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Fecundación fraudulenta

Episodio 78

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Álvez se puso rígido, ensayó una queja:

—Pero doctor Santini, ¿no le parece ya demasiado?

El magistrado no le respondió, entraron todos nuevamente y, dirigiéndose al dormitorio del médico, se pusieron a revisar cuidadosamente la alfombra, pero no encontraron nada. Adolfo y Federico se acercaron a la puerta de salida, el juez los detuvo.

—Esperen por favor, ayúdenme a correr la cama.

Cuando lo hicieron, el juez advirtió que en la pared, justo bajo la cabecera del lecho, había un pequeño espacio que no tenía zócalo. Si bien el piso estaba cubierto por la alfombra, en esa parte no había sido pegada. Introdujo su mano en ese sector, comprobando que el parquet y parte del contrapiso habían sido removidos. Encontró una reducida cavidad, un cuadrado de aproximadamente cuarenta centímetros de lado, y adentro halló un sobre color madera. Santini lo tomó, mientras Álvez enrojecía y transpiraba, haciendo visible la desesperación que lo estaba invadiendo. Quiso quejarse, protestó entre balbuceos, pero luego prefirió guardar silencio. Santini abrió el sobre, era grande, dentro había varios papeles. Dijo en voz alta:

—Señores, voy a proceder a dejar constancia de lo que hemos encontrado. Tome nota, por favor, doctor Guerrino... Tenemos aquí, un testamento firmado por la señora Artigas... Está hecho a favor del doctor Álvez, para el caso de muerte de la señora, se lo designa como tutor de su hijo. Anote todo.

Adolfo y Federico se abrazaron emocionados, mientras Álvez se descomponía a ojos vista. El juez extrajo un segundo instrumento y manifestó:

—Tenemos también un dictamen profesional del estudio jurídico Suárez-Medellin-Dickinson, que consta de veinte fojas... Está dirigido al ingeniero Eulogio Farías, sobre una consulta concreta por él realizada. Los temas tratados son: acción de filiación, derechos del hijo, pruebas biológicas, particularidades en el caso de inseminación artificial. ¿Está escribiendo todos los detalles, doctor Guerrino?

—Sí —respondió el secretario.

—Bien, escriba —ordenó mientras sacaba un tercer documento—, se trata de una carta manuscrita, de carácter privado. Está dirigida a Esteban Álvez, la señorita Alicia Sandrelli es la remitente, solicita al doctor que le haga un legrado a su hermana menor de edad.

Luego sacó una pequeña libreta, en la cual había anotaciones hechas de puño y letra de Álvez. El magistrado dijo:

—Deje constancia de que había una libreta personal con anotaciones manuscritas. Aparentemente se trata del seguimiento de un embarazo, a partir de una práctica de inseminación artificial. La paciente se llama Juana... Es todo creo, ¡no!, todavía queda algo, un pequeño papel... Se trata de una factura del laboratorio González-Bouchez. Instrumenta el depósito de una muestra calificada como «oncológica», de carácter «confidencial», según reza entre comillas, para ser conservada en nitrógeno...

El magistrado miró su reloj y dirigiéndose a su secretario ordenó:

—Son las siete de la tarde, todavía debe de estar abierto. Aquí está la dirección, vaya inmediatamente, doctor Guerrino, no pierda un instante. Si no quieren atenderlo, demórelos un poco, yo terminaré el acta. Que no cierren el establecimiento hasta que yo llegue, ¿alguna duda?

—Voy inmediatamente —expresó obediente el doctor Guerrino.

Álvez reaccionó en ese momento diciendo:

—Yo me retiro, doctor Santini: esto ya es ofensivo.

—¡No! —contestó el juez—, usted se queda aquí.

—¡Agente!, ¡detenga al doctor Álvez!; hasta que concluyamos la investigación quedará bajo su control, ¿está claro? De todos modos, venga con nosotros ahora, luego lo llevará a la Seccional.

—Sí, señor Juez —asintió el policía respetuosamente—, yo me hago cargo.

A los quince minutos habían llegado al laboratorio; el doctor Santini pidió hablar con el responsable de la empresa. Los atendió un anciano de apariencia muy respetable que pese a manifestarse sorprendido, no dejó de tratarlos con cortesía, la presencia de un juez en lo penal, imponía respeto.

—Santiago Díez —dijo el hombre—, ¿en qué lo puedo ayudar?

Santini le mostró la factura del depósito, interrogándolo:

—¿Conoce esto?

—Por supuesto —respondió el viejo que los atendía—, pertenece a nuestra compañía, no es ningún secreto.

—Entonces —preguntó el juez—, nosotros podríamos tener acceso a este material, ¿ahora?

—No, eso no, fíjese bien, la leyenda dice que es confidencial... No puedo hacerlo sin orden judicial...

—Yo la redactaré aquí mismo —dijo el magistrado, y tomando un papel en blanco, rápidamente dispuso el registro.

A los pocos minutos, Santini entregó la orden al señor Santiago Díez y le comentó:

—Como verá, dispongo que este negocio sea registrado; dejo constancia de que se realiza fuera del horario permitido por considerar que existe peligro en la demora. No puede negarse al cumplimiento de esta orden.

—¿Qué debo hacer? —preguntó Díez.

—Deseamos ver la muestra que le dejó el doctor Álvez —explicó Santini—, la dejaremos aquí debidamente precintada. Es fundamental que se conserve en buen estado, nadie debe tocarla, lo hago a usted personalmente responsable de cualquier deterioro o cambio que sufra el material. Me imagino que se da cuenta de la responsabilidad que implica, ¿no?

—Pero, no es justo que se me comprometa de este modo —se opuso Díez disconforme—, yo no tengo nada que ver...

—Si usted lo desea —le ofreció Santini—, puedo comisionar a un agente aquí, ordenarle que se quede toda la noche para asegurarnos de que nadie tocará la muestra. Es una mayor garantía para usted, ¿le parece bien?

—No tengo inconvenientes —contestó el anciano—, de ese modo quedaré más tranquilo.

—Yo también —indicó el juez.

Todo hacía suponer que lo depositado por el ginecólogo era el esperma de Roberto Burán. El círculo se había cerrado. Adolfo y Federico salieron de allí pletóricos de entusiasmo; tenían ganas de gritar de alegría. Mientras tanto, Álvez era presa de la angustia. Repentinamente, su siniestro plan se había desbaratado, no era un hombre de derecho, pero no se necesitaba serlo para comprender que las pruebas en su contra eran abrumadoras. Con la cabeza gacha, ocultaba su fracaso y su vergüenza.

Santini le dijo a Esteban Álvez:

—Doctor, usted queda detenido; deberá declarar en la causa que se le sigue por defraudación y estará incomunicado. Agente, acompañe al doctor a la Comisaría, dígale al Comisario que su incomunicación debe ser absoluta, que personalmente constatare que esta orden se cumpla. Yo lo llamaré más tarde, e iré personalmente a la Comisaría a tomarle declaración. Doctor Guerrino, ocúpese por favor, que envíen rápidamente personal policial al laboratorio. También le pido que se ordene la detención de Juana Artigas; es menester hacerlo de forma inmediata, comuníqueme los resultados por favor.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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