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Fecundación fraudulenta

Episodio 43

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Con los ojos húmedos, súbitamente deprimido, les dijo a sus amigos:

—¿Se dan cuenta de que si no hago algo, dentro de pocos meses va a venir al mundo un hijo mío? Un chico que es fruto del engaño, de la defraudación, ¿han pensado lo que significará para mí? Un inocente que va a ser dado a luz por una mujer que me asquea, una inmundicia humana, mi sangre estará mezclada con esa mierda y no lo puedo evitar... Si pudiera interrumpir el embarazo...

—No está previsto —dijo Federico—, no veo cómo.

Adolfo agregó:

—Hay una figura parecida en caso de violación. La ley permite a la mujer violada que se practique un aborto. Esto por lo menos en el plano teórico, porque un juez debe dar su autorización. Cuando se obtiene, generalmente es tarde. Ya saben que nuestra justicia es fantásticamente rápida —agregó irónicamente—. Tuve un caso una vez: un colectivero embarazó a una quinceañera débil mental. El padre estaba angustiadísimo, hice la denuncia inmediatamente. Me tuvieron dando vueltas varios meses, el tipo no aceptaba ser el violador. Finalmente tuve que decirle al juez que no se tomara el trabajo de resolver, el borrego ya había nacido. Al menos creo que fue normal, parece que no salió tarado como la madre. Y bien, ¿no podríamos decir que vos en este caso, fuiste indirectamente víctima de una especie distinta de violación? Te afanaron los espermatozoides para preñar a una hembra que vos no te fifaste, con el ánimo de causarte un perjuicio económico. No hubo voluntad de tu parte. Moralmente al menos, me parece que tenés derecho a reclamar que la hagan abortar. ¿Qué piensan ustedes?

—Pienso que lo que decís es una fantasía —refutó inapelablemente Federico—, el caso de la violación está expresamente previsto. Es una excepción que requiere una norma expresa. Cuando no la hay, resulta imposible practicar un legrado. Además, ¿cómo probarías que Roberto fue estafado? Sinceramente, me parece imposible.

—Está bien, está bien —aceptó Adolfo—, pero no me van a negar que valía la pena considerarlo, ¿no?

—Sí —dijo Roberto—, no quiero descartar el análisis de nada, aunque parezca absurdo.

—¿Y vos sabés, de cuánto tiempo está embarazada esta turra? —preguntó Fernando.

—Según la carta, de aproximadamente siete meses —respondió Burán.

—¡Mierda!, bastante —exclamó Adolfo.

—Creo que es posible, porque coincide con la fecha en que tuve mi primera relación con Alicia. Si Juana Artigas fue embarazada enseguida, la gestación debería tener más o menos ese avance.

Fernando apoyó su mano en el hombro de Roberto y le preguntó:

—¿Qué vas a hacer con Alicia?, ¿creés que ella tiene algún tipo de complicidad? ¿Cómo quedaste con ella?

—Mal, ¿como te suponés que podría haber quedado? —dijo Roberto—. Para el diablo, te diría. Ya te expliqué que me fui de su lado apenas me enteré de lo que había hecho. La dejé en la hostería de Aluminé, sola. Para ser sincero, debo decirte que no puedo concebir que haya actuado dolosamente. Creo en su versión, aunque me siento tan infeliz por lo que está sucediendo, que es como si algo se hubiera muerto dentro de mí. No siento nada por ella; repentinamente se ha convertido en una extraña. No sé todavía si es por efecto de algún inconsciente mecanismo de defensa, pero lo cierto es que no quiero verla. Ella tendría que haber imaginado que había algo muy sucio detrás de todo esto... Pudo haberlo hecho, sin embargo no vaciló en engañarme. Nunca me reveló la verdad, sólo cuando se vio perdida. Tuvo una conducta que muy difícilmente pueda digerir, la relación está irremediablemente viciada. Aunque la perdonara, ya es tarde. Pese a todo, te aseguro que no le guardo rencor, al contrario, todavía tengo un gran afecto por ella. Pero ese vínculo tan hermoso que teníamos está herido de muerte, ¿te das cuenta? En cuanto a lo que voy a hacer con ella, te diría que nada, simplemente no pienso darle más pelota. Me va a costar superarlo; yo era muy feliz a su lado, pero igual era muy improbable que durara, había mucha diferencia de edad. Además, ya me ha tocado antes dejar de querer a la fuerza, a pura voluntad. Es doloroso, pero no imposible, te repito, ya lo he logrado alguna vez...

—Pensalo bien —dijo Fernando—, a veces hay que conocer cuáles fueron todas las circunstancias, quizás no tuvo opción.

—No te enojés, Robi —comentó Adolfo sonriendo y dándole suaves palmadas en la espalda—, después de todo, tendrías que agradecerle los servicios prestados a Alicia.

—¿Por qué?, no entiendo —dijo sorprendido Roberto.

—Claro —insistió Adolfo—, gracias a ella, tus espermatozoides cotizarán en Bolsa, ¿no te parece bárbaro?, ¡los únicos en el mundo!, ¿no te emociona pensar que serás un hombre famoso? Casi te lo aseguraría, figurarás en el conocido libro Guinness de récords, ¿sabés cómo te llamarán? Te lo diré: ¡el hombre del polvo más caro de todos los tiempos!, ¡qué bueno, che!

—Vas a tener más hijos que el General Urquiza —agregó Federico, riendo también.

—Te vas a fundir —agregó Adolfo—, tendrás que fifar más barato, Roberto. ¿Querés una solución simple?, te recomiendo la masturbación, por otra parte es más sana, ¡qué querés que te diga!

Sus tres amigos rieron conjunta y estrepitosamente y se abrazaban mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos. Toda la tensión que habían acumulado durante el día, la liberaron en ese momento. Roberto, primero ofició de simple espectador, luego se unió espontáneamente al coro de carcajadas.

—¡Soy un piola bárbaro! —decía ruidosamente—, ¡un playboy!

Roberto estaba acostumbrado a reírse de sí mismo, pero sabía que había negros nubarrones en el horizonte de su vida. La tempestad se aproximaba.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónEnero 2001
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n101-44
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