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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXXIII

El gravísimo riesgo de la situación

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El miércoles 8 de diciembre a las 14, el oficial Torres citó al Zaragozano a la Jefatura de Policía de la ciudad de La Plata. Lo atendió en un despacho que especialmente le habían asignado. Los hechos se precipitaban de manera preocupante. Se encontraba comprometida gente demasiado poderosa. La situación se había descontrolado. El joven teniente temía por su propia vida y por la de sus familiares; en materia de venganza y de crueldad, los narcotraficantes no reconocían límites. El comisario general José Barrientos, gran amigo del Zaragozano, le había dado órdenes muy expresas indicándole que debía informarle todo lo que estaba sucediendo mientras se buscaban soluciones pragmáticas para superar el apuro. Humberto Marcel se sentó lentamente en un cómodo sillón, advirtiendo que algo pesado estaba sucediendo. Torres le dirigió una mirada seria y le dijo:

—Debe tomar precauciones, Sr. Marcel: están eliminando a todos los testigos. Ayer mataron a García en el hospital. Lo asesinaron dos sujetos que incursionaron casi a la medianoche. La autopsia reveló rastros de potasio. Poco después acuchillaron a su concubina en la Estación de ómnibus de Retiro. Están limpiando el escenario para que Gandulco zafe. Usted y su ahijado son candidatos a ser suprimidos. Le aconsejo que contrate un servicio de seguridad eficiente, al menos hasta que la situación se aclare y podamos tomar alguna medida eficaz. Lamento no tener la posibilidad de proporcionarle una adecuada protección en este momento. El Jefe estaba analizando cómo ayudarlo en este sentido, le sugiero que hable con él. En lo inmediato, dispuse que tres policías de confianza custodien en el hospital al doctor Pedro Mazzini. Cada uno de ellos cumplirá un turno de ocho horas. No me extrañaría que fuera el primer objetivo de estos malvivientes, ya que fue la víctima del secuestro y quien más se podría quejar por la comisión de este delito.

—Me dejáis estupefacto, teniente. Os agradezco el aviso, no creáis que no comprendo que estamos en peligro. ¿Qué consideráis puedo hacer?, ¿tenéis alguna idea de cómo debo actuar en este momento? Os pido asesoramiento porque no tengo experiencia en estas lides y quisiera obrar de manera inteligente.

Torres parecía agotado, reflejaba el esfuerzo realizado en las últimas horas, la tensión padecida... echándose el cabello para atrás con las dos manos, expresó:

—No es fácil para mí darle consejos en estas circunstancias, Sr. Marcel. Nos enfrentamos a peces muy gordos. No me jacto de ser un ejemplo de honestidad pero debo confesarle que me siento asqueado de la corrupción que nos rodea. El problema ahora es de todo el sector comprometido con Gandulco, tanto de los policías como de los políticos que son sus aliados. Tengo que ser claro: la droga quedó blanqueada, nadie se atreve a meter mano porque la prensa le dio una máquina impresionante al tema y hasta de Presidencia de la Nación pidieron explicaciones. Ni Gandulco ni sus socios están dispuestos a perder semejante fortuna. Necesitan que desaparezcan las figuras molestas para que ese material sea canalizado de alguna manera clandestina o cambiado por talco o por cualquier otro elemento parecido. Además, Gandulco le debe la droga al cartel de Mazacate; si no la pagara, sufriría serias consecuencias: lo matarían como a un perro. Usted sabe que con los narcos no se jode. Mientras haya gente molesta que pueda hacer denuncias, recuperarla les resultará muy difícil. Estamos todos en la bolsa, en gravísimo riesgo. Le hablo así porque sé que puedo confiar en usted. No olvide que soy un oficial sin poder alguno; si no encontramos apoyo en las altas esferas, nuestra situación se verá muy comprometida; especialmente la suya porque es un civil que ha presenciado hechos muy comprometedores. Cuando estos delincuentes se deciden a matar, es muy difícil eludirlos. No quiero asustarlo, pero no puedo dejar de decírselo. Me haría sentir muy mal que le pasara algo a usted o a su ahijado; me siento obligado a hacer todo lo posible para evitar que los asesinen. Por supuesto, de esa manera también me beneficio porque dejaré de ser un blanco de esta organización criminal.

El Zaragozano hizo un esfuerzo para salir de su azoramiento. Dijo:

—Me desconcierta lo que está pasando, teniente. Formulé la denuncia del secuestro con la idea de aprehender a los malhechores, creyendo tontamente en la justicia. Ahora sólo pienso en salvar mi gaznate y el de Pedro. Creedme que me cuesta aceptar que los responsables no tengan sanción alguna. Todas las personas que podían incriminar a Gandulco y a Magaliños por su intermedio, están desapareciendo. Queda solamente la señora Eleonora Robles y el lugarteniente del capo, el tal Artemio Jiménez. ¿Se sabe algo de ellos?

El teniente Torres miró hacia la puerta como para asegurarse de que nadie pudiera escuchar tras ella. De manera apenas audible, dijo:

—Estoy en contacto con Eleonora. Por ahora pensamos que está a salvo, no sé por cuánto tiempo. Si informáramos oficialmente cuál es su paradero, estaríamos dictando su sentencia de muerte. He reservado ese dato fingiendo ignorarlo. Se lo comento porque en esta crisis debemos ser aliados incondicionales. Si no logramos un cambio rápido, de una manera o de otra, probablemente todos seremos ejecutados; hasta mi jefe puede ser asesinado ya que es la cabeza visible de una alianza contra estos mafiosos. Hemos verificado que Magaliños es amante de una hermana de Gandulco, de ese vínculo viene la conexión entre ellos. Por otra parte, Artemio Jiménez ha desaparecido de los lugares que solía frecuentar. Creemos que probablemente también lo han «ajusticiado». Frente a estos hechos, varios oficiales afectados por esta crisis hemos llegado a la conclusión de que aunque apareciera Eleonora Robles y declarara, su testimonio sería insuficiente para incriminar a Gandulco y por ende, al síndico Magaliños. En base a esta realidad, creo que usted debería perder toda esperanza de lograr alguna condena judicial. No tendrá pruebas para lograrlo...

El Zaragozano permaneció en silencio algunos segundos. Si bien no le sorprendían las conclusiones de Torres, la ratificación de sus presentimientos no le resultaba agradable. Sabía que con esos hampones no se jugaba. A la hora de proteger sus intereses más vitales, no tendrían reparo alguno. Estaba arrepentido de haber obrado tan impulsivo creyendo que al buscar amparo en la justicia llevaría ventaja. El submundo del hampa era peor de lo que imaginaba; su influencia personal, muy inferior a la que suponía tener. Encogió los hombros y hablando bajo para que nadie más pudiera escucharlo, musitó:

—Amigo mío, vuestras conjeturas me parecen fundadas. Estamos a la deriva, querido teniente. Como bien lo habéis dicho, el secuestro de Pedro ha pasado a segundo plano. Creo que tenéis razón al suponer que toda investigación estará condenada al fracaso. Además, nadie se preocupará por castigar a sus instigadores. Comparto vuestro parecer: son demasiados quienes deben ocuparse de cuidar su pellejo y sus intereses económicos.

El policía le dio su opinión en forma inmediata:

—Afirmativo, señor Humberto. Nuestra misión se ha frustrado, pero tenemos una cosa a nuestro favor...

El Zaragozano se manifestó sorprendido. Una buena noticia era algo inesperado en ese momento. Ilusionado preguntó:

—Decidme amigo mío, a qué os estáis refiriendo, ¿es que acaso existe una luz de esperanza?

Torres se levantó de su asiento, se acercó a la ventana para contemplar la hermosa arboleda de la calle y como si tuviera dudas de dar una explicación, estuvo callado durante algunos segundos más hasta que el silencio se hizo insoportable. Al final, dijo:

—Don Humberto, lo que le voy a confesar es confidencial: si aprecia su vida, nunca lo comente. Usted lo ha comprendido muy bien, es obvio que esto ya no es un caso de secuestro. Ahora se trata de un asunto de Estado. Es terrible lo que voy a decirle: de alguna manera nos benefició que hayan asesinado a un compañero y mutilado a otros dos. Sé que lo que digo es horrible. Le juro que me duele expresarlo, yo también me jugué la vida en ese allanamiento, no me considere una basura, debo ser objetivo porque estamos en riesgo. Con la institución no se juega. Los políticos saben que hay barreras que no pueden ser traspasadas. Gandulco violó estas reglas cuando su secuaz, «El Colorado», puso en peligro a toda la institución policial y a sus integrantes. «La Bonaerense» no puede permitir que un narcotraficante por más encumbrado que esté o por más relacionado que se encuentre con políticos de alto nivel, sea responsable de una matanza de policías como la que se produjo en el boliche de San Francisco. Lo que nos pasó hoy a nosotros, mañana le podría pasar a otros policías y «La Institución» no quiere que se repita algo así. Todos quieren asegurar que su pellejo estará a salvo, que en el futuro ningún narco de turno podrá atentar de alguna manera contra sus vidas o contra sus familiares. Los negocios mafiosos, como cualquier otro, también requieren prudencia y buena administración. Gandulco demostró su incompetencia al darle poder de fuego a un subalterno no capacitado. Esto, aunque me avergüenza decirlo, está operando en favor nuestro. Ya no se trata de usted o de su ahijado; me cuesta decirlo, pero la verdad es que eso es irrelevante para los altos mandos. Lo único importante para ellos en este momento es restablecer el orden garantizando que los grandes principios sean consolidados. A la vez, no se puede perder de vista que para obtener un beneficio, son muchos e importantes quienes pretenden que se rescate la droga secuestrada. Hay que buscar un equilibrio entre estas dos posiciones. Eso es lo que está procurando hacer mi Jefe, su amigo de toda la vida: concretar una alianza con otros jerarcas de «La Bonaerense» para que juntos exijan políticamente un cambio radical. En principio y por lo que sé, le han pedido al Gobernador, que mueva los hilos que sea necesario mover para que de inmediato se le quite a Gandulco todo el apoyo que ahora tiene. Tenemos otra ventaja: los diarios nos apoyarán. Saben que estas noticias son de interés público, venden muchos ejemplares. Por otro lado, son demasiados los que están en conocimiento del tema; les va a resultar casi imposible que este sucio negocio no trascienda.

Los ojos del Zaragozano se iluminaron. Dijo con un suspiro:

—Ojalá quedaran pegados todos los que están implicados. No sabéis, estimado Torres, qué feliz me haría que estos tunantes recibieran su merecido... que por una puta vez se hiciera justicia...

Una amarga sonrisa precedió la respuesta de Torres:

—Señor Humberto, si usted piensa que podremos eliminar a esta organización delictiva, es demasiado inocente; eso sería imposible. Para hacerlo, habría que prever qué negocios ofrecerles a los mafiosos a cambio de dejar el tráfico de drogas. Es demasiado el dinero y las influencias que se mueven. Ningún sector por sí solo tiene el poder para lograr tal cambio. Lo único que pretendemos es desactivar rápido a Gandulco para que no nos «cancelen». Nuestro jefe estaría dispuesto a guardar silencio si la mercadería desapareciera; se olvidaría del tema. Comprendo que es duro aceptarlo pero debemos ser realistas: es nuestra vida la que está en juego. Si ofrecemos la posibilidad de lograr un resultado económico importante, será más fácil que se olviden de nosotros. Lo mejor que nos puede pasar es que pasemos a ser indiferentes para ellos. En la actualidad, no existe alternativa real. En síntesis, se pretende sólo descabezar a la organización, que Gandulco quede desamparado, sin apoyo alguno. También, que otro gángster o alguno de sus subordinados lo reemplace en el manejo de los negocios y que él, en lo posible, sea «cancelado» para dar un fuerte ejemplo a los narcos que operen en el futuro. En concreto: el mensaje será que con la policía no se juega; que no se puede asesinar a uniformados gratuitamente. No lo dude, la droga será recuperada de alguna manera que prefiero no conocer. Las negociaciones están avanzadas. Con algunas contadas excepciones, se ha logrado formar un frente común de los altos mandos policiales. El interés en auto protegerse es compartido por los más altos comisarios. Si todo sale bien, espero que en breve podamos tener una definición. Si este resultado no se lograra, tal vez tendríamos que pensar en salir del país o en pasar a la clandestinidad por unos años; quizás para siempre. En este momento se trata de Gandulco o de nosotros. O se «silencia» a todos los que están relacionados con los operativos, o se «derroca» a un cacique importante de la droga y se lo reemplaza por otro. Lo bueno es que hay gente que está más arriba que Gandulco, que puede ayudar mucho para que lo suceda alguno de los tantos que aspiran a ocupar su lugar; esto téngalo por seguro. También nos viene bárbaro que para los políticos «vinculados» es casi indiferente quién sea el mafioso de turno, siempre y cuando reciban su participación en las ganancias.

—Os comprendo, estimado amigo. La maniobra que describís es un gatopardismo: hacer que parezca que todo cambia para que en realidad, siga igual que antes.

El teniente mostró una sonrisa triste, asintió con la cabeza, puso la mano en el hombro del Zaragozano y dijo:

—Afirmativo, señor Marcel, para nosotros es así; para la mafia, es igual. Aunque ellos privilegiarán como resultado que se mantengan las cosas como están ahora, es probable que pensarán: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo parezca cambiar.» En el fondo es lo mismo: la delincuencia seguirá en pie, sólo que algunos de los actores serán sustituidos. Lo distinto para nosotros será que el cambio en sí mismo parezca que existe. Nos resulta esencial ya que sólo lográndolo podremos seguir con vida. Lo mantendré informado permanentemente. Haré que un agente lo acompañe por unas horas, hasta que pueda contratar un buen servicio de seguridad.

El Zaragozano se sintió abatido. Pese a ser un hombre práctico le costaba aceptar los hechos que ponían en claro que su poder en este mundo, era en realidad insignificante. Al despedirse de Torres, dijo:

—Os agradezco vuestra sinceridad mi querido compañero de aventuras. Comprendo que os habéis arriesgado al revelar estos detalles. Quedaos tranquilo: de mi boca no saldrá ni la más mínima palabra que os comprometa. La situación es clara, mi inapreciable aliado. En realidad todos la conocemos, no la podemos cambiar. Si lo intentáramos, casi con seguridad dejaríamos nuestra vida en el empeño. Espero vuestras novedades. No soy creyente pero os aseguro que hasta tengo ganas de rezar. Que tengáis una vida feliz, mi querido oficial. Os deseo largo bienestar para vos y para vuestra familia.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
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Fecha de publicaciónMayo 2013
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