Matilde caminaba lentamente por la calle que unía su antiguo departamento con la rambla. Desde ella soplaba un viento salobre y a lo lejos se proyectaba un atardecer rojizo, con el sol ya casi hundido en el mar. Era su segundo día en Montevideo y sólo había deambulado. Le dolían las piernas de tanto caminar, pero caminar es la mejor manera de reflexionar, de recordar, y eso precisamente era lo que quería. Por algún momento se le cruzó la idea de visitar a Carmen, pero le había perdido el rastro. Sólo sabía que hacía ya un año salió del hospital y a partir de ahí, nada. Había telefoneado un par de veces al departamento de Carmen y siempre la atendió una voz masculina. Colgó inmediatamente. Quizás habría vuelto con sus padres, pero eso le pareció improbable.
Ahora Carmen ya no existía, ya no estaba en la pecera del hospital. El enfermero que por unos pocos dólares al mes le contaba los detalles de la estadía de Carmen en el hospital tampoco sabía nada de ella después de que le dieran el alta. Los mails que ese enfermero corrupto le enviaba fueron el material en bruto para buena parte de su libro. Eran extensos y morbosos, Matilde los pulía y los incorporaba a la novela. Cuando Carmen dejó el hospital se acabaron los mails y el sobresueldo de informante que gustoso recibía el enfermero. La última frase del último mail podría haberse omitido y Matilde igualmente la hubiera estampado en La falsa María: «Ingresó en crisis; abandonó el hospital completamente loca.»
Mientras se acercaba al mar fue concibiendo otra idea. Se trataba de esas ideas que parecen nacer de golpe, aparecer de la nada, pero que sin embargo uno percibe que siempre estuvieron presentes, latentes en cada acción, y a esa conclusión se llega porque todos los actos de Matilde desde que decidió regresar a Montevideo apuntaban a que en algún momento esa idea afloraría en ella. De Tomás sí nada sabía, y pensó en llamarlo.
Ésa era la idea. La que estaba latente desde que compró el pasaje de avión y puso el primer pie en él. A partir de ese momento ya no había retorno.
Imaginaba ahora que Tomás habría seguido con su vida, que habría conseguido alguna otra puta que le siguiera en sus juegos. Quizás habría repetido la historia de Carmen, quizás Wanda Soch continuaba existiendo en el ciberespacio. Y eso en parte le indignó, porque Wanda Soch siempre sería Matilde, Wanda Soch era una mezcla de Tomás y Matilde, un ser nuevo, alguien con personalidad, alguien con una especie de vida, con una peculiar existencia propia.
Casi instintivamente extrajo su celular y sin darse tiempo a reflexionar discó el número del celular de Tomás. Aún siendo víspera de navidad un gustoso Tomás que supo disimular muy bien la sorpresa, quedó en pasar por el hotel donde Matilde se estaba alojando. Ella tomó un taxi y a la media hora de llegar a su habitación él se anunció en el hall. Ella lo hizo subir. Cuando abrió la puerta ambos quedaron inmóviles, mirándose fijamente. Luego de esos instantes Matilde le invitó a sentarse y, como antes, como siempre, le sirvió un whisky.
—Por el reencuentro —le dijo él alzando el vaso— y por tu éxito como escritora.
Matilde nada contestó.
—He leído varias veces tu libro —continuó él, mientras saboreaba la bebida—. Veo que sabes sacar provecho de las experiencias.
—¿Cómo estás, Tomás? —le preguntó Matilde sin siquiera preocuparse del comentario.
—Muy bien. Aunque te extrañé todo este tiempo. Eres una mujer especial, desapareciste de la noche a la mañana.
—¿No tienes puta? —le espetó ella intentando herirlo, pero inmediatamente que dijo la última palabra se dio cuenta de que en realidad se estaba hiriendo a sí misma. Lo que en verdad perseguía era saber si alguien había ocupado el lugar que ella había dejado vacante.
—Claro que la tengo —rio él—. A propósito, veo que conservas el cabello corto, como Wanda.
Matilde lo miró fijamente y esbozo una sonrisa que Tomás no supo interpretar.
—¿Y qué tal tu puta nueva? —preguntó ella.
Tomás meditó unos instantes y entonces le dijo:
—¿Quieres conocerla? Estoy seguro de que te gustará. Es más, se trata de la mujer ideal para ambos.
—Ha pasado mucho tiempo, Tomás —dijo ella cambiando el tono de voz, quitándole dureza—. ¿Qué has sentido por Carmen?
—Placer.
—Quiero decir qué sentiste cuando la destruiste.
—Allí precisamente radicó el placer. Y más disfruté leyendo su estadía en el hospital. A propósito, ¿todo eso pasó en verdad o lo inventaste?
—¿Ni siquiera te preocupaste luego de conocer su suerte?
—¿Y tú te preocupaste de conocer su suerte para ayudarla o para escribir tu libro? —contestó fríamente.
Matilde acusó el golpe y bajó la mirada. Otra vez volvieron a su mente los recuerdos. El patético trato con el enfermero, ese hombre pequeño, calvo y rapaz, que cada mes le enviaba un mail contándole los padecimientos de Carmen contra la entrega de un cheque.
—¿Tan de pronto acabó el amor que decías sentir por ella? —prosiguió Tomás con tono mordaz.
—Tú me creaste, ¿recuerdas? Soy tu monstruo. Te lo dije una vez, y sigo siéndolo. Nada bueno puede esperarse de tu creación.¿Recuerdas Metrópolis, la vieja película de Lang?
—Vagamente —respondió Tomás sin saber adónde quería Matilde conducir la conversación.
—Allí se construye una mujer artificial, la falsa María —continuó ella, con tono suave, como cuando se disponía antes a contarle alguna historia a Carmen—. Tenía un aspecto metálico pero ciertamente femenino. Nuestra mujer artificial había sido creada en dos fases, una primera, en la que tiene aspecto de robot, y la segunda, en la que se convierte en doble de una mujer real. La finalidad de la falsa María es meramente ser un instrumento de poder y su más poderosa herramienta es sin duda la seducción. Hay en la película, una escena de una danza que lleva esa seducción a sus últimos límites. La falsa María es maligna, y esa malignidad se revela ya al finalizar su construcción y con la primera enseñanza o instrucción que recibe, que es deshacer todas las buenas enseñanzas de la verdadera María. Pero he aquí que la falsa María, pese a su naturaleza de robot, se revela, toma decisiones propias y termina conduciendo a los trabajadores a una revolución orgiástica en la que destruyen todas las máquinas y llegan a olvidar a sus hijos. Terminada esa orgía febril, recuperada la cordura por parte de los trabajadores, atrapan a la falsa María y la llevan a la hoguera cual si fuera una bruja. Entre las llamas, ella ríe a la vez que recupera su aspecto metálico.
—Estás tratando de explicarme el por qué de nuestro reencuentro.
Matilde asintió con un leve movimiento de cabeza, sin dejar de fijar sus ojos en los de Tomás. Se hizo un breve silencio entre ambos, como si a pesar del tiempo transcurrido ya se entendieran con la sola mirada.
—Sabes, Wanda... —empezó a decir Tomás deteniéndose deliberadamente en el nombre.
—Dime.
Esa sola palabra era la respuesta que Tomás esperaba. Significaba para él que Wanda seguía existiendo, que Matilde seguía siendo esa mujer artificial, esa falsa María.
El mundo seguía siendo un mundo nuevo para ambos.
Copyright © | Andrés Urrutia, 2001 |
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Fecha de publicación | Octubre 2008 |
Colección ![]() | Narrativas globales |
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Tenía ganas de leer algo y por ahí me topé con tu novela. La he leído de corrido y me he quedado deseando el resto. Me llevó fluidamente la lectura, y ganó mi interés. Yo te haría dos o tres correcciones puntuales de sintaxis, pero tendría que volver a leer, debí anotarlas... Además, en concreto en la página dos en un punto la repetición del término "la mujer de los rumores" (que tiene sentido, obviamente) terminó por cargarme.
En fin, felicitaciones.
Tu novela me ha parecido interesantísima, diferente, en fin, me ha enganchado. Ahora estoy esperando leer el resto. Por favor no nos tengas más en ascuas: estoy segura de que hay muchos lectores que esperan la continuación y el final de la novela. Felicitaciones
Tengo muchas ganas de llegar al final de esta novela, que desde hace algún tiempo me tiene enganchada. Por favor, no nos tengas más en espera, ya sólo son 6 capítulos que faltan. Esto ya parece un suplicio... =)
Me gustaron mucho las dos novelas publicadas de este autor. Deseo que publiquen otras obras del mismo. Gracias.
Muy buena narrativa. Lo mejor son las referencias literarias ya que despiertan el interés por leer esas obras, aunque la parte del manicomio no deja de evocar a Sade y los sometimientos a Luna Amarga... En fin, creo que es ese terreno está muy explotado y lo unico que se puede hacer es darle un nuevo estilo a la narrativa, tal vez más ágil o más contemporáneo.
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