El viernes 23 de abril a las once, el Zaragozano hizo pasar a Angelina y a Clara a un despacho que le facilitaron en la escribanía para tratar el tema de la mejora que habían pedido. Rubén Marcel habló con gesto adusto, como disimulando que se sentía incómodo:
—Tomad asiento, mis amigas. Me alegro de que Paolo se encuentre mejor, os ruego que le mandéis un afectuoso saludo de mi parte. Pedro me ha comentado que deseáis una mejora en el precio de las acciones para el caso que obtuviéramos una buena ganancia. Os debo reconocer que me ha sorprendido vuestra pretensión ya que he hablado abundantemente con Clara sobre este tema y ahora veo que actué inocentemente, al creer que habíamos llegado a un consenso definitivo. Me siento obligado a expresaros mi preocupación, ya que temo que en el futuro volváis a incurrir en planteamientos similares, erosionando las bases sobre las cuales hemos edificado nuestro negocio. Juzgo que vuestro comportamiento es muy negativo y estoy dudando en extremo sobre la conveniencia de proseguir esta operatoria. A veces tengo la sensación de que vosotros no habéis llegado a tomar conciencia de que estas operaciones son de alto riesgo, mis amigas. Actuáis como si ya tuvierais el dinero en vuestra bolsa. Supongo que por eso no valoráis la tarea de este zaragozano, lo que es lamentable y también equivocado porque todo se puede ir al infierno, volver a fojas cero sin que vosotros obtengáis el beneficio esperado. No es mi costumbre modificar las ofertas realizadas, ya se lo he comunicado a Pedro que tiene un sentido mucho más altruista del negocio, el cual no comparto.
Angelina se movió de su asiento levemente, como amenazando levantarse. Con voz apenas audible y tono respetuoso, dijo:
—Estimado Humberto, permítame interrumpirlo. No se enoje con mi nieta, por favor. Le juro que Clara no tiene nada que ver con este pedido. Ha sido Paolo el que ha tenido la inquietud de solicitar una mejora. En realidad ha pensado en nuestra pequeña, porque ambos deseamos dejarle algún legado ya que tanto ha hecho por nosotros. De ninguna manera se lo estamos exigiendo, respetaremos nuestra palabra. Hemos aceptado cerrar trato percibiendo los trescientos mil dólares que usted ofreciera. Tómelo como un ruego de nuestra parte, no está obligado a concedernos nada. Si usted lo considerara posible, le aseguro que tanto Paolo como yo, quedaríamos muy agradecidos.
El Zaragozano se distendió, esperaba una respuesta más enérgica, una reclamación firme. La humildad del planteo de Angelina lo tranquilizó. Había pensado en mejorarles la situación, haciendo algunos cambios. Con tono respetuoso, acotó:
—Dicho de esa manera no me resulta tan desagradable, a pesar de importar una modificación que no ha sido prevista. Si es como vos lo explicáis, Angelina, tratándose de una solicitud amigable e incondicionada de Paolo, os mostraré mi buena disposición. Si el beneficio fuera superior a los quinientos mil dólares, además de los trescientos mil establecidos como precio de las acciones de La Campana Mágica, os remuneraré con el diez por ciento de las ganancias.
Angelina, sonrió satisfecha.
—Es muy generoso, Humberto. Se lo agradezco de corazón; comprendemos que nos ha salvado la vida.
—No vayáis tan rápido, mi estimada Angelina: no olvidéis que esto es un negocio. Atendedme con cuidado: os pediré cambios que servirán de contrapeso a la ostensible mejora que os estoy concediendo, nos brindarían a todos una mayor seguridad; eliminaríamos riesgos considerables. Paolo deberá retirar personalmente del banco los fondos que figurarán depositados en la cuenta de la sociedad en concepto de pago del precio de los inmuebles de Coronel Díaz y de Callao.
Clara quiso esclarecer la situación; no entendía muy bien cómo iba a ser la operatoria.
—No comprendo, ¿vos decís que mi abuelo sacaría la plata del banco? ¿No tenés miedo de que no te la devuelva?
—El dinero nunca saldrá de nuestras manos. Hablaremos en el Banco para que figure como efectuado un depósito y una inmediata extracción hecha por Paolo. Sólo será un dibujo que se arreglará previamente con la gerencia del banco. Tenedlo claro, el movimiento de los fondos sólo será aparente. Paolo firmará con anterioridad las constancias del retiro del dinero de la cuenta de La Campana Mágica. Si alguien en el futuro quisiera investigar, en los registros del banco constará que las dos sociedades compradoras depositaron el dinero en la cuenta bancaria de La Campana Mágica S.A., para pagar el precio de la adquisición de los inmuebles. También tendremos constancias de que Paolo retiró esos fondos; oficialmente, se habrá puesto el dinero en el bolsillo. ¿Aceptáis esto?
Angelina contestó rápidamente, como si ya hubiera previsto esa situación:
—Mi marido está muy enfermo, Sr. Humberto. Si mejora nuestra retribución, le firmará lo que usted está pidiendo. Confiamos en que obrará con la mayor prudencia.
Clara agregó:
—Seamos realistas, abuela, el nono aceptará la propuesta que está haciendo el Zaragozano, sobre eso no tengo ninguna duda.
El Zaragozano levantó el pulgar de su mano derecha como cerrando el trato. Expresó:
—Dad por cierto que os convendrá. ¡Pues bien! Olvidaos de este tema, consideradlo terminado. En unos pocos minutos tendréis ante vosotros al escribano Yáñez, quien habrá de certificar las firmas del contrato de compraventa de acciones y estará presente en la firma de las dos escrituras traslativas de dominio de los inmuebles. Iremos a la casa de Paolo para que suscriba delante del notario; será un trámite rápido. Me ha dicho Pedro que han leído y aprobado todos los proyectos: el acta de la asamblea que cambia al directorio está transcripta en el libro de la sociedad y la firmarán Angelina y Paolo como únicos accionistas. Inmediatamente después de que rubriquéis la compraventa de acciones y las escrituras de venta de los inmuebles, os haré entrega de un cheque certificado de la cuenta de Esteban Bertirrude, por una suma en pesos, equivalente a los treinta mil dólares que son los que figuran como precio de venta de vuestras acciones. Tened en cuenta que procedo de esta manera porque deseo cumplir la ley fiscal que obliga a bancarizar los pagos realizados por sumas superiores a los mil pesos. Debemos tomar todos los recaudos, muy probablemente seremos agredidos por acreedores interesados en hacer caer la transferencia de las acciones y las ventas de los inmuebles de Callao y de Coronel Díaz. Los restantes setenta mil dólares, que faltarían hasta cubrir los cien mil comprometidos para la primera entrega, os los daré en efectivo junto con el cheque y el saldo de doscientos mil dólares, os lo abonaré cuando venzan los plazos acordados. La eventual utilidad restante, si existiera, se pagará cuando hagamos la liquidación final para verificar el monto de las ganancias derivadas de la operatoria. ¿Estáis de acuerdo conmigo? Vuestro silencio es elocuente. Bien, vayamos a vuestro domicilio para suscribir los papeles, que nuestro amigo escribano tiene prisa.
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Fecha de publicación | Agosto 2012 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n375-09 |
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