecho por mí y por mis ami­gos; sé que os debo la vida; sin vues­tro apoyo es­ta­ría más seco que una momia. No debo por tanto afli­gir­me por­que tenga un pie aquí y otro en la se­pul­tu­ra; ya sé que como está la torta, en cual­quier mo­men­to puedo es­ti­rar la pata. Creéd­me­lo, no es que no le tenga miedo a la muer­te. Siem­pre he pen­sa­do que lo único agra­da­ble que puede tener esta fu­la­na es que deja viu­das dis­po­ni­bles. El que teme pa­de­cer, pa­de­ce ya lo que teme. Os lo reite­ro y re­afir­mo, Pepe: con­tad con este za­ra­go­zano. Vos tam­bién, te­nien­te To­rres.

—A ver, Gon­za­lo, ex­pli­ca­le al Za­ra­go­zano cuál es el plan. Tiene que estar pre­pa­ra­do para cum­plir­lo.

El te­nien­te To­rres se le­van­tó del si­llón lle­ván­do­se a la boca el vaso de whisky. Se em­bu­chó un abun­dan­te trago y luego dijo:

—Es­ta­mos pre­pa­ra­dos para dar el golpe, señor Hum­ber­to. Hemos pla­ni­fi­ca­do todo. No hay otra sa­li­da. Si se­gui­mos quie­tos, los nar­cos ro­ba­rán la mer­can­cía y se for­ta­le­ce­rán. Ba­rrien­tos tiene razón: no po­de­mos per­mi­tir­lo. No es­ta­mos en con­di­cio­nes de or­ga­ni­zar un grupo nu­me­ro­so; ha­bría fil­tra­cio­nes. Si los ma­fio­sos sos­pe­chan que les que­re­mos sacar la merca, nos harán puré. En esta pa­tria­da sólo po­de­mos con­fiar en pocas per­so­nas: no­so­tros tres, dos de los mu­cha­chos que nos acom­pa­ña­ron en el pro­ce­di­mien­to del bo­li­che de San Fran­cis­co y Wal­ter, nues­tro efi­cien­te fran­co­ti­ra­dor. Es­ta­mos en el horno, señor Hum­ber­to. Nos están apun­tan­do los ca­ño­nes y cuan­do estén fuer­tes nos can­ce­la­rán. Ni los que somos po­li­cías nos sal­va­re­mos; tarde o tem­prano la li­ga­re­mos. Esto es a muer­te. Te­ne­mos que li­qui­dar a estos mar­gi­na­les. No nos ha­ga­mos ilu­sio­nes, el nar­co­trá­fi­co con­ti­nua­rá... Sólo pre­ten­de­mos que los ac­tua­les capos des­apa­rez­can, que ven­gan otros que no ten­gan nada con­tra no­so­tros. Sé lo que está pen­san­do, señor Mar­cel: que es fácil de­cir­lo pero di­fí­cil lo­grar­lo. Mis com­pa­ñe­ros están dis­pues­tos a ju­gar­se el cue­llo. No quie­ren que a sus fa­mi­lias les pase nada. Es ahora o nunca.

—Os com­pren­do, Te­nien­te. Os acom­pa­ña­ré, no lo du­déis. Os con­fie­so que qui­sie­ra saber qué dian­tre que­réis que haga.

—Re­cu­pe­ra­re­mos la droga, señor Hum­ber­to. Usted es­ta­rá a cargo de un ca­mión Sca­nia para trans­por­tar­la. Sa­be­mos que tiene ex­pe­rien­cia en el ma­ne­jo de ca­mio­nes de todo tipo. No te­ne­mos mucha gente de con­fian­za, se­re­mos un equi­po de sólo seis per­so­nas. Lo arries­ga­re­mos todo y es muy pro­ba­ble que no sal­ga­mos de este brete. Debo ad­ver­tir­le otra cosa: ten­dre­mos un en­fren­ta­mien­to ar­ma­do. De­be­mos lle­var a cabo el pro­ce­di­mien­to en pocos mi­nu­tos; si se pro­lon­ga­ra más, ten­dría­mos de­ce­nas de de­lin­cuen­tes ata­cán­do­nos; nues­tra suer­te es­ta­ría echa­da. Que usted nos acom­pa­ñe nos ven­drá bien. Evi­ta­re­mos que un efec­ti­vo de com­ba­te esté afec­ta­do al vo­lan­te. Te­ne­mos pre­pa­ra­da una vía de es­ca­pe con­fia­ble. La idea es des­truir casi todo el car­ga­men­to. Nos que­da­re­mos con cin­cuen­ta kilos de droga para fi­nan­ciar la cam­pa­ña y pre­ve­nir gas­tos ex­tra­or­di­na­rios. Es un mal menor. El fin jus­ti­fi­ca los me­dios, señor Mar­cel. Hay otra cosa que debo co­men­tar­le, sé que no le gus­ta­rá: se­cues­tra­re­mos a Car­los Ál­va­rez, Se­cre­ta­rio del Juz­ga­do Fe­de­ral. Sólo con su ayuda po­dre­mos ob­te­ner el con­sen­ti­mien­to del se­reno del ac­ce­so. Si qui­sié­ra­mos en­trar a la fuer­za, ten­dría­mos que ma­tar­lo y no que­re­mos víc­ti­mas inocen­tes. Ire­mos con uni­for­mes po­li­cia­les, usa­re­mos go­rras de la re­par­ti­ción y nos pon­dre­mos barba y bi­go­tes pos­ti­zos. No po­de­mos per­mi­tir que al­guien nos re­co­noz­ca o que nos filme al­gu­na cá­ma­ra de se­gu­ri­dad. La droga está en un ha­bi­tácu­lo que tiene una puer­ta blin­da­da con dos ce­rra­du­ras. Si no con­tá­ra­mos con las lla­ves, so­la­men­te po­dría­mos abrir­la con ex­plo­si­vos. Nos ase­gu­ra­re­mos de que el Se­cre­ta­rio las tenga en el mo­men­to de en­trar. El ope­ra­ti­vo es pe­li­gro­so. Lo te­ne­mos muy bien es­tu­dia­do pero nadie puede ase­gu­rar que el re­sul­ta­do sea bueno. Es mejor arries­gar­nos ahora que que­dar a la es­pe­ra de que nos ase­si­nen. No somos san­tos, señor Mar­cel, pero como po­li­cías de ca­rre­ra tam­bién nos preo­cu­pa que in­gre­se al mer­ca­do se­me­jan­te can­ti­dad de droga. Estos des­gra­cia­dos van a joder a mu­chos chi­cos y chi­cas, qui­zás a nues­tros hijos o a al­gu­nos de sus ami­gos. Que­re­mos sa­car­los de cir­cu­la­ción. Es­ta­mos has­tia­dos de so­por­tar que nos ata­quen, de los po­lí­ti­cos de mier­da que siem­pre com­plo­tan en nues­tra con­tra por unos pesos lle­nos de san­gre. Hemos dicho basta, señor Hum­ber­to. Somos pro­fe­sio­na­les bien en­tre­na­dos, es hora de tomar las armas.

—Me ha­béis de­ja­do es­tu­pe­fac­to, que­ri­do Te­nien­te. Nunca pensé que me vería en se­me­jan­te ato­lla­de­ro. Si no os acom­pa­ña­ra, sería un co­bar­de digno de des­pre­cio. Os se­gui­ré hasta la muer­te si es ne­ce­sa­rio. Hemos lle­ga­do de­ma­sia­do lejos. No po­de­mos re­tor­nar a nues­tras vidas nor­ma­les como si nada hu­bie­ra pa­sa­do. Ex­pli­cad­me los por­me­no­res de vues­tro plan, ami­gos míos. Este za­ra­go­zano está dis­pues­to a morir.

El Co­mi­sa­rio Ba­rrien­tos se in­tro­du­jo en el diá­lo­go di­cien­do:

—No es­pe­ra­ba menos de vos, Za­ri­to. Re­cuer­do cuan­do un gran­do­te rubio me quiso cagar a palos en un re­creo. Vos lo aga­rras­te del co­go­te y lo za­ma­rreas­te hasta que se puso mo­ra­do; nunca más me jodió. Ahora la vida nos obli­ga a com­ba­tir jun­tos, como en los vie­jos tiem­pos. El juz­ga­do fe­de­ral está ubi­ca­do en un sitio bas­tan­te cén­tri­co. Hace tres se­ma­nas que es­ta­mos vi­gi­lan­do el sitio. Todas las no­ches es­ta­cio­na en­fren­te un Peu­geot blan­co. Dos nar­cos están vi­gi­lan­do, ase­gu­rán­do­se de que nadie le meta mano a la blan­ca de­co­mi­sa­da. Ten­dre­mos que si­len­ciar­los. Si se pro­du­je­ra un mí­ni­mo qui­lom­bo, es­ta­ría­mos per­di­dos, ten­dría­mos que abor­tar el pro­ce­di­mien­to. Ne­ce­si­ta­mos in­gre­sar sin lla­mar la aten­ción de nadie, ase­gu­rar­nos de que cuan­do en­tre­mos, el se­reno haya des­co­nec­ta­do la alar­ma.

—Ata­ca­re­mos el do­min­go trece de fe­bre­ro a la una de la ma­ña­na. Es un buen mo­men­to por­que casi todos los ma­fio­sos es­ta­rán ocu­pa­dos en los bo­li­ches o to­tal­men­te en pedo. Los que estén vi­gi­lan­do afue­ra, tal vez es­ta­rán dis­traí­dos pen­san­do que nadie los va a joder esa noche. Sa­be­mos que es­ta­mos po­nien­do en ries­go la vida del se­cre­ta­rio. No te­ne­mos sa­li­da; sin su co­la­bo­ra­ción el pro­gra­ma nunca se po­dría cum­plir. Vamos a uti­li­zar un ca­mión con vol­que­te, Za­ri­to, un Sca­nia 2005 que está en per­fec­tas con­di­cio­nes. Te lo en­tre­ga­re­mos ma­ña­na para que apren­das a do­mi­nar­lo. Ne­ce­si­ta­re­mos la má­xi­ma efi­ca­cia. No nos po­de­mos dar el lujo de co­me­ter erro­res.

El Za­ra­go­zano se puso a dis­po­si­ción:

—Co­noz­co esa marca de ca­mio­nes. Son má­qui­nas de muy buena ca­li­dad, su­ma­men­te ve­lo­ces. Ha­béis ele­gi­do bien, mis ca­ma­ra­das. ¿Cómo pen­sáis evi­tar que nos ata­quen los nar­cos que es­ta­rán afue­ra del juz­ga­do?

Ba­rrien­tos y To­rres se mi­ra­ron in­ter­cam­bian­do son­ri­sas ner­vio­sas. El co­mi­sa­rio dijo:

—Mirá, Za­ra­go­zano, no te preo­cu­pes por este de­ta­lle, te vas a en­qui­lom­bar la vida al pedo. Sólo te diré que para des­ac­ti­var­los, uti­li­za­re­mos a nues­tro más joven y atrac­ti­vo co­la­bo­ra­dor: re­cor­da­rás a Jua­ni­to, el agen­te que formó parte de la di­li­gen­cia de alla­na­mien­to en el bo­li­che de San Fran­cis­co. Bien, ese efec­ti­vo será la clave que uti­li­za­re­mos para dejar fuera de com­ba­te a los de­lin­cuen­tes que es­ta­rán vi­gi­lan­do; ya lo verás. Vos preo­cu­pa­te so­la­men­te por­que el ca­mión esté bien ubi­ca­do cuan­do sea ne­ce­sa­rio. En­car­ga­te de con­du­cir­lo con pru­den­cia. Todos vamos a estar de­pen­dien­do de vos. ¿En­ten­dis­te, che?

—Sí, hom­bre, no soy tan men­te­ca­to como vos creéis. No os haré más pre­gun­tas. Mejor que de­di­que el seso a pen­sar en la jo­di­da aven­tu­ra que vamos a vivir.

—Bien, Za­ri­to. Vamos a dor­mir que es muy tarde. Te­ne­mos que estar en per­fec­tas con­di­cio­nes. En pocos días nos ju­ga­mos las bolas y todo lo que está pe­ga­do a ellas.

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Fecha de publicaciónJulio 2013
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