https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
15/44
AnteriorÍndiceSiguiente

La Campana Mágica S.A.

Capítulo XIV

Después de la declaración de quiebra

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El miér­co­les 7 de julio, el Za­ra­go­zano in­vi­tó a sus ami­gos a re­unir­se con él en un café muy fre­cuen­ta­do y agra­da­ble, con vista a los jar­di­nes de la Plaza Re­co­le­ta, fren­te a un his­tó­ri­co go­me­ro, cuya copa tenía más de cin­cuen­ta me­tros de diá­me­tro y de una gran va­rie­dad de plan­tas que ofre­cían un mag­ní­fi­co es­pec­tácu­lo. El es­ta­ble­ci­mien­to, como la ma­yo­ría de los ne­go­cios del en­torno, es­ta­ba de­co­ra­do con muy buen gusto, un marco pro­pi­cio para dis­fru­tar de un mo­men­to de so­sie­go y de dis­trac­ción. Hum­ber­to Mar­cel, se di­ri­gió a sus jó­ve­nes so­cios:

—Mis que­ri­dos com­pa­ñe­ros de aven­tu­ras, os he con­vo­ca­do por­que es­pe­ro que com­par­táis mi cri­te­rio de que nada es mejor para tomar de­ci­sio­nes im­por­tan­tes que estar en un sitio agra­da­ble, a la vista de año­sos ár­bo­les y de un par­que tan her­mo­so como el que te­néis ante vues­tros ojos. Re­la­jaos, por favor, y es­cu­chad­me aten­ta­men­te. Debo in­for­ma­ros cuál ha de ser la es­tra­te­gia que pro­pon­dré se­guir. En breve de­be­réis tomar de­ci­sio­nes tras­cen­den­tes; tam­bién su­ge­rir ideas que con­tri­bu­yan a bus­car la mejor sa­li­da para nues­tro ne­go­cio. Buena plata nos va en ello, como bien lo sa­béis. Por favor, Pedro, ex­pli­cad­le a Clara cuál es la si­tua­ción ac­tual.

—Bien, Za­ra­go­zano. Des­pués de que desis­ti­mos del con­cur­so pre­ven­ti­vo, el juez de­cla­ró la quie­bra de nues­tra Cam­pa­ni­ta Má­gi­ca, ya pa­sa­ron tres se­ma­nas. Ha sido de­sig­na­do como sín­di­co, el con­ta­dor Juan An­to­nio Ma­ga­li­ños.

El mozo apa­re­ció con una ban­de­ja de metal con tos­ta­das, dulce de leche y mer­me­la­da de fru­ti­lla, sos­te­nía equi­li­bra­da­men­te, una te­te­ra de con­si­de­ra­ble di­men­sión y una va­po­ro­sa jarra con leche ca­lien­te. Sir­vió la me­rien­da con efi­cien­cia pro­fe­sio­nal y se re­ti­ró en un san­tia­mén. Clara re­tor­nó a lo dicho por Pedro, pre­gun­tan­do con un gesto de duda:

—¿Ma­ga­li­ños?, ¿quién ca­ra­jo es? No tengo el pla­cer de co­no­cer­lo, no sé si us­te­des ten­drán re­fe­ren­cia de este su­je­to..., pa­re­ce de ori­gen ga­lle­go, ¿no?

Pedro hizo una acla­ra­ción que creyó era ne­ce­sa­ria.

—El ori­gen no nos ase­gu­ra nada, ni a favor ni en con­tra, Clara. Lo cier­to es que se trata de un ve­te­rano con­ta­dor, la­men­ta­ble­men­te muy am­bi­cio­so, de ho­nes­ti­dad de­fi­ci­ta­ria por no decir inexis­ten­te. Vos lo co­no­cés bien, pa­drino, ¿no es ver­dad?

Hum­ber­to Mar­cel no pudo con­tes­tar in­me­dia­ta­men­te por­que es­ta­ba sa­bo­rean­do el pri­mer sorbo de su té con leche. Secó sus la­bios con una fina ser­vi­lle­ta de papel y dijo:

—¡Joder! Co­noz­co bas­tan­te al fu­lano. Os puedo ase­gu­rar que Pedro no se equi­vo­ca al des­cri­bir sus ca­rac­te­rís­ti­cas. Po­drían ser fa­vo­ra­bles para el cum­pli­mien­to de nues­tros poco con­fe­sa­bles pro­pó­si­tos: com­prar la vo­lun­tad de quien es na­tu­ral­men­te so­bor­na­ble, suele ser más sen­ci­llo que bir­lar­le el so­na­je­ro a un bebé. Sin em­bar­go, no creáis que las cosas ha­brán de ser tan sim­ples para no­so­tros. Temo que este sín­di­co se torne en nues­tra con­tra, su am­bi­ción es des­me­di­da, su des­ho­nes­ti­dad ma­yús­cu­la y su ánimo es­pe­cu­la­ti­vo evi­den­te. Os re­co­mien­do que es­téis pre­pa­ra­dos para lo peor, este za­ra­go­zano lo va­ti­ci­na. Ma­ga­li­ños tra­ta­rá de sacar para sí la má­xi­ma ven­ta­ja, lle­nán­do­se la boca de su­pues­tas bue­nas in­ten­cio­nes, ase­gu­ran­do per­se­guir ex­clu­si­va­men­te el in­te­rés de los acree­do­res, lo que en reali­dad le im­por­ta­rá tanto como un puto co­mino. Se­guid in­for­man­do, Pedro, antes al­can­zad­me una tos­ta­da, por favor.

Pedro pro­si­guió:

—Bien. Ahora que la quie­bra está de­cla­ra­da, la sin­di­ca­tu­ra puede de­man­dar que el juez de­cla­re la in­efi­ca­cia de la com­pra de los dos in­mue­bles de La Cam­pa­na Má­gi­ca S.A. por­que fue rea­li­za­da en pe­río­do de sos­pe­cha, en per­jui­cio de los acree­do­res.

Clara pre­gun­tó:

—¿Quién con­tro­la que el pro­ce­so con­cur­sal se esté lle­van­do bien?

Con­tes­tó el Za­ra­go­zano:

—Ins­truí a Ber­ti­rru­de para que con­tra­te a un es­tu­dio ju­rí­di­co de abo­ga­dos es­pe­cia­lis­tas en con­cur­sos. Tened por se­gu­ro que no saben nada de nues­tras ma­nio­bras. Nadie podrá decir que no abo­na­mos un pre­cio justo a La Cam­pa­na Má­gi­ca. Que los fon­dos pa­ga­dos luego se hayan uti­li­za­do mal, que se hayan ex­traí­do, es ha­ri­na de otro cos­tal; no es nues­tra culpa. Le­gal­men­te, no hemos pro­du­ci­do nin­gún per­jui­cio a la so­cie­dad.

—Co­rrec­to, pa­drino. En buen cris­tiano, es­ta­mos cu­bier­tos. Es casi im­po­si­ble que se acoja un pe­di­do de in­efi­ca­cia. Hemos cum­pli­do todos los re­cau­dos le­ga­les, ade­más com­pra­mos por sumas irri­so­rias la ma­yo­ría de los cré­di­tos sin pri­vi­le­gio.

Clara se sen­tía bien por­que en­ten­día la si­tua­ción. Pre­gun­tó an­sio­sa:

—Me preo­cu­pa algo, chi­cos, ¿cuán­to tiem­po ten­dre­mos que es­pe­rar para que el sín­di­co de­man­de la in­efi­ca­cia de las com­pras o bien para que omita ha­cer­lo? Es­ta­mos con­tra el reloj, una de­mo­ra puede arrui­nar el ne­go­cio que te­ne­mos en curso con los ale­ma­nes. Si eso su­ce­die­ra, per­de­ría­mos el tren.

Pedro tomó la pa­la­bra:

—Buena pre­gun­ta, Clara. En teo­ría, el sín­di­co tiene tres años con­ta­dos desde la fecha de la sen­ten­cia de quie­bra para pro­mo­ver la de­man­da de in­efi­ca­cia. Hemos se­lec­cio­na­do a uno de los acree­do­res que de­sin­te­re­sa­mos para que inste ahora mismo al sín­di­co a pedir la au­to­ri­za­ción de los acree­do­res. Esto obli­ga­rá a nues­tro co­di­cio­so Ma­ga­li­ños a ex­pe­dir­se, o a ca­llar para siem­pre. En tal caso, que­da­ría­mos muy bien po­si­cio­na­dos. Los ger­ma­nos in­tere­sa­dos en ad­qui­rir nues­tros bie­nes, se con­for­ma­rían si el juez di­je­ra que la sin­di­ca­tu­ra no puede pedir la in­efi­ca­cia por falta de los votos ne­ce­sa­rios para au­to­ri­zar la pro­mo­ción de la de­man­da.

Clara se sin­tió más tran­qui­la. Dijo:

—Da gusto es­cu­char­te, Pedro. Irra­diás op­ti­mis­mo.

Hum­ber­to Mar­cel se puso de pie:

—Mis apre­cia­dos po­llue­los, os dejo una buena can­ti­dad de pro­ble­mas para re­sol­ver, pen­sad en ello. Ahora este za­ra­go­zano se debe re­ti­rar. Tengo un com­pro­mi­so so­cial im­pos­ter­ga­ble; como lo ima­gi­na­réis, he con­ser­va­do al­gu­nas mañas y aun­que no soy ni la som­bra de lo que era, al­gu­nos re­sa­bios de mi ju­ven­tud han que­da­do es­tan­ca­dos en mi mente y de vez en cuan­do me im­pul­san a la ac­ción.

Clara movió ne­ga­ti­va­men­te su ca­be­za, di­cien­do:

—Vamos, Hum­ber­to, nunca te de­ja­ron de gus­tar las minas, no me cabe duda.

—No os diré que no me gus­tan las mu­je­res por­que os men­ti­ría, pero no soy el mismo. Antes, cuan­do veía a una bella mu­cha­cha, sen­tía im­pul­sos irre­fre­na­bles en dos cen­tros ner­vio­sos bien de­fi­ni­dos: uno en mi ce­re­bro como lo su­pon­dréis; otro más abajo; no hace falta que os diga dónde ya que se trata de un punto muy ape­te­ci­do por las damas y de reac­ción in­de­pen­dien­te. Ahora, mis ca­cho­rros, debo acep­tar que sólo me está fun­cio­nan­do uno de los cen­tros y no pre­ci­sa­men­te el que está más abajo; no digo que no lo pueda uti­li­zar; la far­ma­co­lo­gía es una cien­cia ado­ra­ble, pero ya no actúa es­pon­tá­nea e in­me­dia­ta­men­te como antes, ni me pro­por­cio­na tan­tas sa­tis­fac­cio­nes. Por tanto, os digo que cuan­do veo a una her­mo­sa jo­ven­zue­la, me sien­to to­da­vía atraí­do por­que tengo in­cor­po­ra­do el gusto por la be­lle­za fe­me­ni­na pero mi atrac­ción es más tem­pla­da y tran­qui­la. No creáis que me quejo de esta si­tua­ción; a mi edad debo estar muy sa­tis­fe­cho por se­guir ac­ce­dien­do a damas atrac­ti­vas si bien y como es na­tu­ral, no son ado­les­cen­tes, lo que pre­fie­ro, por­que esas niñas no tie­nen his­to­ria y son in­sul­sas en ex­tre­mo.

Hum­ber­to Mar­cel se re­ti­ró pre­su­ro­so, no sin antes can­ce­lar la abul­ta­da cuen­ta, dando una ge­ne­ro­sa pro­pi­na al mozo que los aten­die­ra.

—Este za­ra­go­zano es un pu­tañe­ro, Pedro. Si no me equi­vo­co, algo pa­re­ci­do serás vos cuan­do ten­gas su edad, ¿no es cier­to?

—No tengo la menor idea, no puedo pre­de­cir el fu­tu­ro. Mi pa­drino no vive mal, pero estoy se­gu­ro de que pre­fe­ri­ría tener una com­pa­ñe­ra es­ta­ble y una vida afec­ti­va or­de­na­da. Hace lo que puede, no se las tira de mo­ra­lis­ta, por suer­te, por­que no so­por­to a la gente que se llena la boca con la ética.​Estar solo es di­fí­cil, eso me cons­ta...

—¿Qué te pasa hoy, Pedro? Desde que en­tras­te a la con­fi­te­ría es­tu­vis­te me­lan­có­li­co. ¿Tu­vis­te algún pro­ble­ma? ¿Estás enoja­do con­mi­go? Con­ta­me qué te su­ce­de, dale...

—Para qué, Clara, si siem­pre ter­mi­na­mos pe­leán­do­nos. Decís que soy des­pre­cia­ble, que no me­rez­co tu con­fian­za, que com­pa­ra­do con tu novio soy una ba­su­ra. No me in­tere­sa que ten­ga­mos una re­la­ción así. Sea­mos so­cios y punto

—Bueno, no te la tomes tan a la tre­men­da, no es para tanto, estoy algo iras­ci­ble, he te­ni­do mu­chos pro­ble­mas, ahora estoy me­jo­ran­do... Te­nías razón, me hacía falta una psi­có­lo­ga, me hace muy bien la te­ra­pia, puedo ha­blar sin tener nin­gún re­mor­di­mien­to, no me preo­cu­pa estar abu­rrien­do a quien me es­cu­cha, pago por un oído pro­fe­sio­nal. Como vos me lo di­jis­te, al es­cu­char mis pro­pias pa­la­bras, pude sacar va­lio­sas con­clu­sio­nes. Es cier­to que el aban­dono de mi padre me des­tru­yó la per­so­na­li­dad, pero to­da­vía estoy a tiem­po; so­la­men­te tengo vein­ti­nue­ve años; qui­zás pueda re­ver­tir la si­tua­ción. Soy con­cien­te de lo im­por­tan­te que sería para mí lo­grar­lo.

Pedro fes­te­jó las pa­la­bras de la mu­cha­cha, di­cien­do:

—Bien­ve­ni­do sea tu des­cu­bri­mien­to, creí que jamás lo com­pren­de­rías, tu in­te­li­gen­cia te ha ayu­da­do, a pesar de que a veces los más bri­llan­tes son los que más ocul­tan sus trau­mas; no es tu caso, apa­ren­te­men­te. Y tu novio, ¿qué pien­sa del cam­bio en tu ca­rác­ter?

—Julio está real­men­te sor­pren­di­do. Se había acos­tum­bra­do a ban­car mi lo­cu­ra... Ahora dice que le doy menos bola. Me pa­re­ce que está equi­vo­ca­do, lo que su­ce­de es que me com­por­to di­fe­ren­te; no estoy tan agre­si­va ni con él ni con nadie. Si bien te podrá pa­re­cer men­ti­ra, des­pués de ha­ber­me desaho­ga­do con vos la úl­ti­ma vez que es­tu­vi­mos jun­tos, me sentí mucho más li­be­ra­da, ¿te acor­dás? Fue el día del cum­plea­ños de la her­ma­na de Julio. Ese mo­men­to fue como una bi­sa­gra para mí; te lo debo a vos. Si no te hu­bie­ras preo­cu­pa­do por ayu­dar­me ha­bría se­gui­do igual, sin hacer con­cien­te mi pro­ble­ma psi­co­ló­gi­co. Te debo una. Me has hecho mucho bien.

—¿Viste? No soy tan malo como pen­sás. Pero estoy can­sa­do de que me re­cha­ces como si tu­vie­ra lepra o sida. Daré un paso al cos­ta­do. Es­pe­ro que seas feliz. Si es cier­to que es tan ma­ra­vi­llo­sa tu re­la­ción con Julio, cui­da­la mucho, estas cosas no tie­nen re­pues­to. Te pido dis­cul­pas por aco­sar­te, creí que es­ta­ba le­yen­do en vos, pero me equi­vo­qué de cabo a rabo.

—Bueno, che, no seas tan ca­te­gó­ri­co, te has vuel­to de golpe un re­ne­ga­do, cor­tas­te todos los ca­bles, ¿qué tiene de malo que si­ga­mos dia­lo­gan­do?, ¿acaso no somos ami­gos?

—Jus­ta­men­te, Clara. Es lo que de ahora en más seré: nada más que tu amigo. ¿No en­ten­dis­te lo que te dije?

—Está bien, para vos es a la gran seca o a la gran mo­ja­da, no co­no­cés tér­mi­nos me­dios. ¿Dónde está el equi­li­brio que tanto pre­go­nás?

—¿Qué yo pre­gono ser equi­li­bra­do?, ¿de dónde sa­cas­te eso? Si me con­si­de­ro más ines­ta­ble que el vapor... ¿no te dije que estoy al borde de bus­car una puta? No me puedo emo­cio­nar, soy como vos decís, una ameba o peor aún, una mu­ñe­ca in­fla­ble, ¿no es así?

—No seas tonto, por favor. No reite­res ex­pre­sio­nes que uti­li­cé cuan­do es­ta­ba ca­lien­te como una pipa. No pien­so eso de vos, para nada. Creo que sos una per­so­na muy sen­si­ble, res­pe­tuo­sa de los demás. Tu­vis­te malas ex­pe­rien­cias, cual­quier otro es­ta­ría mucho más re­sen­ti­do que vos. Se­guís cre­yen­do en el amor, has in­cre­men­ta­do tu nivel de to­le­ran­cia, sos muy hu­mano, com­pren­si­vo... ¿Cómo podés de­pre­ciar­te así?

—No tengo ganas de se­guir ha­blan­do, Clara. Estoy muy can­sa­do, es­tu­ve muy solo úl­ti­ma­men­te. Los fines de se­ma­na se me hacen duros, la so­le­dad me de­pri­me, no me so­por­to, me falta paz. Ne­ce­si­to tiem­po para vol­ver a ser el de siem­pre o mejor dicho, pa­re­ci­do al hom­bre que era. De­be­ría bus­car una puta her­mo­sa, joven y edu­ca­da y desaho­gar­me se­xual­men­te sin ne­ce­si­dad de ver­sear a nadie. Es común que las mu­je­res exi­jan una men­ti­ra ro­mán­ti­ca para en­ca­mar­se con un hom­bre; no tengo ganas de fin­gir amor, ni en­tu­sias­mo, ni fe­li­ci­dad. No hay nada que ha­cer­le, tengo que hacer el duelo, pagar el de­re­cho de piso. Es­pe­ro que el tiem­po me cure las he­ri­das, que pueda re­la­cio­nar­me como un tipo nor­mal. Es mejor que huyas de mí, ale­ja­te lo más po­si­ble, estoy más seco que una roca del de­sier­to, nada bueno po­drás ex­traer de mi per­so­na. Con lo gol­pea­da que venís desde tu in­fan­cia, lo único que te fal­ta­ría es tener un de­sen­ga­ño amo­ro­so con un im­bé­cil como yo. No te lo deseo. Con sin­ce­ri­dad, per­do­na­me por haber ha­bla­do mal de tu no­viaz­go. Siem­pre tu­vis­te la razón cuan­do de­cías que no tenía nin­gún de­re­cho a ha­cer­lo. Ade­más, ¿cómo pude ha­blar de un víncu­lo que des­co­no­cía? No debí ha­cer­lo. En el fondo, lo que pre­ten­día era atraer­te. No me im­por­tó que tu­vie­ras com­pro­mi­sos asu­mi­dos, que por algo se­guías junto a tu pa­re­ja. Lo mejor para no­so­tros es que de­je­mos de ver­nos.

Clara co­men­zó a llo­rar en si­len­cio; secó sus lá­gri­mas con una ser­vi­lle­ta de papel. Sin­tió ganas de abra­zar­lo ca­ri­ño­sa­men­te, no pudo ha­cer­lo; es­ta­ba in­mo­vi­li­za­da. Ha­cien­do un es­fuer­zo, dijo:

—No te puedo ver así. ¿No es­cu­chas­te al Za­ra­go­zano? Lo im­por­tan­te no es lo que te pasa, sino lo que pen­sás acer­ca de lo que te pasa. Per­do­na­me si te traté mal, tenés razón en estar enoja­do. Sos muy que­ri­ble, un hom­bre muy in­tere­san­te y lindo; cual­quier chica es­ta­ría or­gu­llo­sa de tener tu amor, no te quepa duda, te lo digo como mujer, sé que no me equi­vo­co, siem­pre me gus­tas­te.

—Que no te es­cu­che Julio, Clara. Agra­dez­co tus pa­la­bras afec­tuo­sas. Ya se me pa­sa­rá, que­da­te tran­qui­la. Todos te­ne­mos de­re­cho de vez en cuan­do a ba­jo­near­nos, no es para tanto. Ma­ña­na es­ta­ré se­gu­ra­men­te de buen humor. Es no­ta­ble cómo has co­men­za­do a re­co­no­cer tus pro­ble­mas, en ade­lan­te tu vida será mucho más feliz. Debo irme. No traje el auto por­que en este ba­rrio nunca se con­si­gue es­ta­cio­na­mien­to. Me voy a dor­mir, ma­ña­na tengo un día aje­trea­do, a la tarde voy a tra­tar de hacer algo de de­por­te para sa­car­me la neura, me hace mucho bien. Hasta pron­to Clara, que la pases muy bien. Te deseo la mayor fe­li­ci­dad, que tu no­viaz­go siga sien­do gra­ti­fi­can­te. Pero... estás llo­ran­do..., ¿dije algo que te ofen­die­ra?

—No me ofen­dis­te para nada, Pedro: es sólo que me duele verte así, nada más. Me en­ter­ne­cés, ahora que me doy per­mi­so para abrir mis puer­tas, estoy un poco sen­si­bi­li­za­da. Andá tran­qui­lo, me que­da­ré aquí unos mi­nu­tos. Tengo ganas de tomar un café, de estar sola un rato..., tam­bién tengo de­seos de abra­zar­te..., mejor an­da­te rá­pi­do. Chau.

15/44
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónOctubre 2012
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n375-15
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2019)