SE ENCENDIERON LAS LUCES Y TODOS SE LEVANTARON PARA SALIR, MENOS ELLA.
Estaba sentada en la última fila, rodeada de silencio y de pop corn cuando la empleada se le acercó pensando que dormía. Observó primero sus ojos cerrados y después la boca, que parecía sonreír. Sólo entonces se percató del collar de rojo brillante y sólo después supo que era sangre. Un tajo perfecto, trazado con precisión y con arte.
En la película que luego hicieron sobre el caso, la acomodadora grita: en la secuencia siguiente tenemos ya el cuerpo en la camilla entrando en la ambulancia rodeada de policías y curiosos. En realidad la chica no emitió ningún sonido ni hizo ningún movimiento. Estaba tratando de inventarse un escape desesperado, convencerse de que aquello no sucedía de verdad, porque no podía ser que la escena con la que la película comenzaba estuviera ahora fuera de la pantalla y al final, cuando ya los créditos habían terminado y el cine estaba vacío.
Era la única parte que había visto de a trozos, mientras señalaba el camino a los espectadores atrasados. Se había dicho que el lunes, su día libre, vendría a verla con su novio. No podía saber entonces que el filme que harían sobre el crimen reproduciría la escena de la película verdadera y la mostraría a ella caminando en la penumbra con su linternita, conduciendo al tío aquel y tratando de espiar la pantalla para saber por qué todos gritaban en ese momento.
Por eso no supo que en ninguna de las dos películas había nadie sentado en la butaca. Todavía no. La que aparecía muerta, con el cuello seccionado, era la acomodadora. Había sido sólo un intercut premonitorio de la imagen que los espectadores verían cuando ella estuviera muerta. Una ocurrencia de su mente que nunca nadie sospecharía. Qué alivio.
Fue entonces cuando sintió el tirón en el pelo y la sensación de que le arrancaban el collar que no llevaba puesto.
Copyright © | Pablo Brito Altamira, 2006 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Mayo 2006 |
Colección | Fabulaciones |
Permalink | https://badosa.com/n269 |
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