Es recurso antiguo, y frecuentado por escritores de toda laya, escudar el autor los frutos de su ingenio en un extraño manuscrito llegado a sus manos —por maneras que poco han de envidiar a los apócrifos renglones torcidos del alto escriba— para que de éstas pasen a las tuyas de lector y seas partícipe, mediante la abnegada diligencia del autor, del placer de su lectura. Y así sucede, pero sin artificio alguno, en esta ocasión: nada escondo yo en estas líneas que son tan mías como ajenas, en su mayoría, las que les seguirán así ponga punto y final a este introito obligado.
¿En calidad de qué me permito, pues, hacerte llegar, amparada bajo mi nombre propio, la historia que te será contada? Albacea es, quizás, la palabra más adecuada: exhala cierto tufillo entreverado de fúnebre, sarcástico y candoroso muy acorde con el espíritu de quien escribió la historia —su historia— tal como la encontrarás de aquí a poco.
La carpeta con folios manuscritos y otras hojas sueltas que llegó a mis manos fue rescatada por Esperanza Rijo del despacho de su padrastro antes de que su madre, decepcionada por lo que leyó en él —esperaba encontrarse con un tratado místico-ascético—, decidiera quemarlo para impedir que llegara a conocerse la naturaleza de la supuestamente insólita «perversión» caballeresca de quien fue su compañero religioso, después de haberlo sido sexual y sentimental.
¿Por qué he sido yo el legatario de esa extraña herencia robada? Lo ignoro. Esperanza Rijo —nombre que supongo tan falso como auténtica considero la estremecedora biografía que ha puesto en mis manos— me la envió sin mayores explicaciones, excepto que podía disponer de ella como yo quisiera. No añadía nada más y sólo me ofrecía un apartado de correos al que le llegaron varias cartas mías y desde el que sólo me llegó a mí una suya: la sincera misiva que me era imprescindible para cerrar la historia de la vida del protagonista, un tal Antonio Mas, nombre tan enmascarador como el propio de Esperanza y, como, por lo general, lo son todos los que figuran en esa biografía en modo alguno descarnada, aun a pesar de su agresiva sinceridad.
Quiero creer que el hecho de haber utilizado el padrastro el nombre de Antonio Mas como máscara autobiográfica es lo que debe de haber inclinado a Esperanza Rijo a confiarme esos papeles sobre cuyo valor, según ella, debía juzgar quien tuviera la competencia necesaria no sólo para juzgar sino también para, en funciones de editor albacea, ordenar, reescribir, suprimir o añadir cuanto fuese necesario. Distinguido por mi generosa corresponsal con esa virtud, me siento obligado, para intentar acreditarla, a justificar brevemente ante ti, lector, por qué he llegado al convencimiento de que debías conocer la extraña vida y milagros de Antonio Mas.
Después de haber leído con interés creciente los folios manuscritos, y mucho antes de pensar siquiera en atreverme a realizar esa ardua labor editora para la que me facultaba mi corresponsal, lo primero que me sorprendió fue que mi reacción me era conocida, la había tenido antes. No tardé mucho en recordar cuál era el libro que me la había provocado: La bastarda, de Violette Leduc. Son dos obras incomparables, pero ambas tienen en común la trágica vivencia desgarrada de la fealdad.
Desde ese común denominador, y teniendo en cuenta la explícita dimensión erótica de la biografía, se me ocurrió que, del mismo modo que podía hablarse de un erotismo blando o duro, quizás estaba en presencia de lo que podía bautizarse como erotismo freak, o incluso erotismo neorrealista. La vida de Antonio Mas no es sólo una aventura caballeresca individual, a medio camino entre lo divino y lo humano, sino también la descripción minuciosa y cruda de una sociedad represiva, pacata, mediocre e hipócrita. El valor testimonial de la biografía alcanza, pues, a toda una época negra de la historia de España y se convierte en una biografía sexual del tardofranquismo, con todas las sombras y escasas luces que definen, eróticamente, ese periodo; de ahí que cada aventura sea en realidad una cala profunda en la obra destructora del nacionalcatolicismo triunfante tras la guerra civil. Y esa negrura, tan solanesca, parece ser el único color de la paleta con la que se retrata a las personas con quienes cumplió su andadura vital el protagonista de su vida; aunque esa oscuridad de época no excluye, en modo alguno, la irrupción genésica de la más profunda vitalidad, pues multicolor es siempre la flor del deseo que hunde sus raíces en el sexo.
No quiero aburrirte, lector, con la descripción de las dificultades que he tenido que afrontar para dejar al descubierto la literatura que esa biografía llevaba dentro, pero creo que he cumplido mi misión del modo más honesto posible: siendo rigurosamente fiel a los planteamientos de ese ser peregrino e insólito que fue quien quiera que quiso esconderse tras la careta de Antonio Mas. Más anónimo si cabe que los anónimos que pueblan las listas de los libros más prohibidos a lo largo de la historia de la humanidad, Antonio Mas merece, a mi modesto juicio, nuestro más encendido agradecimiento por su valiente sinceridad. Mi satisfacción estriba en haber podido colaborar a que su andante vida tortuosa y complacida haya podido llegar a tu conocimiento, lector. Vale.
Copyright © | Dimas Mas, 2005 |
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Por el mismo autor ![]() | |
Fecha de publicación | Junio 2006 |
Colección ![]() | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n270-01 |
¡Qué decrepitud literaria! ¡Qué despilfarro de incompetencia estilística! Es patético contemplar la decadencia de quien ni tuvo ni tiene ni tendrá auténtica cadencia literaria, auténtica prosa; es decir, Dimas Mas ha pasado de la nada a las más altas cotas de la miseria artística en apenas un puñado de pseudopretendidas obras de ¿arte?, ¡de artero atrezzo, todo lo más!
No suelo comentar comentarios, y menos de heterónimos pretenciosos, a juzgar por el blog desde el que escribe el señor Poz. Me he resistido hasta hoy, en que, sin sentirme ofendido, he creído oportuno no tanto defenderme de una subjetividad que se descalifica a sí misma, cuanto dejar constancia del escepticismo con que acojo sus críticas no argumentadas y el interés con que he seguido su propia obra en gestación.
Suelen quienes no tienen por costumbre comentar comentarios comenzar a comentar comentarios cuando no se sienten ofendidos por críticas adversas. ¡Ah, qué mundo este en el que nos ha tocado vivir, en el cual quienes piden críticas sinceras sólo pretenden ser aplaudidos! Definitivamente, lo de "sinceras" mantiene únicamente su valor retórico. Por cierto, ¿sabrá este hombre con nombre tan poco agraciado, que diría Keating, qué significa "heterónimo"? Por otro lado, ¿cómo la subjetividad puede descalificarse a sí misma?, ¿la propia opinión, el modo personal de mirar el mundo, puede descalificar algo? Acláreme, por favor, cómo se puede seguir una obra literaria que está "en gestación". Cinco líneas las suyas, deslavazadas y de precaria comprensión (y no precisamente por las entendederas del lector), que no dejan de ser más que una espléndida muestra de lo que el lector no avisado va a encontrar en su novelita. ¿Alguien Da Mas?
Lobo, usted sí que muerde.
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