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Fecundación fraudulenta

Episodio 60

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Lunes, 15 de enero de 1990

—Creo que se parece a vos, ¿no es así papá?

Julieta Burán estaba conmovida: ese pequeño ser, casi con seguridad era su hermano, siempre había querido tener uno, pero no en condiciones tan ingratas. Estaban en la «Clínica del Jardín», en pleno centro de Mar del Plata. Habían ingresado subrepticiamente, preguntando en la enfermería cuál de los niños era el hijo de Juana Artigas. Así llegaron a verlo, un varoncito gestado en solo ocho meses, que parecía muy saludable. No había herederado la apariencia morisca de su madre, Roberto se sintió complacido por eso; tenía el pelo castaño como él y su piel no era tan oscura como la de Juana.

—Tenés razón Julietita —dijo Burán—, se me parece.

Estaba visiblemente emocionado, todavía no había asimilado el impacto: su hijo había nacido. Desde que Alicia le había contado la verdad, aguardaba este momento, pero igualmente sintió el golpe. Julieta y él, tiernamente abrazados, lagrimeaban.

«Me siento incómodo», pensó, «estoy desempeñando un papel insólito: soy nada menos que el padre de esta criatura y sin embargo estoy contemplándola como si fuera un ladrón, furtiva, secretamente. Este chico que quieren atribuirme es evidente que lleva mi sangre. En sus genes, estará grabada la historia de mis ancestros; puedo ver rasgos familiares en su rostro, gestos conocidos. La lucha será muy dura, tendré que ser fuerte, debo evitar que Juanita se salga con la suya, que perturbe el desarrollo de este niño. Su influencia sería terrible; si no hago algo, mi hijo aprenderá a odiarme, a considerarme un padre desalmado, un mero deudor de una cuota alimentaria. No quiero que se transforme en una persona sin escrúpulos como su madre, no soporto esa idea...»

Julieta Burán había acompañado a su padre voluntariamente; quiso respaldarlo, darle afecto en esa difícil coyuntura; tenía además curiosidad, deseaba conocer a su hermano.

Julieta es una adolescente sensible, lúcida, siempre tiene a mano una rápida respuesta. Introvertida, no desnuda fácilmente sus sentimientos, que los tiene y muy profundos. Un entrañable cariño la une a sus padres; gracias a ello, soportó su divorcio sin daño psíquico de consideración. Es atractiva, de mediana estatura, cutis muy blanco y ojos claros. No se caracteriza por tener una desbordante sensualidad, aunque no carece de ella. Reacciona enérgicamente ante la agresión externa, posee una voluntad firme y un carácter fuerte. Orgullosa, le duelen las ofensas y jamás olvida una traición. Ve el sexo con naturalidad, pero con respeto; es moderna, elegante y aficionada a la lectura. Como a su padre, la impulsa un insaciable afán de superación. Nunca censuró los actos de Roberto, es naturalmente tolerante, lo quiere demasiado como para limitarlo, como para someterlo a presiones. No se opuso a su relación con Alicia, aunque presentía que la enorme diferencia de edad era un obstáculo insalvable, su padre fue el primero en reconocerlo, por lo tanto, ella aceptó ese vínculo sin mayores preocupaciones. Le agradó que él fuera feliz. Cuando se enteró de la extorsión que sufría, inmediatamente estuvo a su lado. Padre e hija están íntimamente entrelazados, el diálogo entre ellos es fluido, sustancial.

Al salir de la clínica, estaban los dos decaídos; no era común ver a un familiar tan próximo, como si fuera un extraño, clandestinamente. La visita les había dejado un sabor amargo; fueron a tomar un café a una confitería cercana.

—Papá, ¿no la viste más a Alicia?

—No, ¿por qué me lo preguntás?

—Por nada, ¿te molesta hablar de ella? Si querés cambio de tema.

—No me molesta, Julieta; creo que no debo eludirlo. Es fundamental afrontar la realidad... La verdad, tengo miedo de encontrarme con ella, no sé qué podría pasar. Al principio, cuando me enteré de lo que había hecho, algo se murió dentro de mí. Me sorprendió comprobar que no sentía por ella absolutamente nada, ni siquiera rencor, sólo indiferencia. Intuía que esa sensación era una defensa de mi subconsciente, no quería sufrir. No me equivoqué, fijate que ahora, lentamente, voy sintiendo cosas. Es como si estuviera redescubriendo a Alicia, rescato momentos, experiencias, conductas de ella... La llevo conmigo.

—Todavía la querés, ¿no papá?

—No sé, todo ha cambiado por más que me duela; es como ver que un objeto querido se ha roto: podrás sufrir, intentar recomponerlo, pero nunca volverá a ser el mismo.

—Yo quería decirte algo: Alicia vino a verme hace dos días.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónFebrero 2001
Colección RSSNarrativas globales
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