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Fecundación fraudulenta

Episodio 28

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Sábado, 16 de septiembre de 1989

—Hemos tenido suerte, Roberto, desde nuestro reencuentro, la vida no nos ha dado más que premios. ¿Cuántos días luminosos hemos vivido?, ¿cuántas mágicas noches? Sólo por eso, ya estaría agradecida, ¿estás de acuerdo?

—Totalmente, querida —dijo él.

—Me alegro, creo que los dos valoramos la importancia de nuestra relación, ¿no te parece?

—Si no supiera apreciar lo nuestro, sería un pobre tipo, es maravilloso poder confesarse, pensar en voz alta. Es lo que puedo hacer cuando estoy con vos.

Estaban muy abrigados mirando el mar, el frío viento marino les golpeaba el rostro, desde el cabo de Waikiki, admiraban la enorme bahía de Punta Mogotes. Las olas blanqueaban la solitaria costa, una densa bruma invadía las playas, se amaban, eran felices.

«Si él supiera la verdad», pensó Alicia, «qué terrible sería. Jamás podría creerme, ni perdonarme. Es lo único que ignora, que lo traicioné. Le he contado toda mi vida, todos mis secretos, hasta los mínimos detalles. Conoce mis romances, mis desengaños, mis alegrías. Quizás debí contarle antes lo de Álvez, ahora no me atrevo, de todos modos nunca se enterará de lo que pasó, el semen no fue utilizado siquiera. Debo olvidarme de lo que sucedió, ya no tiene sentido que me torture recordando.»

—¿Te das cuenta, chiquita? —dijo Roberto interrumpiendo sus pensamientos—, han pasado casi cinco meses. Sin darnos cuenta, creo que nos fuimos enamorando, yo siento que te quiero profundamente.

—Yo también, querido; cuando estoy con vos me siento de fiesta, es hermoso que los dos tengamos la sonrisa a flor de los labios, como si nos animara una gran emoción. Es lindo vivir así...

—El amor fortalece, Alicia, gracias a nuestra relación hemos escapado de la soledad, del sentimiento trágico de la vida. Mientras dure, ¡bienvenido sea! A veces me siento invulnerable y vos me atraes ahora más que antes.

—Para mí es igual, siento lo mismo, nuestro vínculo es ahora más sólido. Nos comprendemos, nos conocemos mejor, es por eso que me atrevo a pedirte algo... Necesito tu ayuda, Roberto, Mabel está muy mal.

—¿Todavía no superó lo del aborto?

—No. Está cada día peor, no sé qué hacer. Ha tratado de suicidarse, lo volverá a intentar. Estoy desesperada, no sé como evitarlo, ella está como loca; se flagela espiritualmente, no tiene paz. Duerme pésimamente, no come, ya está al borde de la inanición. Los médicos no saben qué hacer, me recomendaron que la lleve a un psiquiatra.

—¿Necesitás apoyo económico?, no te hagas problemas, contá conmigo. La enviaremos a un buen especialista.

—No sé, conociendo a Mabel creo que no será tan fácil. Pienso que necesitaría algo más cálido, alguna mano amiga, ¿no se te ocurre nada?

—A ver, esperá. ¡Sí!, creo que sí, Carlos Stelli. Un buen amigo mío. Es un hombre sensible, lleno de afecto, hondamente humano. Toda su vida hizo legrados, hasta hace poco, eso le ha dejado bastantes cicatrices en su carácter. Nadie más indicado que él, para esclarecerle el panorama a tu hermanita. Lo llamaré mañana mismo, ¿estás de acuerdo?

—Por supuesto, querido, te lo agradezco enormemente. La idea del suicidio se ha convertido para Mabel en una obsesión, muy peligrosa por cierto.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónDiciembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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