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Fecundación fraudulenta

Episodio 44

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Viernes, 22 de diciembre de 1989

—Por favor, pase doctor Burán. El doctor Allegri lo está esperando.

Una elegante secretaria lo acompañó hasta el despacho del letrado de Juanita Artigas. Especializado en derecho de familia, Allegri había adquirido un merecido prestigio y fama de duro, de hombre inflexible con sus ocasionales adversarios. En lo estrictamente personal, era de carácter huraño, un misántropo solitario, sin amigos. Se había refugiado en su profesión, único ámbito en el cual se consideraba importante, ya que en el familiar se sentía despreciado y tanto sus hijos como su mujer lo subestimaban. Había motivos para ello, ya que Allegri era avaro, miserable, atesorador compulsivo de cada moneda; su mezquino espíritu de hucha le compelía a ahorrar hasta en lo absurdo. Por esta causa, durante los fríos meses de invierno, para no gastar, prescindía de la calefacción, viviendo sin confort alguno. Considerando que había acumulado un patrimonio que le hubiera permitido vivir holgadamente, el repudio que le dispensaban sus familiares estaba justificado. Tenía sesenta años de edad, era de baja estatura, calvo, de cabellos castaños veteados de blanco. Sus ojos negros miraban celosamente, analizándolo todo con velada reserva; sin duda no era un personaje agradable ni sensible, pero Burán estaba dispuesto a intentar conmoverlo como fuera. En principio, diciéndole toda la verdad...

—Doctor Allegri, mucho gusto, hace tiempo que no lo veía, le agradezco que me haya recibido tan rápido. Comprenderá que me encuentro muy preocupado por la gravedad de sus imputaciones...

—Perdone, doctor Burán, no son mías, sino de mi clienta. Le ruego que desde el primer momento aclaremos este punto. Solamente estoy cumpliendo con una función profesional. Represento a una mujer que ha contratado mis servicios. Debo hacerlo del modo más eficiente, como es mi obligación.

—Por supuesto, doctor Allegri, de ninguna manera pretendo cuestionar la licitud de su intervención... No obstante, me parece conveniente que dialoguemos para esclarecer el trasfondo de esta cuestión. Supongo que le interesará conocer la realidad...

—Sí, por supuesto, aunque le advierto que la conozco por boca de mi representada en la cual comprenderá usted que debo confiar. Además, la versión de ella es absolutamente verosímil. De todos modos, escucharé atentamente la suya...

—Bien, doctor —dijo Roberto—, su clienta es una estafadora. En complicidad con un médico, el doctor Sebastián Álvez, se hizo inseminar artificialmente con esperma mía, que obtuvo fraudulentamente... Supongo que debe de tener un embarazo que genéticamente se me puede adjudicar, pero jamás tuvo relaciones sexuales conmigo.

—Discúlpeme, Burán, le ruego que modere sus expresiones. Usted se está refiriendo a una persona a la que yo asesoro. No puedo permitir que se le falte el respeto de esa manera. Se expresa con demasiada liberalidad, imputando un delito muy grave a la señora Juana Artigas. En cuanto a ese doctor Álvez que referencia, no lo conozco. Lo único que sé de él es que atiende a mi clienta como ginecólogo y que podrá declarar como testigo de que usted la acompañó a su consultorio, para ver si ella estaba embarazada.

—Eso no es cierto, doctor, jamás estuve allí. Ese hombre miente, le repito que es cómplice de Juana Artigas, una vez le gané un importante pleito. Por esa causa, me odia profundamente. Con su clienta he tenido una relación efímera hace muchos años, que tampoco tuvo ninguna concreción. Jamás me acosté con ella. Hace poco me vino a visitar con la excusa de que la asesorara en un problema contractual que se le había planteado. Me negué a hacerlo... Para convencerme, me pidió perdón por la actitud que había tenido anteriormente. Habrá venido en total tres veces a mi estudio. En todas sus visitas se comportó extrañamente, como para configurar un antecedente favorable a su actual reclamación. Salió dos veces de mi despacho acomodándose la ropa, como si hubiera pasado algo conmigo dentro. Mis secretarias la vieron y seguramente serán citadas como testigos, todo es un verdadero complot. Usted sabe que soy un profesional serio; de ningún modo vendría aquí a contarle esto si fueran falsedades.

—Doctor Burán, no pongo en duda su seriedad, pero comprenderá que estoy obligado a darle crédito a mi mandante. Por otra parte, le reitero, debo confesarle que la versión de ella, me parece creíble, la suya, en cambio, tiene ribetes fantásticos. ¿Me querría explicar cómo llegaron, según usted, sus espermatozoides al útero de la Sra. Artigas?

—La explicación es muy sencilla, Allegri, esta gente ha escogido un camino tortuoso. Como sabían que jamás accedería a las propuestas amorosas de su clienta, extorsionaron a una hermosa muchacha para que me sedujera. Cuando tuve contacto sexual con ella, aduciendo temor a quedar embarazada, me pidió que usara un preservativo. Ella posteriormente guardó mi semen, dándoselo a Álvez.

—Pero, doctor Burán, ¿no le parece que su historia es algo inconcebible? Por favor no se ofenda, pero parece propia de una telenovela, la realidad no es tan sofisticada.

—Doctor Allegri, ¡no me diga eso!, nosotros los abogados bien sabemos que es multifacética, que supera la más afiebrada imaginación.

—Son sus palabras, doctor Burán; su relato parece fruto de una mente febril. No se enoje, pretendo ser sincero con usted, después de todo no sería serio si no actuara así. Mire, la señora Juana Artigas ha venido a este estudio planteándome un problema personal, lamentablemente demasiado común... Es habitual también que los padres no acepten reconocer a los hijos que engendran fuera del matrimonio. Yo no voy a poner en discusión las razones que usted tiene para no querer aceptar su calidad de padre, pero comprenderá que tampoco le puedo admitir que discuta mi derecho a defender a mi clienta hasta las últimas consecuencias.

—Perdone, Allegri —dijo Roberto irguiendo la cabeza—, no me ha entendido. No he negado ser el padre de la criatura que está gestando Juana. Simplemente le he dicho que supongo que ha quedado preñada por medios artificiales, mediante una maquinación fraudulenta... ¿No ha quedado claro esto?

—Está bien Burán, no se sulfure, le repito que no es mi intención ofenderlo... Pero no sé adónde quiere llegar, ¿qué es lo que pretende de mí?

—Que conozca la verdad y que obre de acuerdo con ella según su conciencia le dicte.

—Disculpe, doctor Burán, pero para mí, mientras no se demuestre lo contrario, la única verdad es la que me ha contado mi representada. Le reitero, doctor, no se sienta agraviado, pero ¿le parece lógico insistir en su descripción de los hechos? Podría ayudarlo... Si usted quiere llegar a un acuerdo, tengo algunas instrucciones de mi poderdante. Ella no está interesada en que usted reconozca su paternidad; es más, está dispuesta a aceptar que usted no es el padre del bebé que está gestando.

—Eso no es posible —dijo Burán.

—Sí, ya sé lo que me va a decir, que el derecho a reclamar la filiación no es renunciable porque pertenece a su hijo exclusivamente y es de orden público. Estamos de acuerdo en eso, pero podríamos buscar alguna solución alternativa. Por ejemplo, que otro hombre reconociera ser el padre... Sé que siempre quedarán riesgos flotando en el aire, pero, luego de un convenio económico —dijo sonriendo sugestivamente Allegri—, serán casi inexistentes. Después de todo, esto sería lo máximo que se podría lograr. En síntesis, mi clienta quiere que la compensen patrimonialmente; estima que tiene derecho a reclamar por su hijo lo que por ley le corresponde. No goza de una buena situación económica y enfrentar la vida sola le resultará muy duro. Veo comprensible que pretenda una seguridad, por otra parte usted está en condiciones de dársela.

—¿Y qué pretende ella?

—Bueno, tómelo con calma, la suma que solicita es importante, pero no me parece desatinada habida cuenta de las circunstancias. Para que lo considere en detalle, voy a tratar de ser gráfico... El niño, una vez aceptada su condición de hijo, tendrá derecho, como usted no lo ignora, a una cuota alimentaria. No hay dudas de que sería importante. Piense solamente que es normal que se fije como mensualidad, entre un veinte y un cuarenta por ciento de los ingresos del alimentante, o más en algunos casos... Es notorio que usted es un hombre de una gran fortuna, que ha heredado muchos bienes. No desconocerá que someterse en este aspecto a una decisión judicial, sería arriesgado. Me parece indiscutible que mi clienta tenga asegurada la manutención de su hijo hasta su mayoría de edad; contradígame si no está conforme con mi razonamiento. Bien, doctor Burán, estas circunstancias nos demuestran el importante interés económico comprometido. Pero falta lo sustancial: el derecho a su herencia.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónEnero 2001
Colección RSSNarrativas globales
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