https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Worldwide Classics
11/27
AnteriorÍndiceSiguiente

La Celestina

Tragicomedia de Calisto y Melibea

Octavo auto

Fernando de Rojas
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaSalamanca
ARGU­MEN­TO DEL OC­TA­VO AUTO

La ma­ña­na viene. Des­pier­ta Pár­meno. Des­pe­di­do de Areú­sa, va para casa de Ca­lis­to, su señor. Halló a la puer­ta a Sem­pro­nio. Con­cier­tan su amis­tad. Van jun­tos a la cá­ma­ra1 de Ca­lis­to. Há­llan­le ha­blan­do con­si­go mismo. Le­van­ta­do, va a la igle­sia.

Ilustración
PÁR­MENO. ¿Ama­ne­ce, o qué es esto que tanta cla­ri­dad está en esta cá­ma­ra?
AREÚ­SA. ¿Qué ama­ne­cer? Duer­me, señor, que aun agora nos acos­ta­mos. No he yo pe­ga­do bien los ojos, ¿ya había de ser de día? Abre, por Dios, esa ven­ta­na de tu ca­be­ce­ra e verlo has.
PÁR­MENO. En mi seso estoy yo se­ño­ra, que es de día claro, en ver en­trar luz entre las puer­tas. ¡Oh trai­dor de mí! ¡En qué gran falta he caído con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡Oh qué tarde que es!
AREÚ­SA. ¿Tarde?
PÁR­MENO. E muy tarde.
AREÚ­SA. Pues, así goce de mi alma, no se me ha qui­ta­do el mal de la madre. No sé cómo pueda ser.
PÁR­MENO. Pues, ¿qué quie­res, mi vida?
AREÚ­SA. Que ha­ble­mos de2 mi mal.
PÁR­MENO. Se­ño­ra mía, si lo ha­bla­do no basta, lo que más es ne­ce­sa­rio me per­do­na, por­que es ya me­dio­día. Si voy más tarde, no seré bien re­ci­bi­do de mi amo. Yo ven­dré ma­ña­na e cuan­tas veces des­pués man­da­res; que por eso hizo Dios un día tras otro, por que lo que el uno no bas­ta­se se cum­plie­se en otro. E aun, por que más nos vea­mos, re­ci­ba de ti esta gra­cia: que te vayas hoy a las doce del día a comer con no­so­tros a su casa de Ce­les­ti­na.
AREÚ­SA. Que me place de buen grado. Ve con Dios. Junta tras ti la puer­ta.
PÁR­MENO. Adiós te que­des.
PÁR­MENO. (A solas) ¡Oh pla­cer sin­gu­lar! ¡Oh sin­gu­lar ale­gría! ¿Cuál hom­bre es ni ha sido más bie­na­ven­tu­ra­do que yo? ¿Cuál más di­cho­so e bie­nan­dan­te?3 ¡Que un tan ex­ce­len­te don sea por mí po­seí­do e cuan pres­to pe­di­do tan pres­to al­can­za­do! Por cier­to, si las trai­cio­nes desta vieja con mi co­ra­zón yo pu­die­se su­frir, de ro­di­llas había de andar a la com­pla­cer. ¿Con qué pa­ga­ré yo esto? ¡Oh alto Dios! ¿A quién con­ta­ría yo este gozo? ¿A quién des­cu­bri­ría tan gran se­cre­to? ¿A quién daré parte de mi glo­ria? Bien me decía la vieja que de nin­gu­na pros­pe­ri­dad es buena la po­se­sión sin com­pa­ñía. El pla­cer no co­mu­ni­ca­do no es pla­cer. ¿Quién sen­ti­ría esta mi dicha como yo la sien­to? A Sem­pro­nio veo a la puer­ta de casa. Mucho ha ma­dru­ga­do. Tra­ba­jo tengo con mi amo, si es sa­li­do fuera. No será, que no es acos­tum­bra­do; pero como agora no anda en su seso, no me ma­ra­vi­llo que haya per­ver­ti­do su cos­tum­bre.
SEM­PRO­NIO. Pár­meno, her­mano, si yo su­pie­se aque­lla tie­rra donde se gana el suel­do dur­mien­do, mucho haría por ir allá; que no daría ven­ta­ja a nin­guno, tanto ga­na­ría como otro cual­quie­ra. ¿E cómo, hol­ga­zán des­cui­da­do, fuis­te para no tor­nar? No sé qué crea de tu tar­dan­za, sino que te que­das­te a es­ca­len­tar4 la vieja esta noche o a ras­car­le los pies, como cuan­do chi­qui­to.
PÁR­MENO. ¡Oh Sem­pro­nio, amigo e más que her­mano! Por Dios, no co­rrom­pas mi pla­cer, no mez­cles tu ira con mi su­fri­mien­to, no re­vuel­vas tu des­con­ten­ta­mien­to con mi des­can­so, no agües con tan tur­bia agua el claro licor del pen­sa­mien­to que trai­go, no en­tur­bies con tus en­vi­dio­sos cas­ti­gos5 e odio­sas re­pren­sio­nes mi pla­cer. Re­cí­be­me con ale­gría e con­tar­te he ma­ra­vi­llas de mi buena an­dan­za pa­sa­da.
SEM­PRO­NIO. Dilo, dilo. ¿Es algo de Me­li­bea? ¿Hasla visto?
PÁR­MENO. ¡Qué de Me­li­bea! Es de otra que yo más quie­ro e aun tal que, si no estoy en­ga­ña­do, puede vivir con ella en gra­cia y her­mo­su­ra. Sí, que no se en­ce­rró el mundo e todas sus gra­cias en ella.
SEM­PRO­NIO. ¿Qué es esto, des­va­ria­do? Reír­me que­rría, sino que no puedo. ¿Ya todos ama­mos? ¡El mundo se va a per­der! Ca­lis­to a Me­li­bea, yo a Eli­cia; tú, de en­vi­dia, has bus­ca­do con quien per­der ese poco de seso que tie­nes.
PÁR­MENO. Luego, ¿lo­cu­ra es amar e yo soy loco e sin seso? Pues si la lo­cu­ra fuese do­lo­res, en cada casa ha­bría voces.
SEM­PRO­NIO. Según tu opi­nión, sí eres; que yo te he oído dar con­se­jos vanos a Ca­lis­to e con­tra­de­cir a Ce­les­ti­na en cuan­to habla. E, por im­pe­dir mi pro­ve­cho y el suyo, huel­gas de no gozar tu parte. Pues a las manos me has ve­ni­do, donde te podré dañar, e lo haré.
PÁR­MENO. No es, Sem­pro­nio, ver­da­de­ra fuer­za ni po­de­río dañar y em­pe­cer,6 mas apro­ve­char e gua­re­cer,7 e muy mayor, que­rer­lo hacer.8 Yo siem­pre te tuve por her­mano. No se cum­pla, por Dios, en ti lo que se dice: que pe­que­ña causa des­par­te9 con­for­mes ami­gos. Muy mal me tra­tas. No sé donde nazca este ren­cor. No me in­dig­nes, Sem­pro­nio, con tan las­ti­me­ras ra­zo­nes. Cata que es muy rara la pa­cien­cia que agudo bal­dón10 no pe­ne­tre e tras­pa­se.
SEM­PRO­NIO. No digo mal en esto, sino que se eche otra sar­di­na11 para el mozo de ca­ba­llos, pues tú tie­nes amiga.
PÁR­MENO. Estás enoja­do. Quié­ro­te su­frir, aun­que más mal me tra­tes, pues dicen que nin­gu­na hu­ma­na pa­sión es per­pe­tua ni du­ra­ble.
SEM­PRO­NIO. Más mal­tra­tas tú a Ca­lis­to, acon­se­jan­do a él lo que para ti huyes. Di­cien­do que se apar­te de amar a Me­li­bea, hecho ta­bli­lla de mesón, que para sí no tiene abri­go e dale a todos.12 ¡Oh Pár­meno, agora po­drás ver cuán fácil cosa es re­pren­der vida ajena y cuán duro guar­dar cada cual la suya! No digas más, pues tú eres tes­ti­go. E de aquí ade­lan­te ve­re­mos cómo te has, pues ya tie­nes tu es­cu­di­lla13 como cada cual. Si tú mi amigo fue­ras, en la ne­ce­si­dad que de ti tuve me ha­bías de fa­vo­re­cer e ayu­dar a Ce­les­ti­na en mi pro­ve­cho, que no hin­car un clavo de ma­li­cia a cada pa­la­bra. Sabe que, como la hez de la ta­ber­na des­pi­de a los bo­rra­chos, así la ad­ver­si­dad o ne­ce­si­dad al fin­gi­do amigo. Luego14 se des­cu­bre el falso metal, do­ra­do por en­ci­ma.
PÁR­MENO. Oído lo había decir e por ex­pe­rien­cia lo veo: nunca venir pla­cer sin con­tra­ria zo­zo­bra en esta tris­te vida. A los ale­gres, se­re­nos e cla­ros soles, nu­bla­dos os­cu­ros e plu­vias15 vemos su­ce­der; a los so­la­ces e pla­ce­res, do­lo­res e muer­tes los ocu­pan; a las risas e de­lei­tes, llan­tos e llo­ros e pa­sio­nes mor­ta­les los si­guen; fi­nal­men­te, a mucho des­can­so e so­sie­go, mucho pesar e tris­te­za. ¿Quién podrá tan ale­gre venir como yo agora? ¿Quién tan tris­te re­ci­bi­mien­to pa­de­cer? ¿Quién verse, como yo me vi, con tanta glo­ria al­can­za­da con mi que­ri­da Areú­sa? ¿Quién caer della, sien­do tan mal­tra­ta­do tan pres­to, como yo de ti? Que no me has dado lugar a po­der­te decir cuán­to soy tuyo; cuán­to te he de fa­vo­re­cer en todo; cuán­to soy arre­pi­so16 de lo pa­sa­do; cuán­tos con­se­jos e cas­ti­gos bue­nos he re­ci­bi­do de Ce­les­ti­na en tu favor e pro­ve­cho e de todos; cómo, pues este juego de nues­tro amo e Me­li­bea está entre las manos, po­de­mos agora me­drar o nunca.
SEM­PRO­NIO. Bien me agra­dan tus pa­la­bras, si tales tu­vie­ses las obras, a las cua­les es­pe­ro para ha­ber­te de creer. Pero, por Dios, me digas qué es eso que di­jis­te de Areú­sa. Pa­re­ce que co­noz­cas tú a Areú­sa, su prima de Eli­cia.
PÁR­MENO. Pues, ¿qué es todo el pla­cer que trai­go, sino ha­ber­la al­can­za­do?
SEM­PRO­NIO. ¡Cómo se lo dice el bobo! ¡De risa no puede ha­blar! ¿A qué lla­mas ha­ber­la al­can­za­do? ¿Es­ta­ba a al­gu­na ven­ta­na o qué es eso?
PÁR­MENO. A po­ner­la en duda si queda pre­ña­da o no.
SEM­PRO­NIO. Es­pan­ta­do me tie­nes. Mucho puede el con­ti­nuo tra­ba­jo: una con­ti­nua go­te­ra ho­ra­da una pie­dra.
PÁR­MENO. Verás qué tan con­ti­nuo, que ayer lo pensé [y] ya la tengo por mía.
SEM­PRO­NIO. ¡La vieja anda por ahí!
PÁR­MENO. ¿En qué lo ves?
SEM­PRO­NIO. Que ella me había dicho que te que­ría mucho e que te la haría haber. Di­cho­so fuis­te, no hi­cis­te sino lle­gar e re­cau­dar. Por esto dicen: más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho ma­dru­ga. Pero tal pa­drino tu­vis­te.
PÁR­MENO. Di ma­dri­na, que es más cier­to. Así que quien a buen árbol se arri­ma... Tarde fui, pero tem­prano re­cau­dé. ¡Oh her­mano, qué te con­ta­ría de sus gra­cias de aque­lla mujer, de su habla y her­mo­su­ra de cuer­po! Pero quede para más opor­tu­ni­dad.
SEM­PRO­NIO. ¿Puede ser sino prima de Eli­cia? No me dirás tanto cuan­to esta otra no tenga más. Todo te creo. Pero, ¿qué te cues­ta? ¿Hasle dado algo?
PÁR­MENO. No, cier­to. Mas, aun­que hu­bie­ra, era bien em­plea­do: de todo bien es capaz. En tanto son las tales te­ni­das, cuan­to caras son com­pra­das; tanto valen, cuan­to cues­tan. Nunca mucho costó poco, sino a mí esta se­ño­ra. A comer la con­vi­dé para casa de Ce­les­ti­na e, si te place, vamos todos allá.
SEM­PRO­NIO. ¿Quién, her­mano?
PÁR­MENO. Tú y ella, y allá está la vieja y Eli­cia. Ha­bre­mos pla­cer.
SEM­PRO­NIO. ¡Oh Dios, e cómo me has ale­gra­do! Fran­co eres, nunca te fal­ta­ré. Como te tengo por hom­bre, como creo que Dios te ha de hacer bien, todo el enojo que de tus pa­sa­das ha­blas tenía se me ha tor­na­do en amor. No dudo ya tu con­fe­de­ra­ción con no­so­tros ser la que debe. Abra­zar­te quie­ro. Sea­mos como her­ma­nos. ¡Vaya el dia­blo para ruin!17 Sea lo pa­sa­do cues­tión de San Juan,18 e así paz para todo el año; que las iras de los ami­gos siem­pre sue­len ser re­in­te­gra­ción del amor. Co­ma­mos e hol­gue­mos, que nues­tro amo ayu­na­rá por todos.
PÁR­MENO. ¿E qué hace el de­ses­pe­ra­do?
SEM­PRO­NIO. Allí está ten­di­do en el es­tra­do cabe la cama, donde le de­jas­te ano­che; que ni ha dor­mi­do ni está des­pier­to. Si allá entro, ronca; si me salgo, canta o de­va­nea. No le tomo tien­to,19 si con aque­llo pena o des­can­sa.
PÁR­MENO. ¿Qué dices, e nunca me ha lla­ma­do ni ha te­ni­do me­mo­ria de mí?
SEM­PRO­NIO. No se acuer­da de sí, ¿acor­dar­se ha de ti?
PÁR­MENO. Aun hasta en esto me ha co­rri­do buen tiem­po. Pues así es, mien­tras re­cuer­da20 quie­ro en­viar la co­mi­da que la ade­re­cen.
SEM­PRO­NIO. ¿Qué has pen­sa­do en­viar para que aque­llas lo­qui­llas te ten­gan por hom­bre cum­pli­do, bien cria­do e fran­co?
PÁR­MENO. En casa llena, pres­to se ade­re­za cena. De lo que hay en la des­pen­sa basta para no caer en falta: pan blan­co, vino de Mon­vie­dro, un per­nil de to­cino; e más, seis pares de po­llos que tra­je­ron este otro día los ren­te­ros21 de nues­tro amo; que si los pi­die­re, ha­ré­le creer que los ha co­mi­do. E las tór­to­las que mandó para hoy guar­dar, diré que he­dían. Tú serás tes­ti­go. Ten­dre­mos ma­ne­ra como22 a él no haga mal lo que de­llas co­mie­re e nues­tra mesa esté como es razón. E allá ha­bla­re­mos lar­ga­men­te en su daño e nues­tro pro­ve­cho con la vieja acer­ca des­tos amo­res.
SEM­PRO­NIO. ¡Más do­lo­res! Que por fe tengo que de muer­to o loco no es­ca­pa desta vez. Pues que así es, des­pa­cha, suba­mos a ver qué hace.
CA­LIS­TO. En gran pe­li­gro me veo,

en mi muer­te no hay tar­dan­za:

pues que me pide el deseo

lo que me niega es­pe­ran­za.

PÁR­MENO. Es­cu­cha, es­cu­cha, Sem­pro­nio. Tro­van­do está nues­tro amo.
SEM­PRO­NIO. ¡Oh hi­depu­ta, el tro­va­dor! El gran An­tí­pa­ter Si­do­nio,23 el gran poeta Ovi­dio, a los cua­les de im­pro­vi­so se les ve­nían las ra­zo­nes me­tri­fi­ca­das a la boca. ¡Sí, sí, desos es! ¡Tro­va­ra el dia­blo! Está de­va­nean­do entre sue­ños.
CA­LIS­TO. Co­ra­zón, bien se te em­plea

que penes e vivas tris­te,

pues tan pres­to te ven­cis­te

del amor de Me­li­bea.

PÁR­MENO. ¿No digo yo que trova?
CA­LIS­TO. ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!
PÁR­MENO. ¿Señor?
CA­LIS­TO. ¿Es muy noche? ¿Es hora de acos­tar?
PÁR­MENO. Mas ya es, señor, tarde para le­van­tar.
CA­LIS­TO. ¿Qué dices loco? ¿Toda la noche es pa­sa­da?
PÁR­MENO. E aun harta parte del día.
CA­LIS­TO. Di, Sem­pro­nio, ¿mien­te este des­va­ria­do, que me hace creer que es de día?
SEM­PRO­NIO. Ol­vi­da, señor, un poco a Me­li­bea e verás la cla­ri­dad; que con la mucha que en su gesto con­tem­plas no pue­des ver de en­can­di­la­do,24 como per­diz con la cal­de­rue­la.25
CA­LIS­TO. Agora lo creo, que tañen a misa. Daca26 mis ropas, iré a la Mag­da­le­na. Ro­ga­ré a Dios que ade­re­ce a Ce­les­ti­na e ponga en co­ra­zón de27 Me­li­bea mi re­me­dio, o dé fin en breve a mis tris­tes días.
SEM­PRO­NIO. No te fa­ti­gues tanto, no lo quie­ras todo en una hora; que no es de dis­cre­tos desear con gran­de efi­ca­cia28 lo que se puede tris­te­men­te aca­bar. Si tú pides que se con­clu­ya en un día lo que en un año sería harto, no es mucha tu vida.
CA­LIS­TO. ¿Quie­res decir que soy como el mozo del es­cu­de­ro ga­lle­go?29
SEM­PRO­NIO. No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. Y demás desto, sé que, como me ga­lar­do­nas el buen con­se­jo, me cas­ti­ga­rías lo mal ha­bla­do. Ver­dad es que nunca es igual la ala­ban­za del ser­vi­cio o buena habla que la re­pren­sión e pena de lo mal­he­cho o ha­bla­do.
CA­LIS­TO. No sé quién te avezó30 tanta fi­lo­so­fía, Sem­pro­nio.
SEM­PRO­NIO. Señor, no es todo blan­co aque­llo que de negro no tiene se­me­jan­za, ni es todo oro cuan­to ama­ri­llo re­lu­ce. Tus ace­le­ra­dos de­seos, no me­di­dos por razón, hacen pa­re­cer cla­ros mis con­se­jos. Qui­sie­ras tú ayer que te tra­je­ran, a la pri­me­ra habla, ama­no­ja­da31 e en­vuel­ta en su cor­dón a Me­li­bea, como si hu­bie­ras en­via­do por otra cual­quie­ra mer­ca­du­ría a la plaza, en que no hu­bie­ra más tra­ba­jo de lle­gar e pa­gar­la. Da, señor, ali­vio al co­ra­zón, que en poco es­pa­cio de tiem­po no cabe gran bie­na­ven­tu­ran­za. Un solo golpe no de­rri­ba un roble. Aper­cí­be­te con su­fri­mien­to,32 por­que la pru­den­cia es cosa loa­ble e el aper­ci­bi­mien­to re­sis­te el fuer­te com­ba­te.
CA­LIS­TO. Bien has dicho, si la cua­li­dad de mi mal lo con­sin­tie­se.
SEM­PRO­NIO. ¿Para qué, señor, es el seso, si la vo­lun­tad priva a la razón?33
CA­LIS­TO. ¡Oh loco, loco! Dice el sano al do­lien­te: Dios te dé salud. No quie­ro con­se­jo ni es­pe­rar­te más ra­zo­nes, que más avi­vas e en­cien­des las lla­mas que me con­su­men. Yo me voy solo a misa e no tor­na­ré a casa hasta que me lla­méis, pi­dién­do­me las al­bri­cias de mi gozo con la buena ve­ni­da de Ce­les­ti­na. Ni co­me­ré hasta en­ton­ces. Aun­que pri­me­ro sean los ca­ba­llos de Febo apa­cen­ta­dos en aque­llos ver­des pra­dos que sue­len, cuan­do han dado fin a su jor­na­da.
SEM­PRO­NIO. Deja, señor, esos ro­deos; deja esas poe­sías, que no es habla con­ve­nien­te la que a todos no es común, la que todos no par­ti­ci­pan, la que pocos en­tien­den. Di «aun­que se ponga el sol» e sa­brán todos lo que dices. E come al­gu­na con­ser­va, con que tanto es­pa­cio de tiem­po te sos­ten­gas.
CA­LIS­TO. Sem­pro­nio, mi fiel cria­do, mi buen con­se­je­ro, mi leal ser­vi­dor, sea como a ti te pa­re­ce. Por­que cier­to tengo, según tu lim­pie­za de ser­vi­cio, quie­res tanto mi vida como la tuya.
SEM­PRO­NIO. (Apar­te) ¿Crées­lo tú, Pár­meno? Bien sé que no lo ju­ra­rías. Acuér­da­te, si fue­res por con­ser­va, apa­ñes un bote para aque­lla gen­te­ci­lla que nos va más, e a buen en­ten­de­dor... En la bra­gue­ta cabrá.
CA­LIS­TO. ¿Qué dices, Sem­pro­nio?
SEM­PRO­NIO. Dije, señor, a Pár­meno que fuese por una ta­ja­da de dia­ci­trón.34
PÁR­MENO. Hela aquí, señor.
CA­LIS­TO. ¡Daca!
SEM­PRO­NIO. Verás qué en­gu­llir hace el dia­blo. En­te­ro lo que­rría tra­gar por más apri­sa hacer.
CA­LIS­TO. El alma me ha tor­na­do. Que­daos con Dios, hijos. Es­pe­rad la vieja e id por bue­nas al­bri­cias.
PÁR­MENO. ¡Allá irás con el dia­blo, tú e malos años! ¡E en tal hora co­mie­ses el dia­ci­trón como Apu­le­yo el ve­neno que le con­vir­tió en asno!35
Edición y notas © 2004 by Alberto del Río Núñez
11/27
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Fernando de Rojas, 1514
Por el mismo autor RSSNo hay más obras en Badosa.com
Fecha de publicaciónOctubre 2006
Colección RSSWorldwide Classics
Permalinkhttps://badosa.com/n266-11
Opiniones de los lectores RSS
Su opinión
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2021)