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La falsa María

Matilde

Andrés Urrutia
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Concretamente, dime cuál es la propuesta —preguntó cortante Matilde al ver que Tomás Zanek no cesaba en sus evasivas, mientras alisaba con ambas manos, torneando los brazos en alto hacia la espalda, su larga cabellera negra. Tres veces Tomás le había dicho frases tales como «quiero que seas yo» o «déjame ser tú» bajando la vista ante los fijos y penetrantes ojos café de la mujer.

—Tomás —continuó ella—, nos conocemos desde hace tiempo, eres uno de mis mejores clientes, cumplo con todas tus extravagancias, pero esta vez no te entiendo, así que por favor háblame claro —terminó cortante, simulando estar enfurecida.

—Bien —dijo él—. He conocido a una chica, pero hay un problema.

—No me digas que te pasaste de la raya —rió ella—. Ya te dije que algunas de tus extravagancias sólo puedo hacerlas por dinero, así que nunca las intentes con alguien que no sea como yo.

—No es eso —rió él también— o sí lo es, pero no te asombres. Ella quiere conocerme, yo quiero conocerla, pero...

—Sigue —le alentó Matilde intrigada.

—... ella cree que yo soy una mujer.

La mueca de Matilde en ese instante fue una rara mezcla de gracia y curiosidad. Su primera e instintiva reacción fue lanzar una carcajada, pero se contuvo, meditó unos segundos y prefirió una frase irónica e hiriente:

—Lo has sido algunas veces conmigo, no te quedaba nada mal mi ropa interior.

—No me refiero a eso —le espetó él casi ruborizado— aunque te recuerdo que ambos lo disfrutamos, a menos que tu profesionalismo incluya también excelentes dotes de actriz.

Touchée —sonrió ella, y luego de una larga y directa mirada a los ojos de Tomás que éste no supo descifrar, dijo por fin: —Bueno, ahora cuéntame, y sin rodeos, tu tiempo sigue corriendo.

Tomás Zanek apuró de un sorbo el vaso de whisky que Matilde siempre le servía casi con ritualidad cuando la visitaba en su departamento. Cualquiera diría de ella que era una prostituta de todos modos, pero a su modo no lo era, pese a que vivía cómodamente de hombres como Tomás. Era quizás su tono hiriente y superior lo que los atraía hacia ella, su mirada fría y una cultura erótica inusualmente literaria. Conversar con ella era tan vorazmente atrapante como ir a su cama.

Escuchó en silencio toda la historia y sólo interrumpió a Tomás para llenarle nuevamente el vaso. Luego que él terminó, continuó guardando silencio, sus ojos siempre fijos en los de Tomás. Nada dejaba entrever, ni su pensamiento ni sus sentimientos. Podía en esos momentos estar sintiendo pena o asco por Tomás Zanek o por el contrario estar admirada, incluso hasta enamorada. Pero con Matilde nunca se sabía.

—Es peligroso —dijo de golpe— aunque audaz. Mira, por qué no lo dejas, si quieres puedes ser una mujer aquí conmigo. Apenas entres te vestirás con mi ropa. No, mejor compraremos tu propio guardarropa. ¿Qué te parece? En nuestros encuentros nos comportaremos como dos perfectas lesbianas si eso es lo que quieres experimentar.

—No, no —insistió—. Esto es algo más real. Carmen se ha enamorado de mis palabras y yo de las de ella. Sólo te estoy pidiendo que me alquiles tu cuerpo, yo seré el corazón y la mente de Wanda Soch y tú serás su cuerpo. ¡Es perfecto! —exclamó—. ¿No te das cuenta? Estamos creando un nuevo ser, alguien que existirá realmente.

—Excepto por el pequeño detalle de que seré yo quien la disfrute —le contestó ella con una sonrisa pícara—. Y por el no tan pequeño detalle de que estaremos engañándola.

—Hay muchas maneras de disfrutar, ya veremos —señaló Tomás con tono de cierre de conversación—. En cuanto a lo del engaño, veamos como transcurre todo. Siempre podremos salirnos.

—Está bien —dijo ella—, lo pensaré. ¿Sabes?, esta conversación me ha excitado. ¿Que te parece si vamos al dormitorio? Ah, a propósito, mañana envíame a mi dirección copia de sus mails, quiero empezar a conocerla.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 2001
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Fecha de publicaciónJunio 2007
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