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La falsa María

La mujer de los rumores

Andrés Urrutia
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMontevideo, Pocitos

La mujer de los rumores fue extremadamente suave con Wanda durante aquella primera vez. Sabía que debía recorrerla lentamente y utilizó toda su experiencia en la tarea. Tenía ante sí a una mujer frágil, asustada, que sólo podía dejar que actuaran sobre ella. Y la mujer de los rumores actuó, se esmeró por darle a Wanda un placer que hasta ahora desconocía, un placer tal que Wanda se convenció en aquella noche que sólo una mujer era capaz de brindarle ese goce, por la sencilla razón de que sólo una mujer conoce a la perfección el cuerpo de mujer, sus zonas más sensibles, sus estímulos más profundos, y también los deseos más íntimos. Quien mejor entonces que una mujer para dar placer a otra mujer. Ese pensamiento se grabó a fuego en la mente de Wanda, y fueron las manos y la boca de la mujer de los rumores los orfebres que sellaron la tarea. Ansiaba tener sobre sí el peso de su cuerpo, un cuerpo atlético pero en nada varonil, fibroso pero suave, sentir como los duros senos de la mujer de los rumores recorrían su cara y cómo enseguida su lengua bajaba hasta su sexo, en una recorrida estremecedora.

Wanda se sentía ante ella como arcilla para ser modelada, y sabía que esa misma sensación tenía la mujer de los rumores. Y la mujer de los rumores fue modelando esa arcilla a su imagen y semejanza. Wanda la miraba deslumbrada, se deleitaba con la facilidad con que la manejaba. La mujer de los rumores era quien la desnudaba cada vez que tenían un encuentro, era ella quien dirigía la orquesta de las lenguas, las manos y los sexos. Cuando la mujer de los rumores quería darle placer directamente hundía su boca entre las piernas de Wanda, pero cuando quería recibirlo se limitaba a tomar delicadamente con ambas manos la cabeza de Wanda y colocarla, como si fuera un óvalo inerte, entre sus propias piernas. Y continuaba sujetándola mientras Wanda se hundía en el húmedo y velludo sexo de la mujer de los rumores, y cuando por fin se había satisfecho, ella misma apartaba el óvalo del placer que poco a poco estaba creando.

¿Qué más?, le preguntaban en los chats. Cuéntame más de la mujer de los rumores. Y entonces la mujer de los rumores crecía, era una profesora transmitiendo su saber a su joven discípula. Introduciéndola en un exquisito mundo sensorial en el que poco a poco los meros cuerpos desnudos no bastaban, ya no era suficiente el contacto de carne con carne, de lengua con lengua y sexo con sexo, aún cuando ese rompecabezas corporal pudiera armarse de distintas maneras. Pero las maneras de armar el rompecabezas de dos cuerpos desnudos es finita, y esa fue una sutil enseñanza de la mujer de los rumores. La mujer de los rumores fue hombre y mujer para Wanda, que puede una mujer hacer de hombre eso lo sabemos, basta un adminículo que puede comprarse, colocarse y entonces tenemos a esa mujer-hombre que nos poseerá. Sí, nos poseerá, de manera exquisita, duradera, suavemente a veces, otras con más brío. Como la mujer de los rumores era sabia, comenzó a poseer a Wanda con ternura, frente a frente, como se copula en los matrimonios ya entrados en años, acariciándola mientras la penetraba. Y ahí Wanda se abandonaba a las caricias y al falo de goma que entraba en su carne, gozaba de una sensación extraña y exótica, se sentía penetrada y rozada por pechos de mujer. Amaba a la mujer de los rumores, se sentía casi esclavizada por el hechizo de esa mujer. Y un día se lo dijo, literalmente, con esa misma palabra, y entonces Wanda pasó a ser la esclava de la mujer de los rumores. No es necesario describir los juegos que esa palabra entraña, en los que la mujer de los rumores demostró ser una maestra experta. Lo interesante es por qué Wanda disfrutaba siendo humillada y hasta castigada. Le gustaba ser una especie de objeto para la mujer de los rumores, se excitaba cuando la ataba de diversas maneras, cada cual más incómoda, pero disfrutaba esa incomodidad, más aún disfrutaba cuando la mujer de los rumores le ordenaba pasearse desnuda frente a ella, se sentía exhibida pero admirada, pero lo mejor, lo más importante, lo más perturbador era arrodillarse. Arrodillarse frente a la mujer de los rumores era como arrodillarse frente a su dios, un dios que la poseía por completo.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 2001
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Fecha de publicaciónAbril 2007
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