https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
4/44
AnteriorÍndiceSiguiente

La Campana Mágica S.A.

Capítulo III

Segundo diálogo privado entre Clara y Pedro

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Pedro con­vo­có a Clara para un en­cuen­tro in­for­ma­ti­vo el 15 de abril a las cinco de la tarde. En lugar de pe­dir­le que fuera a su es­tu­dio, le su­gi­rió que se reunie­ran en un pe­que­ño y aco­ge­dor bar­ci­to de la calle Jorge Luis Bor­ges, fren­te a la plaza Se­rrano, en donde po­drían con­ver­sar re­la­ja­dos, dis­fru­tan­do de paso de la vista de los año­sos ár­bo­les y de las lla­ma­ti­vas ar­te­sa­nías que se ex­po­nían. Que­ría estar con la mu­cha­cha a solas; si era en otro sitio que no fuera el es­tu­dio, mucho mejor. Clara había acep­ta­do con una con­di­ción: Pedro de­be­ría res­pon­der a las pre­gun­tas que ella for­mu­la­ra sobre su pa­sa­do, sin dar ex­cu­sas.

—Es­pe­ro que te guste este lugar, Clara. Es­tu­ve pen­san­do... No tiene sen­ti­do que te cuen­te mi his­to­ria, mejor ha­ble­mos de otra cosa.

Clara lo miró con tono de re­pro­che y dijo:

—Me in­vi­tas­te a venir aquí pro­me­tien­do que lo ha­rías. Hacé un es­fuer­zo y con­ta­me.

—Char­le­mos con te­ma­rio libre, Clara. ¿No te pa­re­ce mejor?

Ella fue ca­te­gó­ri­ca:

—¿Me tra­jis­te en­ga­ña­da? Me in­tere­sa es­cu­char­te, sos una gran in­cóg­ni­ta para mí, ade­más, si que­rés que algún día te cuen­te cosas de mi vida, tenés que sol­tar lo tuyo pri­me­ro, no tenés es­ca­pe.

— Me cues­ta ha­cer­lo, Clara...

—Por algo no que­rés con­fe­sar­te, es­con­dés cosas te­rri­bles, como las que me hi­cis­te a mí, apro­ve­chan­do que te amaba. Sos un don Juan em­pe­der­ni­do y cruel que dis­fru­ta con­quis­tan­do chi­cas inocen­tes como quie­nes en las ca­ce­rías gozan ase­si­nan­do a in­de­fen­sos ani­ma­li­tos para des­pués col­gar­los de ho­rro­ro­sas pa­re­des como mues­tra­rio de lo que con­si­de­ran una proeza; actos as­que­ro­sos, pro­pios de gran­des hijos de puta. Tanto los ca­za­do­res de ani­ma­les como los que como vos pre­fie­ren cap­tu­rar mu­cha­chas, ten­drían que ser pe­na­dos con pri­sión y ais­la­mien­to ab­so­lu­to para que no tu­vie­ran po­si­bi­li­dad de tener con­tac­to se­xual con nadie ni con nada. Ni con una oveja. Si vas a se­guir ca­lla­do, des­apa­rez­co y si te he visto ni me acuer­do.

Pedro se quedó he­la­do, no sabía si tan larga pe­ro­ra­ta había sido me­ra­men­te una burla sar­cás­ti­ca o si se tra­ta­ba de una in­ju­ria su­til­men­te ela­bo­ra­da. Tardó en reac­cio­nar; fi­nal­men­te ma­ni­fes­tó:

—Bueno, su­pe­ra­ré la ti­mi­dez para que co­noz­cas el in­te­rior de mi alma, no te que­jes cuan­do mi his­to­ria te pro­duz­ca una sen­sa­ción nau­seo­sa. A par­tir de que se co­men­zó a pu­drir mi re­la­ción con Ma­rie­la, he vi­vi­do a los tro­pe­zo­nes... No he sa­li­do in­dem­ne, ya lo ima­gi­nas­te, ¿no es cier­to? Al prin­ci­pio, tenía la con­vic­ción de que todo lo que me había su­ce­di­do lo debía so­por­tar es­toi­ca­men­te sin ex­pre­sar si­quie­ra un mí­ni­mo gesto de des­agra­do, hasta que mi psi­có­lo­ga me dijo: «Com­pren­do, lo que has su­fri­do ha sido muy do­lo­ro­so, es na­tu­ral que te hayas sen­ti­do tan mal, que hayas su­fri­do tanto.» Esas pa­la­bras fue­ron para mí como una re­ve­la­ción. Era re­co­men­da­ble acep­tar que des­pués de todo, no era in­vul­ne­ra­ble ni om­ni­po­ten­te.

Ante el inicio de esa con­fe­sión, Clara se tran­qui­li­zó. Dijo:

—Ma­rie­la era una mina jo­di­da, ¿no?

Pedro movió la ca­be­za como ma­ni­fes­tan­do no saber qué decir:

—Me gus­ta­ría que sa­ca­ras tus pro­pias con­clu­sio­nes. En mi opi­nión, tenía ne­ce­si­dad de agra­dar­le a la gente, es­pe­cial­men­te a los hom­bres, esto se hizo más os­ten­si­ble a me­di­da que pa­sa­ban los años, aun­que yo no lo que­ría hacer cons­cien­te.

Clara acotó:

—No hay mejor ciego que el que no quie­re ver, tengo en­ten­di­do que era fran­ce­sa y que sus pa­dres eran di­plo­má­ti­cos, ¿es así? Mi abue­la me contó que ha­cían fies­tas muy gran­des, a las que con­cu­rrían em­ba­ja­do­res, po­lí­ti­cos y per­so­na­jes de la fa­rán­du­la; me dijo tam­bién que a vos no te gus­ta­ba ir, que no te­nías nada que ver con ella en cuan­to a los gus­tos y a la forma de vivir.

—Es ver­dad. Ma­rie­la nació en Fran­cia, vino con los pa­dres cuan­do tenía trece años y se educó en los me­jo­res co­le­gios, su fa­mi­lia es muy adi­ne­ra­da. Cuan­do nos co­no­ci­mos, yo era sólo un es­tu­dian­te de abo­ga­cía que vivía con lo justo, tenía un tra­ba­jo de cua­tro horas para sol­ven­tar los gas­tos in­dis­pen­sa­bles, la fa­cul­tad me lle­va­ba bas­tan­te tiem­po... Su mundo no tenía nada que ver con el mío. No obs­tan­te, ape­nas nos vimos hubo entre Ma­rie­la y yo una quí­mi­ca asom­bro­sa, nos sen­ti­mos atraí­dos irre­sis­ti­ble­men­te, en pocas horas pa­sa­mos a los he­chos, casi sin dar­nos cuen­ta, fue algo muy na­tu­ral e inevi­ta­ble. Ese apa­sio­na­mien­to nos man­tu­vo uni­dos, te­nía­mos vein­te años, no des­per­di­ciá­ba­mos nin­gu­na oca­sión. Des­pués la cosa se fue com­pli­can­do. Al prin­ci­pio no fui cons­cien­te de la de­gra­da­ción de nues­tra pa­re­ja, pero llegó un mo­men­to en que noté que la cosa es­ta­ba muy mal, no me sen­tía que­ri­do, pre­sen­tía que había zonas ocul­tas. Ambos te­nía­mos vidas pa­ra­le­las, jamás quise re­co­no­cer que la única po­si­bi­li­dad sana era lo­grar un sin­ce­ra­mien­to total, cua­les­quie­ra fue­ran las con­se­cuen­cias.

—Ya veo —dijo Clara—, los dos te­nían aman­tes, ni quie­ro pen­sar cómo lo pa­sa­rían en la cama.

—No quie­ro acor­dar­me, Clara, no dis­fru­ta­ba a nin­gu­na mujer; menos a Ma­rie­la. En­con­tra­ba pla­cer en el or­gas­mo pero en ge­ne­ral me sen­tía muy tris­te.

Clara no se per­día de­ta­lle de la na­rra­ción. No pudo evi­tar sen­ten­ciar:

—No sé por qué los va­ro­nes son tan pe­lo­tu­dos, se pegan a cual­quier bicho que les pasa cerca.

Pedro reac­cio­nó ai­ra­do:

—No te equi­vo­ques. Salí con al­gu­nas chi­cas va­lio­sas, no pien­ses que eran todas li­ge­ras. El pro­ble­ma era mío, es­ta­ba como hi­ber­na­do, in­ca­paz de ofre­cer algo po­si­ti­vo. Mi ex es­po­sa co­men­zó a bus­car ex­cu­sas para jus­ti­fi­car sus au­sen­cias: in­ven­tó un tra­ba­jo de in­tér­pre­te en fies­tas para ex­tran­je­ros que du­ran­te al­gu­nos días de la se­ma­na le exi­gía estar fuera de casa de noche. En este sen­ti­do tuvo mucho menos pru­ri­tos que yo, que ocul­ta­ba mis reunio­nes adul­te­ri­nas, como si hu­bie­ra sido el único in­fiel en el ma­tri­mo­nio.

Los dos se equi­vo­ca­ron, Pedro... La in­fi­de­li­dad en­vi­le­ce a las per­so­nas, ¿qué sen­ti­do tiene vivir en forma clan­des­ti­na? Nin­gu­na re­la­ción que se deba ocul­tar, me­re­ce la pena. Es­ta­bas de­pri­mi­do, no dis­fru­ta­bas nada, ¿me que­rés decir para qué ca­ra­jo se­guías vi­vien­do así?, ¿al­gu­na vez te pu­sis­te a pen­sar cuán­to tiem­po y salud ti­ras­te a la ba­su­ra por vivir en forma inau­tén­ti­ca?

A Pedro le dolió un jui­cio tan ca­te­gó­ri­co, las cosas no ha­bían sido tan sen­ci­llas como creía Clara. Res­pon­dió lo mejor que pudo:

—Ahora es fácil verlo como algo sim­ple, una de mis aman­tes sabía más de los vi­cios de mi re­la­ción con Ma­rie­la que yo mismo, aun­que jamás me dijo ni una pa­la­bra. Todo ter­mi­nó de ma­ne­ra do­lo­ro­sa como era pre­vi­si­ble, hasta el día de hoy sigo te­nien­do pe­sa­di­llas... Pa­re­mos aquí, Clara, no tengo ganas de se­guir ha­blan­do de mi pa­sa­do, hay de­ma­sia­dos fan­tas­mas en mi me­mo­ria. Me hace feliz estar con vos. Me sien­to más li­viano, me hizo bien con­tar­te mis cosas, des­pués de todo, ¿quién no ha vi­vi­do algo do­lo­ro­so? Todos hemos pa­de­ci­do algo, su­pon­go que vos tu­vis­te lo tuyo... De­ci­me, ¿cuál es tu his­to­ria?

Clara no es­ta­ba lista para abrir sus puer­tas, quiso ser con­clu­yen­te:

—No me cam­bies el li­bre­to, Pedro. Nos sen­ta­mos a ha­blar de vos. No diré ni una sola pa­la­bra de mí.

—Está bien, Clara, La pro­ce­sión que tenés por den­tro debe ser muy gran­de, ¿sos cons­cien­te de eso?

Ella res­pon­dió irri­ta­da:

—Te dije que no estoy en con­di­cio­nes de ha­blar, no me jodas más con tus con­se­jos, tengo muy claro lo que me pasa y lo que debo hacer.

—Per­do­na­me, Clara, sim­ple­men­te para sa­tis­fa­cer mi cu­rio­si­dad, ¿al­gu­na vez con­sul­tas­te a un psi­có­lo­go?

—Nunca sentí que fuera ne­ce­sa­rio.

—Ya veo, sos afor­tu­na­da en sen­tir­te tan se­gu­ra.

—Tenés razón, Pedro, siem­pre lo fui. Para todo. ¿Cómo te en­te­ras­te de las aven­tu­ras de tu ex es­po­sa?

—Pre­fe­ri­ría no ha­blar del tema; ima­gino que sus aman­tes ha­brán sido mu­chos ha­bi­da cuen­ta de las ca­rac­te­rís­ti­cas de su com­pul­sión por se­du­cir. El am­bien­te frí­vo­lo en el cual se movía... Pese a todo, tengo la in­tui­ción de que en cier­ta forma, Ma­rie­la me si­guió aman­do como yo seguí tam­bién que­rién­do­la. Re­sul­ta di­fí­cil saber de qué ma­ne­ra, ambos éra­mos adúl­te­ros e igual­men­te inau­tén­ti­cos.

—¡Qué qui­lom­bo, que­ri­do! Ima­gino que tu ego debió de que­dar mal­tre­cho... ¿Cómo lo su­pe­ras­te?

—Gra­cias por lo de que­ri­do, podés re­fe­rir­te a mí de ese modo cuan­do quie­ras, yo no me ofen­de­ré como vos. Eso sí, no te sien­tas sor­pren­di­da si te aprie­to un poco entre mis bra­zos, ahora no, no te pon­gas tan dura, te voy a avi­sar con unos se­gun­dos de an­ti­ci­pa­ción. Para res­pon­der­te: ¿quién te dijo que su­pe­ré lo que me tocó vivir? No me per­mi­tí in­tere­sar­me de ver­dad en nin­gu­na otra mujer. Hasta ahora...

—No me dores la píl­do­ra, mi «es­ti­ma­do» Pedro. No te vol­ve­ré a decir «que­ri­do». No pre­ten­das ablan­dar­me y pro­pa­sar­te, no de­ja­ré que lo hagas; no seré de nuevo tu víc­ti­ma... Yendo a tu con­duc­ta es­ca­pis­ta, como dice el re­frán, quien se quema con leche ve una vaca y llora. Todos lle­va­mos ci­ca­tri­ces como mues­tra.

Sin darse cuen­ta, Clara apoyó su mano de­re­cha sobre el brazo iz­quier­do de Pedro, fue como si hu­bie­ra re­ci­bi­do una co­rrien­te eléc­tri­ca; rá­pi­da­men­te re­ti­ró su mano y dijo:

—Estás ha­blan­do en pa­sa­do, pa­re­cie­ra que te estás re­cu­pe­ran­do...

Él no lo dejó pasar:

—Me gustó que me to­ca­ras el brazo, qui­sie­ra ro­zar­te con mis la­bios...

Son­ro­ja­da, la joven mi­ni­mi­zó la si­tua­ción:

—Ape­nas te toqué un po­qui­to y sin que­rer, no lo haré más. Vol­vien­do a lo tuyo, es ló­gi­co que hayas que­da­do mal­tre­cho, yo tam­bién viví si­tua­cio­nes des­ga­rran­tes aun­que dis­tin­tas a las tuyas. Tal vez ten­dría que se­guir tu con­se­jo y con­sul­tar a un psi­có­lo­go, no lo sé...

—De­be­rías ha­cer­lo. Estás muy he­ri­da, me cues­ta no tra­tar de con­so­lar­te a besos, te lo juro. Creo que te haría bien psi­coa­na­li­zar­te, a lo sumo ha­bla­rías con al­guien de tus pro­ble­mas, no creo que te pueda dañar, a menos que te asis­tie­ra un pro­fe­sio­nal me­dio­cre. Sos in­te­li­gen­te, con sólo es­cu­char tus pro­pias pa­la­bras, sa­brías sacar pro­ve­cho de las se­sio­nes que tu­vie­ras.

—Es su­fi­cien­te, Pedro. Sol­ta­me la mano por favor, me hacés sen­tir in­có­mo­da, no te ex­ce­das. Si­ga­mos ha­blan­do como ami­gos o me voy... ¿Cómo estás ahora, se­guís blo­quea­do?

—Tuve mu­chas no­vias, al­gu­nas me du­ra­ron va­rios meses, hice va­rios via­jes con ellas por el país e in­clu­so al ex­te­rior, pero nunca me en­gan­ché de nuevo.

—Hummm..., no me ven­das un buzón, Pedro. No per­dis­te el tiem­po, no sos ma­so­quis­ta, me pa­re­ce que tan mal no lo pa­sa­bas, no te que­das­te para ves­tir mon­jas...

—Era como una nave sin timón, no pude ac­tuar de otro modo, mi so­le­dad era an­gus­tian­te. To­da­vía busco re­la­cio­nes que no me in­vo­lu­cren en lo afec­ti­vo, que me ali­vien se­xual­men­te. No he lle­ga­do al ex­tre­mo de con­tra­tar a una puta, pero no estoy tan lejos. Estar con vos es dis­tin­to, es lo más im­por­tan­te que he ex­pe­ri­men­ta­do antes y des­pués de mi di­vor­cio, pero creo que no me vas a per­do­nar nunca, ade­más, tenés un sen­ti­mien­to de des­con­fian­za hacia los hom­bres muy su­pe­rior al que yo tengo hacia las mu­je­res. Eso que no es fácil su­perar­me.

—Su­pon­go que me de­be­ría sen­tir ha­la­ga­da, pero he apren­di­do en carne pro­pia que sos un don Juan in­co­rre­gi­ble; tus ins­tin­tos te ma­ne­jan como a una ma­rio­ne­ta, ¿no es ver­dad?

— Tal vez, ¿puedo darte un abra­zo?

—No te atre­vas. No soy una mujer libre, res­pe­to a Julio y jamás lo trai­cio­na­ría; no soy como Ma­rie­la. Aun­que no es­tu­vie­ra com­pro­me­ti­da, lo nues­tro no fun­cio­na­ría, sos de­ma­sia­do ines­ta­ble.

—No creo que seas feliz con tu novio. Me pa­re­ce que su­fris­te una te­rri­ble de­silu­sión en tu niñez, cuan­do no es­ta­bas pre­pa­ra­da para re­sis­tir. Su­pon­go que tu mala ex­pe­rien­cia con­mi­go, tam­bién te habrá hecho mal. Qui­sie­ra que me pu­die­ras per­do­nar.

Clara se movió in­quie­ta, como si algo la es­tu­vie­ra in­co­mo­dan­do. Sus ojos ar­dían:

—No sé a qué te re­fe­rís, cual­quie­ra que te es­cu­cha­ra diría que me co­no­cés mejor que mi madre. ¿Qué sabés de mi no­viaz­go y de mi vida? No sé de dónde ca­ra­jo sa­cas­te in­for­ma­ción, todos los en­fer­mos pien­san que los demás están igual, yo soy sa­ni­ta, he te­ni­do una ca­rre­ra uni­ver­si­ta­ria es­tu­pen­da, como hija fui ra­zo­na­ble­men­te buena, nunca tuve se­rios pro­ble­mas con un novio, ¿por qué todos tra­tan de de­cir­me que estoy llena de com­ple­jos?

—Quie­ro ayu­dar­te, Clara, no me ma­lin­ter­pre­tes. Eras muy chi­qui­ta cuan­do tu padre te aban­do­nó...

Clara reac­cio­nó como si la hu­bie­ran que­ma­do con un hie­rro al rojo vivo, li­te­ral­men­te saltó de su silla, se acer­có a él pe­li­gro­sa­men­te, to­tal­men­te des­con­tro­la­da, como si hu­bie­ran ofen­di­do a todos sus an­ces­tros, no podía ex­pre­sar­se, tar­ta­mu­dea­ba de ma­ne­ra casi ri­dí­cu­la. Con todas sus li­mi­ta­cio­nes, dijo:

—La puta madre que lo parió, no puedo creer que te la tires de pro­fe­ta o de gurú o de psi­coa­na­lis­ta, ¿qué ca­ra­jo te pen­sás que sos? Me re­con­tra­ca­lien­ta que opi­nes sobre mi vida como si la co­no­cie­ras de pe a pa. ¿Qué mier­da sabés de mí? Cómo pen­sás que debe reac­cio­nar una nena cuan­do un hijo de puta mayor como mi padre se va para siem­pre sin dejar si­quie­ra una car­ti­ta, sin lla­mar por te­lé­fono, sin man­dar un men­sa­je a tra­vés de un pa­rien­te, sin vol­ver jamás a dar se­ña­les de vida ni de­cir­le que la quie­re, sin re­ga­lar­le una bo­lu­dez para su cum­plea­ños o para las fies­tas, ¿qué coño te pa­re­ce que de­be­ría sen­tir?, ¿una gran fe­li­ci­dad? No jodas, por favor, sien­to lo que es na­tu­ral, ¡mucha bron­ca! ¿Y qué ca­ra­jo pre­ten­días que sin­tie­ra? ¿Amor fi­lial? Ni lo pien­ses, sien­to so­la­men­te odio, odio jus­ti­fi­ca­do, puro, sin­ce­ro y fuer­te como la gran puta y no por eso soy una mi­nus­vá­li­da, sim­ple­men­te soy al­guien que con jus­ti­fi­ca­ción putea y re­pu­tea con­tra ese gran hijo de una mal na­ci­da perra y ser así me re­go­ci­ja por­que no otra cosa se me­re­ce ese cerdo in­fa­me, ¿o ade­más pre­ten­dés que lo quie­ra? Ni se te ocu­rra que pueda hacer tal cosa. Y de tu com­por­ta­mien­to con­mi­go pre­fie­ro no ha­blar. Aquí se ter­mi­nó nues­tra reunión. De La Cam­pa­na Má­gi­ca ha­bla­mos ma­ña­na. Me están es­pe­ran­do...

4/44
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónJulio 2012
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n375-04
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)