https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
31/87
AnteriorÍndiceSiguiente

Fecundación fraudulenta

Episodio 30

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande
MAR DEL PLATA
Mar­tes, 19 de sep­tiem­bre de 1989

El con­sul­to­rio del doc­tor Car­los Ste­lli era con­for­ta­ble, cá­li­do; la sala de es­pe­ra con su am­plio ven­ta­nal que daba al jar­dín, con su pe­que­ña chi­me­nea, in­vi­ta­ba a que­dar­se. Mabel per­ma­ne­cía sen­ta­da con la ca­be­za gacha, abs­traí­da y tor­tu­ra­da. Su re­cien­te abor­to la había de­ja­do mo­ral­men­te des­he­cha, se sen­tía la mujer más mi­se­ra­ble del mundo, in­con­so­la­ble, pen­sa­ba cons­tan­te­men­te en la cria­tu­ri­ta que, según ella, había ase­si­na­do lisa y lla­na­men­te. Le ator­men­ta­ba re­cor­dar lo que había hecho, ima­gi­nar cómo hu­bie­ra sido su hijo. La voz del padre Tomás la per­se­guía cons­tan­te­men­te, acu­sán­do­la de haber eli­mi­na­do a su bebé. Para dejar de su­frir pen­sa­ba en el sui­ci­dio cada vez más; esta idea se había con­ver­ti­do en una ob­se­sión. Junto a ella es­ta­ba Ali­cia, pen­dien­te de su con­go­ja, tam­bién Ro­ber­to. En los úl­ti­mos días, Mabel había en­con­tra­do mucha com­pren­sión en él, por eso quiso que es­tu­vie­ra pre­sen­te en ese mo­men­to. Burán había re­co­men­da­do con­sul­tar a Ste­lli, un gi­ne­có­lo­go de vasta ex­pe­rien­cia y de su ín­ti­ma amis­tad. Según su cri­te­rio, este mé­di­co era un tipo in­tere­san­te, lleno de hu­ma­ni­dad. Hacer abor­tos lo había des­gas­ta­do psí­qui­ca­men­te, había aban­do­na­do pocos meses atrás esa prác­ti­ca. Es­ta­ba dis­pues­to a co­la­bo­rar para que Mabel su­pe­ra­ra la aguda de­pre­sión que pa­de­cía, le ha­bla­ría cruda pero fran­ca­men­te.

Un hom­bre se­sen­tón, de me­dia­na es­ta­tu­ra y pelo muy blan­co, apa­re­ció en la puer­ta. Su mi­ra­da azul, aguda y pe­ne­tran­te, re­sal­ta­ba en su arru­ga­do ros­tro va­ro­nil, con am­plia son­ri­sa, ex­hi­bien­do una den­ta­du­ra per­fec­ta. Ves­tía un im­pe­ca­ble de­lan­tal blan­co.

—En­tren, por favor —dijo con voz grave y afec­tuo­sa— ¿qué tal, Ro­ber­to, cómo te va? Mucho gusto, vos debes ser Ali­cia, ¿no? Y vos Mabel... Yo soy Car­los Ste­lli, tu­teá­me, por favor, no te im­por­te que yo sea viejo. Sé lo que estás su­frien­do, he visto mu­chas veces pa­de­ci­mien­tos como el tuyo. Te pido que me cuen­tes, ¿que­rés que nos que­de­mos solos?

Mabel se sin­tió a gusto con Ste­lli, no la juz­ga­ba, pa­re­cía com­pren­der­la, apia­dar­se de su dolor. Le con­tes­tó...

—No, doc­tor, Ali­cia se jugó por mí y Ro­ber­to me apoyó mucho. Qui­sie­ra que ellos se que­da­ran, lo saben todo, ya hemos con­ver­sa­do antes sobre el tema. No me mo­les­ta que están pre­sen­tes, al con­tra­rio. Quie­ro que es­cu­chen y opi­nen...

—Bien, que­ri­da —asin­tió Ste­lli—, con­ta­me cuál es con­cre­ta­men­te tu pro­ble­ma, lo que más te afec­ta. Yo tra­ta­ré de ayu­dar­te.

—Me sien­to una por­que­ría —se apre­su­ró a decir la jo­ven­ci­ta—, no puedo sa­car­me de la ca­be­za que maté a mi hijo. Fui egoís­ta, no quise es­pe­rar para darlo en adop­ción. Si hu­bie­ra hecho eso, le ha­bría sal­va­do la vida.

—Pero, Mabel —re­pli­có Ste­lli—, ¿hu­bie­ras po­di­do re­ga­lar a tu hijo, des­pués de verlo nacer?, ¿luego de ha­ber­lo te­ni­do entre tus bra­zos?

—No, creo que no, doc­tor —dijo Mabel du­dan­do unos se­gun­dos.

—Y bien, en­ton­ces no ten­drías que ator­men­tar­te tanto, por algo que era im­po­si­ble.

—No lo era doc­tor, no lo era. Pude ha­cer­lo.

—Pero, Mabel, vos te co­lo­cás en un plano teó­ri­co; tu reali­dad no te lo per­mi­tió. De­be­rías ser más to­le­ran­te con vos misma. No seas tan se­ve­ra para juz­gar­te.

—Está bien, doc­tor, yo le agra­dez­co todo lo que me está di­cien­do. Sé que usted trata de ali­viar mi com­ple­jo de culpa, estoy llena de re­mor­di­mien­tos, créa­me que no aguan­to más. El padre Tomás me lo ad­vir­tió, dijo que el arre­pen­ti­mien­to me acom­pa­ña­ría hasta la muer­te y tenía razón. Estoy como des­ga­rra­da, doc­tor, no puedo se­guir vi­vien­do así, no lo re­sis­to más.

—A ver, de­ci­me, vos creés que sos una ase­si­na, ¿no?

—Sí, doc­tor, lo soy en reali­dad.

—Te dije que me tu­tea­ras, lla­ma­me Car­los, si no me hacés sen­tir más de­cré­pi­to de lo que soy, ¿com­pren­di­do? Que no se re­pi­ta, mirá que me enojo, ¿eh? —ex­pre­só son­rien­do el mé­di­co, gui­ñán­do­le un ojo a la ado­les­cen­te.

Mabel asin­tió gi­mo­tean­do.

—Mirá, mu­cha­chi­ta —pro­si­guió Car­los Ste­lli—, te hago una pre­gun­ta, ¿vos tenés al­gu­na amiga o pa­rien­te que se haya hecho un abor­to?

—Sí —res­pon­dió Mabel.

Ali­cia se apre­su­ró a re­co­no­cer:

—Doc­tor, yo me hice un le­gra­do a los 19 años, ahora ten­dría un pe­que­ño de cinco...

—Gra­cias por de­cír­me­lo —dijo Car­los. Y pro­si­guió:

—Mabel, sien­do así, ¿vos pen­sás que tu her­ma­na es una ase­si­na por­que hizo lo mismo que vos?, ¿creés que lo sea al­gu­na amiga que tam­bién haya abor­ta­do?

—¡No!, ¡de nin­gu­na ma­ne­ra!, no tengo de­re­cho a en­jui­ciar a nadie, menos a mi her­ma­na. Ella es bue­ní­si­ma...

—Ex­pli­ca­me, ¿por qué, si las cir­cuns­tan­cias son las mis­mas, vos has co­me­ti­do un cri­men y ella no?

—No sé, doc­tor, usted me hace con­fun­dir... No tengo idea de lo que habrá sen­ti­do Ali­cia, pero sé lo que estoy sin­tien­do yo. Le he dado mu­chas vuel­tas al asun­to, pero es in­ne­ga­ble que he ma­ta­do a mi bebé, eso es im­per­do­na­ble...

—Pero de­ci­me, Mabel, si pu­die­ras vol­ver atrás, ¿vol­ve­rías a abor­tar, o no?

La jo­ven­ci­ta en­mu­de­ció, un li­ge­ro tem­blor la hizo es­tre­me­cer, jamás se había for­mu­la­do cons­cien­te­men­te esa pre­gun­ta. Aver­gon­za­da, tuvo que re­co­no­cer:

—Sin­ce­ra­men­te, aun­que yo misma no puedo en­ten­der­lo, creo que sí doc­tor, sé que es una con­tra­dic­ción ab­sur­da, pero debo ser sin­ce­ra, me pa­re­ce que lo haría de nuevo.

—Chi­qui­ta, ya te dije que me tu­tea­ras, te lo pido por favor.

—Está bien, doc.... Per­dón, Car­los.

—Vos misma re­co­no­cés que tu res­pues­ta es con­tra­dic­to­ria, ¿por qué no lo ana­li­zás mejor? Eso quie­re decir que no estás a arre­pen­ti­da, si fuera así, nunca po­drías vol­ver a ha­cer­te un le­gra­do.

—Es ver­dad, no sé, tal vez no deba lla­mar­lo arre­pen­ti­mien­to sino sim­ple­men­te sen­ti­mien­to de culpa, con­cien­cia de haber pe­ca­do.

—¡Ah!, ¿para vos es un pro­ble­ma re­li­gio­so?, ¿sos cre­yen­te?

—Más o menos, doc­tor... digo... Car­los. Per­dón me ol­vi­do de lla­mar­lo por su nom­bre... En cuan­to a su pre­gun­ta, la ver­dad es que voy poco a la igle­sia, pero creo que algo su­pe­rior debe haber, al menos lo su­pon­go; me gus­ta­ría que lo hu­bie­ra.

—Bueno, que­ri­da, vea­mos... Te acu­sás por un acto que jus­ti­fi­cás en otro; te tor­tu­rás por vio­lar pre­cep­tos en los cua­les no creés o de los que por lo menos dudás, ¿no te pa­re­ce que aquí hay algo que no cie­rra?

—No sé qué de­cir­te Car­los, creé­me que no finjo.

—No me cabe nin­gu­na duda; sé que no estás ac­tuan­do, pero me pa­re­ce que no ana­li­zás ob­je­ti­va­men­te tus cir­cuns­tan­cias. Vos de­ci­me, ¿cuál pen­sás que es la con­duc­ta que nor­mal­men­te sigue una mujer sol­te­ra, cuan­do queda em­ba­ra­za­da?

—No sé, tal vez gran parte abor­te, no sé en qué pro­por­ción; mu­chas otras to­ma­rán la de­ci­sión de tener fa­mi­lia, no estoy se­gu­ra.

—Bien, puedo ase­gu­rar­te que son mu­chas más las que in­te­rrum­pen su em­ba­ra­zo, ¿com­pren­dés que así sea?

—Sí, yo pasé por eso, sé lo do­lo­ro­so que es.

—Mabel, tengo mu­chos años de ex­pe­rien­cia, de­ja­me que te hable como pocas per­so­nas te ha­bla­rán. Vi­vi­mos en un mundo lleno de hi­po­cre­sía; a este con­sul­to­rio han ve­ni­do jue­ces, po­lí­ti­cos, per­so­nas muy po­de­ro­sas y tam­bién muy hu­mil­des. He re­ci­bi­do ma­dres que se ho­rro­ri­za­ban de ser abue­las y otras que so­la­men­te se preo­cu­pa­ban por lo que di­rían las ve­ci­nas. Re­cal­ci­tran­tes ca­tó­li­cos me han ro­ga­do que li­be­ra­ra a sus hijas de su pe­ca­mi­no­so las­tre. Mo­ra­lis­tas rí­gi­dos aquí ol­vi­da­ron sú­bi­ta­men­te sus prin­ci­pios... No te juz­gues tan se­ve­ra­men­te, el mundo no es como te lo cuen­ta un sa­cer­do­te re­pre­sor. La ver­da­de­ra ca­ri­dad co­mien­za por des­cen­der a la tie­rra. No se puede sen­ten­ciar desde el cielo.

—Pero Car­los, ¡se trata de una vida!

—Sí, de una vida en po­ten­cia, de una ex­pec­ta­ti­va tras­cen­den­te que me­re­ce pro­tec­ción. No lo niego, pero no es lo mismo que una cria­tu­ra que res­pi­ra por sí sola, que llora en tus bra­zos. No su­pon­gas que afir­mo que el abor­to es bueno, ¡ojo!, sé que es algo des­ga­rran­te, te­rri­ble, pero no es lo mismo un em­brión de dos días, que un feto de ocho meses. Si afir­má­ra­mos que esto es falso, de­be­ría estar prohi­bi­do pre­ve­nir la con­cep­ción con el es­pi­ral ya que se su­po­ne que es abor­ti­vo. ¿A vos te pa­re­ce mal, usar­lo?

—No, de nin­gu­na ma­ne­ra —con­tes­tó la mu­cha­chi­ta asi­mi­lan­do cada una de las pa­la­bras del mé­di­co—, al con­tra­rio, me pa­re­ce que de­be­ría fo­men­tar­se el uso. Se evi­ta­rían si­tua­cio­nes ho­rri­bles como la que me ha to­ca­do vivir.

—Bueno, en­ton­ces el ar­gu­men­to de la vida es re­la­ti­vo en la prác­ti­ca. En teo­ría, po­de­mos estar de acuer­do, siem­pre es vida que se ani­qui­la. Pero la reali­dad in­di­ca que hay que di­fe­ren­ciar según el desa­rro­llo del feto. Un cura se opon­dría con ar­gu­men­tos re­li­gio­sos, pre­di­ca­ría que la vida pro­vie­ne de Dios y que sólo Él puede qui­tar­la, ase­gu­ra­ría ser el de­po­si­ta­rio de la Unica Ver­dad, ya que El Padre se la ha con­fia­do. Equi­pa­ra­ría moral a re­li­gión, lo que cons­ti­tu­ye un gra­ví­si­mo error, pues son con­cep­tos to­tal­men­te in­de­pen­dien­tes. Puede haber ateos, de hecho los hubo, que fue­ron ejem­plo de mo­ra­li­dad. Ber­trand Rus­sell es el mejor que re­cuer­do... Esto nos in­di­ca que los prin­ci­pios tí­pi­cos del ca­to­li­cis­mo, por ejem­plo, no ne­ce­sa­ria­men­te tie­nen que coin­ci­dir con los nues­tros. Por otra parte, la no­ción de vida, está ac­tual­men­te des­me­su­ra­da­men­te ex­ten­di­da. Vida tiene cada una de nues­tras cé­lu­las.

—No en­tien­do eso —re­pli­có Mabel.

—Es bas­tan­te sim­ple aun­que no lo pa­rez­ca, está de­mos­tra­do que por sis­te­mas de clo­na­ción, puede fa­bri­car­se un nuevo ser uti­li­zan­do, por ejem­plo, un trozo de piel. Esto sig­ni­fi­ca que el hecho de dar san­gre per­mi­te la ges­ta­ción de in­nu­me­ra­bles su­je­tos como el dador. Un pre­mio Nobel fran­cés siem­pre co­men­ta­ba cuál era su más te­mi­da ob­se­sión: en­con­trar­se en el Metro de Nueva York con cinco Eins­tein es­pe­ran­do el tren. Esto es per­fec­ta­men­te po­si­ble. Ahora bien, si cada cé­lu­la con­tie­ne un có­di­go ge­né­ti­co ín­te­gro, si tiene la fa­cul­tad de du­pli­car un ser hu­mano, ¿no sig­ni­fi­ca que tiene vida? ¿Puede ne­gar­se esto? Sin em­bar­go, nadie se preo­cu­pa por donar su san­gre, o por des­per­di­ciar es­per­ma­to­zoi­des. La Igle­sia no aprue­ba la mas­tur­ba­ción, pero no la con­si­de­ra un cri­men de gra­ve­dad como al abor­to.

31/87
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónDiciembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n101-31
Opiniones de los lectores RSS
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)