El avión comenzó a descender lentamente atravesando los densos nubarrones que ocultaban como una cortina oscura y densa el aeropuerto de Montevideo. Matilde tenía la mirada extraviada en esos jirones de algodón casi negro que se arremolinaban cerca de la ventanilla. Hacía ya tres años que no pisaba Montevideo, y durante el corto vuelo desde Buenos Aires, reconstruyó uno a uno los extraños sucesos que habían cambiado completamente su vida.
Luego de la caída de Carmen en el abismo, luego de que taimada y cínicamente Tomás le revelara el engaño mediante el cruel envío de una copia de cada uno de los videos en su poder, luego de que Tomás saciara su sed de destrucción, por supuesto que no matando a su presa como un psicópata común, descuartizando el cuerpo, mutilando los miembros, sino a través del ciberespacio, seccionando el alma y descuartizando los sentimientos, bastando para ello un simple mail y un envío postal, todo comenzó a cambiar. Matilde ni siquiera atinó a defenderse cuando Carmen irrumpió en el departamento con las cintas, los insultos y el llanto. En ese preciso momento ella también se enteraba de cómo Tomás la había destruido, y con ella a ese amor que estaba padeciendo. Ningún efecto surtió el arrepentimiento sincero, algo se había quebrado en Carmen, no un sentimiento, no el orgullo, sino algo mucho más profundo, se había quebrado su razón. Era débil, insegura, había roto sus lazos de familia por algo que creía hermoso, y de pronto, se descubría como el mero objeto de la perversidad de un hombre y una mujer. No soportó la terrible violación de su intimidad que revelaban las cintas, no soportó que sus más ocultas fantasías fueran un objeto de exhibición o risa para otros. Ante ello Matilde nada podía hacer sino callar, y callada permaneció mientras Carmen se iba, sabiendo que se iba para siempre. Decir algo habría sido, de todos modos, completamente inútil.
También inútil habría sido increpar a Tomás. Ya todo estaba consumado, ya había sido despojada, ya no era Wanda Soch, sino que volvía a ser Matilde, la puta, la refinada, la creativa servidora de sus clientes, la agitadora de las fantasías más ocultas, pero la puta en todos los casos.
Pero hay cosas que cambian definitivamente la vida, y el triángulo con Carmen y Tomás cambió vidas, y una de ellas fue la de Matilde. Se puede transitar de puta a escritora con suma facilidad y así nació La falsa María. Tenía el material en la cabeza, tenía cientos de mails y varias cintas de video; sólo había que contar la historia y cambiar los nombres. Nadie sabría, nadie imaginaría que se trataba de una historia real, sólo la autora y otras dos personas. El libro fue un éxito de ventas. Quizás más que por su calidad literaria por el pasado de la autora, que impúdicamente se estampaba en la contratapa. Había sido una exigencia, una condición ineludible del editor que a Matilde no le importó demasiado. Al fin de cuentas no tenía familia, ni siquiera una pareja a quien ocultar su vida anterior, y tampoco se avergonzaba de la vida que había llevado. En algún momento había pensado en salir a la búsqueda de aquel su primer amor. Sabía que aquel joven era ahora un exitoso y conocido abogado. Abandonó esa idea cuando vio impresa por primera vez la contratapa de La falsa María. Ya no podría ocultarle a él esa vida pasada. Pero La falsa María le permitió abandonar esa vida. Tenía ahorros y ahora un suculento fondo por derechos de autor. Vendió su departamento en Montevideo y se mudó a Buenos Aires, donde compró un pequeño piso de tres ambientes en La Recoleta. De eso hacía ya dos años.
Durante ese tiempo no había vuelto a Montevideo, no deseaba hacerlo, quería empezar una nueva vida, pero en los últimos meses esa decisión se fue debilitando poco a poco. En Montevideo había perdido todo, había perdido los únicos dos amores de su vida, y había ganado la historia que fructificó en su novela, pero la novela no había sido otra cosa que una catarsis para mitigar su pérdida. En Buenos Aires se había ensimismado, se había dedicado a la soledad. Los círculos literarios serios la ignoraban, la consideraron una escritora de pornografía, aunque a ella tampoco eso le importaba. Pero la soledad estimula el recuerdo, el recuerdo estimula la nostalgia; y poco a poco comenzó a añorar las largas caminatas por la rambla de Pocitos, el recorrer los barrios arbolados y oscuros del Cordón, mezcla de barrio céntrico y suburbano, en el que todavía perduran almacenes en las esquinas y niños jugando al fútbol en las calles. Decidió volver también porque se acercaba la Navidad. Ya había pasado dos navidades en soledad, pero esta tercera, aún en soledad, la pasaría en su ciudad, recorriendo sus lugares favoritos, el parque Rodó en el que pasó parte de su infancia, volver a los pasillos de aquella Facultad de Medicina que tuvo que abandonar cuando murieron sus padres, y aún cuando no quisiera admitirlo, aquellos lugares en los que había deambulado con Carmen sin siquiera animarse a recorrerlos tomadas de la mano como cualquier pareja enamorada.
Muy dentro suyo, y esto siempre sucede cuando se regresa a la ciudad del ser amado, esperaba encontrarla, pero encontrarla de casualidad, cruzarse con ella en alguna calle, verla de pronto y sorprenderse, sentir nuevamente aquellas palpitaciones que le probaban que todavía se encontraba con vida, no con esa vida biológica que conservaba sino con la otra vida, la que creía perdida.
Sin embargo sabía que ello no era posible. Luego de que el engaño saliera a luz, se había preocupado de conocer el destino de Carmen. Sabía que sus padres continuaron dándole la espalda. Cuando un padre reniega de su hija siempre hay un momento en que al final se perdona, en que se acoge al hijo nuevamente, en que la culpa y el remordimiento pueden más que todo lo pasado por más terrible que ese pasado sea. Pero hay padres que se llevan esa culpa con ellos a la tumba, no son verdaderos padres, y Carmen no tenía verdaderos padres. Hasta el criminal más terrible goza en la cárcel de las visitas de su familia; hasta el peor de los homicidas disfruta de la mano de su madre entre las suyas. Pero nada de eso tuvo Carmen. No lo tuvo cuando entró en crisis y debió ser internada en el peor de los infiernos, el Hospital Vilardebó de Montevideo, porque sus padres ni siquiera se preocuparon de pagarle una clínica privada, y mucho menos de visitarla.
Pero ella tampoco podía condenarlos. A su modo se nutrió de Carmen para su obra, a su modo utilizó sus padecimientos para describir con fría precisión, con sádica fineza su estadía en el hospital. Tomás la utilizó para elaborar su loca fantasía de vivir otra vida; y ella también la usó para su propio beneficio. Por ello no le pareció cruel titular el capítulo que narraba esa estadía como «El jardín de las delicias», parafraseando la novela de Mirbeau que tanto había inspirado algunos de sus encuentros con Carmen. Sólo que ahora Miss Clara eran los internos y Carmen era uno más de aquellos chinos desgraciados que sólo existían para los placeres de la dueña de la villa y sus verdugos.
Con cruda prosa relató cómo durante las noches los alojados en el pabellón de los hombres se cruzaban al pabellón de las mujeres, ya que las entradas sólo estaban separadas por un derruido muro muy fácil de trasponer, y un muro derruido es nada para contener los instintos. Atravesado el muro, los internos, hombres y mujeres, se entregaban a frenéticas orgías y a violaciones múltiples. Con fruición había descrito cómo un epiléptico tuvo una crisis mientras penetraba a Carmen, sujetada por dos oligofrénicos que hacían ese trabajo mientras esperaban su turno. Había descrito hasta el último detalle. Los brazos inertes de Carmen, al punto tal que la tarea de la pareja de oligofrénicos era completamente inútil, pues ella ni siquiera se resistía, se resignaba a su suerte, ni siquiera gemía o gritaba, ni siquiera se movía mientras el epiléptico, en medio de una penetración alocada, comenzaba a temblar y echar espuma sobre su cara, arrastrando el cuerpo entero de Carmen en el patético temblor. Se había solazado en contar cómo Carmen era violada noche tras noche. Luego del episodio del epiléptico, los dos oligofrénicos la tomaron para sí. Como perros de presa alejaban a todos los demás de ella. Mientras uno la sometía, el otro vigilaba para que nadie más se acercara a participar del festín. Cuando querían estar solos la arrastraban fuera del pabellón, al fondo arbolado dividido por el muro que separaba el acceso a los pabellones de hombres y mujeres, y allí los dos participaban del cuerpo de Carmen. Las páginas de La falsa María se daban el lujo de describir las caras barbudas, los pelos revueltos de los dos oligofrénicos, la saliva que caía de sus bocas y los sonidos guturales que emitían sus gargantas como forma grotesca de demostrar su placer mientras penetraban conjuntamente a Carmen. La frenética actividad de la pareja de oligofrénicos, turnándose en el uso de los orificios de Carmen contrastaba con la inercia de ella; era como un cuerpo muerto sólo que con los ojos abiertos mirando las estrellas del cielo nocturno.
Esa actitud pasiva de Carmen, según se cuenta en La falsa María, la convirtió en «caballo». Un caballo es aquel hombre o mujer que puede ser montado por cualquiera.
Fueron los oligofrénicos quienes la convirtieron en «caballo». La moneda de circulación en los hospitales son los fármacos, y el resto del pabellón liberó a Carmen de los oligofrénicos consiguiéndoles —con la complicidad de algunos enfermeros— una abundante cantidad de fármacos y alcohol. Ese contrato convirtió a Carmen en «caballo». Libre de la posesión de los dos oligofrénicos, Carmen podía entonces ser montada por cualquiera, incluso hasta por los propios enfermeros que aportaron a la compra. Matilde narró con precisión cada uno de los usos a que fue destinada Carmen. Un jorobado paranoico la arrancó de su cama una noche, la arrastró de los cabellos hasta el baño y allí la penetró violentamente por el ano. El resto del pabellón sabía lo que sucedía y hacía fila a la puerta del baño, para pasar de a uno, una vez el jorobado culminara su faena. Ser un caballo viene de la jerga carcelaria, pero se trasladó a los hospitales. Cuando alguien es un caballo puede ser tomado en cualquier momento y lugar, pero por razones lógicas eso siempre sucede en las noches. Las noches de Carmen eran las noches de un caballo. En las cárceles, hay dos formas de montar a los caballos. O se los violenta entre varios para inmovilizarlos cada vez que se desea usarlos, o se los droga previamente para anular la resistencia. Nada de eso era necesario con Carmen. Era un «caballo» resignado a su destino. Parecía haber nacido para ello. Cuando por las noches alguien se acercaba a su camastro se dejaba arrastrar como un peso muerto. Era sólo un cuerpo pasivo.
Mientras todo esto pasaba por su mente, Matilde se dio cuenta de que casi mecánicamente había cumplido todos los ritos administrativos que siguen al descenso de un avión y se encontraba en el hall del aeropuerto. Había por fin regresado.
Copyright © | Andrés Urrutia, 2001 |
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Fecha de publicación | Agosto 2008 |
Colección ![]() | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n279-18 |
Tenía ganas de leer algo y por ahí me topé con tu novela. La he leído de corrido y me he quedado deseando el resto. Me llevó fluidamente la lectura, y ganó mi interés. Yo te haría dos o tres correcciones puntuales de sintaxis, pero tendría que volver a leer, debí anotarlas... Además, en concreto en la página dos en un punto la repetición del término "la mujer de los rumores" (que tiene sentido, obviamente) terminó por cargarme.
En fin, felicitaciones.
Tu novela me ha parecido interesantísima, diferente, en fin, me ha enganchado. Ahora estoy esperando leer el resto. Por favor no nos tengas más en ascuas: estoy segura de que hay muchos lectores que esperan la continuación y el final de la novela. Felicitaciones
Tengo muchas ganas de llegar al final de esta novela, que desde hace algún tiempo me tiene enganchada. Por favor, no nos tengas más en espera, ya sólo son 6 capítulos que faltan. Esto ya parece un suplicio... =)
Me gustaron mucho las dos novelas publicadas de este autor. Deseo que publiquen otras obras del mismo. Gracias.
Muy buena narrativa. Lo mejor son las referencias literarias ya que despiertan el interés por leer esas obras, aunque la parte del manicomio no deja de evocar a Sade y los sometimientos a Luna Amarga... En fin, creo que es ese terreno está muy explotado y lo unico que se puede hacer es darle un nuevo estilo a la narrativa, tal vez más ágil o más contemporáneo.
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