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La falsa María

El nacimiento de la trinidad

Andrés Urrutia
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMontevideo, Pocitos

Cuéntame —le pidió ansioso Tomás a Matilde. Estaban en una confitería frente al mar en la rambla de Pocitos. Ella lucía exactamente como Tomás había imaginado a Wanda. El cabello negro corto, grandes aros en las orejas, los ojos fríos y penetrantes, y el cuerpo envuelto en un tapado de piel negra.

—Espera. ¿No me dices nada sobre mi aspecto? Por algo te prohibí verme hasta después.

—Realmente fascinante, aunque lo del tapado de piel no me lo habría imaginado.

—¿No? Entonces te traicionó tu inconsciente —río ella— ¿o por qué me bautizaste «Wanda»?

—Puede que tengas razón, pero dejemos esto para luego, por favor, cuéntame.

—Está bien —comenzó a decir Matilde con aire deliberadamente pausado, disfrutando con la impaciencia de Tomás—. Todo sucedió tal como lo planeaste, no pensé que ella se animara, figúrate, aguardar a una desconocida con los ojos vendados, es más, permanecer con la venda durante todo el rato. Cumplí su fantasía al pie de la letra. Sólo me pidió que fuera en su departamento y que le anunciara al portero que iba a su piso, supongo que eso le dio seguridad, aunque podría haber hecho cualquier cosa con ella. Al entrar me pidió permiso para tocar mi cabello. Tenías razón, cuando se dio cuenta del corte dijo «Eres tú». Luego le dejé acariciar mi saco de piel, eso la excitó muchísimo, y bueno, el resto de la historia la conoces. O te la imaginas.

—Te fuiste sin que pudiera ver tu rostro? —preguntó Tomás.

—Sí, y además le prohibí masturbarse. No tuvo orgasmo. Sólo probó el gusto de una mujer.

—¿Y cómo es?

—¿Mi gusto? Ya lo conoces —bromeó ella.

—Sabes a qué me refiero —respondió él sonriéndole con picardía.

—Tiene una belleza extraña, no es que sea bonita, pero lo es a su manera. Su piel es más oscura que la mía, su cabello es negro y largo, el rostro anguloso, delgada pero un cuerpo bien formado. Ah, sus pechos son pequeños. ¿No sé si te referías a eso? Pero lo importante es que es una chica muy valiente. Te lo dije, pensé que todo iba a comenzar con aburridas salidas para conocerse, pero no, parece que lo de sus fantasías iba en serio.

—Así parece —asintió él.

—Yo era bastante mayor que ella cuando lo hice por primera vez con una mujer —continuó Matilde— y te puedo asegurar que fue un largo proceso. Jamás me hubiera animado a un primer encuentro así, literalmente una cita a ciegas.

Y ciertamente le vino a la memoria aquella su primera vez. Lo hizo a pedido de un cliente, mejor dicho de un matrimonio que le pagó para acostarse con ambos. Lo pensó largamente hasta que accedió, quizás movida más que por el dinero o el hecho de vivir una nueva experiencia, por su inquebrantable voluntad de ser la puta perfecta. Al principio estaba tensa pero fue aflojándose lentamente, poco a poco se fue dejando llevar por el placer y las caricias de otras manos femeninas. Ella, la puta, y el marido, recorrieron todo el cuerpo de la esposa, y así, de golpe, como si lo hubiera hecho toda la vida, miró sus propias manos acariciando un sexo de mujer. De las manos necesariamente se pasa a las bocas y entonces se sumergió en una húmeda trinidad de lenguas, la lengua entra en la boca del hombre y en la boca de la mujer, y ambas lenguas, la de hombre y mujer saben diferente, no es posible explicar en qué consiste esa diferencia pero la diferencia se siente. Ella, la puta, va de una lengua a otra tratando de distinguirlas, cerrando los ojos para adivinar en qué boca se ha metido, hasta que las dos lenguas entran en su boca y se funden con ella casi religiosamente. A partir de esa fusión nada parece vedado a su lengua, que baja por ambos cuerpos y acaricia un pene y una vagina, la lengua, piensa, ahora abraza a un ser hermafrodita, pasa una y otra vez de la dureza y el calor del hombre a la humedad de la mujer. La lengua en ese momento se había puesto una meta, un propósito, un desafío. La boca que pasa de un sexo a otro no deja que el placer del marido crezca más que el placer de la esposa, ambos placeres deben aumentar juntos, ambos placeres deben reflejarse en gemidos de igual intensidad, pero el hombre es más ansioso y Matilde siente que el pene, prácticamente entero en su boca, comienza a latir, a revolverse como si algo deseara estallar desde su base, y entonces ella, la puta, traslada su lengua a la humedad de la esposa mientras su mano aprieta con fuerza la dureza del marido, aprieta fuerte, cerrando toda vía de escape al placer que pugna por salir del tronco, y sólo cuando su lengua, que se hizo experta en la humedad de la mujer en esa primera noche, logró soltar el gemido final de la esposa, sólo en ese momento soltó la dureza del marido para que el gemido de éste fuera uno con el de la esposa. Había triunfado.

—Hay de todo —dijo Tomás en tono reflexivo e interrumpiendo los recuerdos de Matilde.

—Tú eres una prueba viviente de ello —le respondió Matilde.

—¿Es un reproche?

—En absoluto. En verdad la experiencia me excitó. Soy ahora Wanda Soch que al fin ha conocido a su Carmen —dijo riendo, casi orgullosa.

Casi sin darse cuenta los sorprendió el atardecer. Un resplandor rojizo se desprendía del horizonte marino y penetraba por los amplios ventanales del café. Ambos permanecieron en silencio durante unos breves instantes. Tomás parecía estar cavilando, quizás planeando algo; Matilde lo miraba fijo, pero como siempre, su mirada parecía indescifrable.

—Bien —dijo ella interrumpiendo abruptamente el silencio—. ¿Y ahora? Soy tu creación. ¿No te sientes como un pequeño dios? Has dado vida a un ser humano nuevo. Sabes, todos esos mails, todas esas fantasías, las de Wanda por supuesto, son algo más que tú y yo. ¿Disfruta Wanda con el poder, Tomás? ¿O disfruta con el dolor?

—Quizás con ambos, no lo sé —le respondió lacónico.

—El de ella es un poder distinto al tuyo, ¿verdad? Tú lo tienes todo. Éxito, viajes, una familia, te vistes con la mejor ropa, y hasta me pagas a mí. Pero el poder de Wanda es diferente, naturalmente diferente, sale de su interior, nace de ella misma. No eres tú. Lo sé porque hace años que nos conocemos y compartimos cosas que no te atreverías a compartir con otra mujer. Y tampoco ella es como yo. Es alguien diferente, como si fuera nuestra hija. Tú le has dado su mente y yo su cuerpo, pero ahora creo que puedo aportarle algo a su espíritu. ¿Alguna vez has leído a Petronio? En su Satiricón —prosiguió Matilde sin aguardar respuesta—, cuenta como se utilizaba la flagelación para tratar la impotencia. Narra entonces que un joven llamado Encolpio, consulta con una sacerdotisa por sus dificultades en lograr la erección. Y he aquí que ésta propone como medicina ideal la flagelación con ramas de ortiga, que por aquel entonces tenían gran fama afrodisíaca, y al mismo tiempo sería penetrado con un olisbos, que no era otra cosa que un pene de cuero. Por supuesto, para lograr una menos dolorosa penetración, el olisbos era untado en aceite de oliva. Ante tamaño remedio, Encolpio huye espantado y tiene enseguida una erección, por lo que la sacerdotisa logra de esa manera curarlo de su impotencia.

—Interesante historia —comentó Tomás. Podría ser el tema de mi próximo mail a Carmen. Hagamos las cosas con refinamiento. ¿Hacemos un ensayo?

—No tengo ramas de ortiga —rió ella—. Pero sí un olisbos.

—Te garantizo que no huiré como Encolpio —dijo él.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 2001
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Fecha de publicaciónAgosto 2007
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