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Fecundación fraudulenta

Episodio 36

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

Se levantaron a las diez de la mañana y tomaron un suculento desayuno, con la idea de no almorzar; tenían pensado salir en lancha y pescar hasta que anocheciera. Zarparon al mediodía aunque no era la mejor hora de pesca; en realidad, esto no les importaba demasiado, lo que más deseaban era disfrutar del sol que ese día se les prodigaba. Ni una brizna de viento, ni una nube que empañara la esplendorosa luminosidad de esa jornada. Se dirigieron directamente a la lejana costa, que desde el ventanal habían admirado poco antes. Cerca de ella, estaba la desembocadura de un arroyito siempre recordado por Burán, el Chañí. Navegaron casi seis kilómetros para llegar hasta ahí, pasando a través de las numerosas islas que se interponen en el camino como portentosos mojones. Cuando llegaron, Roberto detuvo el motor de la embarcación a unos cincuenta metros de la playa y le dijo dulcemente a Alicia:

—Mirá, querida, ésta es la hora ideal para contemplar el fondo del lago, los rayos del sol caen a pico. La absoluta calma que reina hace que las aguas se conviertan en un gigantesco espejo que refleja fielmente montañas y bosques. Observá un poco y notarás que se produce una verdadera duplicación del paisaje. Si sacáramos una fotografía, no se podría distinguir claramente cuál es el real y cuál el reflejado.

—Tenés razón, Roberto, no lo había advertido, es como una gigantesca postal.

—Mucho más que eso, querida. Aquí podemos sentir este aroma salvaje, la síntesis de toda la vida que nos rodea. Podemos disfrutar de la caricia del aire, de este cálido sol que nos hace hervir la sangre. Es como estar integrados en la naturaleza, como insertados en un mundo palpitante, inmenso, quizás hostil, pero incomparablemente bello. Esta paz... Nunca como aquí pude encontrarla. Mirá allí, ésas son avutardas, nadan con sus pichones en pleno aprendizaje. Más allá, esa isla que ves a la izquierda, es la Del Cabrón. Era en mi juventud un lugar casi sagrado, pensábamos que había pique seguro. Esa montaña tan extendida se llama la Bella Durmiente; a sus pies hay una hostería del mismo nombre, próxima a la orilla del lago Moquegüe. Ésa más cercana, que es como una olla, es el volcán Batea Mahuida, en su interior hay un espejo de agua que carece de peces. En la punta de aquella larga península que se ve hacia el oeste, se encuentra el lugar más fascinante de la región. Se trata de una estrecha ensenada, una límpida entrada de agua. Se puede ingresar cómodamente en lancha. La proa encalla en la playa, se hunde en la blanquísima arena, sin que la hélice de la pata del motor toque fondo. Es un lugar de ensueño, rodeado de acantilados de piedra salpicados de vegetación. Desde la altura, se ve gran parte de la costa, las islas a la derecha y la totalidad del fondo de la bahía. El panorama es espléndido, además, como el viento viene siempre del oeste, el monte sirve de reparo. Allí jamás hace frío ni hay siquiera una leve brisa, cuando hay sol, se transforma en un horno y hasta el lago se entibia. Es uno de esos lugares que lo hacen soñar a uno. Pese a que no soy partidario de esclavizarme a las cosas, ni al pasado, debo reconocerte que amo ese minúsculo paraíso. Cuando lo conocí, solamente se podía llegar caminando o por agua. Ahora llega hasta la punta un camino de tierra, mi refugio ya no es el mismo; ha sido invadido por hordas de turistas. Desperdigan residuos, latas, todo lo ensucian. Lastiman mis árboles, este reducto ya no tiene el mismo hechizo que antes tenía... Perdió su virginidad, pero aún lo amo, Alicia. Pese a todo, sigue siendo estupendo. Percibo en él mucho más que lo visible, imágenes de un lejano pasado poblado de ausencias... En la orilla de la cala, mi hija cuando era pequeña, con su pancita apareciendo bajo la camiseta. Mi madre, temerosa de bajar de la lancha, las exquisitas truchas a la parrilla, tantos momentos, días felices de mi juventud. Este lugar es como un cofre de recuerdos. Visitarlo es como abrirlo y contemplar viejas fotografías. Me emociona hasta las lágrimas... Mañana te llevaré a verlo, quiero que lo conozcas.

—Me encantará ir —dijo Alicia acariciándole la nuca—, ya lo quiero a través de ti.

—Cerca de esta costa que estamos casi tocando, hay buena pesca. Hay que conocer bien donde termina el beril. Justo donde aumenta la profundidad, pero no hay demasiada, por allí debe pasar el señuelo. Por eso es fundamental cómo se maneja la lancha; hay que tener la habilidad de calcular el lugar exacto para girar, aminorar la marcha, alejarse o acercarse a la orilla. Además, mirá abajo, se puede ver el fondo del lago a la perfección. Allí, ¡fijate!, ¿las viste?, varias truchas nadan alejándose del bote, se pierden entre las ramas sumergidas, desaparecen en la oscuridad de lo hondo. Esos surcos que ves en la arena, como insignificantes líneas, son hechos por diminutos caracoles acuáticos, allí hay uno, ¿podés distinguirlo?

Alicia quedó maravillada por todo lo que veía, siguiendo con los ojos a los huidizos peces, dijo:

—¡Qué increíble!, qué bien se ven, me dan ganas de tocarlas.

—No creas, querida, que están tan cerca —dijo Roberto abrazándola tiernamente—, es una mera apariencia. Las distancias en el agua son engañosas. Aquí, así como lo ves, debe haber muchos metros de profundidad. Estos días tan diáfanos y calmos, son inmejorables. Como al mediodía los rayos del sol caen verticalmente, es posible ver bajo el agua desde la superficie. Es apasionante ir analizando la conformación del terreno sumergido. En algunas oportunidades he buceado en este lugar, no te imaginás lo hermoso que es.

—No sabía que te gustara tanto pescar —dijo ella.

—La pesca en general no me enloquece, pero ésta es distinta porque te permite gozar plenamente el entorno, abandonarte a la contemplación. Mientras la lancha se desplaza lentamente, podés ir contemplando cada árbol, cada piedra, cada sombra. Te juro que muchas veces he deseado no tener pique alguno. La tranquilidad de espíritu que se logra en estos lugares es tan grande que, a veces, todo lo demás puede ser secundario. Claro, no siempre es así. Reconozco que sacar una trucha es emocionante, te puedo asegurar que hay que vivirlo. ¡Y lo haremos ya!

—¿Qué estás haciendo, Roberto?, ¿qué es esa cosa que tiraste al agua?

—Nada menos que un señuelo cuidadosamente escogido, querida, un caimán rojo que intuyo será apetecido por mis bienamadas presas. No te preocupes, vos usarás esta cucharita plateada y roja; le tengo mucha fe.

Puso la embarcación en marcha, acelerando el motor mientras iban ambos dejando correr el nylon de sus respectivos carreteles; luego disminuyó la velocidad dejando que el cordel se tensara, su caimán trabajaba espléndidamente, la puntera de la caña de fibra de vidrio temblaba con el ritmo adecuado, con otro movimiento más horizontal lo hacía también la de Alicia. Todo estaba funcionando correctamente, sólo restaba esperar que las amigas truchas picaran.

—Alicia —dijo pletórico Roberto—, ¿qué te parece si nos ponemos cómodos?, así nos vamos a asar. Además, quiero gozar viendo tus muslos, tus pechos, sos tan linda... Es muy bueno tenerte aquí conmigo, me siento tan feliz, como cuando era un muchacho, o tal vez más... Ahora valoro enormemente estos momentos, porque sé que dentro de poco serán parte de un nuevo ayer. Quizás sienta mañana por este presente tan efímero la misma nostalgia que ahora experimento por el lejano pasado. Paladeo cada instante, disfruto cada lugar, cada palabra, cada beso, cada detalle. El milagro de estar con vos, de sentirme tan vivo. Transitar los cincuenta años, al lado de una estupenda muchacha que quiero, que deseo. ¿Qué más podría pedirle a la vida? Te aseguro que nada...

En la brisa flotaba la montaraz fragancia de la cordillera, él la inhaló ávidamente, llenando sus pulmones de aire puro y caliente.

—Vamos, linda, quedate con la malla, sino te vas a morir de calor. Eso sí, usá crema protectora, este sol es asesino. Te vas a pelar hasta los huesos si no te cuidás, creeme, te lo digo por experiencia.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónDiciembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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