El martes 25 de mayo a las diez de la noche, el Zaragozano llamó a Clara a su teléfono celular para darle un afectuoso saludo.
—¿Cómo andáis, Clara? Os he llamado para felicitaros por vuestro cumpleaños. Sí, me enteré de que ayer os habéis disgustado con Pedro, ambos sois unos gilipollas. ¿Estáis ocupada? No os preocupéis, chavala, que no demoraré excesivamente vuestra atención ya que seguramente vuestros amigos os habrán saturado de notas, saludos, pajerías, manotazos y hasta de caricias involuntarias que a veces son emocionantes no solamente para quien las da, sino para quien las recibe sin palabra alguna. Simplemente he querido dedicaros algunos afectos, siguiendo mis impulsos que los muy maduros también los tenemos, algo gastados en ocasiones o como en este caso, ingobernables y que sinceramente, no sé de dónde coño provienen, ni tampoco me interesa saberlo, qué joder. Puesto que es vuestro aniversario, he considerado razonable, y hasta sabio os diría, prescindir de todo razonamiento propio de personajes alambicados o de gente de mucha brillantez que generalmente son opacos y desearos con sinceridad ilimitada, prescindente de las formas —que ellas son generalmente para los boludos—, que os encontréis en estado de bonanza que mucho lo merecéis, que las tan pesadas cargas del pasado se tornen volátiles, que os riáis de ellas como quien ríe de una broma pesada o gritéis una cojonuda puteada —a veces son muy agradables y reparadoras—, que perdonéis a muchas personas pero fundamentalmente a quienes no merezcan ser perdonados y que prosigáis vuestro rumbo con una sonrisa porque no sé si os lo han dicho, Clara, pero, cuando alguna ensayáis, vuestro rostro se ilumina y embellece y que ¡bueno! Que sigáis siendo amena y agradable y que conservéis vuestras encomiables virtudes sin perder vuestros defectos, que dejaríais de ser si los perdieras, la intrigante mozuela que hemos conocido. Os diría que Dios os ilumine pero sabéis que no creo en ese Fulano; si os cegara la luz divina, andad a tientas mi apreciada amiga ya que siempre el tacto habrá de ayudaros aunque no olvidéis, tened sumo cuidado con lo que toquéis.
—Me hiciste llorar, Zaragozano, soy una boluda. Me enterneciste, gracias por acordarte de mí. Sos un tipo raro, vos...
—Pues bienvenido sea mi niña, que podáis enterneceros y sollozar, os desearía sinceramente que os pudierais desalmidonar, creédmelo, así no podréis seguir mucho tiempo, os enfermaréis gravemente, lo que mucho me dolería. Estoy persuadido de que merecéis una mejor suerte; me alegro de que estéis un poquillo más suelta. Si os hubiera escuchado Pedro, se habría puesto contento; relajaos y dejad fluir vuestros sentimientos que sin ellos correréis el riesgo de perder la humanidad que es algo maravilloso, mucho mejor que la tan pregonada perfección de los ángeles que además de que esos pobres no existen porque han sido inventados por farsantes ensotanados, si existieran, no tendrían el privilegio de echarse un buen polvo, ni de echar chispas atraídos por unas caderas, ¿quién coño les envidiaría una existencia así?
—Sos un caso perdido, Zaragozano, pero igual te quiero. Muchas gracias por el saludo.
—No tenéis nada que agradecerme, chavala, pero no cortéis el teléfono. Mañana a la noche, a las veintiuna, iremos a cenar con Pedro al restaurante italiano para analizar las novedades que se han presentado en nuestro negocio. Veréis que hay algunas buenas noticias, a pesar de que traerán aparejadas también complicaciones. Es conveniente que estéis al tanto de todo y que aportéis vuestras ideas, después de todo sois nuestra socia.
—Allí estaré. Hasta mañana y nuevamente gracias. Un beso, Zaragozano.
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Septiembre 2012 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n375-12 |
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