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Fecundación fraudulenta

Episodio 75

Ricardo Ludovico Gulminelli
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A las 10:30, Federico y Adolfo se encontraron con Roberto en Tribunales. Se presentaron en el juzgado pidiendo hablar con el doctor Raúl Santini, juez de primera instancia en lo criminal, fueron atendidos de inmediato y conducidos al despacho del magistrado, cómodo y sencillamente amoblado.

Raúl Santini es un hombre joven, tiene cuarenta y un años de edad; a los veinte ya trabajaba como simple empleado en una secretaría penal. Ha acumulado una gran experiencia, ejerce su cargo con humildad pero también con energía. Muy delgado, sin ser escuálido, fibroso, nervioso, es ágil y fuerte, buen deportista. Su personalidad es dominante, sus convicciones firmes, reservado, cumple su función sin estridencias. Su descolorido semblante lo envejece, es calvo, sus sienes oscuras están salpicadas de canas.

Santini los recibió muy amablemente. El primero en hablar fue Federico Lizter. Dijo:

—Doctor Santini, nos hemos atrevido a molestarlo, porque nos preocupa una cuestión de suma gravedad. El doctor Burán se encuentra personalmente afectado, firma este escrito como denunciante y como particular damnificado. Está redactado con minuciosidad, quizás le parezca un poco cansador, pero le revelará todos los detalles. Le indicamos también qué tipo de medidas solicitamos y cuál es la razón del pedido; simplemente queríamos rogarle que, en lo posible, le diera máxima prioridad a nuestro asunto. El tiempo es vital, una demora puede significar que la investigación sea estéril. Además, le pedimos encarecidamente la más absoluta reserva, tememos que pueda haber alguna infidencia. No se ofenda, doctor, no desconfiamos de ningún empleado del tribunal; es sólo que el factor sorpresa es básico. Si se entera la otra parte, todo nuestro desgaste sería en vano... Por eso, consideramos conveniente tomar precauciones.

Santini clavó su mirada en Federico y acotó:

—Doctor Lizter, comprendo su inquietud, no se preocupe, hace muchos años que ejerzo esta función; sé cómo debo actuar. No me ofende su desconfianza, pero le rogaría que se limite a formular las peticiones pertinentes. Ahora, voy a leer detenidamente este escrito, los espero dentro de una hora. No se anuncien, directamente golpeen a mi puerta, yo los haré pasar... Buenos días...

A las 11:40, estaban nuevamente frente al juez, él estaba serio, reflexivo. Les dijo:

—Siéntense, doctores, he leído la denuncia: sin duda es una situación atípica. Entiendo que la presencia de ustedes frente a mi despacho, es un signo de seriedad. Usted, doctor Burán, supongo que ha previsto las consecuencias de sus serias imputaciones.

—Lo he pensado mucho, señor juez —dijo Roberto—, todo lo que digo, es la más pura verdad. Puede estar seguro de ello; de otro modo, jamás me atrevería a presentarme ante usted.

El magistrado continuó:

—En esta función he visto casos increíbles, reconozco que el suyo es uno de los más sorprendentes. La urgencia del pedido es más que evidente y son extremas las medidas que solicita. Es claro que, antes de allanar los domicilios del doctor Álvez y de la señora Artigas, tengo que meritar los riesgos. De todos modos, antes de tomar una decisión me gustaría escucharlo, doctor Burán. Quisiera que me contestase algunas preguntas...

—Las que usted quiera, estoy a su disposición —respondió Burán.

El magistrado prosiguió:

—Bien, doctor, dígame, actualmente, ¿qué relación tiene con la Señorita Alicia Sandrelli?

—En este momento, ninguna.

El magistrado siguió indagando:

—Doctor Burán, esta mujer, ¿estaría dispuesta a confesar que obtuvo fraudulentamente su semen?, ¿está seguro?

—Casi —respondió Roberto—, no creo que se vuelva atrás. Ella actuó bajo presión de Álvez, no lo hizo libremente, ni sabía el empleo que se le daría a mi esperma.

Federico Lizter intervino:

—Señor juez, creemos que la sola manifestación de los hechos implica que hay un trasfondo verdadero. Usted ya lo debe de haber percibido... Reconocemos que es grave allanar un domicilio, pero lo es más que se defraude a un inocente, que se utilice a una criatura para ganar dinero. El doctor Burán, como particular damnificado, tiene derecho a pedir los allanamientos. Son diligencias útiles, para comprobar el delito y descubrir a los culpables. Por otra parte, señor juez, es función del juzgado constatar la existencia del hecho punible, identificar a los responsables. El doctor Burán se hace plenamente responsable de sus acusaciones; si es necesario ofrecerá una caución real al juzgado. Garantizaremos la solvencia necesaria para asegurar que si hay perjuicios de los denunciados; éstos puedan ser resarcidos.

—Sé cuál es mi función, doctor Lizter, y qué garantías pedir. Mis preguntas, van enderezadas a obtener más información respecto de los hechos. Quiero saber por qué la señorita Alicia Sandrelli recién ahora confiesa su culpabilidad.

—Porque lo considera justo —dijo Adolfo—, ella se encuentra muy avergonzada. Quiere enmendar sus errores, es una buena persona, doctor Santini.

El magistrado, siguió preguntando:

—¿Y están seguros de que encontrarán algo en los domicilios que pretenden allanar?

—No, doctor —respondió Federico—, pero estamos obligados a intentarlo, cuanto antes.

—No se impaciente, Lizter, usted es muy apresurado...

—Lo siento —dijo Federico—, debe comprenderme, la víctima es de mi íntima amistad, señor juez. Sé que su versión es verídica y me inquieta la posibilidad de que desaparezcan las pruebas. No queremos causar un perjuicio innecesario, sólo pedimos que se retenga la documentación que tenga estricta relación con el ilícito denunciado. Si no existen tales constancias, no se retirará ningún instrumento.

El doctor Santini manifestó:

—Escúchenme, doctores, son las doce y veinte, ¿creen que para la una pueden estar aquí las señoritas Cáceres y Sandrelli?

—No habrá problemas, las traeremos —dijo Adolfo.

—Está bien, háganlo, yo los esperaré. Quiero contar con su testimonio, luego resolveré...

Exactamente a la hora indicada, Estela Cáceres y Alicia se presentaron ante el Tribunal. Personalmente, Santini les tomó la declaración, sin que ninguna persona del juzgado se enterara. Su exposición fue ratificatoria de la denuncia; el juez se tomó veinte minutos para resolver, luego llamó a los tres abogados amigos y les dijo:

—Doctores, he tomado ya una decisión. Dadas las circunstancias, considero que hay suficientes indicios como para ordenar el allanamiento de los tres domicilios indicados. Creo que allí pueden hallarse objetos útiles para el descubrimiento y comprobación de la verdad. Me he comunicado telefónicamente con la Comisaría Primera, he dado instrucciones al Comisario para que ponga a disposición del juzgado personal idóneo. Mi secretario, el doctor Guerrino, estará presente en la diligencia que se realizará en la casa de la señora Artigas. Mientras tanto, iré personalmente al consultorio del doctor Álvez. Estas dos diligencias se realizarán simultáneamente para evitar que los imputados puedan eliminar pruebas. Mientras tanto, personal policial se asegurará de que nadie entre al departamento alquilado por el doctor Álvez. Lo allanaremos en último término. Solamente se retendrá documentación que guarde una estricta relación con el delito denunciado. El registro se hará en presencia de los interesados, o de la persona que haga sus veces. Si no estuvieran presentes los denunciados o sus representantes, la diligencia se cumplirá ante dos testigos. Les aclaro que el personal policial ignora qué domicilios serán allanados. Recién en el momento de hacer efectiva mi orden, tendrán conocimiento. Sugiero que nos encontremos en el juzgado, a las 17. Los policías que colaborarán para que se realicen las medidas estarán aquí a esa hora. Pueden leer ahora la resolución, el expediente quedará en mi despacho, ¿alguna pregunta?

Luego de un prolongado silencio, Roberto habló:

—No, doctor, simplemente agradecerle su diligencia, su responsabilidad.

—Cumplo con mi obligación, nada más —dijo Santini—. Debo retirarme, los dejo en compañía de mi secretario, el doctor Carlos Guerrino. Hasta luego, doctores.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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