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Fecundación fraudulenta

Episodio 32

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

Alicia comenzó a temblar, a la par que enrojeció; no sabía qué contestar, la pregunta la había tomado por sorpresa...

—Bueno, nosotros tuvimos suerte —dijo Alicia—, gracias a un primo, logramos que nos hiciera una atención especial.

—¿Álvez haciendo atenciones? —insistió Roberto Burán—, increíble, evidentemente me queda mucho por aprender, jamás lo hubiera imaginado. ¿Seguro que no se aprovechó de tu necesidad?

—Me cobró algo —dijo Alicia—, mi pariente me ayudó a pagar, ¿no es así Mabel?

—Es verdad, Roberto, para mi pobre hermana fue dificilísimo conseguirme un médico que trabajara bien y aceptara financiarnos el precio. Nunca se lo agradeceré bastante; vos sabés que tengo deficiencias de coagulación. En mi caso, si no me atendía alguien capacitado, era candidata a ser cadáver.

Alicia Sandrelli transpiraba abundantemente, temía que Roberto le preguntara detalles sobre la forma en que había pagado la intervención de Mabel.

Stelli la sacó involuntariamente del apuro al decir:

—Realmente, Mabel, tenés que estar reconocida con tu hermana mayor, ni te soñás hasta qué punto. Muchas chicas humildes no tienen tu suerte; las clases de pocos recursos están condenadas a una total desprotección.

—Tiene razón doctor —acotó Mabel—, yo pensaba utilizar una aguja de tejer si Alicia no me solucionaba el problema, creo que habría muerto.

—Es muy posible —dijo Stelli—, es una injusticia inaceptable, las pudientes no tienen ningún problema. Pueden ir a un buen médico, con todas las seguridades; se toman todas las precauciones, hasta las legales. En cambio la gente pobre está librada a su suerte.

—Es innegable —dijo Roberto Burán—, pero, pese a todo, creo que las cosas están cambiando lentamente. Hace pocos días escuché a un candidato a la vicegobernación de la provincia de Buenos Aires justificar el aborto. Y eso que es católico, es inusual en un político tanto coraje.

—Es que la situación es demasiado grave —dijo Stelli—. Vos fijate, Roberto, las clases bajas son las más incultas; no están bien informadas respecto de los anticonceptivos o no los pueden comprar. La Iglesia les prohíbe usarlos. Por todas estas causas nacen tantos hijos no queridos. No es difícil imaginarse las condiciones en que crecen. Una ojeada al suburbio bonarense, o a las villas miseria de cualquier punto del país, nos revela la gravedad del asunto. Una de las consecuencias directas es el infanticidio. Permanentemente leo en los diarios que se encuentran cadáveres de criaturas...

Burán hizo un gesto de aprobación, y acotó:

—Es así, Carlos, en los sectores más indigentes, de mayor ignorancia, no tienen posibilidades de hacer análisis sociológicos. Viven al ritmo de sus necesidades; el incesto es un hecho común. Las niñas son violadas por sus padres muy frecuentemente; los diarios nos cuentan una milésima parte de lo que pasa. El gobierno, en lugar de hacerse cargo de esa angustiante situación, omite hacer campañas educativas, de esclarecimiento. Ah, eso sí, cuando se presenta un embarazo, está muy predispuesto a reprimir el aborto.

—Parece una estrategia diabólica —asintió Stelli—, no se puede creer. Nuestra sociedad se escandaliza ante la delincuencia juvenil, se hace cruces ante el aborto, pero no ataca sus causas. Obra santurronamente, como si más afligente aún que el infanticidio no fuera la mortalidad infantil. Hay muchas formas de eliminar a un niño: no darle de comer o no prestarle atención médica son algunas de las más eficaces. Inconscientemente, muchas madres exterminan a sus hijos, pero no se pone énfasis en solucionar este problema.

Alicia abrazó a su hermana y con lágrimas en los ojos le dijo:

—Mabel, ¿te das cuenta?, ¿comprendés que no sos una marciana?, ¿que muchas mujeres ya pasaron por tu situación?

—Es así —dijo el médico—, el problema es más complejo de lo que vos creías. Tenés que sobreponerte y mirar para adelante, tendrás hijos algún día. Quién sabe si el que abortaste iba a nacer normalmente; de todas maneras ya es tarde para llantos. Te aconsejo que te olvides del asunto, guardalo como experiencia y de ahora en adelante cuidate.

—No pienso acostarme más con nadie, doctor —manifestó avergonzada Mabel.

—Bueno, querida, está bien —expresó sonriendo Stelli—, pero si lo haces, tomá precauciones. De todos modos haceme caso, nuestra moral media no rechaza lo que vos hiciste. En tu caso, la gran mayoría hubiera hecho lo que vos. Es más, para serte sincero, te reconozco que a mi propia hija yo le habría aconsejado, si ella hubiera solicitado mi opinión, que interrumpiera su embarazo. Apoyándola en todo, por supuesto, si hubiera querido continuarlo. Pero no habría dejado de decirle lo que pienso sobre este problema. Bajá la cortina sobre este capítulo de tu vida, gozá de tu juventud, de tu libertad, tenés un venturoso futuro por delante. Tu caso podría haber sido mucho peor, de haber estado más desarrollado el embarazo; ya te dije que para todo hay límites.

—¿Cuáles son? —preguntó ansiosa Mabel.

—Quedate tranquila, por lo que sé, vos no habías alcanzado los tres meses de preñez. Se considera que en esta etapa los fetos no son todavía sensibles. Recién en el segundo trimestre podría considerarse que lo son. Es innegable... el embrión va desarrollándose a través de un proceso. No es igual en los primeros tramos que en los últimos. Esto, más allá de cualquier formulación teórica, es una verdad que se impone.

—Agradezco su comprensión doctor, me siento bastante mejor, por lo menos ahora puedo pensar más tranquilamente. Debo serenarme y meditar mucho todo lo que me ha sucedido...

—Quedate en paz, Mabel, sos una buena chica, mereces ser feliz. Hay cosas en la vida que no son fácilmente asimilables; yo mismo dejé de hacer legrados porque me afectaba anímicamente. Lucrar con el aborto puede ser censurable, pero más que ganar dinero con él, es desgarrante el hecho en sí de hacerlo. Vos fijate que actualmente, como tantos de mis colegas, derivo estos casos a un especialista. Recibo una participación por ello y no me afecta. Como verás, no es una cuestión de ética, si así fuera no podría aceptar una gratificación. Pero estoy más tranquilo, porque no tengo que afrontarlo personalmente, ahora es otro médico el ejecutor. A mi manera, estoy siendo más hipócrita en este momento que cuando interrumpía embarazos directamente y actualmente no corro ningún riesgo. Ya ves, todos tenemos nuestros conflictos. Pero hay un mañana que te está aguardando, no lo desperdicies...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónDiciembre 2000
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