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Fecundación fraudulenta

Episodio 61

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

Roberto se quedó paralizado, repentinamente le traían noticias de la hermosa muchacha.

—¿Para qué te fue a ver?

—Quería decirme ella misma lo que había pasado. Estuvo esperando que se te pasara el dolor inicial, para darte todas las explicaciones que vos quisieras. Dijo que se encontraba a tu disposición. Creo en su historia, pienso que es sincera. No justifico lo que hizo ni lo condeno, tal vez no tuvo otra salida. Vendió el departamento que vos le regalaste en treinta mil dólares. Dice que la plaza inmobiliaria está muy mal, que considerando esta circunstancia sacó un precio bastante elevado. Te agradece enormemente el gesto que tuviste al regalarle una vivienda, pero no acepta quedarse con ella. Piensa que vos comprenderás... Te pide perdón por haberte hecho padecer tanto, me juró que jamás fue su intención, que no te dijo la verdad por temor a perderte. Asegura que no tenía opción, que estuvo obligada a mentir... En casa tengo los dólares que me entregó, mañana te los daré.

—Hubiera preferido que se quedara con el departamento —dijo él—, ahora otra vez está desamparada económicamente. Es una buena chica, se merece tener suerte, ¿que más te dijo?

—Que murió el papá —dijo Julieta—. Ahora no tiene más miedo de que se sepa toda la verdad. Habló con Mabel y le contó todo sobre la extorsión de Álvez. Las dos están dispuestas a testificar ante la justicia, expresando todo lo que sucedió. Se ofrecen incondicionalmente a hacerlo, incluso confesando la interrupción del embarazo...

Roberto quedó pensativo, pidió dos cafés más, luego comentó:

—Es loable que se ofrezcan a colaborar, pero inútil... En primer lugar, ningún sentido tiene hablar del aborto de Mabel, ya que jamás podrá probarse nada al respecto; sería la palabra de ellas contra la de Álvez. Además, lo que hay que demostrar es que me sustrajeron semen, las otras circunstancias no son importantes. Este tema ya lo conversé con los muchachos, cuando volví de Aluminé. Ningún juez le dará importancia al testimonio de mi ex amante. Mabel solamente sabe lo de su legrado, lo demás siempre lo desconoció. Tampoco será relevante su declaración, aunque puede servir como un elemento accesorio, de incidencia colateral en el proceso, pero no sería decisivo. De todos modos, me place que brinden su ayuda, creo que ambas son bondadosas. ¿Cuándo murió el padre de Alicia?, no me enteré.

—Porque no falleció aquí, sino en Ayacucho, hace un mes, en casa de unos primos. Lo velaron allí, para no trasladarlo hasta Mar del Plata. Toda la familia viajó para asistir al velorio; no te quiso avisar, para que no te sintieras comprometido.

—Me hizo un favor, no sé qué hubiera hecho —expresó él—. ¿No te contó nada más?

—Que yo recuerde, no.

—Bien, Julieta, tendré que empezar a prepararme; ahora que ha nacido el chico, tendremos noticias pronto. Seguramente me demandarán para que reconozca la filiación. Según me comentó Allegri telefónicamente, tienen preparado el escrito.

—¿Él te llamó?

—Sí, quería hablar conmigo para pasarme un ofrecimiento concreto. Parece que Juana Artigas quería «darme la oportunidad» de llegar a un acuerdo. Bajaron sus pretensiones a ochocientos mil dólares; si los pago en forma inmediata, retirarán sus cargos y firmarán lo que yo quiera... Me dio a entender que me devolverían el esperma restante. Pero no es tan fácil, los derechos del chico son irrenunciables. Podrían recibir el dinero y luego volverme a hacer el mismo planteo. Es complejo el tema, además no quiero transigir con gente de esta calaña, sería degradante. Sé que me puede costar mucha plata, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.

—¿Qué es lo que más te preocupa, papá? ¿El dinero?

—Mirá, al principio me parecía que era fundamental. Me angustiaba pensar que estaba siendo víctima de una defraudación, que había perdido a Alicia, que mi vida podía complicarse enormemente. También me dolía el perjuicio económico. Lo que no me inquietaba demasiado era el chico. En realidad ni siquiera había tomado conciencia de que sería realmente mío. A medida que fue pasando el tiempo, me fui acostumbrando a la idea. Paulatinamente fui asumiendo que esa criatura merecería mi apoyo, que no podía desconocerlo. Me resultaba dificultoso, porque aceptarlo lisa y llanamente significaba someterme a los bajos designios de su madre y de Álvez. Recién en Buenos Aires, con el doctor Bareilles y su hija, descubrí que no estaba dispuesto a renunciar al chiquito. Menos a dejarlo librado a su suerte, a los manejos de Juana Artigas. ¿Vos que opinás?, ¿te parece que hago bien?

—No esperaba otra cosa de vos, papá, aunque te confieso que por una parte me molesta, es como si me metieran un intruso en casa. El saber que la mitad de su sangre es de esa víbora me produce asco, pero, por el cincuenta por ciento que te corresponde a vos, merece nuestro afecto. Creo que no podemos cerrar los ojos a esta realidad: el chico no tiene la culpa. Estoy totalmente de acuerdo con lo que estás haciendo; en cuanto a la parte económica, no te diré que me agrada que me den un manotazo, en lo que se supone será mi herencia. No soy tan altruista, pero hago esfuerzos para ser menos egoísta, después de todo es tu plata. Si vos reconocés al bebé, es lógico que tenga todos los derechos que le corresponden como hijo. Lo único que espero es que no sigan embarazando a otras mujeres, ya que todo tiene un límite, si vinieran diez hermanitos más, creo que ya no podría ser tan razonable. ¿A vos te parece que ellos son capaces de hacerlo?

—Yo lo dudo, Julieta; según Bareilles es muy improbable, ya que de este modo su versión sería menos verosímil, espero que esté en lo cierto. Mientras tanto, Álvez y Juanita me quieren sacar una cantidad astronómica. Para pagarla, tendría que vender un campo. Hay algo que quiero advertirte, querida: he recibido amenazas telefónicas. Un hombre habló conmigo, supongo que debe de haber sido Álvez, porque me aconsejó que aceptara la oferta de Allegri, la de ochocientos mil dólares. Me dijo que, si no lo hacía, me atuviera a las consecuencias. Aseguró que iba a embarazar a otras mujeres para que yo sufriera, para que hubiera varios hijos míos andando por el mundo. Se reía diciendo que ya tenía algunas candidatas y que tuviera cuidado con la salud de mi hija. ¿Te das cuenta, Julieta?, no hay que confiarse... No quiero descartar ninguna posibilidad, incluso la de que atenten contra nuestra vida. No te olvides que así aumentarían la herencia del chico. Por eso, te pido que durante estos meses tomes precauciones especiales. Nunca salgas sola de noche, ni vayas por lugares peligrosos. No te asustes, pero conviene que seas precavida, ¿está bien? Jurame que te cuidarás...

—Te lo juro —dijo Julieta—, aunque me resulta difícil no asustarme. Estos tipos son capaces de cualquier cosa.

—Mejor es que pienses así —dijo él—. Bueno, querida, volvamos que ya es tarde.

Ella lo detuvo, diciéndole:

—Esperá, me olvidaba de algo: Alicia me dijo antes de irse dos cosas. Una de ellas, que estaba a disposición tuya, o de la policía, para dar detalles de todo lo que había vivido. La otra, que si pensabas averiguar cosas de Álvez, la persona indicada podía ser Estela Cáceres.

—¿Quién es ella?

—La secretaria de Álvez —contestó Julieta—. Al parecer esta mujer no tiene muy buena onda con su patrón. No me explicó detalles, pero sí me dio a entender que está resentida y que ella puede servir de enlace. Esta empleada llegó a simpatizar con Alicia y al final fue muy amable con ella. Le comentó que Álvez era una mala persona, que la trataba muy desconsideradamente.

—Lo tendré en cuenta —dijo él—, ¿vamos?

—Vamos —asintió Julieta.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónFebrero 2001
Colección RSSNarrativas globales
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